He aquí lo que puso: «Estoy tan contento de que Stephen King se incorpore a nuestro proyecto. Francamente, estoy cansado de todo el tema Morgenstern, de modo que les deseo a todos lo mejor. Y no sé cómo se sienten, pero yo tengo muchas ganas de leer
El bebé de Buttercup
».
La miré un instante antes de hablar. Ahora me parecía como Bela Lugosi.
—No va a hacerlo. Stephen King. Lo conozco un poco y no hay ningún motivo en el mundo que le pueda arrastrar a hacer algo así.
—Stephen no tiene la sensación de «ser arrastrado» a hacer nada. Está realmente contento. Hablo cada día con él. Y seguiré haciéndolo hasta que haya acabado todo.
—No te creo. No sé qué estás buscando, pero búscate otro comprador.
Y con estas palabras me levanté.
—No siempre se llamó King —dijo entonces Carly—. Tiene ancestros que vivieron en Florin City hace muchos años. Todavía vuelve a pasar el verano.
Volví a sentarme.
—¿Sabe algo de mí?
—Bill, claro que sí. Y le dije exactamente lo que decía el acuerdo de paz: que estás agotado. Es bastante fácil de creer. Dios mío, no has vuelto a escribir una novela en más de una década.
Ahora se parecía muchísimo a la Leatherface de
La matanza de Texas
.
—Te veré en los tribunales —le dije, mientras dejaba dinero sobre la mesa y me disponía a salir. Una frase bien vacía y tonta. Ella podía seguir presionándome con las demandas. Sin duda, tema todas las cartas.
Todas menos una.
Al final de la mañana siguiente me encontraba sentado en el aeropuerto de Bangor, en Maine. Conocía a King básicamente de
Misery
, un guión que escribí a partir de una de sus mejores novelas, y una de sus favoritas. Había venido a Bangor sólo un par de veces, los típicos viajes para documentarte, charlar con él, hacerle un par de preguntas que pensé que era mejor que me contestara en persona que por teléfono. Tuvimos otro encuentro con él una vez hecha la película, cuando Rob Reiner, el director, y yo nos paseábamos por el vestíbulo del cine mientras duraba el pase, esperando que le estuviera gustando. Para nosotros, gustarle significaba mucho. La carrera de Rob despegó realmente con
Stand by Me
, otra obra de Kins (basada en su novela
The Body
).
Tan pronto como le vimos salir de la sala pudimos ver que estaba encantado con lo que habíamos hecho con su bebé. Le gustaba especialmente Kathy Bates. (No era el único. Ganó el Oscar a la Mejor Actriz.) Es curioso, pero lo que recuerdo todavía mejor son los momentos inmediatamente anteriores a que empezara el pase, cuando nos dejó para ir a sentarse en su butaca: su expresión era tan esperanzada. Como la de un niño. Se lo comenté a Rob y me dijo: «Creo que es tan vulnerable ahora como cuando empezó; as: es como ha conseguido seguir siendo Stephen King».
No creo que nadie se dé cuenta del fenómeno que es. No se trata sólo de los cientos de millones de libros vendidos, sino que se haya mantenido como el número uno mundial durante tanto tiempo:
Carrie
salió en 1974… lleva un cuarto de siglo siendo el que está más cerca del fuego.
Ahora le veía acercarse a través de la ventana. Vaqueros, camisa de leñador, arrastrando los pies. King es mucho más grande de le que te imaginas. Y asombrosamente modesto.
Nos sentamos en un rincón alejado de la sala de espera. Yo llevaba sin comer desde el legendario almuerzo el día anterior con el Diablo de Florin. Y me había pasado media noche en vela preparándolo todo, pensando en cómo plantear las cosas racionalmente, de novelista a novelista, de narrador a narrador, y tal como lo imaginaba en mi cabeza, yo no iba ni por la mitad cuando él me respondía: «Bill, esa bruja me mintió, me dijo que tú no querías hacerlo. Yo sólo dije que me iba a incorporar a su equipo porque habló con un puñado de parientes que todavía tengo allí y me presionaron, pero me sentí arrastrado hacia el maldito proyecto desde el principio».
El silencio continuó. King me miraba. Esperando. Yo sabía que le estaba poniendo nervioso, ahí sentado, pero no sabía cómo empezar. Lo único que sabía era que no quería que se sintiera incómodo. Ni, lo que hubiera sido peor, sentirme yo humillado.
Finalmente me preguntó:
—¿Cómo está Kathy? Me gustó mucho en
Titanic
.
Te está ayudando a empezar, me dije a mí mismo. Háblale de Kathy Bates. Tienes una estupenda anécdota de Kathy Bates; cuéntasela.
—No la veo muy a menudo, pero ¿te he contado cómo consiguió el papel de
Misery
? Es una historia divertida.
King sacudió la cabeza.
—Escribí el papel para ella. La había visto en el teatro durante años; es una de las mejores actrices, pero nunca había tenido su gran oportunidad en el cine, y antes de empezar estuve hablando con Rob y le dije: «Voy a escribir este papel para Kathy Bates». Y Rob me dijo: «Ah, qué bien. Es magnífica. La contrataremos».
