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Authors: Frank M. Robinson

Tags: #Ciencia Ficción

La oscuridad más allá de las estrellas (21 page)

BOOK: La oscuridad más allá de las estrellas
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—Las estrellas —dije atropelladamente—. El cable tapará las estrellas que tenga detrás.

Y entonces lo vi, una delgada serpiente negra moviéndose contra el fondo de cristales rotos. Hubo un repentino borrón de movimiento frente a mi casco, iluminado por las luces de emergencia, y lo agarré.

Tiramos de nosotros por todo el cable en silencio, ambos con miedo a hablar no fuera que nos felicitáramos demasiado pronto. Las luces de la
Astron
crecían rápidamente; los que estaban a bordo también nos acercaban recogiendo el cable. Al fin apareció ante nosotros la escotilla y manos enguantadas se acercaron para meternos en el interior.

Momentos más tarde oí el siseo del aire, luego sentí que alguien manipulaba los cierres del cuello de mi traje para quitarme el casco. Aspiré oxígeno fresco y logré sonreírle a Tibaldo, que intentó poner cara seria pero no lo logró del todo. A su lado, Cuervo sonreía con alivio.

Me quedé boquiabierto. No había sido Cuervo el que había salido para recuperarme. Ni siquiera tenía el traje puesto.

Me giré en redondo para ver a Agachadiza, detrás de mí, que se quitaba su traje.

—Tú —dije, perplejo.

Como siempre, se mantuvo impávida.

—No puedo creerme que haya alguien tan torpe —dijo.

—Asignación por prioridades —nos interrumpió Ofelia—. La elección lógica era enviar a alguien que hubiera practicado la maniobra de rescate pero cuya ausencia no perjudicara a la nave si fracasaba.

Habían enviado a Agachadiza porque podían prescindir de ella. Para un tripulante que se sentía tan poco importante como yo, ese conocimiento cementaría una relación que duraría toda la vida de Agachadiza.

Ofelia le dio a Agachadiza una palmadita de aprobación.

—Volverás a salir dentro de dos turnos, Gorrión... y la próxima vez hazlo bien.

V
olví al compartimento de Cuervo, escuchando sólo a medias sus palabras de simpatía. Gavia se sentó en un rincón y tocó la armónica mientras Cuervo intentaba alegrarme el ánimo. Me quedé mirando lúgubremente la plaza de San Marcos, observando hasta que la proyección volvió a reiniciarse desde el principio por segunda vez.

—No me estás escuchando —dijo Cuervo, escuchando sólo a medias sus palabras de simpatía.

—¿Quién estaba en la esclusa? —pregunté.

Puso cara de sorpresa.

—Ya sabes quiénes. Agachadiza, yo y Gavia, tu, Zorzal, Tibaldo y Ofelia.

—Quiero volver al lugar.

Me deslicé por la pantalla de intimidad, Cuervo y Gavia me seguían en silencio. No había nadie alrededor del área de la esclusa y los cables habían sido devueltos a Exploración. Me volví a introducir en el pasillo, sin importarme si Cuervo y Gavia me seguían o no.

Era entre turnos y Exploración estaba desierta. Todos los rollos de cable de sujeción estaban apilados contra el mamparo más lejano. Todos excepto uno que habían dejado fuera para repararlo.

—Tendremos que desenrollarlo —dije.

Cuervo parecía perplejo y Gavia me dijo:

—¿Por qué quieres verlo, Gorrión?

—Era un cable defectuoso —repuse—. Quiero comprobar cuán defectuoso era en realidad.

Cuervo hizo un encogimiento de hombros y lo pusimos en el tambor de bobinado con otro vacío al otro extremo. Observé atentamente cómo se desenrollaba el cable. Estaría justo al principio, pensé, allí donde se había introducido en la nave pasando por la anilla de una armella situada muy cerca de la esclusa.

Cuervo seguía intranquilo.

—El siguiente turno vendrá dentro de poco, Gorrión.

—No me importa.

Le dirigió una mirada a Gavia. Ambos parecían poco contentos.

