Read La prueba del Jedi Online
Authors: David Sherman & Dan Cragg
—¡Deja de quejarte! —cortó Raders—. ¿Para qué crees que nos pagan? A mi orden, corred como locos y meteos por ese agujero del muro. ¿Listos? ¡Ya!
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Nejaa Alción parecía transfigurado. Sentía que la perturbación en la Fuerza que experimentaba era a causa de Anakin. Sabía que el joven Jedi seguía vivo, pero algo lo preocupaba...
—General, un informe urgente de la flota —anunció un oficial de Estado Mayor, tocando el hombro del Jedi. Ni siquiera se había dado cuenta de su presencia.
Cerca de él, Slayke sonrió. Se había dado cuenta de que el Maestro Jedi estaba absorto en su ensoñación, y le divertía que incluso un Jedi dejara divagar su mente. Imaginaba que el ensueño de Alción estaba relacionado con Anakin, y sabía cuánto le preocupaba el joven Jedi. A pesar de sus pasadas diferencias, Slayke respetaba a Alción.
—¡Escuchad esto! —el Jedi hizo un gesto hacia los oficiales presentes en la sala, incluido Slayke, invitándolos a que se acercasen—. Esta campaña está entrando en un nuevo nivel. Se acerca una enorme flota enemiga.
—Sus refuerzos —exclamó Slayke sin mostrar la más mínima emoción—. Nejaa, ahora estamos entre la espada y la pared.
—Sí, lo estamos —admitió Alción. ¿Qué estaba pasando en la meseta? Se volvió hacia uno de los oficiales—. Que la flota se prepare para la batalla. Capitán Slayke, me uniré a ella. Quédese aquí y...
—General, han liberado a los rehenes —interrumpió un oficial de comunicaciones—. El trasbordador acaba de informar.
Varios oficiales aplaudieron y sonrieron abiertamente.
—Conecte los altavoces para que todos podamos escuchar el informe —ordenó Alción—. ¿Anakin? ¿Eres tú?
—No, señor. Aquí el teniente H'Arman. El comandante Skywalker sigue en el Centro de Comunicaciones, y su nave ha sido destruida. Tengo los rehenes a bordo y los llevo a un lugar seguro.
—Buen trabajo, teniente. Aterrice en el punto de reabastecimiento y espere nuevas órdenes.
—Vaya, esto es genial —dijo Slayke—. No podemos luchar contra esa flota dejando un contingente enemigo detrás de nosotros, Nejaa. Lo siento, pero tienes que dar la orden de destruir la meseta antes de que nuestras naves entren en combate.
Alción miró fijamente a Slayke.
—No, todavía no. Esperemos un poco.
—Como ordene, señor —respondió Slayke, pero era evidente que pensaba que el Jedi tomaba una decisión equivocada.
—Sólo un poco. Unos cuantos minutos no marcarán ninguna diferencia.
—Nejaa, sé lo que sientes por Anakin —dijo Slayke—. Es un buen comandante, pero el éxito de toda esta expedición depende de tu decisión. Tenemos que centrar toda nuestra atención en la nueva amenaza. Tienes que dar esa orden.
—Sí. Y la daré..., pero no ahora.
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Anakin se movió con la velocidad y la brillantez de un sol ardiendo. Los androides cargaban contra él disparando indiscriminadamente sus armas. El sable láser centelleaba en una cegadora sinfonía de luz y destrucción, desviando los rayos sin esfuerzo, enviando algunos contra techo y paredes y devolviendo otros contra los mismos androides que los habían lanzado.
No se defendía, atacaba. Y atacaba con tal furia y destrucción que nada podía detenerlo. Sabía hacia dónde se dirigía: al puesto de mando enemigo.
