La mujer del faro (28 page)

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Authors: Ann Rosman

BOOK: La mujer del faro
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–Ahórrate el chapuzón y guárdatelo para cuando estés con Sara -dijo Anita, y le metió el chupete en la boca a Walter, que ya había cerrado los ojos. Acarició la mejilla de su nieto-. El niñito adorable de la abuela.

Karin apareció entre la niebla. Lycke se llevó un dedo a los labios y señaló en dirección al cochecito.

Ella asintió con la cabeza.

–Hola. Gracias por la velada, fue muy divertido -susurró.

–Querías conocer a Bruno Malmer, ¿no? – dijo Lycke-. Pues ahora mismo íbamos a su casa. Acompáñanos.

La casa del siglo XVIII del tío Bruno estaba en medio de unas casas adosadas, casi nuevas, al lado de un parque infantil. Era una suerte que Walter se hubiera dormido, de lo contrario, no podrían haber seguido sin encallarse en el tobogán y los columpios. El tío Bruno se alegró mucho de la visita y se apresuró a preparar café.

–Pasad, pasad -dijo, para luego volverse hacia Karin-. Me temo que no nos conocemos.

Ella agradeció que Lycke la presentara primero como su amiga y luego como agente de policía. El hombre llevaba barba y un bigote impresionante de puntas retorcidas con cera. Vestía unos pantalones marrones ajados, con bolsas en las rodillas, un polo y una americana de tweed a cuadros. Un explorador recién llegado de una expedición podría ser una descripción muy acertada del tío Bruno, o tal vez un científico de principios del siglo XX.

Olía a tiempos pretéritos y un poco a cerrado, y no hacía precisamente calor en aquella casa. El tío Bruno abrió la puerta de una estancia un poco caldeada. Un fuego que ardía en una antigua estufa blanca intentaba no desentonar con el viejo e irregular suelo de preciosos tablones en el que cada generación de la familia había dejado su huella. Bruno rechazó amablemente la ayuda ofrecida y despejó una mesa donde había un montón de libros, cartas marinas y libretas con anotaciones. Las invitó a sentarse en un sofá de estilo Biedermeier. Se quedó con los documentos y libros entre las manos mientras buscaba un sitio adecuado para dejarlo todo. Finalmente se decidió por una mesita al lado de la ventana. Las cartas marinas se enrollaron en cuanto las soltó y cayeron al suelo, cuya inclinación era tan pronunciada que salieron rodando impulsadas por un golpe de aire hasta que el borde de la alfombra las detuvo.

Karin echó una mirada fascinada a toda la estancia. Las paredes estaban cubiertas de cuadros, casi todos marinas. Entre los marcos asomaba un papel pintado irregular y descolorido que dejaba entre ver que los cuadros no siempre habían estado colgados en el mismo orden. Una estantería baja de color blanco recorría la pared enfrente de la estufa. Estaba repleta de libros y las puertas que antes protegían los estantes estaban apoyadas contra la pared detrás del sofá. La estantería no hacía juego con el sofá, ni con ninguna de las mesas.

Cada uno de los muebles era bonito por separado, pero en conjunto daban una impresión curiosísima. Karin estaba acostumbrada a visitar casas de la más distinta índole, pero la del tío Bruno era, a su entender, algo único.

Bruno no tenía leche en casa y, por tanto, tuvieron que tomar café solo. A Karin casi le sorprendió que aquel brebaje negro y espeso no dejara marcas en la taza blanca y, por una vez, se alegró de que le hubieran dado una taza y no un tazón. Si bien había crema de leche, un vistazo furtivo a la fecha de caducidad, sobradamente sobrepasada, y el olor sospechoso la hicieron desistir. Anita negó con la cabeza discretamente al ver que Karin cogía un bollo, y cuando ésta lo mordió entendió por qué. Consiguió reblandecer el bollo reseco con un sorbo de café y así al menos pudo masticarlo.

