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Authors: Julia Navarro

Tags: #Intriga, Histórico

La Hermandad de la Sábana Santa (32 page)

BOOK: La Hermandad de la Sábana Santa
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Llegado a este punto Balduino calló, temeroso de que en cualquier momento el obispo reaccionara con destemplanza. Pero éste le escuchaba tenso, rumiando la respuesta que iba a dar al emperador.

—Aunque no esté en el confesionario —prosiguió Balduino—, os hago partícipe de mis tribulaciones, debo salvar el reino y la única solución es vender el Mandylion a mi primo el rey de Francia, que Dios proteja. Luis está dispuesto a darnos el oro suficiente para pagar las deudas que nos acucian. Si le entrego el Mandylion salvaré Constantinopla. Por eso, Ilustrísima, os pido como emperador vuestro que me entreguéis la Santa Sábana. Estará en manos cristianas, como las nuestras.

El obispo le miró fijamente y carraspeó antes de hablar.

—Señor, vos acudís como emperador para demandarme una reliquia sagrada de la Iglesia. Decís que así salvaréis Constantinopla, pero ¿por cuánto tiempo? Yo no os puedo entregar lo que no me pertenece; el Mandylion es de la Iglesia, por ende de la Cristiandad. Sería un sacrilegio que os lo entregara para su venta. Los fieles de Constantinopla no lo permitirían, devotos como son de la imagen milagrosa de Cristo. No mezcléis los asuntos terrenales con los de Dios, vuestros intereses con los de la Cristiandad. Entended que no os puedo entregar la Sábana Santa a la que con tanta devoción rezan los viernes todos los cristianos. Los fieles jamás permitirían que vendierais la reliquia, que la enviarais a Francia, Por bien guardada que pudiera estar por el buen rey Luis.

—No es mi intención polemizar, Ilustrísima, pero no os estoy rogando que me entreguéis el Mandylion, os lo estoy ordenando.

Balduino se sintió satisfecho de haber pronunciado esa última frase de manera tan contundente, y de nuevo buscó aprobación en los ojos de De Molesmes.

—Os debo respeto como emperador, y vos me debéis obediencia como pastor —contestó el obispo.

—Ilustrísima, no permitiré que se desangre lo que queda del imperio porque vos queráis conservar la preciada reliquia. Como cristiano siento tener que alejarme del Mandylion, pero ahora mi deber es actuar como emperador. Os pido que me entreguéis la reliquia… voluntariamente.

Alarmado, el obispo dejó su asiento y elevando la voz gritó:

—¿Os atrevéis a amenazarme? ¡Sabed que si osáis alzaros contra la Iglesia, Inocencio os excomulgará!

—¿Excomulgará también al rey de Francia por comprar el Mandylion? —replicó el emperador.

—No os entregaré la Sábana Santa. Pertenece a la Iglesia y sólo el Papa puede disponer de la más sagrada de las reliquias…

—No, no pertenece a la Iglesia, lo sabéis bien. Fue el emperador Romano Lecapeno quien la rescató del reino de Edesa y la trajo a Constantinopla. Pertenece al imperio, pertenece al emperador. La Iglesia sólo ha sido una leal depositaria, ahora será el imperio quien se encargue de su custodia.

—Acogeos a la decisión del Papa, le escribiremos, vos expondréis vuestras razones y yo me someteré a su decisión.

Balduino dudó. Sabía que el obispo intentaba ganar tiempo, pero ¿cómo negarse a una propuesta que parecía justa?

Pascal de Molesmes se plantó delante del obispo y lo miró con fiereza:

—Creo, Ilustrísima, que no habéis entendido al emperador.

—¡Señor de Molesmes, os ruego que no intervengáis! —bramó el obispo.

—¿Me negáis la palabra? ¿Con qué autoridad? Soy súbdito, como vos, del emperador Balduino, y mi deber es proteger los intereses del imperio. Devolved el Mandylion que no os pertenece y saldemos en paz esta disputa.

—¡Cómo os atrevéis a hablarme así! ¡Señor, mandad callar a vuestro canciller!

—Calmaos los dos —intervino Balduino, ya recuperado de la duda inicial—. Ilustrísima, el señor De Molesmes ha dicho bien, hemos venido a reclamar que devolváis lo que me pertenece, no demoréis su entrega ni un minuto más o mandaré requisar el Mandylion por la fuerza.

Con pasos rápidos el obispo llegó a la puerta de la estancia y a voces pidió ayuda a su guardia. Al escuchar los gritos, un pelotón acudió a la carrera.

Envalentonado por la presencia de los soldados, el obispo intentó despedir a sus inoportunos visitantes.

—Si osáis tocar un solo hilo de la Santa Sábana escribiré al Papa y recomendaré que os excomulgue. ¡Marchaos! —tronó.

Sorprendido por aquella reacción inesperada, Balduino no se movió de su asiento, pero Pascal de Molesmes, preso de furia, se acercó a la puerta frente a la que continuaba el obispo:

—¡Soldados! —gritó.

En apenas unos segundos los soldados imperiales subieron la escalera y entraron en la estancia ante el estupor de los guardias del prelado.

