Read La oscuridad más allá de las estrellas Online
Authors: Frank M. Robinson
Tags: #Ciencia Ficción
En uno de los compartimentos hice un descubrimiento de verdad: un libro de ficción que alguien se había dejado, pegado por la banda magnética a la parte inferior de un estante. Sus páginas se convirtieron en polvo cuando lo abrí y nos fuimos apresuradamente para evitar respirarlo. En otro compartimento, vi una terminal de ordenador y floté hasta ella.
—Si funciona te encontrarás hablando con fantasmas —dijo Cuervo. Hice un gesto de indiferencia y puse la palma de mi mano contra la superficie de la terminal.
—Veamos qué ocurre.
Apreté, y para mi sorpresa la luz piloto se encendió. El ordenador de la Sección Dos estaba subordinado al del cilindro principal y consumía poca potencia. Cuando sellaron el cilindro a nadie se le había ocurrido desconectarlo. Movido por la curiosidad, recuperé el inventario y activé el atrezo.
Repentinamente nos encontramos rodeados por fantasmagorías, edificios grises que se alzaban hasta las nubes oscuras que había por encima de nuestras cabezas, grises escaparates de tiendas que mostraban trajes grises y gente gris que pasaba caminando por delante. No había color y las formas eran insustanciales y oscilantes: podía ver los mamparos por detrás y Cuervo me miraba mientras operaba la terminal.
—No hay potencia suficiente —dije—. Y aunque la hubiera, no es una escena muy imaginativa.
—Una escena de calle —dijo Cuervo con desdén, haciéndose el crítico—. Nos hemos vuelto más sofisticados desde entonces.
Pero ¿de qué ciudad se trataba? ¿Y qué calle? ¿Y por qué me parecía tan familiar?
Lo apagué y seguimos adelante por el pasillo, deteniéndonos brevemente en lo que quedaba de la División Hidropónica del Sector Dos. Los tubos luminiscentes habían sido retirados, probablemente como repuestos para los del cilindro principal, dejando sólo los bancales metálicos y la rejilla de plástico. Algunas raíces secas que estaban enganchadas en el plástico se convirtieron en polvo en cuanto las toqué. Me estremecí, pero no por el frío.
Cuervo tenía razón, había fantasmas a nuestro alrededor.
Flotamos por otra docena más de niveles vacíos y no encontramos nada. Finalmente, Cuervo dijo:
—Volvamos, tengo que presentarme en mi turno dentro de una hora. Aquí no hay nada.
Asentí y deshicimos nuestro recorrido. A tres niveles por debajo del principal, toqué a Cuervo en el hombro y floté por el corredor hacia Comunicaciones del Sector Dos, o lo que quedaba de ella; un ejemplo de la redundancia de la
Astron
. Como los demás compartimentos de equipamiento, éste también había sido desmantelado, aunque no por completo. Los receptores que escaneaban automáticamente el ruido cósmico en busca de posibles señales de vida habían sido despojados de su electrónica. Lo que quedaba era una terminal y un globo de proyección. El equipo conectado al globo no había sido desmantelado. Podía acceder al ordenador de la Sección Dos.
—Tengo frío —dijo Cuervo temblando.
—Dame un minuto.
Encendí la terminal, preguntándome qué podía ver en el globo, y entonces elegí la última comunicación que habíamos recibido de la Tierra. Sólo había visto mensajes garabateados en tablillas que se colgaban por fuera de Comunicaciones en el cilindro principal. Las burbujas de información en radiofrecuencia seguían extendiéndose desde aquel remoto planeta y de vez en cuando revisábamos la superficie en busca de un mensaje.
Cuervo mantenía los muslos apretados, una señal de que no podíamos pasar mucho tiempo más aquí. Tendría que encontrar un eyector de desperdicios pronto, pero en esta sección no quedaba ninguno en funcionamiento. Y no se podía limitar a mear en un rincón y esperar que se quedara formando un charquito.
—Mira —dije.
—Mierda —gimió Cuervo, y se acercó a ver lo que yo le señalaba en el globo. Al principio era vago e insustancial, luego las palabras se reafirmaron y se volvieron legibles. El mensaje era de tipo religioso, y fragmentario, y en un lenguaje que sólo parecía lejanamente emparentado con lo que hablábamos en la
Astron
.
—Por amor de dios —dijo Cuervo, olvidándose momentáneamente de su vejiga—. Es una rogativa para tener mejores cosechas.
Recuperé los demás mensajes y leímos sobre guerras y hambrunas, extrañas epidemias y movimientos políticos. Según retrocedía hacia el Lanzamiento había referencias ocasionales a la
Astron
y la letanía familiar de buenos deseos y mensajes breves por parte de los descendientes de parientes que se habían quedado en la Tierra.
