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Authors: Catherine Shaw

La incógnita Newton (23 page)

BOOK: La incógnita Newton
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Tu hermana que te quiere aunque se vea arruinada,

Vanesa

27

Cambridge, jueves, 24 de mayo de 1888

Oh, Dora...

Esta mañana, al despertar, el recuerdo del desastre sucedido ayer me ha golpeado de lleno y me habría gustado esconderme bajo las mantas y quedarme allí para siempre. Qué difícil me ha resultado levantarme, vestirme y encaminar mis pasos al Palacio de Justicia. No me apetecía en absoluto ir, pero tenía que hacerlo y lo he hecho, por más que sintiera que debo de ha­berme ganado el desprecio general de todos los presentes en la sala. O tal vez el mío propio, que ya es suficiente carga.

Apenas me atreví a mirar al señor Morrison, que estaba sentado a mi lado como si no hubiese ocurrido nada desagrada­ble. Me pasó el parte de lo sucedido la tarde anterior: yo había sido la última testigo del Ministerio Fiscal, y por la tarde, el ma­gistrado había invitado al señor Haversham a que empezara a llamar a los testigos de la defensa. El señor Haversham llamó a Arthur y le inquirió minuciosamente acerca de sus relaciones y contactos con todos los matemáticos en general y con los fa­llecidos en particular, y le sonsacó detalles de las cenas a las que había acudido con el señor Akers y con el señor Beddoes, y to­do lo que le fue posible acerca de la pelea entre el señor Crawford y el señor Beddoes. El señor Morrison me ha explicado que la historia que surgió de todo el relato fue sencilla y cohe­rente, con todos los visos de ser cierta pero, como se había he­cho tarde, el contrainterrogatorio se aplazó hasta esta mañana. Hice acopio de fuerzas para soportar la inevitable oleada de ho­rror que se avecinaba.

Contrainterrogatorio del señor Weatherburn
por el señor Bexheath

Señor Bexheath (dirigiéndose a los miembros del jurado): Permítanme que deje claras mis intenciones. Al interrogar al inculpado, mi objetivo es aclarar los detalles de cómo ocurrieron los asesinatos.

Señor Haversham: Protesto, señoría, por la afirmación de mi docto colega, puesto que implica presunción de culpa.

Juez Penrose: No, no es así. La frase del fiscal está perfecta­mente clara: desea que el acusado explique los detalles de cómo ocurrieron los asesinatos.

Señor Bexheath: Gracias, señoría. Ahora, caballero, comence­mos por el primer asesinato, el del señor Geofrey Akers. ¿Cenó con el señor Akers la noche del 14 de febrero?

Arthur: Sí, Sí ce... cené con él.

Señor Bexheath: Antes de pormenorizar la cena, me gustaría tratar dos cuestiones: sus relaciones con el señor Akers y cómo fue que cenó con él. ¿Cómo describiría sus relaciones con el señor Akers?

Arthur: Diría que éramos amigos.

Señor Bexheath: Usted tiene veintiséis años y el señor Akers tenía treinta y siete. La diferencia de edad y, en consecuen­cia, en la actitud ante la vida, es considerable. ¿Qué intere­ses compartía usted con el señor Akers que posibilitaran tal amistad?

Arthur: A mí me gustaba mucho su humor sarcástico. Por lo que a él se refiere, supongo que, como todos los seres huma­nos, tenía necesidad de hablar y expresarse, al menos a veces, y se le presentaban muy pocas oportunidades de hacerlo.

Señor Bexheath: ¿Y por qué?

Arthur: Porque su carácter sarcástico y desdeñoso alejaba a la gente de él.

Señor Bexheath: ¿De veras? Pero si a todos nos gusta un po­co de sarcasmo inteligente.

Arthur: Sí, pe... pero, a veces, el señor Akers dedicaba esos cortantes comentarios a las personas de su entorno.

