—No.
—¿Por qué no? Nuestras vidas dependen de ello, así que, por favor, piénsalo un rato.
Fezzik no necesitó más tiempo:
—Venid a mis brazos —dijo, en voz baja.
Westley lo miró tan sólo un momento más. Luego se volvió hacia Pierre:
—Necesitaremos cadenas y una pequeña embarcación.
Hizo una pausa y luego añadió:
—Ahora id rápido. Debéis acercarnos a la isla del Único Árbol antes del amanecer.
El
Venganza
hizo un tiempo espectacular, a todo trapo y con el viento a favor, y pronto se encontraron navegando por un lugar remoto del mar de Florin. Antes del amanecer, la pequeña embarcación fue bajada al agua y los cuatro, ahora todos fuertemente encadenados a Fezzik, se embarcaron en ella. Ni Westley ni Íñigo eran capaces de moverse demasiado. Fezzik tomó los remos, Westley hizo un gesto con la cabeza y Fezzik se puso a remar.
Desde el puente, Pierre dijo:
—Pediré a Dios que nos volvamos a ver.
—Hazlo —le contestó Westley.
Buttercup lo acurrucó en su regazo:
—Eso ha sido muy cariñoso por su parte —dijo—. No parecía un hombre de demasiadas convicciones religiosas.
—Esta será nuestra primera plegaria. Y no podría ser para un grupo más necesitado que el nuestro.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Buttercup.
—Abracémonos todos —dijo Westley—, mientras podamos hacerlo.
—Eso es un poco cenizo de tu parte, ¿no crees?
Fezzik escuchaba. Aterrorizado. Pero tenía tantas preguntas por hacer que no sabía por dónde empezar. De modo que siguió remando. Y de vez en cuando sonreía a Íñigo. Quien de vez en cuando era capaz de devolverle la sonrisa.
Entonces se quedaron en silencio, los cuatro. Durante lo que pareció ser un rato interminable. La noche no podía ser más bonita. La temperatura suave. Las olas invisibles. Una brisa fragante y balsámica.
Aaaaaah.
Fezzik seguía remando, había conseguido un buen ritmo, con sus grandes brazos disfrutando de la excursión. Remó más fuerte durante un rato y, por supuesto, la barca avanzó más rápido. Luego recuperó el ritmo normal y, por supuesto, la barca aminoró. Fezzik disfrutaba con esos cambios de ritmo; rompían la monotonía; más fuerte, más rápido, normal, más lento, más fuerte, más rápido, normal. Más rápido.
Hum —pensó Fezzik—, me pregunto qué ha ocurrido.
Volvió a remar más fuerte otra vez y ahora la barca parecía volar, y fue entonces cuando Fezzik sacó los remos totalmente del agua…
… y la barca se deslizó mucho más rápido que antes. Y entonces, a lo lejos, pero acercándose rápidamente, vino el rugido. Y Fezzik dijo:
—Oh, Westley, he hecho algo mal, lo siento, no quería zumbar así. Tan sólo intentaba romper la monotonía, rápido, lento, algo así, y nunca quise que esto sucediera.
—No eres tú —contestó Westley, manteniendo el tono de voz todo lo tranquilo que pudo para no alarmar a sus camaradas—, nos ha pillado el torbellino.
Íñigo abrió los ojos de par en par al oír la palabra:
—Fezzik, rema alrededor.
—¡No podemos! —dijo entonces Westley.
Entonces Buttercup resumió lo que todos pensaban:
—Westley, mi héroe y salvador, ¿cuál es el plan ahora?
—Voy a ser muy breve. El ejército de Humperdinck nos persigue. Tenemos que desaparecer y rectificar. La isla del Único Árbol, por lo que he oído, sería para nosotros el lugar más indicado.
—¿Y qué es lo que lo hace tan especial? —preguntó Buttercup, ahora más alto, porque ahora la barca estaba empezando a escorar y el rugido era cada vez más cercano.
