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Authors: Frank M. Robinson

Tags: #Ciencia Ficción

La oscuridad más allá de las estrellas (19 page)

BOOK: La oscuridad más allá de las estrellas
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Me moví nerviosamente durante el silencio que hubo a continuación mientras él contemplaba, absorto, el Exterior.

—¿Sabes lo que fue realmente importante en todo aquello, Gorrión?

Negué con la cabeza.

—Lo único que le importó al mundo fue que lo había conseguido. Nadie preguntó si sus barcos hacían agua. Nadie preguntó si sus tripulaciones soportaron penurias. Al final, lo único que importó era si tenía la voluntad o no.

Se apartó de mí y volvió a mirar al Exterior. No había terminado de comer, pero ya no tenía apetito. Zorzal mencionó que ya era hora de nuestro turno, y el Capitán asintió de manera ausente. Justo cuando flotábamos a través de la cubierta, el Capitán dijo:

—Lo único que importó era la voluntad de un solo hombre, Gorrión. De uno solo.

El Capitán había estado a punto de volver a persuadirme. Casi había recreado aquel momento de adoración al héroe que existió la primera vez que lo vi. Casi, pero no del todo. Lo que había cambiado no estaba tanto en él como en mí. Yo era perceptiblemente mayor que aquella primera vez y era más consciente de la facilidad con que el Capitán cambiaba de papel. Podía inspirar, podía liderar, podía debatir, podía instruir, podía persuadir.

Y, sospechaba, podía ser cruel.

Más tarde, busqué a Magallanes en los archivos del ordenador. Lo que el Capitán se había olvidado de contarme era que Magallanes había muerto en el viaje y que jamás regresó a España.

Una vez de vuelta en el pasillo, Zorzal me preguntó de repente:

—¿Estás interesado en la creación de vida, Gorrión?

Todavía seguía pensando en el Capitán y dije sin mucho interés:

—Sí, claro.

Flotó por el pasillo.

—Sígueme. Te enseñaré dónde comienza todo.

Hasta más tarde no me daría cuenta de lo confiado que parecía, lo seguro de sí mismo que estaba.

T
erminamos, una vez más, en Reducción, pero esta vez las cámaras estaban vacías; no había telas negras sobre ninguna de ellas. Aun así, el corazón me latía más rápido de lo normal y quería irme de allí. Zorzal no tenía prisa. Me explicó qué era cada cosa y cuál era su funcionamiento mientras yo flotaba tras él obediente e intentaba aprender tanto como pudiera.

Cuando el breve
tour
llegó a su final, rebuscó en el interior de su faldellín y sacó una pipa muy similar a las de Tibaldo y Cuervo.

—¿Te apetece fumar, Gorrión?

Miré a mi alrededor para comprobar si los extractores estaban funcionando y me dijo:

—Los encendí cuando vinimos.

—¿Por qué no? —dije.

Nos quedamos allí sentados durante un rato, pasándonos la pipa mientras pensaba en lo que había dicho el Capitán y me di cuenta de que en realidad no me había dicho gran cosa. Culpa mía, supuse, porque no le había formulado las mismas preguntas que me había hecho Noé. Pero lo haría la próxima vez. Para cuando recordé a qué habíamos venido a Reducción, la cabeza me daba vueltas y tenía un ataque de risa tonta.

—Vida —le dije a Zorzal a modo de recordatorio.

—Vida —concedió. Dejó la pipa a un lado y trasteó con el microscopio, luego cogió un portaobjetos—. Vida humana —dijo—. Así es como empieza todo, Gorrión.

Se desató el faldellín. Lo miré, si creer lo que veía. Unos pocos minutos después, y tras una cierta cantidad de esfuerzo y sudor, puso el portaobjetos bajo el objetivo y ajustó los controles mientras miraba por el ocular. Cuando hubo enfocado la muestra, se apartó.

—Echa un vistazo, Gorrión. Los pececitos de cola larga fertilizan los óvulos de las mujeres y de ahí salimos nosotros.

Me incliné sobre el ocular y observé los espermatozoides que se retorcían, fascinado. Ése era el Principio de todo, a partir de ahí crecerían criaturas con dedos, corazones y cerebros. Criaturas que podrían caminar y correr, comer, pensar y sentir... las únicas criaturas que eran capaces de hacer esas cosas en todo el universo. Las cositas serpenteantes que nos convertían a Zorzal y a mí, y a todos los que estaban a bordo en... dioses.