Señor Bexheath: Exacto. Y los demás se sentían infravalora­dos, humillados o insultados por tales comentarios.

Arthur: Para evitarse estos desagradables trances, la gente consideraba que lo más sensato era mantenerse a distancia del señor Akers.

Señor Bexheath: Haga el favor de explicarnos, caballero, có­mo es que, en su caso concreto, se libró de esos comentarios o de experimentar tales sentimientos de humillación.

Arthur: Los comentarios que el señor Akers hacía sobre mí nunca me parecieron ofensivos. Es más, me resultaban di­vertidos.

Señor Bexheath: Entonces, usted también había sido objeto de comentarios despectivos.

Arthur: Pues sí.

Señor Bexheath: Y fue él único de entre sus colegas cuyo or­gullo no se vio afectado por esa conducta del señor Akers.

Arthur: No, mi orgullo no se vio afectado.

Señor Bexheath: Acaso sea porque tiene usted muy poco.

Arthur: (silencio).

Señor Bexheath: No parece disentir de lo que digo.

Arthur: «El silencio de la pura inocencia suele convencer cuando falla el habla».

Señor Bexheath: Mi estimado señor, si no tiene nada que de­cir, no llene el vacío con versos de Shakespeare.

Arthur (encogiéndose de hombros): Como gustéis.

Señor Bexheath: Pasemos ahora a su cena con el señor Akers. ¿Puede contarnos cómo fue que cenaron juntos?

Arthur: Lo encontré en la biblioteca de matemáticas por la tarde y parecía muy co... co... contento con el resultado de algún problema y quería una oportunidad para hablar de ello. Por eso, sugirió que saliéramos a cenar.

Señor Bexheath: ¿Quiere decir que la idea partió por comple­to del señor Akers?

Arthur: Sí.

Señor Bexheath: ¿Hay testigos de dicha conversación?

Arthur: No, supongo que no. La gente, en las bi... bibliotecas, habla entre susurros.

Señor Bexheath: Así pues, nadie puede testificar que la idea fuera realmente del señor Akers.

Arthur: Excepto yo.

Señor Bexheath: Desde luego. Y se citaron en la taberna ir­landesa.

Arthur: Sí.

Señor Bexheath: Pasemos ahora a considerar el asunto del frasco de medicina del señor Akers. ¿Cómo se enteró usted de su existencia? Describa, por favor, con la máxima exacti­tud, lo que hizo el señor Akers con la medicina.

Arthur: Empezamos tomando whisky y luego pidió una bote­lla de vino tinto y un estofado irlandés. El vino lo trajeron de inmediato y el señor Akers se dirigió al camarero para pedirle también una jarra de agua. El ca... camarero la tra­jo y él se sirvió un vaso y dijo: «Tengo que tomar la medi­cina». A continuación, sacó un pequeño frasco cuadrado de cristal grueso y le quitó la tapa. La abertura tenía un cuen­tagotas. Volvió el frasco boca abajo, dejó caer una gota y sa­cudió levemente el recipiente. Entonces dijo: «¡Caramba! ¿Qué estoy haciendo?», puso la tapa y se lo guardó en el bolsillo. Después de esto, no volví a ver la medicina.

Señor Bexheath: ¿Y el señor Akers tomó el agua?

Arthur: Sí, quejándose. El agua no le gustaba.

Señor Bexheath: ¿Ha dicho que sólo vertió una gota en ella?

Arthur: Una o dos.

Señor Bexheath: ¿Sabía que su dosis habitual era de diez gotas?

Arthur: No, entonces no lo sabía.

Señor Bexheath: ¿Puede explicar por qué tomó menos?

Arthur: Quizá recordó que ya había tomado su dosis.

Señor Bexheath: Pero entonces, ¿por qué iba a beberse el agua?

Arthur: No... no lo sé. Quizá no quería desperdiciar la gota.

Señor Bexheath: ¿Y a usted no le sorprendió ver una medici­na tomada en dosis de una gota?