Los androides, incapaces de retroceder, incapaces de rendirse aunque Anakin pudiera perdonarlos, volaban hechos pedazos como muñecos de feria baratos, mientras el sable láser los derribaba, abriendo un sendero de destrucción. Las tropas clon que seguían al Jedi tenían dificultades para disparar contra los enemigos y esquivar al mismo tiempo los restos que Anakin dejaba a su paso por todo el complejo; simplemente seguían su estela, cubriéndole las espaldas. No tardó en salir del edificio y dirigirse con insultante seguridad hacia el bunker de Pors Tonith. Daba la impresión de que todo el ejército de Tonith disparaba contra Anakin, pero ni un solo disparo le alcanzó mientras recorría a toda velocidad el irregular terreno que separaba el Centro de Comunicaciones del bunker de Tonith. Las tropas clon que lo seguían tuvieron que tirarse al suelo y arrastrarse dolorosamente por él, mientras su comandante seguía en pie y escapaba ileso de las ardientes y letales trayectorias de los láseres.
Los ingenieros androides de Tonith habían construido su bunker de mando con muros internos estándar, capaces de absorber la fuerza explosiva de la carga de demolición que cualquier atacante pudiera utilizar para volar la puerta de entrada. Anakin colocó un detonador termal en la base de las recias puertas del bunker y se refugió en una pequeña depresión del terreno, a unos veinte metros de distancia. Contó los segundos, y cuando tuvo lugar la detonación estaba preparado. El Jedi ya se había puesto en pie y se zambullía a través del agujero antes de que se asentasen el humo y los escombros. El primer muro interior estaba destrozado, pero el permeocemento protector seguía intacto allí donde el túnel de entrada giraba a la derecha..., y tres androides lo esperaban con las armas preparadas.
Dentro del bunker, Pors Tonith estaba tranquilo, llevándose una taza de té a sus labios púrpura. Todos habían sentido la onda expansiva del detonador termal, pero Tonith y sus técnicos no se habían visto afectados. Varios de los técnicos corrieron en busca de refugio.
—Que todo el mundo permanezca en su puesto —ordenó—. No tenemos ni medios ni intención de resistir. Y no lo haremos.
Podía seguir claramente la pelea que tenía lugar en el pasillo de entrada, gracias a los sonidos producidos por el arma de Anakin y las de los androides en un espacio tan cerrado. Segundos después, reinó el silencio.
Tonith sorbió un poco de té. Uno de los técnicos empezó a sollozar.
—Silencio —cortó.
Anakin entró en la sala de control. Con la ropa humeando a causa de los disparos a bocajarro, y los ojos llameando de rabia. Los técnicos gimieron y se acurrucaron en un rincón, alejándose todo lo posible de aquella espantosa figura.
No obstante, Tonith contempló al Jedi con una ligera sonrisa. El silencio dominaba la sala, a excepción del suave zumbido que emitía el sable láser del joven Jedi, que se mantenía frente a él, balanceando la hoja adelante y atrás, como buscando víctimas. Nadie se movió.
—Me rindo —anunció el banquero sin dejar de sonreír—. Me rindo a ti, Caballero Jedi.
Hizo una ligera reverencia hacia Anakin, procurando no derramar una sola gota de té. Sorbió parte del líquido y chasqueó los labios.
—Habéis ganado —continuó—. Y os felicito.
—Ordena a tus tropas que cesen el fuego —gruñó Anakin. Su voz reverberó por toda la sala, como surgida de un profundo pozo—. ¡Hazlo! ¡Hazlo ahora!
Tonith hizo una señal de asentimiento a los técnicos, que se sintieron más que felices de dar la orden a los comandantes androides.
—Querido señor —siguió Tonith—. Ahora soy su prisionero, y reclamo para mis ayudantes y para mí la condición de prisionero de guerra.
Levantó nuevamente su taza y, plenamente confiado en que estaba protegido, bebió el resto de su té. Sonrió, mostrando sus teñidos dientes.
