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Authors: Frank M. Robinson

Tags: #Ciencia Ficción

La oscuridad más allá de las estrellas (25 page)

BOOK: La oscuridad más allá de las estrellas
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¿Quién le había dicho eso, y cómo lo sabían, cuando Agachadiza era la primera mujer a la que había hecho el amor?

15

E
stábamos a tres semanas de Aquinas II y ya teníamos medidas precisas de su gravedad, la composición de su atmósfera, la distancia media de su primaria y las variaciones de temperatura en superficie. Era un planeta frío, más que Seti IV, sin ninguna señal de vida en absoluto. No fue ninguna sorpresa, aunque algunos de nosotros todavía conservábamos la esperanza.

Los oficiales hicieron una proyección de entrenamiento en la que Cuervo, Halcón y Águila atravesaban un planeta desierto en un rover en dirección a una lejana cordillera. Observé, fascinado, cómo subían una de las cuestas más abruptas. Hay algo que se nos ha olvidado, pensé, y llevado por lo brillante de mi idea me acerqué a Ofelia una vez que acabó la representación.

—Tomamos imágenes de Seti IV —dije—. ¿Por qué no las revisamos? Sería mejor que usar actores contra un fondo de proyección... estaríamos viendo la realidad en vez de modelos astronómicos.

—¿Seti IV? —Me miró con suspicacia y luego sacudió la cabeza—: Es una buena idea, Gorrión, pero las cámaras se averiaron y no tenemos imágenes de Seti IV. —Su tono se volvió amargo—. No debería sorprenderte, ya sabes cuál es el estado de nuestro equipo. En cualquier caso, no había nada allí.

Me pareció que no había captado la idea... no se trataba de que hubiéramos encontrado algo o no, sino que el registro de nuestra actuación en la superficie del planeta podía resultar útil. En mi opinión había rechazado la idea con demasiada rapidez y me pregunté si no sería porque la había sugerido precisamente yo. Se lo comenté a Tibaldo, pero para mi sorpresa su reacción fue de irritación y casi hostil.

—No me gusta que vengas a quejarte ante mí de otro oficial, Gorrión.

—No me quejo —protesté—. Sólo creo que es una buena idea. Dentro de pocas semanas estaremos en la superficie. Un examen de lo que sucedió en Seti IV podría ser valiosísimo.

Negó con la cabeza.

—Ofelia tenía razón acerca de las cámaras. No fue una gran pérdida, no había mucho que registrar.

Pero evitaba mirarme directamente y no podía creer que tuviera tan poco que decir cuando normalmente podía pasarse horas y horas hablando de cualquier planeta en el que hubiera puesto el pie.

Cuando me quedé a solas ante la terminal, recuperé la información que teníamos sobre Seti IV y una vez más me sentí decepcionado. Había poquísima información, menos que la habitual en cualquier informe estándar de exploración de cualquier planeta, y la mayoría de esa información me pareció puesta al azar. El planeta era notable, por lo que parecía, principalmente porque había sido donde me había caído por un precipicio.

Intenté olvidarlo, pero me volvía a la menta una y otra vez cuando veía otra proyección de entrenamiento en la que un equipo de exploración intentaba rescatar a un Garza perdido en algún lugar de un distante planeta. Esta vez estaba tan fascinado que casi me olvidé de que se trataba de Garza y que esperaba que el equipo de rescate hiciera lo mejor y lo dejara allí.

Volví al ordenador y lo intenté de nuevo, examinando cada fichero que pudiera tener información sobre Seti IV. Apenas nada. Entonces, durante un período de sueño, tuve una inspiración y me escabullí hacia la cubierta del hangar. Los pasillos estaban vacíos, no había guardias, y como ya habían terminado los turnos, no había nadie de servicio. Puse las manos sobre la terminal que Agachadiza usaba para activar las proyecciones de sus obras. La mayoría de las superficies planetarias que parpadearon en el hangar vacío estaban pensadas para ser usadas en escenarios de entrenamiento. Para entonces ya las había visto casi todas y me aburrían.

Siguiendo un impulso, pedí un inventario al ordenador. Era posible que alguna imagen de Seti IV hubiera sido mal clasficada. Examiné la lista de cientos de archivos, percatándome de que al final de la lista había una docena de entradas más puestas «bajo llave» por el ordenador.

