La prueba del Jedi (33 page)

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Authors: David Sherman & Dan Cragg

BOOK: La prueba del Jedi
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—El teniente que llevamos detrás es un buen piloto —observó Anakin—. Y dicen que tú eres muy buena en reconocimiento —se ajustó su micrófono de garganta—. Bien, Erk, éste es el punto sin retorno. Sígueme. Todo el mundo preparado. Revisad vuestras armas y equipo. Tres minutos para el descenso.

—Sí, señor. Soy bastante buena en reconocimiento —Odie se sorprendió del tono de su propia voz. Otras veces había estado asustada, muy asustada, pero aquello era terrorífico. Con toda la calma que pudo reunir, sacó la pistola láser de la cartuchera, revisó la carga y el seguro y volvió a enfundarla.

Por otra parte, Anakin casi parecía feliz de estar a los mandos de una nave que en cualquier momento podía estrellarse o verse arrancada del cielo de un cañonazo. Creyó que así debía de sentirse Erk cuando pilotaba su caza de combate.

La revisión de su arma por parte de Odie no pasó desapercibida para Anakin. Sonrió.

—Sabes cómo utilizar esa cosa, ¿verdad?

Su rostro quemado por el sol enrojeció todavía más.

—Sí, señor.

Anakin sabía que la chica pensaba en el incidente con el rodiano.

—Lo que pasó con Grudo fue un accidente —reconoció—. No te lo tendré en cuenta, quítatelo de la cabeza. Piensa en lo que nos espera y prepárate para volver a utilizar esa pistola.

La meseta apareció a pocos kilómetros de distancia. Brillaba y pulsaba por el fuego de artillería; el propio y el que recibía del enemigo. Alción había empezado su ataque.

—Preparaos para el aterrizaje —anunció Anakin por la red de mando—. Erk, no te separes de mí. ¡Bien, ahí vamos!

Anakin aterrizó entre dos edificios bajos y se detuvo con un remolino de polvo, frente a un pequeño bosquecillo. La rampa se abrió antes incluso de que la nave se detuviera por completo. Los soldados ARC y la infantería clon desembarcaron y corrieron hacia la entrada del edificio principal del Centro de Comunicaciones. El aire a su alrededor hervía, zumbaba y crujía a causa de los rayos de energía. Cien metros más allá de la arboleda, todo era un remolino de fuego. Los cañones de Alción machacaban las posiciones defensivas de Tonith, pero nadie parecía haber descubierto los transbordadores, los dos, porque Erk ya había aterrizado junto a Anakin, y su infantería clon ya se desplegaba para formar un perímetro de seguridad.

Un soldado ARC voló la puerta del Centro de Comunicaciones y entró en su interior, seguido de cerca por Anakin.

—Desde aquí a la sala principal de control hay unos cuarenta y cinco metros —gritó Odie.

—Moveos deprisa, pero manteneos alerta —ordenó Anakin por la red de comunicaciones tácticas—. Asegurar el blanco antes de disparar. No queremos fuego innecesario.

Corrió por el largo pasillo, seguido por el resto de su patrulla. Los pasillos laterales parecían de momento vacíos, pero, tal como había ordenado, el sargento clon empezó a colocar a sus hombres para vigilarlos. Más adelante, el pasillo se desviaba ligeramente a la izquierda, y más allá se encontraban las puertas de la sala principal de control.

Anakin activó su sable láser. Iba tres metros por delante del clon más veloz, cuando un androide de combate apareció por una esquina, disparando su arma. El rayo impactó en el soldado que corría tras el Jedi. El soldado boqueó y cayó al suelo. Anakin se encargó del androide con una rápida estocada de su arma, pero más androides —seis o siete— tomaron posiciones frente a la puerta de la sala de control y empezaron a disparar.

Odie, los soldados clon y los dos guardias se tiraron al suelo, y los láseres pasaron inofensivamente por encima, destrozando paredes y techo. Ninguno pudo devolver el fuego porque Anakin estaba en medio, entre ellos y los androides. Odie, desde el suelo, vio cómo el Jedi parecía convertirse en el centro de un ciclón de luz azulada, mientras su sable láser giraba y lanzaba estocadas a los androides cuyos láseres, disparados casi a bocajarro, rebotaban en la hoja de energía, destrozando suelo, paredes y techo. En pocos segundos, los androides quedaron convertidos en un montón de basura humeante. Anakin saltó por encima de ellos, hizo girar su sable láser en un movimiento rápido para abrirse camino a través de las puertas de la sala de control y entró en su interior. Toda la escena había durado apenas unos segundos, y los que estaban tras él, contemplándola, creyeron que simplemente había pasado a través de los androides y de las puertas.

Odie y los demás quedaron tras él, recuperando el aliento entre toses. El pasillo apestaba con el hedor del metal vaporizado y de los componentes plásticos de los androides. Anakin ya había desaparecido antes de que ella pudiera ponerse de rodillas y gritar.