—¿Cuántos años han pasado? —le pregunté a Cuervo.
Tuvo que esforzarse por romper su concentración.
—¿Cómo?
—¿Cuántos años han pasado en la Tierra? ¿La diferencia entre el tiempo a bordo y el transcurrido allí?
Nunca antes había pensado mucho sobre la dilatación temporal, pero ahora era muy importante. Habíamos viajado muy lejos y a altas velocidades, así que habría una diferencia sustancial. El tiempo en la Tierra trancurriría mucho más rápido que a bordo.
—Puede que unos diez mil... siglo más o siglo menos.
La nave era una sociedad estática, nada había cambiado mucho pese al constante deterioro de la nave y la disminución del número de tripulantes. Pero en la Tierra los gobiernos habían aparecido y desaparecido, se habían librado guerras, glaciaciones menores habían cubierto parte del hemisferio norte, los mismos continentes habían derivado hasta separarse unos pocos metros.
Me sorprendió que los mensajes que leíamos tuvieran tan poco que ver con los que habían sido archivados en los últimos años por la división de Comunicaciones en el tubo principal. Según esos mensajes, nadie nos había olvidado, los gobiernos que nos había enviado aquí fuera en un esfuerzo común seguían existiendo, y había un flujo constante de exhortaciones para que siguiéramos aventurándonos más profundamente en las profundidades...
—Ya no aguanto más —gimió Cuervo.
—Sería una señal segura de que alguien ha venido hasta aquí —murmuré.
Apagué la terminal apresuradamente y nos encaminamos al nivel principal a toda prisa, abrimos ligeramente la escotilla para ver si había alguien, y luego nos colamos por ella y nos dirigimos al eyector más cercano.
De vuelta en mi compartimento, nos quedamos sumidos en un silencio pensativo sentados en mi hamaca hasta que finalmente Cuervo habló.
—¿Quién los escribió, Gorrión?
—¿Los mensajes en la Sección Dos?
—No, los que publicó nuestra propia división de Comunicaciones.
—Probablemente el Capitán. ¿Quién si no?
¿Intentó la tripulación de aquel entonces amotinarse cuando recibieron aquel último mensaje? Eso hubiera supuesto un punto crítico para ellos, uno tan significativo para ellos como la muerte de Judá y nuestra entrada en la Oscuridad para nosotros.
—¿Qué significaba? —preguntó Cuervo—. El último mensaje.
—No lo sé... pero en conjunto significan que el Capitán no tiene autoridad real. Los gobiernos que nos enviaron han desaparecido, no hay nadie que dependa de nosotros, no hay nadie que nos esté esperando cuando regresemos. —Repentinamente me pareció al mismo tiempo trágico y gracioso—. No existe el Reino de España, Cuervo.
No entendió la referencia. Entonces me miró a las manos.
—¿Qué te pasa, Gorrión?
Flexionaba los dedos, formando un puño, luego enderezándolos uno a uno, y luego volviendo a cerrarlos en un puño. Ofelia había hecho lo mismo cuando intentaba convencerme de lo única que era la vida. En aquel momento había afirmado que la única vida en el universo era la que estaba en la
Astron
y la que había en aquella «delgada capa de escoria verde» que cubría nuestro planeta de origen.
Y ahora me preguntaba qué le habría ocurrido a la vida en la Tierra. Ordenando los mensajes de la Sección Dos cronológicamente, a cada desastre le había sucedido otro peor. La población había declinado hasta que sólo quedaron unos pocos granjeros y el gobierno se había convertido en un sacerdocio de algún tipo. ¿Los habían reducido a eso las guerras y las plagas? ¿Había sufrido la ecosfera daños irreparables? ¿Había sobrevivido la vida?
—Tenemos que regresar —dije.
Pero no estaba seguro de que quedara un sitio al que regresar.
Quizá esa delgada capa de escoria verde que cubría la Tierra había desaparecido por completo y ahora la única vida en todo el universo estaba a bordo de la
Astron
.
Mark sigue buscando
una verdad que encaje en su realidad.
Dada nuestra realidad,
la verdad no encaja.
WERNER ERHARD
C
ualquier miembro de la célula podía convocar una reunión. Cuervo y yo convocamos la siguiente. Una vez más nos reunimos en el compartimento de la cueva. Ofelia fue la primera en llegar, seguida de Gavia y Agachadiza. Me miraron con curiosidad, pero me mantuve cuidadosamente inexpresivo.