—¿Y luego? —preguntó King.
—La cosa quedó así. El papel femenino más buscado de aquel año y fue a esta desconocida. Me encantó participar en esto; cambiar una vida.
—Buena anécdota, es cierto —dijo King, intentando parecer entusiasmado. Pero yo sabía que no lo decía de corazón.
—¡No! —dije, demasiado alto, pero es que no estaba en mi mejor momento, como los lectores de estas páginas ya habrán advertido—. No —repetí, en un tono más dialogante—, ésa no era la anécdota. Ahí va mi gran anécdota.
King esperó.
—Bueno. Así que Rob la cita. Están ellos dos solos en la sala y Kathy nunca ha estado cerca de hacer un papel protagonista en una película, y Rob se limita a soltárselo: «El papel es tuyo». Kathy se queda en silencio un momento antes de decir: «El papel. Es mío». Rob asiente, le repite la noticia. «Todo tuyo». Se hace una nueva pausa hasta que Kathy sale con esto: «El papel de Annie. Annie Wilkes. ¿Ese papel?». Rob vuelve a asentir. «Annie Wilkes; el papel protagonista». Y ahora un poco más rápido, Kathy dice: «Y es para mí y ya está todo organizado y decidido». «Todo organizado y decidido», dice Rob. Ahora ella se inclina un poco hacia delante: «Déjame que me aclare del todo: ¿voy a interpretar a Annie Wilkes, el papel protagonista, en
Misery
?». «Eso es», contesta Reiner. Y Kathy continúa: «Está hecho y decidido. Quiero decir que, definitivamente, ¿seré yo quien interprete a Annie, y ya está organizado, no hay ningún error ni nada?». Y Rob le dice: «Está tan decidido que ni tú te lo creerías». Y entonces se hace un momento de silencio en la sala. Y entonces ella suelta: «¿Se lo puedo contar ya a mi madre?».
A King le encantó. (A mí también. Es una de mis historias dulces de Hollywood favoritas de todos los tiempos.) Se rió y luego sonrió y me miró con curiosidad, y yo levanté la mano derecha y dije: «Todo cierto, palabra de honor», y finalmente me pude sentir relajado. Ahora me sentía capaz de hacerlo, de hablar con él, de convencerle de que no hiciera la secuela porque, al fin y al cabo, yo había hecho
La princesa prometida
y, hasta en este planeta, la justicia era a veces justa, y él dijo: «Me gustó mucho la película». Y yo dije: «A mí también, y no sólo Kathy; ¿qué te pareció Jimmy Caan?». Entonces él dijo: «Quise decir
La princesa prometida
».
—Gracias. A mí también —y estaba a punto de continuar cuando me di cuenta de algo. Algo terrible. No había mencionado la novela, sólo la película. Pero, Dios mío, tenía que haberle gustado: simplemente me estaba volviendo un poco paranoico.
—Ojalá pudiera decir lo mismo de la novela —afirmó, y pude percibir cómo le dolía decirlo.
El narrador más popular del siglo te dice que como narrador dejas mucho que desear. Me gustaría poder contar que me enfrenté a la situación con madurez, pero, por desgracia, lo que dije, como un auténtico gilipollas, fue:
—¿Ah, sí? Pues a mucha gente le encantó, gracias.
De pronto se inclinó hacia mí:
—Bill, la manera en que le pillaste el estilo es correcta, pero el hecho es que no me gusta mucho lo que hiciste a la hora de resumir. Por ejemplo, en el capítulo 4: cortaste setenta páginas sobre la formación de Buttercup. ¿Cómo pudiste hacerlo? Había cosas maravillosas en aquel fragmento. Deberías haber estado en la Royalty School. Es uno de los edificios más magníficos de los que quedan en toda Europa. El curriculum de Buttercup es asombroso. ¿Cómo pudiste eliminarlo?
—Yo estaba interesado principalmente en la historia, ya sabes, el argumento.
Y entonces fue cuando se lo dije:
—Nunca he estado allí. En Florin. ¿Qué importancia tiene haber estado o no?
—¿Me preguntas qué importancia tiene? Viniste hasta aquí tan sólo para comprobar detalles de la adaptación de un guión.
En aquel momento no dije nada porque presentía que se avecinaba una terrible tormenta y sabía que me podía derribar.
—Por eso quiero encargarme de
El bebé de Buttercup
—dijo—. Para que ahora se hagan las cosas bien.
Era hombre muerto. Me levanté, le di las gracias por el tiempo que me había dedicado y me dispuse a marcharme, destrozado.
—Lo lamento de veras —dijo.
Esbocé una sonrisa. No era lo que más fácil me resultaba en aquel momento, pero King me caía bien y no quería que precisamente él me viera hundido.
Entonces me llamó:
—Bill… espera. Se me acaba de ocurrir una idea. Escucha: yo haré el resumen, y tú puedes hacer el guión de la película. Pactaré que sea una cláusula de mi contrato.