Arthur: La verdad es que no pensé en ello.

Señor Bexheath: ¿Y no le preguntó nada al respecto?

Arthur: No.

Señor Bexheath: ¿No le interesaba?

Arthur: No.

Señor Bexheath: Un hombre se debate con un frasco de gotas ante usted y se queja de tener que beberse el agua y usted no le pregunta nada...

Arthur: No, no lo hice. Apenas me fijé. Estábamos hablando de otras cosas.

Señor Bexheath: ¿De qué cosas?

Arthur: De matemáticas.

Señor Bexheath: Ah, de matemáticas. ¿Y de qué, concreta­mente?

Arthur: Del problema de los
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cuerpos. De repente, Akers em­pezó a hablarme de la nueva idea que tenía para una solu­ción completa. Parecía agitado y excitado, como si no pu­diera contener el deseo de hablar de ello.

Señor Bexheath: ¿Contener el deseo? ¿Por qué iba a querer contener el deseo?

Arthur: Y al mismo tiempo, quería mantener en secreto su solución.

Señor Bexheath: ¿Por qué?

Arthur: Su... supongo que tal vez no la tenía pulida del todo y quería mantener la reserva hasta que hubiese enviado un manuscrito.

Señor Bexheath: ¿Y por qué era necesario obrar con tanto se­creto?

Arthur: Akers creía que tenía rivales, que había otros mate­máticos trabajando en el problema.

Señor Bexheath: ¿Está dando a entender que temía que al­guien le robara aquel interesante resultado y que se apro­vechara de él?

Arthur: Es po... posible.

Señor Bexheath: Pero, en tal caso, sólo habría ocultado el se­creto a sus rivales. ¿Por qué iba a guardarlo también con usted, que era un amigo en el que confiaba?

Arthur: Probablemente pensó que si hablaba de ello, correría el rumor.

Señor Bexheath: Ustedes dos estaban allí, uno frente al otro, en el reservado de un ruidoso restaurante donde podían ha­blar sin que nadie los oyera, y a él le apetecía hablar de su idea. ¿No habría podido pedirle a usted que no divulgara el secreto ?

Arthur: Sí, por supuesto, podría haberme pedido que me lo callara.

Señor Bexheath: Pero no lo hizo. Tal vez no confiaba en usted.

Arthur: Me parece que no confiaba en nadie.

Señor Bexheath: Pues yo supongo que algo debía de confiar en usted, puesto que empezó a comentarle sus resultados. ¿Qué ocurrió para que cambiase de idea tan de repente?

Arthur: No ocurrió nada. De repente pensó que estaba ha­blando demasiado.

Señor Bexheath: ¿De repente? ¿Sin ningún motivo que lo impulsara a ello?

Arthur: Debido a su natural discreción.

Señor Bexheath: O porque usted, caballero, le demostró de alguna manera que el interés que sentía por su trabajo era algo más que amistoso; en otras palabras, que si él temía que alguien le robara la idea, ese alguien no era otro que usted. ¿Qué le dijo, caballero, para que cambiara de idea tan de improviso e interrumpiera las explicaciones? ¿Demostró usted un interés excesivo? ¿Notó él en su expresión que el descubrirmento había despertado su codicia?

Arthur: No creo. No.

Señor Bexheath: Bien, bien. Y ahora, después de esa charla, ¿el señor Akers y usted siguieron juntos todo el tiempo?

Arthur: Sí, terminamos de cenar y regresamos caminando hasta sus habitaciones.

Señor Bexheath: ¿Y no se separaron ni un momento?

Arthur: No recuerdo que lo hiciéramos.

Señor Bexheath: Esto demuestra que la botella de digitalina seguía en su bolsillo en el momento de su muerte, ¿no?

Arthur: Supongo.

Señor Bexheath: Supone. ¿No lo sabe?

Arthur: No, no lo sé.

