La mujer del faro (23 page)

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Authors: Ann Rosman

BOOK: La mujer del faro
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El 2 de enero de 1964, a las 4.38 horas había nacido una niña, pero once minutos más tarde, la misma mujer había dado a luz un niño. Sara entendió inmediatamente que la niña era Diane, pero ¿qué había pasado con el niño? ¿Tenía Diane un gemelo?

–¿Es eso posible? – se preguntó en voz alta. ¿Que Siri se hubiera quedado con uno y hubiera entregado el otro en adopción? ¿Quién más podría saberlo? ¿Waldemar, tal vez?

Abrió el álbum de fotos y se quedó mirando la fotografía que apareció en la primera página. Siri y el hombre que rodeaba sus hombros con el brazo sonreían al objetivo. Había esperado ver a Arvid Stiernkvist, el primer marido de Siri, fallecido en circunstancias trágicas, pero no era él sino alguien que reconoció al instante. Era Blixten, como seguían llamándolo por allí.

Se quedó pensativa. ¿Siri se casa con Arvid Stiernkvist, enviuda, tiene hijos y se vuelve a casar con Waldemar? ¿Qué pintaba Blixten en todo aquello? Miró la fecha que aparecía bajo la fotografía y luego se ayudó con los dedos para contar el lapso transcurrido entre la foto y la fecha de nacimiento registrada en el documento danés. Coincidía con el tiempo de gestación de un niño. O de dos niños, en el caso de los gemelos.

En el álbum, había más fotografías tomadas al lado de una tienda de campaña. En una aparecía Siri apoyada en una motocicleta con sidecar. El prado del fondo indicaba que las fotos habían sido tomadas en verano. Siguió hojeando el álbum y las únicas personas que aparecieron en todas sus páginas fueron Blixten y Siri, que parecían conocerse bien. Muy bien.

Sacó el último folio que quedaba en el sobre y lo leyó. Era una carta. Le temblaron las manos mientras leía. Dios mío, pensó. Dios mío, ¿qué voy a hacer ahora? Se levantó demasiado rápido y no le dio tiempo de agarrarse a nada cuando se le nubló la vista.

En sueños, alguien le acariciaba la frente. Con movimientos suaves. Sintió un brazo bajo su cabeza y oyó una voz vagamente conocida, aunque no fue capaz de identificarla. Cuando abrió los ojos vio a Markus. Le acariciaba la frente y su expresión era de preocupación.

-
Sara, are yon all right?
-preguntó.

Ella intentó asentir con la cabeza, pero lo único que logró fue contraer el rostro en una mueca de dolor. Markus la cogió por debajo de las rodillas con un brazo y rodeó su espalda con el otro para levantarla del suelo. La alzó sin esfuerzo, como si fuese ingrávida, y Sara notó sus músculos tensos. Olía bien, a recién duchado. Markus abrió la puerta de su piso y la llevó en brazos hasta el sofá. Luego le colocó un cojín debajo de la cabeza y fue por un vaso de agua. Le sostuvo la cabeza con la mano para bebiera y sus ojos se acercaron a ella. Qué ojos tan bonitos tenía. Verdes con pestañas larguísimas.

Por una vez le sentó bien poder comportarse como una niña pequeña y desvalida y contar sin tapujos lo mal que se sentía. Por alguna extraña razón, a él sí podía contárselo. De fondo, mientras ella le contaba sus secretos como si fuera lo más normal del mundo, sonaba el magnífico disco de Alphaville,
Forever Young
. Markus le narró la búsqueda de sus orígenes y le contó quién era, y que no era casualidad que les hubiera alquilado el piso precisamente a ellos. Estaba sentado en el suelo, al lado del sofá, acariciándole la frente.

Forever young, I want to be forever young, Do you really want to Uve forever

Fue como si una pequeña brizna de tiempo se hubiera desprendido de la eternidad. Sólo existían él y ella y nadie más, ninguna obligación, ninguna promesa, ninguna exigencia. Dos piezas de un puzle que se habían unido.

Pensó un breve instante en Tomas, en cómo siempre estaba ocupado en una reunión cuando ella intentaba localizarlo por teléfono. En cómo solía irse antes de que se despertaran los niños y llegar a casa cuando ya estaban acostados. Ni siquiera recordaba la última vez que él los había recogido en la guardería. A veces sentía que sus hijos sólo tenían padre los fines de semana. Era como si vivieran en realidades distintas, él con su trabajo y su carrera, ella con los niños y su baja laboral. ¿Adonde habían ido el amor, el respeto y la complicidad?


some are a melody and some are the beat

Sara miró los labios de Markus y se preguntó cómo sería besarlos. Entonces él se inclinó y la besó, suave y delicadamente, primero en la frente y luego en la boca.

-
You seem so unhappy
-fue lo único que dijo. Pareces muy infeliz.

Sara levantó la mano y la posó sobre su mejilla. Sabía que estaba mal. Él también lo sabía, Sara lo vio. Si se hubieran conocido en otras circunstancias habrían sido pareja. Realmente había creído que en Tomas había encontrado a alguien con quien estaría siempre, pero ahora no estaba tan segura.