Lycke le contó al tío Bruno que Karin había navegado mucho, pero el anciano no pareció oírle. Sólo mostró verdadero interés cuando Karin le explicó que no sólo había estado en Noruega y Dinamarca con el barco, sino también en Escocia, las islas Shetland, las Oreadas, las Hébridas, tanto las exteriores como las interiores, Irlanda del Norte y las islas de Santa Kilda, frente a la costa oeste de Escocia.

–Escocia… -repitió, y su mirada se tornó soñadora. Karin le entendía.

El tío Bruno se preparó una pipa con cuidado y empezó a contarles de sus propios hallazgos alrededor de las islas Shetland y las embarcaciones de la Compañía Sueca de las Indias Orientales que había encontrado allí.

–Llevaba buscando uno de esos buques naufragados desde hacía dieciocho años. ¿Qué os parece? Casi dos décadas.

Karin asintió con la cabeza e intentó beber un sorbo más de café.

–¿A lo mejor el café te sienta mal? – Bruno encendió la pipa con una cerilla. Unas pequeñas bocanadas de humo dulzón se elevaron y se propagaron por la estancia, para desaparecer gracias a la buena ventilación-. Pues sí, tengo un pequeño
cottage
en las islas Shetland. – El tío agitó la mano en dirección al globo terrestre que tenían delante, en el suelo, y que curiosamente no mostraba las islas referidas-. Al norte de Escocia y más cerca de la costa noruega de lo que cabe esperar -añadió, y dio una chupada a la pipa hermosamente tallada-. En realidad, ya había recogido mis cosas y había cerrado la casa por la temporada. Las tormentas de otoño no son precisamente benignas en las Out Skerries. Se encuentran en el punto más oriental de las islas Sheüand, muy cerca de Noruega.

Karin fue la única que asintió con la cabeza.

–De hecho he estado allí. Es un lugar increíble. Bruno asintió con aprobación.

-
Outstanding, remarkable
-dijo con el acento escocés más cerrado que pudo, y le salió humo por la boca al pronunciar esas alabanzas-. Sea como fuere, un amigo mío había perdido una cesta de langostas nueva. Le prometí que me sumergiría para buscarla y fue entonces cuando, por azar, di con el barco naufragado. La última inmersión de la temporada.

–¿Y la cesta de langostas? ¿La encontraste? – preguntó Lycke tras cubrir disimuladamente su bollo con la servilleta.

Bruno la miró incrédulo, como si se hubiese vuelto loca. ¿A quién demonios le importa una cesta de langostas si acabas de encontrar una nave, un velero de la Compañía Sueca de las Indias Orientales que llevas buscando desde hace casi dos décadas? Entonces se volvió hacia Karin, que se había dejado hechizar por el relato. Y es que el ambiente no podía ser más idóneo. Unos grandes tiestos grises y otros azules y pequeños ocupaban el alféizar de la ventana con sus nudosos pero sorprendentemente vivos pelargonios. A Karin le pareció que aquellos recipientes habían contenido té importado de China en el siglo XVIII, pero no estaba segura.

El tío Bruno seguía en las islas Shetland.

–Varios residentes me habían contado que, tras una tormenta, a veces podías encontrar monedas de plata por la playa. Resultó que en el barco había un baúl con monedas de plata cuya tapa había desaparecido. Cada vez que las corrientes removían las aguas con fuerza, algunas monedas eran arrastradas a la costa. Actualmente, el tesoro se encuentra en el museo de Lerwick. – Bruno sacó un recorte en blanco y negro del
Shetland Times
y se lo dio a Karin.

Al final, Lycke lo interrumpió.

–Karin está interesada en los barcos del oro y en la familia Stiernkvist.

El tío Bruno soltó unas bocanadas de humo antes de preguntar:

–¿La investigación de Pater Noster, quiero decir, Hamneskár?

