La princesa prometida (50 page)

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Authors: William Goldman

Tags: #Aventuras

BOOK: La princesa prometida
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—¿Dónde ha aprendido esas palabras? —preguntó Westley.

—No lo sé, pero creo que será mejor que obedezca —dijo Íñigo, apresurándose hacia el fuego.

Y ahora Fezzik señalaba la espada grande:


Esterilízala en el fuego.

—¿Por qué? —dijo Íñigo, llevándole a Fezzik el jabón y la toalla.


Para hacer el corte.

—No —dijo Westley—. ¡No voy a dejar que le des la espada!

Y entonces la voz adquirió un poder más aterrador que nunca.

«Este niño es un holgazán. Así es como llamamos a los que se demoran demasiado en nacer. Pero éste es peor que eso: viene de espaldas. Y tiene una vuelta de cordón umbilical que le aprieta la garganta. Así que, si deseas vivir tu vida a solas, guárdate la espada. Pero si deseas tener un hijo y una mujer a tu lado, haz lo que te digo».

—Que sea para lo mejor —dijo Westley, e hizo un gesto a Íñigo para que le entregara la gran espada al gigante.

Fezzik la llevó hasta el fuego, calentó la punta hasta dejarla al rojo vivo, volvió al lado de la dama y se arrodilló.


Ahora el cordón umbilical aprieta mucho. La respiración se está acabando. Tenemos poco tiempo.

Y durante un rato Fezzik cerró los ojos, respiró profundamente. Y entonces procedió.

Y sus manos enormes eran tan delicadas, los dedos gigantes tan expertos, y mientras Westley e Íñigo observaban, las manos de Fezzik cumplían su cometido, y la espada tocó la piel de Buttercup, y entonces hizo el corte, largo y preciso, y luego brotó la sangre, pero los ojos de Fezzik sólo brillaron un poco y sus dedos bailaban, y tocó por dentro y con delicadeza la sacó, sacó a la niña del vientre, una niña, Buttercup estaba equivocada, era una niña, y aquí estaba finalmente, rosada y blanca como un caramelo…

… aquí estaba Waverly…

4.
L
A CAÍDA DE
F
EZZIK

Al principio ella estaba bastante más abajo, contorsionándose y girando con el impulso y el viento. Fezzik no había visto nunca el mundo así, desde esas alturas, a cinco mil metros y sin nada debajo para detener la caída; nada más que unas formaciones rocosas al fondo de todo.

La llamó pero, por supuesto, ella no podía oírle. Intentó acercarse pero, por supuesto, no ganaba nada. Hay leyes científicas que explican que los cuerpos caen a la misma velocidad, sea cual sea su tamaño. Pero los que hacen las leyes no intentaron nunca explicar a Fezzik, porque sus pies, tan inútiles a la hora de buscar puntos de apoyo en laderas escarpadas, no tenían parangón cuando revoloteaban en el aire en caída libre. Preparó las manos para recibir la entrega y entonces se puso a trabajar, moviendo los brazos con fuerza y revoloteando con los pies a una velocidad que, si intentabas verlos, era imposible, y entonces Fezzik tomó más velocidad…

… y la distancia entre ellos empezó a reducirse. De treinta metros a la mitad, luego la mitad de eso, luego otra mitad y cuando estuvo muy cerca, Fezzik la llamó, con su palabra:

—¡Niiiiña!

Ella lo oyó y miró hacia arriba y cuando tuvo sus ojos, Fezzik hizo su mueca favorita —tocando la punta de la nariz con la lengua— y ella lo vio, por supuesto, y entonces, claro, la niña se echó a reír feliz.

Porque ahora sabía lo que estaban haciendo. Tan sólo otro de sus juegos gloriosos, de esos que siempre acababan tan felizmente…

Desde el principio fueron distintos. A veces, cuando ella era muy chiquita y dormía la siesta y Fezzik ayudaba a Buttercup, él decía:

—Tiene que despertarse.

Y Buttercup decía:

—No, no es cierto, simplemente…

Y entonces se callaba hasta decir «es cierto», porque Waverly empezaba a pestañear y llevaba el pañal empapado, y Buttercup miraba a Fezzik en esos momentos llena de asombro.

O a veces Waverly y Buttercup jugaban alegremente y Fezzik las observaba, siempre allí, contemplándolas muy de cerca, y Buttercup decía:

—Fezzik, ¿por qué tienes esa cara tan triste?

Y Fezzik contestaba:

—No soporto que se ponga enferma.

Y entonces, aquella noche, la niña tenía fiebre.