Anakin se sintió inundado por la Fuerza, tan completamente que apenas era consciente de sí mismo. Todo lo que sentía era la alegría de la Fuerza, una alegría como jamás había sentido. ¡Había tanto poder en la Fuerza! Y todo ese poder era suyo, ¡suyo!, para hacer con él lo que quisiera. Lo sabía. Y sabía que el muun que tenía delante era el comandante del ejército separatista que había atacado y ocupado el Centro de Comunicaciones, el que mandaba las tropas que habían aniquilado al ejército del general Khamar, el que había asesinado a la mayoría de los Hijos e Hijas de la Libertad del capitán Slayke. Era el que había provocado la batalla en la que habían muerto tantos soldados clon. El que había dado las órdenes al androide que disparó contra Reija Momen ante sus propios ojos.
Ese hombre, Pors Tonith, merecía morir. Y Anakin Skywalker sería quien lo matase.
Aquellos técnicos eran traidores a la República, habían ayudado a Pors Tonith en su operación asesina. También merecían morir. Que aquella vil criatura viera cómo morían sus lacayos, así sabría el destino que le esperaba. Y temblaría de miedo antes de morir.
Anakin Skywalker, embriagado de Fuerza, ángel de venganza, alzó su sable láser y avanzó hacia el técnico más cercano.
Se detuvo cuando una voz habló en su mente.
Debes utilizar la Fuerza para el bien, Anakin
.
Confuso, miró a su alrededor. La voz parecía la de Qui-Gon Jinn, el Maestro Jedi de Obi-Wan, el descubridor de todo el potencial del Anakin niño y que ayudó a que el chico se liberase de la esclavitud y consiguiera la libertad. Pero Qui-Gon Jinn estaba muerto...
—¿Maestro Jinn? —susurró Anakin.
La Fuerza es demasiado poderosa para usarla en otra cosa que no sea el bien, padawan. Recuérdalo y podrás llegar a ser el mejor Jedi de todos los tiempos
.
Por un largo instante, Anakin fue incapaz de moverse. Entonces reaccionó y cortó su conexión con la Fuerza. La repentina pérdida de tanta alegría y poder hizo que casi se tambaleara, pero se controló tan rápidamente que fue el único de toda la sala consciente de su momentánea desorientación.
Ante él había una forma encogida, arrodillada. Anakin comprendió que había estado a punto de asesinar al indefenso técnico y se estremeció.
Paseó su mirada por los demás, antes de fijarla en Pors Tonith.
—Sois mis prisioneros —jadeó—. Os llevaré hasta Coruscant y os entregaré al Senado de la República para que os juzgue.
Pero no apagó su sable láser.
Pors Tonith, el capturado almirante de los separatistas, ahogó la risita que pugnaba por salir de su garganta.
—Por favor, señor —rogó B'wuf con una vocecita infantil desde el rincón donde estaba sentado—. ¿Puedo moverme ya?
El soldado Vick lanzó un silbido al entrar en la sala de control de Pors Tonith.
—¿Es ése el que está al mando? —preguntó Odie Subu al descubrir al muun.
Anakin, respirando pesadamente, siguió con la mirada clavada en Tonith y no contestó. Por su parte, Tonith ya no se mostraba desafiante. Tenía miedo de ese joven Jedi que lo había capturado; lo consideraba desequilibrado e imprevisible.
—Fuera han dejado de luchar —anunció el cabo Raders—. Detuvieron el fuego antes de que llegásemos al bunker, y... ¡oh!
Cayó cuando se dio cuenta de lo que ocurría.
—Señor —dijo el sargento ARC con el tono de voz propio de su rango—, su sable láser.
Eso consiguió llamar la atención de Anakin.
—¿Qué?
—Su sable láser, señor.
—Mi... —Anakin miró su mano y retrocedió un paso, como si le sorprendiera ver su sable láser activado. Lo apagó y se lo colgó del cinturón.