—No puedo concretar porque nunca he estado allí —explicó Westley, medio a gritos, agarrándose fuerte a un lado para no caer por la borda—. Nadie ha estado nunca allí. Está cubierto por la bruma y sólo asoma la punta del único árbol por encima de las nubes. La bruma está provocada por el torbellino. La isla está rodeada por el torbellino. Y por rocas. Ninguna embarcación puede navegar hasta allí: las rocas la destripan o el agua se la traga. ¿Veis ahora por qué es perfecto para nosotros? Humperdinck no podrá llegar hasta allí y pronto perderá el interés en intentarlo.
—Vamos a ver si lo entiendo —dijo Buttercup—, ¿el ejército entero no es capaz de llegar hasta la isla y nosotros sí?
—Eso creo.
—No quiero ser pesada, pero no me apetece mucho morir aplastada por las rocas o ahogarme. Westley, ¿qué es lo que nosotros tenemos y ellos no?
—Tenemos a Fezzik —contestó Westley, sencillamente.
—¡Claro que sí! —gritó, feliz de que la respuesta hubiera salido con tanta facilidad—. ¡Está aquí mismo, bajo mi piel!
—Pero, cariño, ¿qué puede hacer Fezzik?
—Pues nadar por encima del torbellino, por supuesto.
Nadie dijo nada durante un rato porque la barca empezó a agrietarse por la presión del agua, y el rugido del torbellino empezó a rodearlos, lo cual significaba que estaba muy cerca. Westley comprobó las cadenas de Buttercup e Íñigo además de las suyas, asegurándose de que estaban bien sujetas alrededor de Fezzik. La barca ya tenía pocas funciones que cumplir. Los había acercado, pero ahora las rocas que quedaban delante se habían hecho visibles y Westley gritó por encima del estruendo:
—¡Sálvanos, Fezzik, sálvanos o moriremos!
Pero resulta que Fezzik, como todo el mundo sabe, tenía una crisis terrible de autoestima. Estaba totalmente a favor de la teoría que había detrás de las palabras de Westley: salvar a la gente. Qué maravilloso. ¿Qué podía haber en el mundo más maravilloso que salvar a las personas, en especial a estas tres que ahora le acompañaban? Nada. Así que, en teoría, tenía que estar listo para tirarse al agua.
En la práctica, se quedó sentado en el fondo de la barca, temblando.
—¡Fezzik, ahora! —gritó Westley.
Fezzik se puso a temblar mucho más fuerte.
—Necesita una rima —le explicó Íñigo a Westley. Y luego le dijo a Fezzik:
—Fezzik no es ningún cero.
Fezzik temblaba todavía más.
—¿Quieres una pista? —gritó Íñigo mientras la embarcación empezaba a partirse.
Todavía el tembleque.
—Fezzik es un héroe verdadero.
Fezzik no escuchaba nada de nada y se puso la cabeza entre las manos.
—¿De qué puede tener miedo? —gritó Buttercup.
—Fezzik —gritó Westley al oído del gigante—, ¿temes a los tiburones?
Todavía temblaba más. Y negó con la cabeza.
Ahora el torbellino empezaba a hacerlos girar.
—¿Es por el calamar gigante?
Todavía peor. Y volvió a negar con la cabeza.
Ahora el torbellino empezaba a succionarlos.
—¿Es por los monstruos marinos?
Más tembleque, más sacudidas de la cabeza.
Y Westley, consciente de que, tal como iban las cosas, ya casi no tenían posibilidades de salvarse, gritó:
—¡Dímelo!
Fezzik hundió la cabeza entre las manos.
Y entonces Westley gritó más fuerte que nunca:
—¡No hay nada peor que los monstruos marinos! ¿Qué es lo que te da tanto miedo?
Fezzik levantó su enorme cabeza y consiguió mirarlos:
—Que me entre agua por la nariz —murmuró—. No lo puedo soportar.
Y volvió a hundir la cabeza.
