La imperfección del amor (5 page)

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Authors: Milena Agus

Tags: #Relato, Romántico

BOOK: La imperfección del amor
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Capítulo 7

El padre de Carlino, cuando la condesa de mantequilla le anunció feliz que estaba embarazada, se echó a llorar.

A la condesa le dio mucha pena y le dijo que no importaba, que se tranquilizara, que no era necesario que reconociera al niño, ni que se casara con ella, ni que viviera con ellos, total estaban Noemi, Salvatore y Maddalena y entre cuatro adultos no iba a haber problema para criar a un niño.

Él se tranquilizó y reconoció a Carlino como hijo suyo, pero a partir de aquel día del anuncio y del llanto, con la mamá del niño ya no quiso hacer el amor.

No se sabe bien si la condesa es guapa o no, quizá más no que sí. Va muy desastrada. Es algo que disgusta mucho a Maddalena, que cose muy bien y pone esmero en vestir a su hermana y la tiene de pie mucho rato para tomarle las medidas y hacer el patrón perfecto con papel de seda y alfileres. El vestido es hermosísimo, pero en cuanto se lo pone la condesa, que combina los trajes ceñidos con zapatos bajos y anchos, pierde la perfección y se convierte en el de una pobrecilla a la que entran ganas de darle una limosna.

Entonces es la propia condesa quien le cede el vestido a Noemi, a Maddalena no, porque es rolliza y tiene una talla distinta. Maddalena no se da por vencida y quiere probar otro modelo y después de un tiempo saca su costurero con hilos de todos los colores, agujas, alfileres, y la tortura vuelve a empezar. A pesar de ir muy desastrada, la condesa siempre tiene pretendientes. Lo malo es que, por desgracia, a nadie le da nunca tiempo a conocerlos, porque al cabo de nada, se la encuentran ovillada en la cama, llorando, y Salvatore y Maddalena, y ahora también el ama de llaves, se sientan en su cabecera junto con Carlino hasta que del ovillo de trapos asoma una mano, que ellos acarician, o un pie, al que el niño hace cosquillas y entonces la condesa se ríe. A esas alturas interviene Salvatore, que a lo mejor le dice cosas banales del tipo «cuando se cierra una puerta, se abre una ventana», o «para ti lo mejor está por venir», pero que dichas por él, en quien la condesa confía ciegamente, causan efecto.

Y así es, al final la condesa se levanta y dice que tiene que volver a la normalidad para poder trabajar y que irá al Departamento de Educación a ver si hay suplencias.

El padre de Carlino viene a recogerlo dos veces por semana, a la tarde, y se lo lleva a su casa porque un maestro les da clases de piano al padre y al hijo.

No es pianista, trabaja en algo que no tiene nada que ver con la música, pero para él, llegar a serlo era un sueño que tenía desde niño. Así que en cuanto ganó algo de dinero, tomó clases y se compró un Steinway y ahora, sigue recibiendo clases con su hijo.

El padre de Carlino se sincera con Maddalena y con el ama de llaves y dice que él a su hijo lo ve tonto, y no sólo porque a los cinco años todavía no habla bien, sino por todo. Todo menos el piano. Cuando tocan el piano, al niño se le da bien y le parece un niño normal y casi casi está contento de haberlo tenido.

Estas conversaciones no las tiene con Noemi, evidentemente, y a Maddalena no se le ha ocurrido jamás contárselas a su hermana mayor, que parece haberlas oído personalmente, puesto que las repite punto por punto y en base a ellas ha juzgado, condenado y, al fin, le ha retirado el saludo al padre de Carlino.

En cambio la condesa sigue justificándolo, diciendo que, pobrecito, él no quería hijos, que ya se lo había advertido y para resarcirlo por los daños de haber estado de novio con ella, mujer de mantequilla, le sigue regalando los muebles y las vajillas que le han tocado en herencia y su casa se hace más y más desolada y así, vuelta a las reflexiones con Noemi y después las puertas y ventanas cerradas de malos modos en la cara, porque la condesa de mantequilla ama todo lo que es desolado y miserable y no ama nada que sea rico.