“Ahora pasaremos un fin de semana estupendo juntos”, había dicho en más de una ocasión para, acto seguido, desaparecer. Y cuando ella, dos horas más tarde, llamaba para preguntarle dónde estaba, él le contestaba que primero había pasado por casa de sus padres para ayudarles a desenterrar las raíces de un árbol y luego había llamado Diane por teléfono y él había acudido para colocarle una estantería. Mientras tanto, Sara se quedaba en casa con dos niños que esperaban a su padre. Se había equivocado. De pronto, despertó del ensueño, se sacudió esos pensamientos y dejó que Markus la rodeara con los brazos. “Para -le dijo una voz interior-. Páralo antes de que sea demasiado tarde, ahora que todavía puedes dar marcha atrás.” Se incorporó lentamente en el sofá, la cabeza le daba vueltas y la apoyó contra el hombro de Markus. Entonces le dijo:


I'm sorry but, I’m married
. – Lo siento, pero estoy casada.

El taxista había sido tan amable de dejar a Karin delante de la comisaría. No se molestó en entrar, sino que abrió su Saab, que estaba aparcado. Tras unos quejidos del motor, el coche se puso en marcha. El clima invernal de Suecia sin duda no era lo que más convenía a los coches. “¡Es! – oyó decir Folke en su cabeza-. Supongo que quieres decir que no es lo más conveniente para los coches.” Karin negó con la cabeza y puso la radio antes de coger la carretera en dirección a Lángedrag y el puerto de GKSS. Seguramente, Folke estaría escuchando Pl, la cadena de música clásica, pensó cuando escogió una frecuencia lo más lejos posible de los 89.3 MHz de Pl. Una música maravillosa de viernes por la noche salió por los viejos altavoces del Saab, y Karin subió el volumen y dejó atrás los pensamientos sobre Folke y Siri von Langer.

El barco estaba allí, esperándola. Karin le dio al contacto y dejó que el motor se calentara un rato. En un principio, la idea había sido cargar las baterías, pero entonces decidió ponerse la ropa de navegación y el chaleco salvavidas, y soltar las amarras de proa y luego las de popa. Metió la marcha atrás con el pie, pues la caja estaba colocada de tal manera que tendría que haber soltado la caña del timón si pretendía hacerlo con la mano.

La popa se fue alejando lentamente del muelle. Karin puso el motor en punto muerto para luego meter la marcha normal y darle un poco de gas mientras viraba. El casco de acero negro respondió cogiendo velocidad. Con la carta náutica sobre la banqueta más cercana, navegó entre los muelles. Según la radio VHF, no había ningún buque de gran envergadura entrando ni saliendo del puerto de Goteburgo en ese momento. Cruzó la vía marítima y se dirigió hacia el norte, pasando por Varholmarna. Los ferrys amarillos del Servicio Nacional de Carreteras iban y venían con todo aquel que quisiera llegar a Bjórkó o las islas de alrededor. Karin siguió adelante sin tener ninguna meta concreta, o al menos no conscientemente. Empezaba a oscurecer cuando pasó por el faro de Saló. Encendió las luces de posición y en la carta buscó la ruta hacia la bocana del canal de Albrektsund. No había ningún faro en la entrada del canal llegando desde el sur y, por tanto, tendría que fiarse de la brújula. No se molestó en poner en marcha el GPS, el navegador por satélite.

Las islas grisáceas empezaban a confundirse a medida que avanzaba en medio de la oscuridad. La entrada del canal no podía estar muy lejos. ¡Ahí! Distinguió las boyas de la desembocadura del mismo y metió la embarcación entre los dos cerros. Las campanas de las montañas le recordaron que no hacía tanto tiempo que los veleros de carga habían agradecido poder tomar aquella ruta, en lugar de aventurarse mar adentro y doblar los escollos delante de Sillesund. La casita roja del Hógvakten, el cuerpo de guardia, tenía un aspecto próspero pero abandonado. Alguien había construido un pequeño cenador en la roca adyacente.

Se mantuvo en el medio del canal, consciente de que perdía fondo muy rápido por los lados. En verano solía estar lleno de embarcaciones y había dos vías. Karin miró el agua oscura; parecía que iba a contracorriente. La válvula reguladora dio una sacudida. El canal torció suavemente a la derecha y de pronto tuvo Marstrand, el antiguo pueblo pesquero, enfrente. Empezó en alguna parte del estómago y se le propagó por el resto del cuerpo: una expectación burbujeante. Había sido así desde que era pequeña, cada vez que Marstrand aparecía ante sus ojos. La emoción de ver la fortaleza y las callejuelas. Las casitas de madera con sus balcones ornamentados donde cada generación había dejado su capa de pintura. El calor vespertino de las suaves rocas. Recordó que de pequeña se preguntaba en qué trabajaría la gente de aquel lugar.

Se cruzó con un pesquero cuyo viejo motor de encendido emitía el ruido sordo que tanto recordaba. Un anciano estaba de pie en la popa. Karin disminuyó la velocidad y buscó un sitio para atracar.