A esas alturas la barca se hundía. En los momentos finales se agarraron a los restos y Westley dijo:
—Yo estoy demasiado débil para hacerlo.
E Íñigo dijo:
—Y yo soy español: yo no le cojo la nariz a otro hombre.
Y Buttercup, no por última vez, se oyó a sí misma decir: —¡Hombres!
Y entonces, cuando el torbellino ya los tenía atrapados, levantó las dos manos y las apretó fuerte sobre la nariz de Fezzik.
El torbellino supo desde el primer momento que los tenía; llevaba siglos sin perder una sola batalla, ni siquiera cuando un soldado que volvía de las Cruzadas lo pilló en un momento de especial calma, consiguió casi superarlo a nado, y llegó a pocos metros de la orilla de la isla del Único Árbol antes de quedar exhausto e irse a pique; y entonces el torbellino no erró el golpe: lo mantuvo en el fondo más tiempo del que nunca había mantenido a nadie antes de aflojar, dejarlo flotar y entregarlo a los tiburones, que aguardaban impacientes.
Aquel día los tiburones también esperaban, contentos, cuatro piezas que devorar, y nadaron justo hasta los alrededores del torbellino, observando los cuerpos que se hundían. Fezzik no opuso ninguna resistencia, no hizo nada hasta asegurarse de que Buttercup le tapaba bien la nariz. Entonces el torbellino los hundió, los llevó hasta el fondo y Fezzik dejó que ocurriera, esperando simplemente que los otros pudieran aguantar la respiración mucho más tiempo del que lo habían hecho nunca, y pronto pudo tocar el fondo del mar. Aquí no era muy profundo, a los torbellinos no les gustaban las profundidades, y Fezzik levantó su enorme cuerpo e hizo fuerza con sus poderosas piernas, empujó mucho más fuerte de lo que nunca lo había hecho. Tan pronto como su cuerpo inició la trayectoria ascendente, empezó a mover los brazos, sus brazos grandes e infatigables, agitándolos como aspas de molino con una furia que el torbellino no había visto jamás, e hizo todo lo que pudo —incrementó sus rugidos, aceleró el ritmo de su remolino—, pero los brazos no se detenían, nada podía hacerlos parar, y las cadenas aguantaban, y los otros no eran conscientes de la batalla que se libraba, pero Fezzik supo, tan pronto como emergió al otro extremo del torbellino, que Íñigo había acertado con su rima, que definitivamente él no era un cero, no precisamente hoy…
Seguían encadenados cuando alcanzaron la orilla de la isla del Único Árbol, y siguieron así dos días más, todos ellos inmóviles, medio muertos por las heridas y el tormento y el agotamiento. Luego se desencadenaron y, siempre juntos, empezaron a explorar su nuevo hogar.
Yo otra vez, por supuesto, lo lamento mucho, pero no querréis leer ahora diez páginas sobre vegetación (la fijación con los árboles de Morgenstern ataca de nuevo. Su tesis aquí es que la isla del Único Árbol, un lugar muy cercano al paraíso, es lo que todo Florin podría ser si la gente no se dedicara a talarlo todo). Los cuatro personajes van recuperando las fuerzas lentamente. Buttercup los cuida y Fezzik se ocupa de conseguir comida, de cocinar y de limpiar el pescado que constituye buena parte de su dieta. (Buttercup, un día en el que no ocurre nada en especial, le hace un regalo para su nariz: una pinza de tender ropa. Y resulta que Fezzik se vuelve loco de alegría. Es de su talla exacta, no se separa nunca de ella, etcétera, etcétera, y equipado con esto, Fezzik inicia el rastreo de la zona, nadando por todos lados; luchando con tiburones y succionando calamares —que tienen un sabor parecido al pollo, he pensado que los más aprensivos de vosotros agradeceríais la información—, y cada día les trae algo de cenar.) En resumen, este fragmento acaba con la luna bien alta, una noche perfecta, muy romántica y todo eso. Íñigo y Fezzik están ya acostados en sus tiendas. Buttercup y Westley están a solas, sentados frente a una hoguera parpadeante.