¿Estás trabajando en ella?

Karin asintió con la cabeza.

–Se dice que es Arvid Stiernkvist el que habéis encontrado allí.

¿Es así?

Ella lo confirmó, parecía que sí podía tratarse de él.

–¿Cómo demonios acabó en ese lugar? – preguntó Bruno.

–Es una buena pregunta. Si tiene alguna idea, bienvenida sea.

–Sí, muy bien. Emparedado, me han comentado.

Karin no vio ninguna razón para intentar mantener en secreto algo que, a todas luces, ya conocía todo el pueblo, así que lo confirmó: habían encontrado a Arvid Stiernkvist emparedado en la despensa del sótano de Hamneskár.

–Pobre diablo.

–Pero tampoco es seguro que estuviera vivo cuando lo emparedaron -precisó Karin.

–¿Quieres decir que ya estaba muerto entonces?

–No lo sabemos con certeza. Lycke me habló de los barcos del oro y me dijo que usted era la persona indicada con quien hablar.

–Karin intentaba conseguir información, en lugar de ser quien la proporcionara.

–Los barcos del oro, sí, y la familia Stiernkvist. ¿Cuánto sabes y cuánto quieres saber?

–Todo. Me gustaría que me contara todo lo que sabe. – Karin advirtió que su voz sonaba tensa y expectante, pero el tío Bruno sonrió.

–La familia Stiernkvist tenía una empresa de transportes. La fundó en Inglaterra el padre, Gilbert, y luego los hijos se hicieron cargo, después de que la familia se mudara a Suecia. La madre era sueca, de Lysekil, creo recordar. Gilbert también era de ascendencia sueca, por eso el apellido Stiernkvist. Pero entonces llegó la guerra y el Banco Nacional de Suecia trasladó sus lingotes de oro. Si el país acababa en manos del enemigo, al menos querían que la reserva de oro estuviera fuera de su alcance.

–¿Adonde la trasladaron? – preguntó Karin.

–Ésa es una buena historia, porque los lingotes de oro fueron trasladados en coche desde Estocolmo hasta Bergen, en Noruega. Una vez allí, los cargaron en barcos suecos y fueron llevados a Nueva York. ¿Te lo imaginas? No podían ser muchos los que lo sabían.

Karin asintió con la cabeza.

–¿Son ésos los llamados barcos del oro?

–Sí y no. Había dos tipos de barcos del oro. La empresa de Stiernkvist era responsable del transporte de la reserva de oro sueca. A los barcos que trasladaron aquel oro los llamaban así, es cierto. Pero también había otros barcos del oro, y son éstos en los que más pienso. Muchas familias judías eran adineradas y cuando se los llevaron a los campos de exterminio, los nazis se quedaron con sus propiedades. Todas, desde la porcelana, las obras de arte y los muebles, hasta las joyas y las cuentas bancarias. Fundieron alianzas y dientes de oro y los convirtieron en lingotes anónimos con sellos le

gales. Este oro judío robado también fue trasladado, entre otros medios, por mar. Y ésos son los otros barcos del oro.

“Por más que lo niegue el gobierno sueco, nosotros también comerciamos con los alemanes, que nos pagaban con oro. Dicen que una buena parte de aquellos barcos desapareció. No recuerdo que encontraran ninguno. Aunque, sin duda, se silenciaron muchas cosas.

¿Has oído hablar del tren de Melmer y el oro nazi?

A Karin apenas le dio tiempo a negar con la cabeza, y el tío Bruno prosiguió con su intenso y vivido relato.

Habían pasado tres horas en la casa. Walter se despertó en su cochecito y Lycke salió a ocuparse del niño. Todos se dispusieron a marcharse, Karin con la sensación de haberse enriquecido, y salieron al porche.

–¡Anita! – exclamó el tío Bruno-. Ahora que me acuerdo. Espera un momento. – La vieja y gruesa puerta de madera chirrió cuando volvió a entrar en la casa.