A esas alturas de la temporada, tan temprano, tendría donde escoger. En otro momento, lo sabía muy bien, las cosas habrían ido muy distintas al llegar a puerto. La gente parecía creer que por ser chica no sabía gobernar el barco. Los tíos, con sus veleros de cincuenta pies de eslora, se apresurarían a dejar su copa de vino blanco espumoso en la cubierta y empezarían a soltar las defensas por los costados de sus barcos. Y una vez atracados satisfactoriamente, incluso intentarían fingir que necesitaban descolgar alguna defensa más. Después de unas copas más de vino espumoso solían atreverse a hablar con ella para preguntarle por el equipamiento de aquel extraño barco suyo.

La elección recayó en el muelle flotante de Koón. Tenía que llenar los depósitos de agua y allí había una manguera. La pizzería y la tienda de la cooperativa también jugaron su papel a la hora de elegir, tuvo que reconocerlo. Redujo la velocidad un poco más y subió a cubierta para sacar las defensas y los amarres. Con mano diestra, ató las defensas en la banda de estribor antes de volver al timón. El barco avanzó hacia el muelle y Karin puso la marcha atrás para detenerlo suavemente en el lado derecho. Cogió el cabo de estribor y saltó a tierra. Dejó el motor en punto muerto un rato antes de apagarlo. Abrió la tapa del motor y la retiró para que el calor se propagara por el barco. El reloj colocado en el mamparo encima del barómetro marcaba las siete y diez y Karin dudó que la tienda siguiera abierta. Se quitó la ropa de navegación y se puso un jersey grueso. La chaqueta y los pantalones parecían desamparados y solitarios allí colgados del gancho de latón, pues debería haber dos juegos. La noche era fría y encendió la estufa antes de desembarcar. La verdad era que no parecía que estuvieran en abril.

Tuvo suerte. La tienda de la cooperativa estaba abierta. Compró café y pan integral. Y cuajada con moras, que a ella le encantaba y que Göran detestaba. Tal vez debería sentirse más vacía de lo que realmente se sentía. Al fin y al cabo habían roto, pero, por otro lado, estaba muy acostumbrada a estar sola durante largos períodos de tiempo. Ahora mismo podría ser perfectamente uno de los períodos en que Göran estaba fuera y ella había salido con el barco sola un fin de semana. Sin embargo, no era así. Karin sacó su tarjeta, introdujo el código PIN y pagó. A veces, cuando había que pagar, Göran se excusaba alegando que no llevaba dinero en efectivo, olvidando oportunamente que llevaba la Visa en la cartera. A partir de ahora, tendría que pagarlo todo ella. La diferencia no sería muy grande. Además, dejaría de abonar su parte del alquiler.

Las puertas de la tienda se cerraron a sus espaldas y de pronto estuvo en la calle con la bolsa de la compra en la mano. Su aliento hacía vaho. La primavera se había ido como había venido y parecía que estuvieran en febrero. Karin temblaba de frío y echó a andar en dirección al barco, pero se arrepintió, dio media vuelta y se dirigió hacia la pizzería, detrás de la gasolinera. Finalmente subió a bordo haciendo equilibrios con la bolsa de la compra en una mano y la caja con la pizza en la otra. El barco estaba a oscuras pero ya se había calentado.

Cerró las escotillas y encendió el quinqué. Había puesto la estufa al máximo antes de irse y ahora bajó un poco la temperatura.

Una luz agradable se extendió por el barco, mientras ponía la mesa para una sola persona. Le apetecía tomarse una copa de vino tinto, pero le pareció exagerado abrir una botella sólo para ella. Sin embargo, podía volver a cerrar la botella, en algún sitio tenía una bomba de vacío con el correspondiente tapón que alguien les había regalado. Al final, abrió una botella sin antes haber encontrado la bomba.

El móvil empezó a sonar cuando se estaba zampando la pizza. Echó un vistazo al número. Era Göran. Tras un instante de duda metió el móvil debajo de un cojín. Seguramente habría descubierto que el barco no estaba en su atraque y se preguntaba dónde estaría. Karin pensó en el coche, aparcado en el puerto de GKSS en Lángedrag. Esperaba que no hubiera problemas con él. De todos modos, Göran no tenía la llave. Tras seis tonos amortiguados por el cojín, se disparó el contestador automático.

Casi se sentía como la primera vez que se había ido de casa, allí sentada a la suave luz del quinqué. A pesar de cierta nostalgia, pre dominaba una sensación de alivio, incluso de felicidad, aunque la sola palabra le provocara un inevitable sentimiento de culpa. Un nuevo punto de arranque, pensó mientras saboreaba el vino.

Marstrand, 14 de junio de 1963

A pesar de los acontecimientos trágicos de la semana anterior decidieron celebrar la boda. Arvid había perdido a sus padres y su hermano en un accidente de aviación en Inglaterra. Era un consuelo que al menos hubieran tenido tiempo de conocer a Elin. La madre de Arvid le había regalado su collar de perlas cuando llevaron el vestido de novia a una costurera para que lo arreglara. Toda la familia estaba entusiasmada, sólo se perderían el final, la ceremonia nupcial.

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