Reduje la velocidad del cable cuando casi había acabado de desenrollarse y dejé que pasara por mi mano, y luego lo cogí cuando el extremo se soltó del tambor.

Cuervo lo examinó y dijo cuidadosamente:

—No le pasa nada raro, Gorrión.

El extremo, el que estaba asegurado a la armella, estaba envuelto, como todos los demás cables, sin indicios de desgaste o corte. Cuervo tenía razón; no tenía nada de raro. Me mecí sobre mis talones, frustrado, y luego agarré el extremo para inspeccionarlo más de cerca. El cable de sujeción tendría que haber pasado por la armella y el extremo tendría que haber estado unido con una abrazadera al cuerpo principal del cable que salía por la escotilla abierta.

El cable estaría presionado por la abrazadera y tendría que haber sido capaz de ver y sentir el lugar donde había estado ésta, al cable le llevaría más de unas pocas horas el «recuperarse». Pero el cable estaba intacto y no había diferencia de grosor en ningún lugar que indicara la mordedura de la abrazadera. Supe sin necesidad de preguntar que Zorzal o Garza habían sido los encargados de asegurar el cable, que habían pasado el extremo por la abrazadera pero no habían apretado ésta. El más leve tirón y el cable se habría soltado de la abrazadera y habría salido de la esclusa.

—Alguien intentó matarme —dije.

Tanto Cuervo como Gavia lucharon con la idea, pero para ellos era un concepto imposible de asimilar, incluso cuando les expliqué cuidadosamente lo que debía haber ocurrido. Si el cable hubiera estado deshilachado o cortado, quizá les hubiera sido más fácil creerme.

Vi la duda en sus caras, pero en lo único en que podía pensar era en Seti IV y aquella vez en la enfermería en que alguien había murmurado «abre el buche» y me acercó un tubo de líquido a los labios.

Cuervo sacudió la cabeza y el sudor salió despedido de la punta de su nariz en una rociada de gotitas.

—Estás equivocado, Gorrión —dijo con seriedad—. Nadie ha intentado matarte. Nadie podría intentarlo. —Gavia asintió, aunque ninguno de los dos pudo darme una explicación alternativa de por qué el cable se había soltado.

No podían aceptar la conclusión a la que había llegado con tanta ansiedad. Pero estaba convencido de tener razón. Alguien intentaba matarme. Y a bordo de la
Astron
, donde la vida era sagrada por encima de todo, eso debería ser imposible.

13

N
adie del equipo de exploración estuvo de acuerdo conmigo, pero seguí convencido de que alguien de la nave había intentado asesinarme. Incluso Ofelia luchó con la idea y fue incapaz de aceptarla. Para ella, como para los demás, era imposible. Fue la primera en sugerir que me había obsesionado con Zorzal. En el fondo de mi mente crecía la idea de que tal vez tenía razón.

Me señaló que el fallo pudiera estar en la abrazadera misma, que quizá no se cerraba bien. No pude demostrar ni una cosa ni otra; la abrazadera había ido a parar a una pequeña pila de abrazaderas, algunas de las cuales ya no cerraban bien. Zorzal podía haber escogido deliberadamente una abrazadera defectuosa, dije, y en ese momento Ofelia se enfadó.

Incluso cuando se me demostró que había otros miembros de la tripulación que podían haber tenido acceso a la abrazadera y al cable, insistí.

—Fue Zorzal —dije con amargura a Cuervo cuando estábamos a solas en su compartimento—. Estaba en el equipo de inspección.

Cuervo no estaba seguro de si seguirme la corriente o ser realista.

—Y también había otros —dijo, y luego añadió, con cautela—. ¿Por qué Zorzal? ¿Qué motivación?

—Me odia. Eso sí que lo sabes.

Cuervo me miró inexpresivamente y por una vez hasta Gavia me pareció corto de entendederas.

—¿Tanto como para matarte?

Asentí con la cabeza.

—¿Por la vez aquella que los dos estuvisteis solos en Reducción? —dijo Cuervo con incredulidad—. Lo odias por aquello; pero no creo que odio sea lo que él sentía por ti.

