Elias trajo queso, jamón, vino, y ella comió y bebió sin preocuparse y cuando Elias dijo que en primavera, en su pueblo, junto a los arroyos crecidos a la sombra de los tejos, los cedros del Líbano, los carpes cubiertos de musgo, florecen las rosas peonías, las orquídeas, los iris, los ciclámenes, ella dijo con entusiasmo infantil: «¡Qué maravilla! ¡Tenemos que ir a verlos!».
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Incluso el vecino, pese a su hostilidad de antes, empezó a defender el jardín y a plantar flores en el parterre de la condesa, a la vera del muro, sin pensar que el parterre podía ocupar más del doble de lo que correspondía.
Y de esa mujer, de la violinista, dice que quizá no fuera tan guapa, ni virtuosa, ni cosas por el estilo. Por lo demás, siempre la vieron al otro lado del muro, quizá mirando hacia otro lado, o inclinada regando, o de espaldas. En cuanto a ser virtuosa…, el violín nunca se escuchaba con claridad, sino con ruidos de fondo, y no en una sala de conciertos. En fin, que de toda esa belleza y habilidad no existe ni una sola prueba.
Sin embargo, Maddalena nota que el vecino se está interesando por la condesa porque le ha ido mal con la violinista, y se conforma con la condesa de mantequilla.
Nadie ama de verdad y quien ama no ama desinteresadamente, sino que siempre lo hace por algo. Incluso Salvatore la amó por sus tetas y su culo y porque siempre estaba alegre. Ahora que está triste y ajada y no tiene ganas de hacer el amor, dejará de amarla. Si hubiese tenido niños, entonces sí. Pero ni siquiera. La habría amado por deber, porque habría sido la madre de sus hijos, y habría deseado a las demás.
Y a Míccriu tampoco lo amaron, no fue más que un hijo gato. Una cosa monstruosa. Y ahora ella se da cuenta de que, en el fondo, su gran inteligencia se la habían inventado, puesto que no sabe cazar ratones.
Y ni siquiera a Dios lo amamos de verdad. Siempre rezamos para conseguir algo.
Y Él también nos ama porque sin nosotros se aburriría. Y, de hecho, se aburría. Por eso creó el caos y después del caos nacimos nosotros. Qué pena. Qué pena damos.
Pero ¿por qué no desearán todos morirse? Qué ridículos son con ese afán por vivir. Como la tata, nadie en el vecindario, excepto el vecino, quiere estar con ella ni un solo minuto, y cuando alguien está, la condesa de mantequilla después va a darle algún dinero como muestra de agradecimiento por la buena acción y se nota que la amabilidad no tenía más motivo que enterarse de las repugnantes revelaciones sobre su familia, que puede que sean ciertas y que el padre haya cortejado de veras al ama de llaves y que ella se haya equivocado al darle los medicamentos a la condesa madre, para que se muriera.
Después de la invitación del vecino para volar, la condesa, sin saber bien por qué, salió al jardín y saltó al otro lado del muro. Carlino, que lo tenía terminantemente prohibido, la siguió. Estaba contentísimo por la aventura, aunque la aventura consistiera solamente en sentarse a los pies del muro, pero del otro lado, del lado del vecino misterioso.
—¿Hemos vuelto a comprar todo el edificio de enfrente? —preguntó la tata.
—Sí, vamos a preparar los contratos y después te contamos.
—¡Sobre todo, por favor, echad a todos, menos al vecino!
—Prometido.
El niño estaba exultante mientras correteaba entre los hierbajos seguido de Míccriu, que ahora vive un poco en casa y un poco en la calle y es tan inteligente que se adapta a cualquier situación.
Pero ¿quién es el vecino? Si ni siquiera lo conocen. Si ni siquiera es seguro que esté enamorado de la hermana y a lo mejor sólo le da pena. Y la condesa… la condesa de mantequilla aviadora. Y puerto seguro, además, ésa sí que es buena. Pero si hasta las Sagradas Escrituras lo dicen: «La piedra que desecharon los constructores ha llegado a ser la piedra angular. Esto ha sido obra del Señor, y nos deja maravillados». Nos dejará maravillados pero es irrazonable.
Y Maddalena sigue haciéndose preguntas y no encuentra respuestas. Pero precisamente en esta falta de respuestas, en la frontera marcada por el muro, se insinúa la idea de que las cosas feas que ha pensado no son ciertas y, entonces, nace en su interior una extraña y absurda esperanza de felicidad.
En la casa del vecino ya no se oye el ruido constante de la radio y la televisión. Quizá ya no tiene miedo del silencio. Y, en el fondo, será mejor oír al plomo de Carlino tocando el piano.
Y otra vez le entran ganas de hacer el amor con Salvatore. Y hunde la cara en los trajes de su marido guardados en el armario y se conmueve al sentir su olor, como cuando por las mañanas él se va a la oficina y ella apoya la cabeza en el surco frágil y blando dejado por la cabeza de él en la almohada y procura no desbaratar sus bordes.
Abre el cajón con su mejor ropa interior y se espanta del olor triste de las cosas desechadas hace tanto tiempo. Las pone a remojo con un champú de esos tan perfumados que Noemi trae de los hoteles y después lo tiende todo a secar al sol y en el aire casi estival se huele un perfume a limpio y a fiesta, con esos tangas, minisujetadores, medias de red ancha, bustiers atados por delante, combinaciones transparentes.
Y de pronto se acuerda de que el día anterior, mientras estaba muy concentrado cocinando, su marido recibió una llamada telefónica y pronunció la palabra «septiembre» y no le dijo quién llamaba ni qué tenía que hacer en septiembre, sino que continuó inclinado sobre los hornillos. ¿Acaso estaría quedando para marcharse con una amante y quería disimular su incomodidad o su felicidad?
Entonces se acuerda de lo que significa sentir celos, porque el corazón late enloquecido y las piernas tiemblan y quizá le gustaría que todo terminara con tal de no sufrir.
Pero después seguramente piensa que, en el fondo, no podemos de verdad saber y comprender nada y no ve la hora de que Salvatore vuelva del trabajo para acostarse con él.
Porque, estén como estén las cosas, el sexo con amor es algo maravilloso.
Y también volar y después aterrizar y centrar la pista para no estrellarse debe de ser una inmensa satisfacción.
— FIN —
Milena Agus
nació en 1959 en Génova y vive en Cagliari (Cerdeña), donde es profesora de lengua e historia.
El reconocimiento de crítica y público le llegó en 2005 con la novela
Mentre dorme il pescecane
(Mientras duerme el tiburón), pero su obra más famosa es
Mal di petra
(Mal de piedras) publicada en 2006, por la que ganó el Premio Elsa Morante y fue finalista de los premios Strega y Campiello. En 2008 publicó la novela
Ali di babbo
(Las alas de mi padre). Traducida a veinticinco idiomas, su obra ha cautivado a más de un millón de lectores. En 2010 ha publicado
La imperfección del amor,
su última y esperada novela.
Cerdeña, la tierra natal de su madre, es un elemento mitificado en la obra de esta escritora y aparece casi como un personaje más en varias de sus obras. Su estilo es sencillo pero con un fuerte componente onírico.
[1]
En Italia, la festividad del 6 de enero recibe el nombre de Epifanía. Y la víspera, quien baja por la chimenea con regalos para los niños es la Befana, personaje fantástico con aspecto de vieja. El término
befana
también significa mujer fea, bruja, arpía.
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[3]
Romeo y Julieta,
William Shakespeare, traducción de Ángel-Luis Pujante, Espasa Calpe, Madrid, 1993.
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