Empecé a sudar, temeroso de que apareciera alguien e informara de mi uso sin autorización de la terminal. Me froté la mano contra el muslo para aumentar la circulación y la sensibilidad, y nerviosamente empecé a intentar «abrir» la cerradura usando la terminal como ganzúa.

Las últimas proyecciones eran bastante más complejas que las habituales en las representaciones de entrenamiento o incluso que los atrezos de los compartimentos, simples imágenes tridimensionales diseñadas sólo para ser percibidas. Éstas eran realidades artificiales con las que el observador podía interactuar. Uno no estaba sólo
en
un entorno, sino que podías tocar y manipular objetos e incluso moverlos como quisieras. Para los tripulantes equipados con los necesarios trajes de datos, las «realidades» eran muy reales, de verdad.

La cubierta se llenó con las imágenes fantasmagóricas creadas por los planos de luz que se intersecaban: un planeta acuoso con tripulantes de la
Astron
que trepaban a un arrecife bajo un mar sin vida; un planeta helado con glaciares de metano y formaciones rocosas que parecían antiquísimos castillos; un mundo de hierro y granito que se sacudía constantemente bajo los pies de los exploradores y en el que miles de volcanes vomitaban lava hacia el furioso cielo.

Ralenticé la acción hasta que las realidades se solidificaron, y contuve el aliento cuando a un explorador en la primera se le rasgó el traje contra una roca y se ahogó en segundos. En el mundo de hielo, uno de los exploradores cayó en una grieta y quedó enterrado para siempre. Y otro tripulante más pereció en una súbita corriente de lava en el mundo volcánico.

Eran cuentos de advertencia, historias sobre lo que podía ocurrirnos si no teníamos cuidado. Probablemente estaban previstos para ser proyectados inmediatamente antes de que descendiéramos sobre Aquinas II. Si se mostraban con demasiado adelanto, perderían su impacto. Dales tiempo suficiente para inventarse una parodia y la advertencia que contenían se perdería en medio de las risas.

La última de las realidades era un planeta desierto con un equipo montado en un rover que iba dando botes por un lecho seco de camino a una distante cordillera. Había saltos en la proyección, como le había ocurrido a las demás. Establecías la tripulación del rover, luego cortabas y pasabas directamente a la llegada a la base de un precipicio, y finalmente te centrabas en uno de los exploradores que escalaba la pared rocosa.

Me quedé mirando, aturdido, mientras la cuerda que sostenía al explorador se deshilachaba contra la roca y el explorador caía por la pared contra las rocas que le esperaban abajo. Unos momentos de primer plano en la tierra, luego otro cambio de escena al anochecer y el resto del equipo reunido a su alrededor, rociando su casco agrietado con sellador para impedir la pérdida de aire. La sincronización de los sucesos estaba mal: con una brecha así en el casco, el tripulante hubiera perdido todo el aire antes de que el resto del equipo pudiera llegar hasta él.

Pero eso apenas sí me importó. El planeta era Seti IV y el rostro del tripulante tras el casco agrietado era el mío.

L
o apagué todo y me quedé sentado a oscuras, sintiendo el sudor aceitoso sobre la piel e intentando controlar los latidos de mi corazón. Se trataba de una realidad artificial... lo que significaba que Seti IV y mi caída jamás habían ocurrido en realidad.

Pero todo el mundo a bordo de la
Astron
había conspirado contra mí para hacérmelo creer.

Una vez más, todos me habían mentido y una vez más no tenía ni idea de por qué. Las mentiras habían sido muy inteligentes y todos estaban involucrados. La poca información que había sobre «Seti IV» fue plantada allí en el caso de que me entrara curiosidad. Incluso la advertencia en el ordenador para no darme mi historia vital había sido una mentira... nadie a bordo lo había intentado, más bien al contrario, me la habían ocultado.

Volví al principio de la proyección y la revisé por completo, desde el descenso por la escalerilla hasta la superficie rocosa del planeta, el paseo en rover con tripulantes cuyos rostros no podía ver, la caída desde el farallón y Ofelia inclinada sobre mí, hasta llegar al viaje de vuelta en rover a la lanzadera.