Los androides de la sala de control habían recibido órdenes estrictas de vigilar a los prisioneros, así que cuando Anakin apareció repentinamente entre ellos, con su sable láser brillando entre el humo, tardaron varios segundos en reconocer al recién llegado como una amenaza. Uno de ellos apretó el gatillo de su arma, pero fue como si Anakin hubiera adivinado las intenciones del androide antes de que se moviera. Con un movimiento casi casual de su espada, desvió el láser y partió al androide por la mitad.

Cuando Odie entró en la sala, se horrorizó al ver cómo Anakin se enfrentaba a seis androides de combate a la vez. Por suerte para ella y para los soldados que llegaban detrás, la atención de los androides estaba centrada en el Jedi. Para la chica, sus movimientos eran tan rápidos en comparación con el de los androides que éstos parecían moverse a cámara lenta. Odie se arrodilló y disparó contra el androide más alejado. El sargento y sus hombres adoptaron posiciones de disparo, pero Anakin se encargó tan rápidamente de los androides que cuando terminaron de prepararse ya no quedaba ningún oponente contra el que disparar.

—Proteged a los rehenes —ordenó Anakin—. ¡Rápido! ¡Rápido! Seguro que no tardarán en contraatacar.


Pors Tonith, que hasta aquel momento había llevado una estrategia defensiva inteligente, había cometido un error grave: trasladar a los rehenes a la sala de control. Creyó que así podría vigilarlos más fácilmente, pero jamás hubiera imaginado que intentasen liberarlos. Ahora, lanzó una fatídica orden:

—¡Matadlos! ¡Matadlos a todos!


Anakin se irguió en el centro de la sala de control, rodeado por las humeantes pilas de escombros que hasta ese momento habían sido los guardias de los rehenes.

Para Reija Momen, que sólo instantes antes estaba sentada en el suelo, apoyada contra uno de los muros y rodeada por sus compañeros, la llegada del Jedi había ocurrido en medio de un estallido de ruido y furia tan sorprendente e inesperado que al principio no se dio cuenta de lo que pasaba. Los soldados ARC llegaron hasta ella y le tendieron una mano para ayudarla a ponerse en pie. Otros clones ya estaban ayudando a sus compañeros y llevándoselos a través de las destrozadas puertas. Pero Reija avanzó hacia la solitaria figura del centro de la sala y lo besó en la mejilla. El beso fue toda una sorpresa para Anakin. Sabía que el contraataque androide estaba a punto de producirse, y sabía de qué dirección llegaría. Estaba a punto de activar de nuevo su sable láser, cuando Reija lo besó.

Sin pensar siquiera en el resto de los presentes, Anakin pasó automáticamente su brazo por encima de los hombros de la mujer y la atrajo hacia él. Ella dijo algo, y el Jedi sonrió y la miró. Lo que vio en ese breve instante fue un profundo fogonazo de reconocimiento. En medio de aquel caos de muerte y destrucción, en aquella situación desesperada, con el enemigo convergiendo hacia él y siendo la huida una mera posibilidad, cuando menos peligrosa, Anakin Skywalker experimentó... la paz. En el breve instante que duró ese inesperado beso, una profunda laxitud se apoderó de él; deseó apoyar la cabeza en el hombro de la mujer y descansar. Sólo descansar. Quizás hasta dormir, perder de vista aquel horrible lugar y no despertar hasta la mañana siguiente.

Lo que pasó a continuación pudo tener consecuencias inimaginables; fue como si Anakin Skywalker tuviera una revelación. En un microsegundo vio lo que iba a suceder y adonde le conduciría, pero le resultaba imposible cambiarlo. Se sintió como un niño testarudo y desobediente al que obligaban a sentarse, a estar callado y contemplar un espectáculo de marionetas.

Un androide de combate entró en la sala por la puerta más alejada y apuntó a Anakin con su rifle láser. Reija Momen se interpuso entre los dos en el momento en que el androide disparaba. El rayo alcanzó el pecho de la mujer, lanzándola con violencia contra Anakin. Ella no protestó, no gritó, su boca sólo formó una pequeña "o" y miró suplicante al joven Jedi. Anakin la sostuvo entre sus brazos y vio cómo la fuerza vital de Reija la abandonaba lentamente. El recuerdo de su madre muerta lo inundó y sintió que la rabia empezaba a dominarlo.

El androide permanecía inmóvil, sin dejar de mirar a Anakin. Daba la impresión de que esperase cortésmente a que Reija Momen muriera antes de volver a disparar. La sala de control permaneció en silencio un largo momento, roto únicamente por el repetido repiqueteo, mientras el androide oprimía impotente el gatillo de su rifle. Anakin se había salvado gracias a la pobre labor de mantenimiento del ejército de Tonith.

En ese instante volvió a convertirse en un ángel vengador.

Capítulo 28

—Son demasiadas —exclamó el teniente comandante Vitwroth mientras contemplaba cómo la flota enemiga llenaba lentamente las pantallas de la
Mandian
.

Miró hacia el capitán Foth, sentado en su sillón, en silencio y con los dedos tamborileando suavemente en uno de los brazos de la butaca.

—Nunca había visto tantas naves reunidas —comentó.

