Read La oscuridad más allá de las estrellas Online
Authors: Frank M. Robinson
Tags: #Ciencia Ficción
U
nos pocos períodos después de eso, volvieron a abordarme para que me uniera al motín... y me dijeron que yo era indispensable. Había ido a la cubierta hangar para reunirme con Agachadiza y actuar con ella en una de las obras históricas. Esas obras eran increíblemente románticas y luego iríamos a su compartimento y haríamos el amor a orillas del arroyo justo delante de la tienda. Era algo excitante para ambos. Supuse que Gavia pronto lo averiguaría y esparciría la historia por toda la nave. No me importaba; en todo caso haría más real al personaje de Gorrión, alguien a quien los demás tripulantes conocían mejor que yo.
Había desconectado la pantalla opaca del techo y flotaba hacia un lado de la vasta cubierta, contemplando las estrellas que había encima de mi cabeza. Me preguntaba cómo era posible que estuviera tan deprimido cuando tenía todo lo que quería en la vida, o todo lo que pensaba que quería: una relación amorosa con Agachadiza, un propósito en la vida y, por encima de todo, saber quién era y de dónde venía.
Pero aun así me encontraba inmerso y resentido en un océano de insatisfacción.
Sabía
quién era, pero no lo recordaba. Me pareció injusto que después de haber vivido tanto sólo pudiera recordar una fracción de mi vida. Había tenido amigos y amantes, pero no había una vida de experiencia compartida, no había años de amor y afecto y de crecer juntos.
Flotaba en medio de la nada, con la esperanza de que la soledad me aliviara de mi negro estado de ánimo cuando sentí el ligero movimiento de las corrientes de aire a mi espalda.
—Dice Agachadiza que te diga que llegará tarde... tiene un encargo de última hora de parte de Ofelia.
La sombría figura de Noé se materializó detrás de mí. Había estado contemplando las estrellas, absorto en la vida del Exterior, y el diez por ciento de mí que estaba constantemente en alerta había bajado la guardia.
Volví a conectar la pantalla opacadora, dejé que se encendieran los tubos luminiscentes y floté hacia la escotilla.
—La esperaré en su compartimento.
—Gorrión.
Me volví, percatándome de la cara de preocupación de Noé y de que retorcía sus manos nerviosamente a su espalda.
—No tento nada de lo que hablar contigo, Noé.
—Lo siento —dijo, parpadeando furiosamente detrás de los gruesos cristales de sus gafas—, pero yo sí.
Me encogí de hombros.
—Pues ya que estás aquí...
Bajó la voz, preocupado por si el Capitán o alguno de sus espías podían oírnos.
—No puedo fingir contigo, Gorrión. Y no tendrías por qué fingir conmigo.
—Ofelia te lo ha contado —dije con frialdad.
—No tuvo que hacerlo. Tú mismo te delataste.
—¿Ante todo el mundo?
Negó con la cabeza.
—No ante todos. Pero te conozco mejor que la mayoría... y te he conocido durante más tiempo.
—Conocías a Aarón y a Hamlet. A mí no me conoces.
—Aarón era mi mejor amigo —dijo con dignidad—. Mostré interés en Hamlet. Mostré interés por ti.
—Existe una diferencia entre nosotros, Noé. No creo que nadie intentara asesinar a Aarón o a Hamlet.
—Si lo intentaron, nunca lo supe.
—Pues bueno, alguien ha intentado asesinarme —dijo con amargura—. Pero nadie me cree.
Su cara se perló de sudor.
—Yo sí. —Vaciló—. Por primera vez, tu vida... tu vida real... está en peligro.
Una cosa era saberlo, y otra muy distinta, verlo confirmado, y sin embargo seguía preguntándome qué esperaba ganar al contármelo.
—¿Por qué?
—Tus recuerdos.
—¿Mis recuerdos? —Me reí—. Pero si no tengo. Fuiste tú, y Ofelia, y el Capitán y toda la tripulación... todos vosotros, quienes os pusisteis de acuerdo para destruir mi memoria.
—No, ni Ofelia ni yo pudimos evitarlo. Y hubo un tiempo en que fue necesario.
Ofelia me lo había contado, y yo la creía. Pero Noé tenía planes en los que yo era una pieza clave, y todavía no me había dicho por qué.