Y se encuentra a gusto incluso con los gitanos. Hasta se ha hecho amiga de Angelica, una gitana con un niño pequeño, Antonio, el único que quiere jugar con Carlino. Noemi dice que son sucios y ladrones pero, por lo menos en el caso de Angelica y del pequeño Antonio, son limpios y van perfumados y es la propia condesa la que les consigue champú y gel de baño, y en casa, que ella sepa, nunca le ha faltado nada. Noemi también dice que son mentirosos y esto es cierto, pero su hermana le explica que ellos tienen otro código de comportamiento, otra filosofía de vida y no le dan a las mentiras el mismo valor que nosotros.

Como todas las gitanas, Angelica lee el futuro. Predice que la condesa volará. Todos están impresionados por esto, porque se entiende que el único vuelo que puede hacer la condesa será el que haga desde alguna ventana, o desde el Bastión de San Remy.

Capítulo 8

Elias subió al andamio que hace de balcón a Noemi. Como Romeo se subió al de Julieta.

«Con las alas del amor salté la tapia, pues para amor no hay barrera de piedra, y, como el amor lo que puede siempre intenta —le susurró a través de las persianas cerradas—, ¿tierno el amor? Es harto duro, harto áspero y violento, y se clava como espina»
[3]
.

Noemi no resistió y abrió la ventana y le preguntó cómo era que conocía a Shakespeare. Entonces Elias le habló de cuando cursaba el bachillerato clásico y de que sus padres hacían enormes sacrificios y él se levantaba a las cuatro de la mañana para coger el autocar y llegar puntualmente desde su pueblo a Cagliari, al Dettori, que era el colegio más exigente de Cerdeña. Y, modestia aparte, era muy buen alumno. Sólo que sus compañeros eran unos capullos y se reían de él y decían que olía a queso de oveja aunque se lavaba más que ellos. Para colmo, sus padres, los muy desgraciados, lo habían llamado Elias. ¿No podían elegir un nombre normal? Y así fue como dejó de estudiar. Pero lo que aprendió, hasta segundo de bachillerato, no se le ha olvidado. Le habría gustado ser veterinario, pero ni en sueños. O tal vez cursar una licenciatura en ciencias agrarias o arquitectura. En fin. Paciencia. En el fondo, se dedica a la veterinaria y también al tema agrario, porque cuida de los animales y de las tierras de su hermano. Y también un poco a la arquitectura, porque cuando le proponen un trabajo de restauración, antes de poner manos a la obra, él da su opinión.

De Elias a las condesas les gusta que corteje a su hermana. No les gusta que sea comunista de la vieja escuela y que en las conversaciones sobre las cosas mal hechas de la ciudad, en cuanto alguien comete un error, quiera enseguida condenarlo a trabajos forzados. Pero después lee revistas para hombres del tipo
Quelli che contarlo
y demora su regreso al pueblo, porque se queda paseando por la ciudad, mirando corbatas, trajes y zapatos de marca en los escaparates. Aunque les gusta mucho que, después, guarde los zapatos envueltos en papel de seda para que no se estropeen.

No les gustan sus pantalones de talle bajo y el perfume demasiado fuerte y que se vuelva para mirar a todas las chicas jóvenes.

Al principio estaban preocupadas por las ideas rígidas sobre las relaciones amorosas que Elias, hijo de pastores sardos, seguramente debía de tener. ¿Qué habría ocurrido si Noemi no le hubiese querido? Pero ahora, en cambio, están preocupadas por lo contrario y, seguramente, sería mejor que Elias tuviera ideas tradicionales, dado que está rodeado de un montón de mujeres que van detrás de él, seguramente atraídas por ese personaje que descabala las cartas de las expectativas, con sus manos de pianista y no de pastor y la tez clara, la mirada limpia, los rasgos delicados.