No sabría hasta mucho después que lo que Zorzal había hecho era algo que todo estudiante de medicina varón hacía tarde o temprano... y por la misma razón.

Cuando finalmente aparté la vista, Zorzal me dio un portaobjetos, sonriendo.

—Ésos eran los míos, Gorrión. Ahora veamos los tuyos.

Lo que había fumado me había dejado algo mareado y me sentía extrañamente desorientado y libre. Sólo vacilé durante un instante. Tenía muchísima curiosidad y además, era por la ciencia. Era más tímido que Zorzal y me llevó más tiempo, pero pronto estuve contemplando mis propios espermatozoides bajo el objetivo, pensando que lo que había en el portaobjetos eran cientos de réplicas embrionarias de mí mismo.

Todavía estaba estudiándolas a través de la lente cuando sentí la mano de Zorzal que me tocaba en el hombro. Repentinamente fui consciente de su proximidad, de su desnudez, de la suavidad de su piel, del olor de su cuerpo, de las veces que había admirado su gracilidad en el gimnasio, de su amabilidad al explicarme el funcionamiento de la nave, del mucho tiempo que había transcurrido desde que tuviera sexo con Agachadiza, y la cantidad de veces que había dormido solo desde entonces. Estaba mareado y desorientado por lo que habíamos fumado, pero era muy consciente de la calidez y la intimidad que ofrecía Reducción. Estaba totalmente relajado y pasivo, lánguido entre los brazos de Zorzal que me sostenían desde atrás. Mis sentimientos eran de gratitud, y de una admiración rayana en el amor.

Más tarde, cuando se reajustaba el faldellín en el pasillo, Zorzal se rió y me dijo:

—Eres fácil, Gorrión.

Observé cómo se marchaba volando por el pasillo, sintiendo cómo crecía en mí un rubor lento que aumentó hasta que sentí que la piel me ardía.

Mi mente quedó en blanco hasta que volví a mi compartimento, y allí me obcecó la rabia. Golpeé contra el mamparo con los puños, una, dos veces, luego me aovillé en la silla suspendida con la cabeza entre las manos. Zorzal, por supuesto, no se lo callaría.

—¿Pasa algo, Gorrión?

Cuervo había introducido la cabeza a través de la pantalla de intimidad.

—Vete —gruñí.

Se me quedó mirando, asombrado.

—¿Qué te ha ocurrido?

—Te reirás de mí —dije yo—. Tú y todos los demás.

Algo en mi voz le impidió retirarse.

—Sabes que no me reiré —me aseguró.

No me atrevía a mirarle a la cara por miedo a que viera mis lágrimas de ira. Las vio de todas formas.

—Zorzal —dijo Cuervo.

Asentí. A todo el mundo le había resultado fácil adivinar que mi breve amistad con Zorzal terminaría así.

—¿Qué ha pasado, Gorrión?

Mi mente era una mezcolanza confusa de orgullo herido, rabia impotente y, por encima de todo, una desesperada necesidad de consuelo y afirmación de mi valía como persona. Intenté explicárselo todo a Cuervo, pero lo que dije no tenía mucho sentido, ni siquiera para mí. El corazón, descubrí, no es un buen órgano para pensar.

Cuando finalmente acabé, Cuervo parecía perplejo.

—Zorzal ha estado con casi todo el mundo a bordo. Nadie va a pensar mal de ti por ello.

Me quedé mirándolo.

—Nadie se niega a nadie la primera vez, Gorrión. Costumbre de la nave. No es tan importante.

Intenté decirle que no era lo que los demás tripulantes pudieran pensar de mí, sino lo que yo mismo pensaba acerca de mí. Durante el resto de mi vida, oiría la risa de Zorzal y sabría que había jugado conmigo y le había dejado ganar.

—Así que has perdido tu orgullo. Tampoco es algo que te haga tanta falta a bordo de esta nave.

—Quiero recuperarlo —dije rechinando los dientes.

—Es una estupidez dejar que alguien tenga poder sobre ti sólo por eso —dijo Cuervo con suavidad—. Ésa es la razón por la que Zorzal ha hecho lo que ha hecho, ya lo sabes.

Le encontraría el sentido a lo que me decía durante el siguiente período, o en el que vendría después. Pero en ese momento era demasiado frágil para pensar en ello lógicamente.

Me balanceé en la silla y Cuervo dijo:

—¿Quieres que me vaya, Gorrión? —Intenté responder, pero no pude. Cuervo frunció el ceño, y luego me preguntó—: ¿Quieres que me quede? —Me quedé sentado, mudo y él me acarició el pecho y me volvió a decir—: No es tan importante, Gorrión. —Y pasó el resto del período de sueño conmigo.