King estaba tratando de ayudarme, eso lo comprendí, pero allí mismo, en el aeropuerto, me puse a contarle que mi padre me leía y que luego a Jason no le gustaba, y que luego yo me di cuenta de que mi padre me había estado leyendo sólo las partes buenas y que ahora Jason era yo y que tenía un hijo, Willy, ese chaval estupendo que llevaba mi nombre, y que Willy ahora quería que yo le leyera, y que nada de este tema de los resúmenes hubiera existido si no hubiera sido por mí, y le pregunté qué haría él si algún día lo acababa perdiendo, su poder, el poder de la narración, como yo había perdido el mío, y si le gustaría pasarse el resto de su vida escribiendo papeles perfectos para gente perfectamente horrible que resultaban ser la estrella de cine de la semana en curso, con todo ese poder…
… y me sentí lo que menos quería sentirme en el mundo, humillado, de modo que lo dejé allí, esforzándome por no salir corriendo por la puerta, por desaparecer…
El avión de regreso a Nueva York despegaba al cabo de tres horas, de modo que tomé un taxi, me escondí en Bangor hasta la hora del vuelo, y luego tomé otro taxi hasta el aeropuerto.
Retraso. Problemas climáticos.
Me senté en un banco del aeropuerto, me recliné y cerré los ojos hasta que oí a King preguntándome:
—¿Tuviste que venir hasta Maine para sufrir una crisis nerviosa? —Estaba sentado a mi lado—. Dijiste algo muy cierto, y he pensado mucho en ello: todo ese asunto de los resúmenes no hubiera empezado si no hubiera sido porque tu padre se dedicó a saltarse pasajes. Así que, de algún modo, tienes toda la razón; es tu hijo, tú lo creaste.
Pausa.
Entonces lo dijo.
—Prueba con el primer capítulo.
Podía deducir por mi expresión que yo no entendía del todo lo que me estaba diciendo. Creo que tuve la misma reacción que Kathy cuando Rob hablaba con ella.
—Mira, estamos en el veinticinco aniversario de
La princesa prometida
, ¿no? De tu versión. —Así era—. Probablemente tu editor querrá hacer algo, quizá reeditarlo en tapa dura.
Yo asentí. Ya habíamos hablado de eso.
—Bueno, pues resume el primer capítulo de
El bebé de Buttercup
. Inclúyelo si quieres. Probablemente deberás redactar una introducción al capítulo, explicando por qué no vas a hacer todo el libro. Yo llamaré a los Shog. Les comunicaré mi decisión. No les va a gustar pero la aceptarán. Llevan años queriendo hacer negocios conmigo. Los derechos florineses de mi obra caducan en un par de años.
Entonces vaciló un momento, y me pregunté si estaría cambiando de opinión. Me limité a esperar, cruzando los dedos. Entonces sacudió la cabeza y puso una expresión que bien podía significar «¿No es una locura lo que estoy haciendo?», pero luego pronunció estas maravillosas palabras:
—Bill, espero que esta vez te esfuerces de verdad.
—¡Me voy a documentar como nunca! —le dije. (Y sabe Dios que lo hice.)— ¿Pero qué pasa una vez haya escrito el capítulo?
—Vayamos paso a paso —respondió—. Tú escríbelo; luego yo lo leeré, los lectores de Morgenstern lo leerán. Les mandaré un puñado de copias a todos mis primos de Florin, a ver lo que opinan. —Se levantó, me miró—. Creo que lo más importante es en realidad Morgenstern. Él era un maestro y estaría bien complacerle, ¿no lo crees?
—Eso sería lo mejor de todo —dije, palabra de honor.
Nos dimos un apretón de manos, nos despedimos, se dispuso a marcharse, se volvió a mirarme otra vez.
—¿No has leído
El bebé de Buttercup
, verdad?
—Todavía no.
—Es una historia bastante sorprendente.
—¿Qué quieres decir? ¿Que ni siquiera yo sería capaz de estropearla?
—Exacto —dijo Stephen King, y sonrió…
Partí rumbo a Florin de inmediato. (Aunque no llegué a Florin de inmediato, por supuesto. Los magos de la programación de los vuelos de Florin Air se ocuparon de ello. Tomé el vuelo nocturno de Air France con destino Bruselas, donde puedes conectar con InterItalia, que te deja en Guilder, y luego otro breve vuelo hasta llegar a Florin City.) Llevaba una lista de sitios que debía visitar. La Royalty School, por supuesto, ya que King había hecho tanto énfasis en ella; los Acantilados de la Locura —llamé previamente para concertar una visita; el lugar está hoy día locamente atiborrado de visitantes—; el bosque donde tuvo lugar la batalla de los Arboles, una y otra vez. King me había facilitado una lista de amigos y expertos que pensaba que me podían resultar útiles. Uno de sus fantásticos primos regentaba el mejor restaurante de Florin, una bendición, porque Florin, como bien debéis saber, es la capital de los tubérculos de Europa, un mérito de sus agricultores, pero la rutabaga es su plato nacional y puedes acabar aborreciéndola muy rápidamente a menos que tengas cerca un cocinero experimentado.
Los primeros días me resultaba extraño mirar los lugares reales que de niño pensé que eran imaginarios. Me preocupaba que pudieran no estar a la altura de mis fantasías. (Algunos no lo estuvieron; la mayoría sí.)