El gigante sabía cuándo tenía hambre, cuándo estaba cansada, sabía por qué sonreía. Y cuándo la pataleta estaba a punto de llegar.

Lo cual le convertía, a ojos de Buttercup, en el canguro perfecto, puesto que, ¿cómo se podía superar a un canguro que era capaz de prever lo que iba a ocurrir? De modo que Fezzik la cuidaba todo el tiempo, y cuando se dormía él se sentaba entre la niña y el sol. Y por eso, cuando la niña creció, lo llamaba «sombra»… porque él era esto, la sombra de sus primeros días.

Más adelante, cuando ella aprendió algunos juegos, no tenía más que parpadear en dirección a él para que Fezzik supiera no sólo que quería jugar, sino a qué juego. Westley estaba de acuerdo con Buttercup en que, a pesar de que, sí, la suya, la suya era una relación canguro-niño fuera de lo habitual, era una bendición, puesto que a ella le proporcionaba tiempo para cicatrizar y recuperarse y, mucho mejor, a la pareja tiempo para estar a solas. De modo que Fezzik y Waverly aprendieron el uno del otro y lo pasaban bien juntos. Con altercados ocasionales, por supuesto, pero eso viene incorporado, como Buttercup le explicó un día, con el hecho de ser madre.

—¿Puede venir Waverly a jugar conmigo en el torbellino? —preguntaba Fezzik todo el tiempo.

Buttercup vacilaba:

—Es que se cansa demasiado, Fezzik.

—Por favor, por favor, por favor.

Buttercup acababa cediendo, claro, y entonces se marchaban, pasando primero a buscar la pinza para la nariz, y se metían en el agua, con Waverly sentada con seguridad en su cabeza y las manos de Fezzik sujetándole las piernas, y
¡splash!
Mirarlos, como Íñigo y los padres de la niña hacían a menudo, resultaba realmente mágico. Porque Fezzik, una vez conquistado el torbellino, había trabado amistad con él: pateaba para conseguir velocidad, luego nadaba hasta el remolino y se dejaba transportar por él, con Waverly gritando emocionada y Fezzik equilibrándose mientras juntos se deslizaban por el agua, su juego favorito, que casi siempre acababa con tanta alegría…

Fezzik estaba ahora lo bastante cerca para alcanzarla, así que lo hizo, cogió a la niña entre sus brazos, hizo otra mueca, ahuyentó sus miedos.

—Sombra —le dijo ella, feliz.

Ahora estaban a mil metros.

Entonces la acercó más hacia él.

Luego a unos setecientos metros.

A medida que las rocas se aproximaban más y más, sabía que jamás se podría salvar. Pero si lograba arropar a la niña con su cuerpo, si conseguía tenderse boca arriba y cogerla con los brazos para que su poderosa espalda absorbiera todo el golpe, tenían muchas posibilidades de que ella recibiera una sacudida, sí, una terrible sacudida.

Pero podría sobrevivir.

Echó el cuerpo bien plano a contraviento. La atrajo hacia él con toda su fuerza delicada.

—Niiña —le susurró al final—, si alguna vez necesitas sombra, piensa en mí.

Una mueca final.

Una carcajada maravillosa por respuesta.

Fezzik cerró entonces los ojos, pensando sólo en esto: gracias a Dios que, al fin y al cabo, he sido un gigante…

Cuando acabé, Willy estaba en silencio. Recogió su pelota de béisbol y su frisbi y tocó el botón del ascensor. Era la hora de la cena y tenía que llevarlo de vuelta a casa. No volvió a decir nada hasta que estuvimos en la calle.

—No me creo que Fezzik se muera. Me da igual cómo se llame el capítulo.

Yo asentí con la cabeza. Anduvimos en silencio, y ¿recordáis cómo Fezzik era capaz de adivinar lo que le pasaba a Waverly ? Pues bien, a mí me pasa lo mismo con Willy, al menos cuando tengo un buen día, y entonces supe lo que iba a preguntarme.

—Abuelo… —dijo finalmente.

¿Creéis que eso me gusta? ¿Os acordáis de la cantidad de dinero que Westley iba a obtener cuando decidió abandonar a Buttercup harto de que ella lo atormentara con sus comentarios sobre los chicos del pueblo? Me gusta en esa cantidad.

—Habla al micrófono —le dije, imitando un micro con la mano.

—Vale… ¿sabes aquella cosa que invadió a Fezzik? Es eso lo que no entiendo. ¿Cómo sabía la cosa que tenía que invadirlo en aquel momento preciso? Quiero decir que, si lo hubiera invadido un día antes, se tendría que haber esperado dentro de él veinticuatro horas, sintiéndose un poco tonto.