No hice ademán de encender la pantalla de intimidad cuando entraron, por lo que supusieron que pasaba algo malo. Gavia parecía preocupado, y miró a Cuervo en busca de explicaciones, no recibió ninguna, y se volvió hacia mí, con mala cara. Ofelia empezó a quejarse, volvió a mirarme a la cara y se calló. Agachadiza se dedicó a estudiarse las uñas. No le gustaban las sorpresas y no estaba preparada para que le gustase ésta.
Un momento después entró Somormujo, seguida del pequeño Cartabón y luego Malaquías, de Ingeniería, un hombre viejo y frágil pero de mente aguda que tenía muchos amigos entre la vieja tripulación. Yo no poseía el «sentido» que tenía Agachadiza y Ofelia, pero podía observar e investigar y sabía con toda certeza que los tres eran miembros de otras células. Si alguno de los demás lo sabía, fingieron lo contrario.
Una vez que se hubieron acomodado, floté hasta la escotilla y la aseguré. Era la primera vez que nos reuníamos en un compartimento cerrado.
Ofelia fue más rápida que los demás.
—Has descubierto a un informante —dijo con una súbita revelación.
Asentí.
—Corin. Es uno de los hombres del Capitán.
Hubo un silencio mientras todos se quedaban anonadados.
—¿El Capitán sabe quiénes somos? —Gavia estaba aterrorizado.
Me encogí de hombros.
—Probablemente siempre ha sabido que alguno de vosotros formabais parte del motín. —Esperaba con todas mis fuerzas que yo no estuviera incluido—. Pero ha tolerado el motín porque carece de un líder verdadero desde Noé —me volví hacia Ofelia—. Dijiste que podías sentir a un traidor.
Palideció.
—Corin es de la vieja tripulación, no podíamos... sentirlo. Había sido amigo de Noé.
A eso conducía el exceso de confianza. Corin se había pasado años congraciándose con Noé. ¿Para qué? ¿Para recibir una palmadita del Capitán? ¿La seguridad de estar en la lista de posibles padres? Quizá. Si hubiera habido menos madres, la competición hubiera sido más reñida esta vez.
Pero tenía más cosas de las que hablar aparte de un jefe de computación convertido en informante.
—Todo lo que sabe Corin es lo que sus miembros de célula le cuentan. Podemos aprovecharnos de eso. Pero Corin no es tan importante.
Agachadiza se sintió ofendida.
—Gorrión, no juegues con nosotros.
Asentí a modo de disculpa, y entonces les conté sobre el compartimento de comunicaciones en la Sección Dos y los últimos mensajes recibidos de la Tierra. Cuando hube acabado, nadie dijo nada. Me sentí irritado. Ya había hecho mi parte, ahora le tocaba a otro. O quizá no se daban cuenta de las implicaciones de lo que les acababa de contar.
—Lo que significa es que el Capitán no tiene autoridad —dije con tanto énfasis como pude—. No puede continuar el viaje en nombre de gobiernos que existían en la época del Lanzamiento. No hemos oído nada en quinientos años de tiempo de la nave. Por lo que sabemos, puede que ya no quede nadie en la Tierra. Como mínimo, no hay civilizaciones tecnológicas con la capacidad de enviar mensajes.
Supe lo que estaban pensando. Michael Kusaka siempre había sido... el Capitán. Había sido el Capitán durante todas sus vidas y las de sus madres, y las de sus abuelas, hasta donde podían recordar sus genealogías. Había sido la máxima figura de autoridad a bordo y también una figura paterna. Era difícil aceptarlo como otra cosa, y por ello, y pese a los juicios, pese a la Oscuridad, el motín siempre había tenido un aire irreal. Siempre había sido en serio, pero también había involucrado siempre un cierto grado de juego.
Ahora el Capitán había perdido el respaldo de cualquier autoridad superior y el motín sería completamente en serio. Las apuestas eran muy altas y también las penalizaciones. Noé y Tibaldo no habían sido condenados en base a ningún tipo de proceso legal: habían sido asesinados. La diferencia era enorme y por primera vez todos los presentes se dieron cuenta de que si perdíamos, el precio a pagar sería el mismo.
Aun así, nadie comentó nada. Esperaban a que yo hablara, como si conociera todas las respuestas. Me percaté de que había desafiado a la líder natural del grupo, Ofelia. Ahora no ofrecería consejo a menos que se lo pidiera.
—¿Qué hacemos con lo que sabemos? —La miré mientras hablaba, obligándola a salir de su silencio.
Ofelia miró a Gavia.
—¿Cuáles son las cifras?
Tartamudeó, luchando con las palabras, con la voz truncada por el miedo.
—El Capitán tiene quizá unos treinta y dos que... le seguirán. Puede que unos pocos menos.