Abrí la boca para replicar, y luego cambié de idea. Zorzal había manifestado su ocio hacia mí cuando lo había visto por primera vez a bordo de la lanzadera y había hecho todo lo posible por humillarme, al menos ante mí mismo si no ante la tripulación. Pero el asesinato...

Al final no me quedaba nada más que mis propias convicciones, pero mi odio hacia él era tan fuerte que no quería examinar esas convicciones.

Tras eso, Zorzal y yo intercambiábamos miradas hostiles cuando nos encontrábamos. Estaba cerca de perder el control y él percibía mi violencia interior y me evitaba. No venía a practicar con el ordenador y normalmente llegaba temprano o tarde a las comidas de forma que pasáramos el menor tiempo posible mirándonos con odio por encima de nuestras bandejas de comida.

En el gimnasio era diferente. Zorzal hubiera perdido estatus si se marchaba cuando yo llegaba. Competíamos en el gimnasio, él y yo, sin importar el aparato que usáramos. Y entonces Tibaldo introdujo los ejercicios de contacto físico, justificándolos con un «por si acaso», para gran incomodidad de los miembros de los equipos de exploración.

Curiosamente, no era Cuervo el mejor a la hora de derribar o expulsar al otro en el tatami. Tenía miedo de su propia fuerza, con el resultado de que tendía a ser demasiado lento y cauteloso. Halcón y Águila, los miembros más jóvenes de nuestro equipo, eran los más hábiles. Estaban a la par, y probablemente debido a que eran jóvenes, relativamente pequeños y no se tenían miedo el uno al otro, sus encuentros eran rápidos y contemplarlos era un placer. Garza también era bueno, cosa que me sorprendió, así como Agachadiza.

Zorzal y yo estábamos en los rangos intermedios: no tan buenos como los mejores pero mejores que el resto. Tibaldo nos observaba estrechamente a los dos, especialmente cuando nos enfrentábamos. La primera vez alzó una ceja. La segunda vez nos dedicó una advertencia antes del combate. No hubo tercera vez. Era evidente incluso para el más obtuso que Zorzal y yo estábamos perfectamente dispuestos a hacernos daño, algo que los demás participantes evitaban a toda costa.

Debería haber anticipado la reacción de la tripulación. Que alguien quisiera herir deliberadamente a otro era algo que les horrorizaba. A nadie le había caído particularmente bien Zorzal; ahora hacían todo lo posible por evitarlo. Y también a mí. Éramos antagonistas y nuestros compañeros nos dejaban montón de espacio para que maniobráramos nosotros dos. No intentaron ocultar el hecho de que encontraban la situación sumamente desagradable, que debido a que Zorzal y yo éramos capaces de una violencia que ellos aborrecian, había un abismo entre ellos y nosotros.

Entre nosotros y la mayoría de ellos.

Pero no de todos.

L
as cosas llegaron a un punto crítico con la violación de Bisbita. Cuervo y yo habíamos ido a Hidropónica después de nuestro turno en un período, con la intención de catar las nuevas cosechas. Habíamos recorrido la mitad del enorme compartimento cuando oímos un sollozo ahogado procedente de unas tres hileras por encima de nosotros. Nos miramos con sorpresa y luego nos apresuramos a rodear las espalderas inyectoras de nutrientes. Bisbita estaba agarrada a unas enredaderas, desnuda, su faldellín estaba en un bancal cercano. Las lágrimas que le resbalaban por las mejillas enfatizaban los moratones que tenía en la cara y los pechos.

Sabía lo que había ocurrido sin necesidad de preguntar. Recordé lo que me había contado Agachadiza. Recordé el primer almuerzo que había tomado en Exploración, cuando Zorzal había mirado con odio a Bisbita y Cuervo. Y recordé a Cuervo diciéndome que Zorzal quebrantaba las costumbres de a bordo. Fueran cuales fueran las creencias que tenía el resto de la tripulación, obviamente Zorzal no las compartía.

Cuervo la sostuvo en sus brazos, y yo le acaricié la cabeza con suavidad y pregunté:

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