Señor Bexheath: A usted, todo un matemático, ¿el razona­miento lógico no basta para convencerlo?

Arthur: Hum.

Señor Bexheath: Bien, entonces los matemáticos quizá no sean tan rigurosos como creemos los demás, cuando lo que está en juego es una ventaja personal...

Risas ahogadas en la grada pública.

Arthur: ¿Qué ventaja? ¿Que me cuelguen por algo que no he hecho?

Señor Bexheath: Eso es algo que decidirá el jurado. 

Arthur: Tal vez le resulte difícil, dada la ausencia de pruebas.

Señor Bexheath: Pues a mí me parece que hay pruebas abun­dantes.

Arthur: Pues yo no lo entiendo así. Es como utilizar una con­jetura para demostrar otra conjetura.

Juez Penrose: Aquí no discutimos lo que usted entienda. Li­mítese a responder a las preguntas del letrado.

Señor Bexheath: ¿Sabe que el médico que examinó el cadáver no encontró el frasco de medicina?

Arthur: Sí, eso me han dicho.

Señor Bexheath: Entonces, la botella debió de llevársela el asesino.

Arthur: Es probable.

Señor Bexheath: Ahora, caballero, recuerde que ha jurado de­cir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. ¿Se llevó usted el frasco de digitalina del señor Akers?

Arthur: No... No me lo lle... llevé.

Señor Bexheath: ¿Está usted seguro?

Arthur: ¡Sí!

Señor Bexheath: ¿Mató usted al señor Akers?

Arthur: ¡No!

Señor Bexheath: Hum. Muy bien. Ahora, caballero, me gus­taría interrogarlo sobre una cuestión que ha surgido en previos testimonios. Hemos sabido que se permitió usted visitar a la señorita Duncan, que estaba sola en sus habita­ciones, a altas horas de la noche. Supongo que, para usted, destruir la reputación de una joven indefensa es tan natu­ral como sonreír cuando lo insultan en público...

Arthur: (silencio).

Señor Bexheath: ¿Y bien? ¿Debo considerar que usted en­cuentra aceptable tal conducta?

Arthur: No pienso que mi visita haya tenido ningún efecto en la reputación de la señorita Duncan. Lo que sí podría te... tenerlo es la forma de usted de insinuar cosas que no suce­dieron.

Señor Bexheath: Entiendo que con su respuesta quiere decir que, mientras que nadie conozca esas visitas nocturnas, no se destruye la reputación de nadie.

Arthur: No, no quiero decir eso. Quiero decir que una noche de lluvia to... tomé una taza de té en las habitaciones de la señorita Duncan, un té que ella me ofreció gentilmen­te, y después subí a mis aposentos. Finge usted preocupar­se por su reputación y, en cambio, insinúa falsedades con el... «el "¡umm!", el "¡ah!", estigmas que emplea la ca­lumnia...».

Señor Bexheath: Comprendo. Entonces, según Shakespeare, yo soy el responsable del daño que se le ha hecho a la repu­tación de la señorita Duncan.

Risas contenidas entre el público.

Señor Bexheath; Supongo que este punto de vista es de lo más útil, cuando se aplica a la propia conducta.

Más risas entre el público. El juez llamó al orden con el mazo.

Señor Bexheath: Y ahora, caballero, ¿es cierto que aquella no­che le contó a la señora Duncan que había dado con una nueva y excitante demostración de un resultado matemáti­co y que al día siguiente se lo explicó al señor Withers?

Arthur: Sí, es cierto. ¡Parece que haya transcurrido mucho tiempo desde eso!

Señor Bexheath: Entiendo que usted demostró un resultado relacionado con el problema de los
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cuerpos y que esa de­mostración se basaba en la información obtenida del señor Akers.

Arthur: No, en absoluto.

Señor Bexheath: Entonces, ¿cuál fue el resultado que demostró?

Arthur: Se trataba de formas normales de matrices, aunque para usted eso tal vez no signifique nada.

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