Pareció que algo caía al suelo y lo oyeron maldecir antes de volver con un libro en la mano.

–Aquí tienes. Me lo prestasteis hará ya… bueno, creo que unos cinco años. Lo lamento, pero lo había olvidado por completo.

–¿De veras? – dijo Anita sorprendida, pero su expresión cambió al ver el libro de tapas de piel. Pasó la mano por la cubierta antes de abrirlo por la primera página.

Anita Per Uno May the hills rise to meet you, and may you always have the wind in your back.

¡Muchísimas felicidades en el día de vuestra boda! Afectuosamente, Karl-Axel
-¿Qué es esto? – preguntó Lycke.

–Un cuaderno de bitácora -contestó Anita tras un momento-. Nos lo dio Karl-Axel Strómmer como regalo de bodas. Lo había olvidado.

–Strómmer, sí -dijo Bruno-. Ahí tienes, Karin, otra familia fascinante. Axel Strómmer era el farero de Pater Noster. Corre una vieja historia según la cual sus hijos, Karl-Axel y Elin, se hicieron con dos barcos alemanes mediante engaños. Vaya, que se los birla ron. Se comenta que Arvid también estuvo implicado.

Sonó el teléfono en el interior de la casa.

–Bueno, nunca encontraron el oro y, al mismo tiempo, Elin y Arvid desaparecieron. Aunque no lo sé. Corren tantas historias fantásticas por ahí… -añadió, y alzó la mano a modo de despedida antes de entrar para contestar el teléfono.

Oslo, diciembre de 1963 Era una noche fría y ella volvía del trabajo. Le pesaban las piernas y las botas apretaban sus pies hinchados. Notaba cómo la sangre le latía y los pies, que habían caminado toda la noche sobre el suelo del restaurante, pedían a gritos un descanso y salir de su prisión de cuero. El camino a través del parque del palacio era un atajo. Miró alrededor an tes de apretar el paso entre las farolas pesadamente ornamentadas. No era el mejor camino para una mujer sola en medio de la noche.

Un poco más allá había alguien echado en el suelo. Al acercarse, Elin vio que se trataba de una mujer. Le preguntó si se encontraba mal, pero ella apenas abrió los ojos. Elin posó una mano sobre su pálida frente y la mujer gimió. Estaba muy fría y medio inconsciente. Una de sus piernas había adoptado un ángulo poco natural. Elin echó un vistazo a los senderos del parque. Intentó calmarla y le dijo que iría en busca de ayuda. Se quitó el abrigo y lo extendió sobre su cuerpo, al tiempo que le prometía que volvería muy pronto. Luego salió corriendo en dirección a la calle ancha.

Tres horas más tarde estaban sentadas en el hospital, esperando a que se secara el yeso de la pierna de la señora Hovdan. Sus ojos gris claro se posaron en Elin.

–¿Cuándo saldrás de cuentas? – preguntó.

–¿Perdón? – dijo Elin.

–El niño. ¿Cuándo darás a luz?

Entonces llegaron las lágrimas. Elin lloró hasta temblar, incapaz de parar.

–Tranquila, tranquila, tan malo no puede ser -la consoló la mujer.

Elin se lo contó todo. Cuando más tarde, aquella misma noche, fue a buscar sus pocas pertenencias a la habitación que había alquila do y las llevó al piso de la señora Hovdan, ya se sentía mejor. El piso era grande y estaba justo detrás del palacio, en la esquina de Ridder voldsgate con Oscarsgate. La señora Hovdan era viuda y no tenía hijos. Fue como si una bondadosa mano invisible las hubiera reunido.

Elin leyó el recorte de periódico en que se mencionaba la desa parición de la pareja que, se temía, había tenido un accidente de barco. Un oficial de policía de nombre Sten Widstrand hacía un llamamiento a la población para que facilitara cualquier información al

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