—¿Sabes que tú y yo sólo nos hemos besado? —dijo Buttercup, mirando las ascuas.
—Por supuesto —contestó Westley.
Al no obtener la respuesta esperada, Buttercup lo intentó de nuevo:
—Desde luego que hemos tenido nuestra dosis de aventuras, nadie lo puede negar. Y amor verdadero… Para tener todo esto, debemos de ser las criaturas más afortunadas.
—Desde luego, las más afortunadas —asintió Westley.
—Pero —dijo entonces Buttercup, intentando adoptar un tono desenfadado—, hasta ahora, lo que está claro es esto: sólo nos hemos besado.
—¿Es que hay algo más? —preguntó Westley. Entonces rozó la mejilla de Buttercup con los labios, suspiró—. Seguramente no debe de haber nada más.
Eso era de alguna manera insincero de su parte, puesto que había sido Rey del Mar varios años y, bueno, había cosas que sucedían.
—Chico bobo —le dijo ella, sonriéndole—. Yo sé lo suficiente para los dos. Por supuesto que se me supone, con todas esas clases que tomé sobre artes amatorias en la Royalty School.
Había asistido a las clases, pero, puesto que Humperdinck había ordenado a sus profesores que no le enseñaran nada en absoluto, Buttercup, a pesar de sonreír, estaba aterrada.
—Estoy ansioso de que empiecen tus enseñanzas.
Ella le miró el rostro perfecto. Pensó que, por encima de todo, quería que las cosas salieran como las llevaba en el corazón. Pero ¿y si fracasaba? ¿Y si ella resultaba ser otro caso de mucho hablar, poco hacer y al final, él se cansaba y la abandonaba?
—Sé tantas cosas que me resulta difícil saber en qué lugar preciso es mejor empezar. Si voy demasiado rápida, levanta la mano.
Esperó y, cuando vio la indefensión en su mirada, él se dio cuenta de que jamás la había amado tanto ni tan profundamente.
—¿Intentarás no reírte de mí?
—Jamás me burlaría de un principiante como tú. Sería cruel ridiculizar tu ignorancia cuando, por supuesto, yo estoy totalmente instruida.
—¿Empezamos de pie o tumbados?
—Una muy buena pregunta —dijo Buttercup rápidamente, sin tener la más remota idea de qué más decir—. Hay una gran controversia sobre qué postura…
—Bueno, pues entonces tal vez sería mejor cubrir las dos contingencias. ¿Por qué no voy a buscar una manta, para el caso de que sea mejor tumbarse?
La manta que trajo y extendió para los dos era suave, y la almohada todavía más suave.
—En el caso de que nos tuviéramos que tumbar, ¿deberíamos estar juntos sobre la manta o bien separados?
—De nuevo, sobre esto hay también una gran controversia —respondió ella—. Verás, uno de los problemas de saber tanto de un tema es que siempre ves los dos lados de las cosas.
—Tienes mucha paciencia conmigo y te lo agradezco —dijo, y le tendió una mano—. Podríamos hacer lo siguiente: podríamos intentar permanecer tumbados muy juntos sobre la manta y experimentar, más o menos.
Buttercup tomó su fuerte mano:
—Mis profesores eran muy partidarios de experimentar.
Ahora estaban muy juntos sobre la manta. La brisa, al verlo, sabiendo todo lo que habían pasado hasta llegar a ese momento, pensó que sería agradable acariciarlos. Las estrellas, al verlo, pensaron que sería un detalle palidecer un rato. La luna entendió todo el concepto y se escondió un poco detrás de una nube. Buttercup seguía cogida de su mano. Se preguntó un instante si no sería más sensato detenerse ahora, confesar la verdad e intentarlo otra noche. Estaba a punto de proponerlo, pero entonces lo miró profundamente a los ojos. Eran del color del mar antes de la tormenta y lo que leyó en ellos le dio fuerzas para continuar…