La flota principal en torno a Praesitlyn ya estaba advertida del peligro que se acercaba.
¿Y ahora qué?
, se preguntaban todos a bordo de la
Mandian
. Todos, salvo el capitán Foth.

—Muy impresionante, ¿verdad?

—Han sido capaces de permanecer camufladas hasta encontrarse casi a tiro, señor —dijo Vitwroth—. ¿Cómo lo habrán conseguido?

—Igual que pudieron bloquear las comunicaciones. Tienen dinero de sobra para invertirlo en investigación y desarrollo —replicó Foth—. Ahora veremos lo bien que saben combatir.

—Naves enemigas al alcance, capitán —anunció el oficial artillero—. Estamos preparados para abrir fuego, señor.

—No. Nuestro trabajo era observar, informar y volver con la flota. Y ahora vamos a volver. Timonel, sáquenos de aquí.


El olor del cabello de Reija seguía aleteando en las ventanas de su nariz. Anakin recurrió a la Fuerza. Una sensación de poder invencible lo inundó, llenándolo por completo. No había experimentado la Fuerza de una forma tan intensa como ahora ni siquiera en la desesperada batalla con los tanques androides enemigos, o durante el asalto a la colina. En ese instante, en completa comunión con la Fuerza, supo que podía hacer cualquier cosa. Y se sintió bien. Toda idea de su misión, de la retirada a los transportes, de la evacuación de rehenes, de que ya podía enviar la palabra "victoria" a Nejaa, se evaporó como si nunca hubiera existido.

—¡Seguidme! —ordenó a sus tropas clon.


En el exterior del edificio remaba el caos.

Odie, ayudada por el cabo Raders y el soldado Vick, había acompañado a los rehenes hasta el transporte de Erk. Ahora podía ver al piloto en la cabina, levantando el pulgar y sonriendo ampliamente. No obstante, los separatistas estaban avisados de su presencia y, a pesar del continuo bombardeo de la artillería de Alción, los androides de combate convergían hacia ellos. Los soldados clon disparaban para mantener el perímetro defensivo.

La voz de Erk crujió en los auriculares de Odie.

—Buen trabajo. Subid a bordo y larguémonos de aquí.

—No podemos. El comandante sigue ahí dentro —respondió Odie.

—Vamos, sabe cuidar de sí mismo —ordenó Erk—. Sube a bordo y deja que saquemos a esa gente de aquí —como si quisiera recalcar las palabras de Erk, un láser pasó entre las piernas de Odie y se estrelló contra el muro del edificio.

—¿Qué ocurre? —preguntó Raders, llegando a la altura de la chica y mirando hacia el piloto.

—El comandante sigue dentro. No podemos abandonarlo —le informó Odie.

—Sí podemos, claro que podemos —replicó Raders—. Vamos, sube. Ya has hecho tu trabajo.

—¡No! —la chica se libró bruscamente de la mano de Raders y retrocedió, esquivando un láser que casi le arrancó la nariz—. ¡Yo vuelvo dentro!

—¡Estás loca! —maldijo Raders—. Vas a conseguir que nos maten a todos.

Vick llegó corriendo hasta ellos.

—¿Qué rayos está pasando aquí? Nos están acorralando. ¡Tenemos que evacuar a los rehenes!

El trío estaba en tierra, a la sombra del transporte de Erk. Un soldado clon se les acercó.

—No podremos aguantar mucho más —dijo con una voz tan calmada que parecía estar en el campo de entrenamiento—. El perímetro defensivo está a punto de ceder. ¿Cuáles son sus órdenes?

Un disparo láser impactó entre sus hombros, lanzándolo hacia delante, perforando y quemando su blindaje, explotando a través de su pecho.

—Se acabó. Márchate —gritó Vick a Erk.

De momento, el blindaje deflector del trasbordador de Erk los había salvado de sufrir daños graves. Sus motores estaban preparados. El piloto sacudió la cabeza con tristeza y alzó la rampa.

—Buena caza —susurró con voz quebrada. Su transporte empezó a avanzar lentamente al mismo tiempo que se alzaba del suelo—. Creo que esto significa que no estábamos destinados a compartir nuestras vidas.

En ese momento, uno de los cañones pesados del enemigo alcanzó la nave de Anakin, haciendo que explotase en una cegadora bola de fuego. La onda expansiva lanzó al trío contra el muro de un edificio cercano, pero sólo sufrieron magulladuras, y la nave de Erk estaba demasiado lejos para sufrir daños.

Los tres se miraron entre sí.

—Gracias, soldado, nos has matado a todos —dijo Vick amargamente.

El fuego de los soldados clon había cesado y, desde donde se encontraban, podían ver cómo los androides de combate enemigos se acercaban. Odie apuntó con su pistola al primero.

—Todavía no —dijo Raders, colocándole una mano en el hombro—. Entremos en el edificio. Quizás el comandante y sus clones sigan vivos ahí dentro. Quizá podamos escapar antes de que vuelen todo esto.

—¡Oh, estamos muertos, muertos, muertos! —gruñó Vick.

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