Vaciló ligeramente al volverse hacia sus hombres. Odie, creyendo que era la reacción normal de un soldado que acababa de sostener un combate a muerte, se adelantó apresuradamente para ayudarlo. Vio su rostro de cerca, blanco como la cera, con señales de agotamiento y arrugas alrededor de la boca como las de un viejo.
—Gracias, pero estoy bien... Estoy muy bien —dijo Anakin, apartándola con amabilidad. Sonrió débilmente. Uno de los guardias, después no recordó cuál, le alargó una cantimplora, y el Jedi dio un largo y sediento trago. Devolvió la cantimplora vacía—. Gracias, muchas gracias —dijo, limpiándose los labios con el dorso de la mano. Señaló a Tonith y a los técnicos—. Son todos nuestros prisioneros. Encárguese de ellos, sargento. Llévelos con el general Alción para que los encierre.
B'wuf intervino, señalando a Tonith.
—¡Yo no tuve nada que ver con lo que se hizo aquí, señor, sólo estoy contratado! ¡Usted me ha salvado la vida! —Apuntó con el dedo a Anakin—. Iban a ejecutarme. Dije al almirante que no estaba bien lo que hacía, que no quería seguir obedeciendo sus órdenes, y dijo que me ejecutaría. El Jedi me ha salvado la vida. ¡Iban a matarme y él me ha salvado la vida!
El comunicador de muñeca de Anakin emitió un pitido. Recordaba vagamente que ya pitaba mientras se abría camino hacia el bunker, pero lo había ignorado. Ahora, contestó.
—¿Anakin? —era Alción—. ¿Eres tú? ¿Estás bien? El enemigo ha dejado de disparar. ¿Qué está pasando?
—Maestro Alción..., estoy bien. Me encuentro en el bunker de control con mis tropas. He capturado al comandante separatista y a su Estado Mayor. Íbamos a llevártelos.
—Es un alivio —respondió Alción—. Entrega tus prisioneros a los comandos clon. He enviado un transporte para que te recoja. Está a punto de llegar una flota separatista de refuerzo, y dicen que es enorme. He ordenado a todos nuestros cazas estelares que se preparen. Nos espera una batalla difícil y te necesito.
Sólo los técnicos miraron a Tonith cuando dejó escapar un lamento ahogado. ¡Si tan sólo hubiera resistido unos minutos más...!
—Iré en cuanto pueda —respondió Anakin. Se volvió hacia el sargento ACR—. ¿Ha oído eso? —el sargento asintió con la cabeza—. Encárguese de los prisioneros y llévelos al centro de mando.
—¿Está llegando una flota enemiga, señor? —se interesó Raders con expresión preocupada en el rostro.
—Eso parece.
Anakin irguió los hombros, sintiéndose extrañamente mejor ante la perspectiva de más acción.
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El comandante de la flota republicana no había permanecido ocioso mientras Alción combatía en tierra contra las fuerzas separatistas y estaba preparado para un ataque así. Había tenido en cuenta distintos enfoques y tenía decidido que, fuera cual fuese la táctica que emplease el enemigo, la flota mantendría sus posiciones para concentrarse y coordinar su poder combinado de fuego. Si el enemigo atacaba con escuadrones desde diferentes direcciones, la flota republicana se centraría en un escuadrón cada vez; si lo hacían con las naves en línea, intentarían aprovechar su mayor velocidad para cruzar a través de la línea enemiga y lanzar contra ella toda la potencia de fuego disponible. Pasara lo que pasase, los cazas de Alción podrían protegerse tras los destructores de su propia flota.
Pero todos los planes de batalla son inútiles tras el primer disparo. El comandante enemigo eligió atacar en una formación en cuadro, con su buque insignia en el centro, protegido por el resto de las naves, y los cazas se encontraron metidos en una refriega salvaje entre las dos armadas. No siempre es el número y el tamaño de las naves lo que decanta las batallas, sino la forma en que se utilizan.