Le dije que dudaba que aquella pregunta hubiera sido formulada en el planeta Tierra alguna vez.

Jason y Peggy estaban esperando en la puerta.

—Ha estado bien, papá —dijo Willy—. Jugaba mucho con el tiempo.

—De verdad necesitamos otro novelista en la familia —dijo Jason, y yo me reí y los abracé a todos y luego me dispuse a volver a casa. Hacía una fantástica noche de primavera, de modo que dejé que el parque se apoderara un rato de mí, mientras andaba en silencio, pensando.

Lo primero que hay que decir: Morgenstern no ha perdido demasiado de su empuje. Ésta es una obra claramente distinta de La princesa prometida, pero él era mucho más viejo cuando la escribió.

Y puesto que tal vez éste sea el final de mi intervención, tengo un par de ideas finales que expresar.

Como Willy, yo tampoco pienso que Fezzik fuera a morir aquí. Apuesto a que Morgenstern lo salva. Ya lo salvó de la flecha de Humperdinck con la capa del holocausto, y aquí también se le ocurrirá algo.

El Fragmento Inexplicado de Íñigo. ¿Qué era? ¿No nos podía haber dado al menos un par de pistas referentes al por qué? ¿Va a tener sentido más adelante?

¿Quién era el loco de la montaña? ¿Nació realmente sin piel? ¿Cómo capturó a Waverly? ¿Era él mismo el secuestrador, o pertenecía a una banda? Y si era miembro de una banda, ¿quién era el jefe?

¿Y quién invadió a Fezzik?

En aquel momento me adelantó una pareja atractiva. Ella estaba muy embarazada y yo le deseé una Waverly, y entonces me di cuenta de una cosa; ésta:

Hemos hecho juntos un largo recorrido, vosotros y yo, desde que Buttercup figuraba sólo entre las veinte mujeres más bellas de la tierra (debido a su potencial), montando a caballo y mofándose del granjero, e Íñigo y Fezzik fueron traídos para matarla. Vosotros me habéis escrito cartas, habéis mantenido el contacto, y jamás sabréis cuánto os lo agradezco. Una vez estaba en la playa de Malibú, hace años, y vi a un muchacho que rodeaba con el brazo a su chica, y ambos llevaban camisetas en las que ponía WESTLEY NEVER DIES («Westley no morirá nunca»).

Me encantó.

¿Y sabéis qué? Estos cuatro me gustan: Buttercup y Westley, Fezzik e Íñigo. Todos han sufrido, han recibido castigos, no han sido educados con cucharitas de plata. Y siento realmente unas fuerzas terribles que se ciernen a su alrededor. Realmente sé que les esperan cosas peores de las que jamás han vivido. ¿Sobrevivirán siquiera? La muerte del corazón, dice el subtítulo. ¿Muerte de quién? Y quizás todavía más importante, ¿del corazón de quién? Morgenstern ni siquiera les ha dado nunca una oportunidad fácil de ser felices.

Esta vez, espero de verdad que los deje llegar hasta ahí…

Florin City/Nueva York
16 de abril de 1998

WILLIAM GOLDMAN es un escritor, novelista, guionista y articulista estadounidense nacido en Highland Park, Illinois, el 12 de agosto de 1931. Ha publicado obras bajo dos pseudónimos, Harry Longbaugh y Simon Morguestern. Precisamente bajo este último alias fue como vio la luz la que es su novela más conocida,
La princesa prometida
, publicada en 1973 y llevada al cine por el director Rob Reiner en 1987.

Es el autor de dos de los libros más importantes publicados acerca de la industria del entretenimiento cinematográfico,
Adventures in the screen trade
(1982) y
Wich lie did i tell
(2000). Ganador de un premio Oscar al mejor guión original por
Dos hombres y un destino
(
Butch Cassidy and the Sundance Kid
) en 1970 y de otro al mejor guión adaptado por
Todos los hombres del presidente
(
All the President’s Men
) en 1977, Goldman fue uno de los guionistas cinematográficos más afamados del último cuarto del siglo XX. Otros trabajos suyos que fueron llevados al cine son
Un puente lejano
,
The Stepford wives
,
Misery
(adaptando al cine la novela homónima de Stephen King),
Chaplin
,
Maverick
o
La hija del general
.

Notas

[1]
Asociación de mujeres judías, muy popular en Estados Unidos.
(N. de la T.)
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[2]
Referencia al personaje de cómic Mandrake el Mago.
(N. de la T.)
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