—Querías que recuperara mis recuerdos cuando tú y Abel fuisteis a la enfermería —dije con suspicacia—. ¿O sólo intentabas asegurarte de que lo había olvidado todo?
Sacudió la cabeza en una negativa y el sudor salió despedido en gotitas de su nariz y barbilla.
—Quería que recordaras. Hay una ventana de oportunidad en la que puedes recuperar tus recuerdos después de un trauma... o de una destrucción intencionada. Se cierra un poco con cada período de tiempo que pasa. Dentro de otro año aproximadamente ya no tendrás oportunidad de recuperar tus recuerdos en absoluto.
—¿Y Abel también quería que recordara? —pregunté con fingida sorpresa. Abel era un hombre del Capitán. Noé debía saberlo.
Noé captó la insinuación en mi voz y se tensó.
—Pondría mi vida en manos de Abel.
—Entonces eres más idiota de lo que lo soy yo. —Quería recordar mi vida como Hamlet, quizá incluso como Aarón. Me eran más cercanos, más inmediatos. Antes, no estaba seguro de que me importara. Pero Noé me había conocido como Aarón y como Hamlet y tenía la sensación de que pretendía algo más.
—¿Qué es lo que quieres de mí de verdad? —pregunté secamente—. Los dos no tenemos los mismos motivos para que recuerde, eso lo sé.
—Quiero que recuerdes —dijo quedamente—. Desde el principio.
Me embargó la incredulidad. Un centenar de vidas diferentes...
—¿Por qué es tan importante para ti?
—No sólo para mí, para todos nosotros.
Me quedé mirándolo, un hombre flaco y envejecido que había asumido el imposible papel de oponerse al Capitán. No podía creerme que hubiera llegado tan lejos, y entonces supuse que la única manera era que el Capitán le hubiera dejado. Sospechaba que había una trampa y que Noé se había metido en ella de cabeza.
—No podemos vencer en un motín. Ahora no. Eso lo sabemos. Pero ha habido otros motines antes de éste. No sabemos si se remontan al principio de todo; el ordenador no tiene casi registros de las primeras cinco generaciones. Pero la tripulación que empezó el primer motín debía creer que podía ganar. Debían conocer una forma de gobernar la nave sin el Capitán.
Me quedé asombrado. ¡No había registros de las primeras cinco generaciones! Me esforcé por ocultar mis emociones.
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
Su rostro se llenó de tensión.
—Si pudieras recordar...
—Entonces habéis perdido —le interrumpí—. Mis recuerdos han desaparecido. He intentado recuperarlos. No puedo. —Y entonces añadí, hosco y sabiendo que probablemente lo decía para salvar mi pellejo—: No soy parte de tu motín, Noé.
Su boca se tensó en una lúgubre línea.
—Eres de inmenso valor para la
Astron
, Gorrión. Pero para algunos a bordo tienes más valor muerto que vivo. La única razón posible para eso es que temen lo que hay enterrado en tus recuerdos.
Cada vez que habían destruido mis recuerdos, cabía la ligera posibilidad de que recuperara la memoria cuando me rehiciera. Pero si Noé tenía razón, hasta ahora nadie había intentado matarme a causa de ello.
—¿Qué hay de diferente esta vez? —grité—. ¿Por qué no antes, cuando fui Hamlet, o Aarón, o una docena de otras personas?
—Porque esta vez vamos a ir a la Oscuridad —dijo con franqueza—, y no sobreviviremos.
Una vez más Noé estaba obligándome a elegir entre él y el Capitán y yo no podía hacer esa elección.
—El Capitán tiene su punto de vista —dije envaradamente—. Todavía tengo que oír su versión.
—¿Crees que le debes eso?
Asentí.
—Entonces deberías pagar tu deuda tan pronto como puedas, Gorrión. Por el bien de todos.
Tocó la terminal. Los tubos luminiscentes se oscurecieron y las pantallas opacadoras desaparecieron, reemplazadas por el dosel de estrellas parpadeantes.
—Entrar en la Oscuridad es la muerte, Gorrión... una muerte inevitable para todos los de a bordo según todo se vaya deteriorando y descomponiendo hasta dentro de una docena de generaciones a partir de ahora. Y una muerte probable para todos en esta generación. Cuantos más tripulantes decidan morir como Judá, menos habrá que escojan seguir vivos.
Se volvió para mirarme en la penumbra y por primera vez vi el débil rastro de lágrimas en sus ojos. Cuando volvió a hablar, era más para sí que para mí.