—¿Vais a desafiar al emperador? Si es así, os mandaré prender por traición y ya sabéis que el castigo es la muerte —exclamó De Molesmes.

Un temblor recorrió el cuerpo del obispo, que miraba desesperado a sus soldados esperando que intervinieran. Pero no se movieron.

Pascal de Molesmes se dirigió al atónito Balduino.

—Señor, os ruego que deis la orden para que Su Ilustrísima me acompañe a la iglesia de Blanquernas y me entregue el Mandylion que os llevaré a palacio.

Balduino se levantó y haciendo acopio de su dignidad imperial caminó hacia el obispo.

—El señor De Molesmes me representa. Le acompañaréis y entregaréis el Mandylion. Si no cumplierais la orden, mi fiel servidor Vlad os llevará personalmente a las mazmorras de palacio de donde no saldréis jamás. Yo preferiría veros oficiar la misa el próximo domingo…

No dijo más. Acto seguido, sin mirar al obispo y con paso firme, abandonó la estancia rodeado de sus soldados y seguro de haberse comportado como un verdadero emperador.

— o O o —

Vlad, el gigante, se colocó delante del obispo dispuesto, a cumplir con la orden del emperador. Su Ilustrísima entendió que de nada le serviría resistirse y rescatando de las brasas parte del orgullo herido se encaró con el canciller.

—Os entregaré el Mandylion e informaré al Papa.

Rodeados de soldados y bajo la atenta mirada de Vlad se encaminaron a la iglesia de Santa María de las Blanquernas. Allí, en una urna de Plata, se encontraba la santa reliquia.

El obispo abrió la urna con una llave que llevaba colgada del cuello, y sin poder contener las lágrimas, sacó la Sábana y se la entregó a De Molesmes.

—¡Estáis cometiendo un sacrilegio por el que Dios os castigará!

—Decidme, ¿qué castigo recibiréis vos por tantas reliquias vendidas sin permiso del Papa y en vuestro propio provecho?

—¿Cómo osáis acusarme de tamaño dislate?

—Sois el obispo de Constantinopla, deberíais saber que nada de cuanto sucede queda oculto a los ojos de palacio.

El canciller tomó cuidadosamente la Sábana de manos del obispo, que cayó de rodillas llorando desconsoladamente.

—Os recomiendo, Ilustrísima, que os calméis y hagáis uso de vuestra inteligencia, que es mucha. Evitad un conflicto entre el imperio y Roma que a nadie beneficiaría. No os enfrentáis sólo a Balduino, os enfrentáis al rey de Francia. Pensadlo bien antes de actuar.

— o O o —

El emperador aguardaba a De Molesmes paseando, nervioso, de un lado a otro de la estancia. Se sentía confundido, sin saber si dejarse arrastrar por el pesar de haberse enfrentado al obispo o sentirse satisfecho por haber impuesto su autoridad imperial.

Un rojo vino de Chipre lo ayudaba a hacer más dulce la espera. Había despedido a su esposa y a sus criados y dado órdenes estrictas a su guardia de que sólo permitiera al canciller traspasar el umbral de sus aposentos.

En ésas estaba cuando, de pronto, escuchó pasos apresurados delante de la puerta y él mismo la abrió a la espera de encontrarse con De Molesmes.

Era él, en efecto. Escoltado por Vlad y con el Mandylion doblado, el canciller, con semblante satisfecho, entró en la cámara del emperador.

—¿Has tenido que usar la fuerza? —preguntó, temeroso, Balduino.

—No, señor. No ha sido necesario. Su Ilustrísima ha entrado en razón y me ha entregado de buen grado la reliquia.

—¿De buen grado? No te creo. Escribirá al Papa, puede que Inocencio me excomulgue.

—No lo permitirá vuestro tío el rey de Francia. ¿Creéis que Inocencio se enfrentará a Luis? No osará disputarle el Mandylion al rey Luis. No olvidéis que la Santa Sábana es para él, y no olvidéis tampoco que por ahora os pertenece a vos, nunca ha pertenecido a la Iglesia. Podéis calmar vuestra conciencia.

De Molesmes entregó la Sábana a Balduino y éste, con cierto temor, la colocó en un baúl ricamente adornado que estaba situado al lado de su lecho. Después, dirigiéndose a Vlad, le conminó a no moverse del lado del cofre y a defenderlo con su vida si fuese necesario.

— o O o —

La corte entera se presentó en Santa Sofía. No había ningún noble que no supiera de la disputa entre el emperador y el obispo, y hasta el pueblo llano habían llegado ecos del enfrentamiento.

El viernes los fieles habían acudido a Santa María de las Blanquernas a rezar ante el Mandylion y se encontraron con la urna vacía.

La indignación cundió entre los sencillos creyentes, pero acogotados como estaban por la precaria situación del imperio nadie osó enfrentarse al emperador. Además, todos apreciaban sus ojos y orejas, y por más que lloraran la ausencia de la Sábana Santa pensaban que más llorarían la ausencia de tan vitales órganos sensitivos.