Noemi no sabe bien si él se siente atraído por ella o por su título de nobleza, y esa obsesión que tiene por las vajillas antiguas de las mesas de los ricos no habla a favor de una atracción desinteresada. Y lo que más sospechas le infunde es el hecho de que él y su hermano tienen un juicio pendiente en el pueblo por unas ventanas que no les permiten abrir y que darían a un patio colindante con el vecino y, a lo mejor, una novia juez es justo lo que les hace falta.

Seguramente a Elias tampoco le gusta todo de Noemi. No es que la vea fea, pero le parece demasiado alta, delgada y severa, y su pelo es demasiado negro y hasta los trajes son demasiado oscuros y austeros sin colores, ni pliegues, ni fruncidos, ni escotes. Le gustaría decirle que se los cambiara, pero piensa que Noemi ya sabrá lo que es la elegancia y se calla.

Tampoco le gusta cuando Noemi pretende enseñarle a vestirse, y sus manías con la alimentación, el colesterol, la glucemia y la presión le ponen de los nervios. No hay manera de que Noemi coma las cosas ricas que él trae del pueblo y se calle la boca. Al contrario, se muestra caprichosa, se levanta airada de la mesa y no prueba la comida.

Por no hablar de cuánto se enfada cuando quiere que Noemi conozca las bellezas de los alrededores de su pueblo y enseguida ella le hace un montón de preguntas: «¿Cuánto tardaremos?» y «¿de veras merece la pena?». Una vez quiso enseñarle las rosas peonías, que crecen en uno de los lugares más encantadores de Cerdeña. Un camino se encarama al monte hasta los mil metros, siguiendo el curso de un arroyo lleno de cascadas, surcado de mantos de junquillos y helechos, bajo la sombra de tejos, encinas y carpes cubiertos de musgo. En esa zona el verde de distintas intensidades y las plantas asilvestradas y espinosas que allí crecen se ven interrumpidos por arbustos de estas rosas sin espinas, de hojas grandes, tiernas y lustrosas y flores aterciopeladas de color rosa. Ahora es otoño y la estación en la que florecen es la primavera, pero a veces tienen doble floración y, con mucha suerte, se pueden encontrar también en septiembre y octubre. Elias primero hizo la escalada solo, y después, ya seguro de haberlas encontrado, convenció con entusiasmo a Noemi para que le siguiera. Pero, según ella, el recorrido era pesado y caminaba con cara de enfado y cada vez que él avistaba un arbusto de esas plantas milagrosamente florecidas y corría a admirarlas de cerca y la llamaba, ella se encogía de hombros y le decía que estaba cansada y que quería volver a casa.

Noemi intenta descubrir por qué Elias está interesado en ella y, por desgracia, como no consigue dejar de pensar mal de la gente, la razón no puede ser otra que Elias se siente atraído por el mundo de las condesas. Una especie de compensación por la forma en la que se ha resignado a vivir. Pero quizá haya algo aún peor, ese juicio pendiente con los vecinos de la casa colindante, allá en el pueblo. Noemi estudia la situación e indaga sobre los acuerdos adoptados al inicio y piensa que Elias seguirá a su lado únicamente hasta que consigan abrir esas ventanas.

Se sincera con sus hermanas y ellas le contestan que es absurdo que piense de esa manera y la condesa añade que lo importante es hacer el bien y que debería sentirse feliz de serle útil a alguien. Noemi le dice que no fastidie, que ella ya le es demasiado útil a todo el mundo, especialmente a la condesa de mantequilla, que se permite el lujo de no concluir las suplencias porque es demasiado delicada y sensible y todo la turba, desde madrugar hasta el hacinamiento de las aulas y las bromas de los alumnos. Total ya está Noemi que se encarga de ella y de su hijo. Su hermana se pone a llorar y no sabe cómo secarse las lágrimas, porque nunca lleva pañuelo, y dice que tiene razón, que ella preferiría morirse y así dejaría de molestar. Entonces Noemi le da un pañuelo y le dice que en vez de tanto lloriquear debería aprender a defenderse y a no dejar que todo el mundo le tome el pelo. En la vida todo es conflicto y lucha por la supervivencia. Ella no es buena, es holgazana.