—Nunca supimos lo que perdíamos cuando perdimos a Hamlet —murmuró.
Vi cómos se marchaba con una repentina oleada de vergüenza. Comparado con el Capitán, era un hombrecillo insignificante y nervioso con un mandil arrugado y sucio. No podía imaginarme a nadie siguiéndolo o siendo inspirado por él. Su única valía era su valentía, y entonces se me ocurrió que a lo mejor la valentá era la única valía necesaria.
Me marché poco después de que Noé se hubiera ido, para yacer nervioso e impotente junto a Agachadiza e intentar dormir. Pasaron horas antes de que finalmente empezara a adormilarme, deseando volver a aquellos tiempos en la enfermería en los que soñaba con todos los rostros de tripulantes que no sabía quiénes eran, pero que me conocían muy bien.
Me desperté de un sueño sudando y húmedo, oscilando suavemente en la hamaca e intentando recordar exactamente cómo era el sueño. En el sueño era yo, pero también otra persona diferente. Alguien más viejo y más seguro de sí mismo, más dispuesto a arriesgarse, a apostar contra lo imposible.
Había un calidoscopio de imágenes de la superficie de un planeta donde estaba al mando de un equipo de exploración. Un Tibaldo muy joven con dos piernas de verdad era mi segundo y una muchacha esbelta y de pelo negro era mi asistente técnico. Habíamos patinado, riéndonos, sobre lagos de metano helado, luego estábamos en lo alto de un precipicio que daba a un lago helado mientras contemplábamos con asombro un sol hinchado y rojo que descendía tras el horizonte en su ocaso.
Más tarde, de vuelta a la nave, la muchacha y yo rodamos en la hamaca e hicimos el amor, lenta pero apasionadamente. Ahora me encontraba despierto, pero todavía tenía el sabor de sus labios en los míos. Nuestro amor no había sido tan excitante como el mío con Agachadiza pero había sido... familiar... y esa misma familiaridad lo había hecho más pleno.
La muchacha, por supuesto, era una Ofelia muy joven y yo había sido Hamlet.
Fue entonces cuando decidí que no se trataba de un sueño para nada, sino el primer goteo de los recuerdos que regresaban.
L
a invitación a otro almuerzo con el Capitán llegó más temprano de lo que esperaba y no estaba preparado, aunque en realidad no había forma de que pudiera estarlo. ¿Cómo actuaría si no hubiera descubierto nada en absoluto sobre las vidas anteriores de Gorrión? ¿Cuán joven, cuán inmaduro, con cuánta inocencia? ¿Me delataría si me esforzaba demasiado por mantener el papel, caería en la trampa con una palabra inapropiada que jamás se le hubiera pasado por la cabeza a un asistente técnico de diecisiete años?
Zorzal no había sido invitado, estábamos sólo el Capitán y yo, e inmediatamente pensé que estaba perdido. Sudaba a mares, estaba nervioso y se me trababa la lengua para cuando llegué a sus alojamientos. Cuando se apartó de la enorme portilla de observación, pude comprobar como estrechaba los ojos especulando.
—Ya no hay más castigo, Gorrión. Se te levantó el aislamiento antes de tiempo porque vamos a necesitarte ahí abajo y no te quiero resentido.
Me dio una palmada en la espalda y me guió hasta la portilla, donde por un momento ambos nos quedamos contemplando en silencio el Exterior. Su mano descansaba sobre mi hombro pero no parecía un intento obvio de medir mis reacciones. Una vez más, éramos amigos y estábamos allí para pasar una hora agradable con conversación informal y disfrutar de una comida ligera.
Mi corazón había dado un brinco cuando vi que entrecerraba los ojos, y había puesto mi destino en manos de los dioses, olvidando al instante todas las artimañas que había practicado al preparar este encuentro. Dudo que hubiera un momento en que fuera más «Gorrión» que en esa hora en particular en compañía del Capitán. Tuve suerte porque confundió mi ansiedad con miedo al castigo e inmediatamente intentó tranquilizarme. Al evaluarme de forma errónea desde el principio, interpretó equivocadamente todo lo demás.
Sin embargo, la conversación fue todo menos informal. Lo único que sabía que él sabía era que aún no me había unido a ningún motín, real o imaginario. Estaba seguro de que sus ojos entre la tripulación se lo habían dicho.