En Constantinopla las apuestas formaban parte de la historia misma de la ciudad. Todo era motivo de juego para sus habitantes. Incluso el enfrentamiento entre el emperador y el obispo. Conocida la disputa del Mandylion, las apuestas habían alcanzado cifras desorbitadas. Unos auguraban que el obispo acudiría a oficiar la santa misa, otros que no se presentaría, y con este desaire al emperador se declararía la guerra entre el papado y Balduino.

Expectante, el embajador veneciano se acariciaba la barba, y el de Génova no quitaba los ojos de la puerta. A ambos les vendría bien para los intereses de sus repúblicas que el Papa excomulgara al emperador, pero ¿se atrevería Inocencio a desairar al rey de Francia?

Balduino entró en la basílica rodeado del boato propio de un emperador. Vestido de púrpura, acompañado de su esposa, de los nobles más fieles y flanqueado por su canciller, Pascal de Molesmes, se sentó en el trono adornado con láminas de oro y plata que ocupaba un lugar principal en la basílica. Después paseó la mirada entre sus súbditos, sin que ninguno pudiera leer en su rostro signos de preocupación.

Los segundos parecieron horas, pero apenas unos minutos más tarde apareció Su Ilustrísima el obispo de Constantinopla. Revestido de pontifical y con paso solemne se encaminó hacia el altar. Un murmullo recorrió la basílica mientras el emperador permanecía impasible sentado en su trono.

De Molesmes había dispuesto que se esperara al obispo unos minutos, pero que si éste no comparecía oficiaría un sacerdote al que había remunerado con generosidad. La misa transcurrió sin incidentes y el sermón del obispo fue un llamamiento a la concordia entre los hombres y al perdón. El emperador comulgó de manos del obispo, lo mismo que la emperatriz y sus hijos, y el propio canciller también se acercó a recibir la comunión. La corte entendió el mensaje: la Iglesia no se enfrentaría al rey de Francia. Terminada la ceremonia el emperador celebró un ágape con abundante comida y vino traído del ducado de Atenas. Era un vino fuerte, denso, con recio sabor a pino. Balduino estaba de excelente humor.

El conde de Dijon se acercó al canciller.

—¿Y bien, señor De Molesmes, es posible que el emperador haya tomado ya una decisión?

—Mi querido conde, efectivamente el emperador os dará en breve una respuesta.

—Decidme ¿a qué debo esperar?

—Aún deberemos tratar algunos detalles que preocupan al emperador.

—¿Qué detalles?

—No os impacientéis. Disfrutad de la fiesta, acudid mañana a verme a eso de las diez.

—¿Podríais conseguir que me reciba el emperador?

—Antes de que el emperador os reciba, vos y yo tenemos que hablar; estoy seguro de que llegaremos a un acuerdo satisfactorio para vuestro rey y el mío.

—Os recuerdo que sois francés como yo y estáis obligado a Luis.

—¡Ah, mi buen rey Luis! Cuando me envió a Constantinopla me ordenó encarecidamente que sirviera a su sobrino como a él mismo.

Tal respuesta hizo entender al conde de Dijon que la primera lealtad de De Molesmes era para Balduino.

—A las diez me reuniré con vos.

—Os esperaré.

Con una inclinación de cabeza el conde de Dijon se alejó del canciller mientras buscaba con la mirada a María, la prima de Balduino, la que tanto celo ponía en hacerle grata su estancia en Constantinopla.

— o O o —

André de Saint-Rémy salió de la capilla seguido por un pelotón de caballeros. Pasaron al refectorio donde por toda colación tomaron pan y vino.

El superior de la encomienda era un hombre austero que se había mantenido impoluto ante el oropel de la decadente Constantinopla evitando que se colara por las rendijas de la fortaleza cualquier concupiscencia o comodidad. Aún no se vislumbraba la primera luz de la mañana. Antes de dirigirse a sus quehaceres, los caballeros desayunaban una hogaza de pan mojada en vino. Concluida tan frugal colación los hermanos templarios Bartolomé dos Capelos, Guy de Beaujeau y Roger Parker se encaminaron a la sala de trabajo de Saint-Rémy.

Aunque apenas había llegado dos minutos antes que ellos, su superior los esperaba impaciente.

—El canciller aún no me ha enviado recado para ser recibido por el emperador. Supongo que los últimos acontecimientos le han tenido ocupado. El Mandylion lo guarda Balduino en un arcón junto a su cama, y hoy mismo De Molesmes empezará a negociar el precio de su entrega con el conde de Dijon. La corte nada sabe de la suerte que ha corrido el rey de Francia, aunque hemos de suponer que no tardará en llegar algún emisario de Damietta anunciando las malas nuevas. No hemos de esperar más la llamada del canciller; acudiremos ahora a palacio y solicitaré audiencia al emperador para comunicarle que su tío augustísimo está preso de los sarracenos. Me acompañaréis, y con nadie hablaréis de lo que voy a comunicar al emperador.

Los tres caballeros asintieron y, siguiendo a su superior con paso rápido, llegaron a la explanada de la fortaleza donde los mozos de cuadra les tenían preparadas las monturas. Tres sirvientes con cabalgadura y tres mulas cargadas con pesados sacos se sumaron a la comitiva de los templarios.

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