Cuando desperté más tarde, a solas, en el compartimento, me di cuenta de que había pasado en esencia por la misma experiencia dos veces en el mismo período. Pero pese a las similitudes, Zorzal era mi enemigo, más que nunca, y Cuervo era ahora amigo, más que antes.

La diferencia estaba en que uno me había arrebatado mi orgullo y el otro me lo había devuelto. Nadie excepto Cuervo llegó a comprenderlo jamás.

12

N
o sabía qué esperar a la hora del desayuno. Estaba preparado para todo tipo de comentarios. Mis compañeros de tripulación me observaron de reojo y con tanta atención como cuando salí de la enfermería, pero nadie dijo nada. Unas cuantas miradas especulativas me hicieron sonrojar, pero no hubo bromas ni risas. Aparentemente, nadie consideraba que lo ocurrido fuera importante, aunque mis reacciones al respecto fueran de gran interés para ellos. Me sentí aliiado; no podía saber si Zorzal estaba decepcionado o no. Le dediqué una mirada hostil y sentí cómo me recorría una oleada de furia cuando me devolvió una expresión impávida. Éramos dos simios, él y yo... y Zorzal se había demostrado a sí mismo que era el primate alfa.

Engullí la comida y cuando Noé sacó el ajedrez, intenté olvidarme de Zorzal y concentrarme en el tablero que tenía enfrente. Jugué muy mal.

Habría otras ocasiones con Zorzal, pensé, y a la siguiente el resultado sería diferente. Pero por ahora, Cuervo tenía razón: había cosas más importantes de las que preocuparse.

Durante la docena de turnos siguientes, cuando estaba solo ante la terminal, comprobé el inventario de trajes de actividad extravehicular, los revestimientos interiores, los conjuntos de soporte vital y los suministros de exploración. Según los datos, habíamos sufrido sólo el desgaste normal sobre los miles de trajes con los que comenzamos, teniendo en cuenta los siglos que habían pasado. No debería haber problema alguno para los grupos de exploración.

No me lo creí.

Le conté a Cuervo mis preocupaciones y en un período, entre turnos, fuimos a Exploración para inspeccionar los trajes colgados del mamparo.

—Mira esto. —Cuervo cogió uno por la manga y floté hasta allí—. ¿Tú querrías llevar a esto?

Tiré con suavidad del punto donde el tejido se unía a la junta de metal de la muñeca. Se estiró ligeramente, y luego se rasgó de manera uniforme siguiendo la línea de metal. Cualquiera que llevara puesto el traje y pusiera presión en la junta perdería su suministro de aire en un instante.

El traje era
antiguo
, tan viejo como el Capitán en persona.

—Los comprobarán antes de usarlos —dije, sin estar convencido del todo. Pero no dejé el asunto en manos de otra persona; seguía teniendo recuerdos vividos sobre la cuerda podrida en Seti IV. Comprobé los trajes, y también los cascos para asegurarme de que eran completamente transparentes, que el plástico no se había opacado con el tiemp de forma que no pudieras ver las caras de los que los llevaban. Finalmente, inspeccioné los equipos de soporte vital y los transmisores. Esta vez no habría ningún fallo de comunicaciones.

Según nos acercábamos al sistema Aquinas, el resto de los equipos volvieron a comprobar todo de arriba abajo, y Cuervo y yo nos sentimos como un par de tontos. Se me dijo que los equipos siempre tenían mucho cuidado a la hora de inspeccionar el equipamiento. Pero nadie me había dado una explicación creíble sobre lo que me había ocurrido en Seti IV.

Aunque todavía estábamos a meses de Aquinas II, las conferencias de Ofelia y otros oficiales en Exploración se volvieron más frecuentes e intensas, y la audiencia se volvió más alerta. Ahora había menos gente que se quedaba dormida. Para aquellos miembros que jamás habían hecho un aterrizaje, el primer planeta sería un rito de iniciación que les convertiría en miembros plenos de la tripulación.

Las guardias en la sala de astrogación y frente a las terminales se hicieron más largas y más crispantes. La información sobre el sistema Aquinas entraba a raudales y tenía que ser descompuesta y analizada de forma que los Talleres pudieran hacer los ajustes necesarios en el equipo de aterrizaje. ¿Usaríamos sondas aerostáticas o descenderíamos con la lanzadera? ¿Había atmósfera, era la temperatura de la superficie compatible con la exploración humana?

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