Ahora bien, con Elias, Noemi no es en absoluto cicatera, pues le ha regalado incluso unos muebles de la familia para su casa del pueblo que, por cierto, no es más que una habitación, porque la mayor parte de la casa es de su hermano casado.

Elias y Noemi se observan como si pertenecieran a dos especies distintas, pero las hermanas están convencidas de que funcionará.

Sin embargo, a las hermanas no les gusta que Elias haga de novio de Noemi sólo en casa, cuando nadie los ve, y que, cuando salen, se mantenga siempre a distancia y llame por el móvil para quedar con otras personas y diga que en ese momento
está
con una amiga, que es juez y condesa.

Pero en la familia ya se han encariñado con él. Paciencia si lleva vaqueros de talle bajo y jerséis muy ceñidos, a lo mejor no se pudo dar ese gusto cuando era adolescente, siempre sacrificado a las exigencias de la familia de pastores. Paciencia si sólo hace de novio cuando está en casa. Paciencia si ha aceptado la cómoda y la cama con las mesitas de noche, y que también Noemi, como la condesa, duerma en el somier y ponga las lámparas en el suelo.

Sin duda, a Noemi le hace bien dejarse llevar por las emociones como no había hecho nunca. Incluso se hizo coser por Maddalena unos trajes de colores y hubo un montón de pruebas extenuantes durante las cuales las hermanas la analizaban con aire solemne y Maddalena descubrió que no sólo era cuestión de guardarropa, sino que había que depilarle las cejas con pinzas, teñirle las canas, hacerle una limpieza de cutis para darle luminosidad al rostro. Además, había que pensar en la ropa interior. No era cuestión de que se dejara ver por Elias con la que llevaba siempre.

Durante la fase de cambio, Noemi permanecía en posición de firme, lista para recibir órdenes, con las prendas hilvanadas y la cara cubierta de mascarillas de todo tipo, a la clara de huevo o al pepino y cosas así.

Después venía la ceremonia en la que Noemi estaba al fin lista para Elias. Sonriente y rejuvenecida, se miraba una y otra vez al espejo y se volvía hacia la tata y las hermanas y preguntaba:

—¿Soy yo de verdad?

Ahora que Noemi se ha vuelto casi guapa, cuando va al pueblo con Elias hacen el amor todo el día y toda la noche. Pero después, cuando regresa, en el portón de casa, abraza a su familia y dice en voz alta, para que todos la oigan:

—Por fin en casa. Lejos de ese sitio maloliente. De ese silencio. Qué pesadilla.

Según su tía, a Elias le gustan las mujeres, pero no las emociones arrolladoras, como por ejemplo, sufrir si Noemi no está. Se encuentra mejor si no tiene emociones fuertes y cuando Noemi empieza a quejarse de que él no la quiere lo suficiente, seguro que le falta el aire y siente que se ahoga.

—Nos dejaremos —dice Elias.

—¿Por qué?

—No es que vaya a ser para siempre. Nada es para siempre.

Elias, cuando duerme en casa de Noemi, desayuna bien temprano en el café De Candia y antes pasa por la calle del Fossario para ver Cagliari. Piensa que su vida es hermosa y querría detenerla. A lo mejor está de acuerdo con Noemi sobre el hecho de que hasta la clandestinidad acaba por tener sus leyes, su previsibilidad y su aburrimiento, pero no le ve solución. Sólo ve que en el fondo es mejor mantenerse fuera de las relaciones, del sistema mundo.

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