Incluso incluía escenas en el interior de una falsa lanzadera y la Estación Intermedia. Pero, por supuesto, en realidad había estado en la enfermería. Nada tenía sentido, pero lo que menos sentido tenía era la sicneridad en la hostilidad de Zorzal y la pérdida que vi en las caras de Ofelia y Cuervo.

Si habían estado actuando, entonces era una soberbia actuación. Pero los había visto en algunas de las obras de Agachadiza y eran cualquier cosa menos grandes actores. Ofelia siempre era demasiado formal y Cuervo siempre parecía confundido a la hora de fingir emociones que no sentía. Para Bisbita había sido un paciente de verdad: aunque no tuviera heridas reales, mi sufrimiento sí que lo era.

Volví a poner la proyección una vez más, convencido de que las respuestas estaban en ella. Me observé aparecer en la escalerilla de la lanzadera, luego descender con cautela, deteniéndome durante un momento cuando puse pie sobre la superficie rocosa. Abandoné la terminal y me aventuré en el interior de la escena, de pie al lado de «mí mismo» mientras le daba una patada a una roca y garabateaba laboriosamente una
H
en la arena.

Volví a la terminal, detuve la escena y me quedé mirándola. Sólo una letra, nada más. ¿Por qué lo haría? ¿Qué haría cualquier persona? Por supuesto. Una inicial. Excepto que mi nombre comenzaba por G.

En ese momento sólo me funcionaban los dedos. Mis emociones estaban congeladas y no me atrevía a deshelarlas. Accedí al listado de la tripulación y revisé los nombres que comenzaban por
H
, pero no conocía a ninguno de los que aparecían. Entonces, respondiendo a un impulso, retrocedí una generación. La mayoría de esos tripulantes seguían vivos; los demás eran desconocidos y por lo que sabía habían hecho el viaje a Reducción. Pero el tripulante que buscaba tenía que aparecer en la lista; después de todo, había consumido comida, aire y agua y había ocupado espacio.

Estaba decidido a leer la biografía de todos los tripulantes ya desaparecidos cuyos nombres comenzaran por
H
, pero no tuve que pasar del primero.

Hamlet.

Moví ligeramente mi mano en la terminal para obtener más información y el texto se disolvió para ser reemplazado por la siguiente advertencia:

TODOS LOS DATOS SOBRE EL SUJETO

SON DE ACCESO RESTRINGIDO DEBIDO A

ESTRÉS AGUDO POR ENFERMEDAD/AMNESIA.

PROPORCIONAR AL SUJETO INFORMACIÓN

SOBRE SU HISTORIA VITAL ANTES DE QUE

LA RECUERDE POR SÍ MISMO

SÓLO RETRASARÁ SU RECUPERACIÓN

Los datos estaban protegidos por una cápsula de seguridad que los envolvía, y no había forma de que pudiera atravesarla.

Me quedé sentado, conmocionado, contemplando la pantalla. No me imaginaba que pudiera haber víctimas de amnesia en generaciones sucesivas. Las probabilidades no lo permitían. Volví a poner la mano en la terminal y retrocedí otra generación más. La mayoría de los nombres me eran desconocidos y además no tenía nada por lo que guiarme, ninguna
H
garabateada en la arena que me sirviera de pista. Desafortunadamente, se me acababa el tiempo; en otra hora o así la cubierta volvería a estar en uso para más representaciones de entrenamiento.

Pero la biografía que buscaba era muy breve, y los nombres cruzaron la pantalla con más rapidez de la que esperaba.

Esta vez, el nombre era el primero de todos.

Aarón.

Unas decenas más y apagué la terminal y salí flotando de la oscura cubierta hangar. No era posible que hubiera una víctima de amnesia en cada generación. Pero había una aproximadamente cada veinte años. La información sobre esas víctimas era aún más fragmentaria que la que había sobre Laertes. De hecho, no había ninguna información; en cada caso una cápsula de seguridad bloqueaba el acceso al ordenador. ¿Qué contenían esas envolturas? ¿O estaban vacías?

Me debatí contra lo obvio. Pero antes de poder aceptarlo, tenía que encontrar una forma de demostrarlo.

Lo evidente era que no había una víctima de amnesia con cada nueva generación.

Todos éramos la misma víctima.

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