Mientras tanto, los periódicos —según su color político— proponían expediciones de castigo, sometimiento por hambre, colonización o una cruzada contra las salamandras, una huelga general, la dimisión del Gobierno, la detención de todos los contratistas que empleaban salamandras, la detención de los dirigentes y agitadores comunistas y muchas otras medidas de seguridad. Ante la perspectiva de que fuesen cerradas las costas y puertos, empezaron las gentes a pertrecharse febrilmente de productos alimenticios y, con ello, los precios de toda clase de mercancías aumentaron a una velocidad vertiginosa. En las ciudades industriales estalló una tormenta contra el aumento de precios. La Bolsa se cerró durante tres días. Era, sencillamente, la situación más tensa y terrible de los últimos tres o cuatro meses. En aquellos momentos intervino en el asunto, cambiando completamente la situación, el Ministro del Interior, M. Monti. Ordenó que en las costas francesas fueran arrojados al mar, dos veces por semana, tantos y cuantos vagones de manzanas para las salamandras, desde luego por cuenta del Estado. Esta medida contentó extraordinariamente a las salamandras y tranquilizó a los hortelanos de Normandía y de otros lugares. Pero Monsieur Monti fue aún más lejos en este sentido. Como ya hacía tiempo que había problemas en las regiones vinícolas, a causa de la falta de consumo, ordenó el Ministro que, a cargo del Estado, se entregase diariamente a cada salamandra medio litro de vino blanco. Al principio las salamandras no sabían qué hacer con él, porque al beberlo sufrían fuertes diarreas, así que lo tiraban al mar. Pero con el correr del tiempo se acostumbraron a él y se advirtió que, desde entonces, las salamandras se apareaban con más entusiasmo, aunque con menor fecundidad que antes. Así fueron resueltas, de golpe, la cuestión agraria y la de las salamandras. La terrible tensión cedió, y cuando, al cabo de algún tiempo, se produjo una nueva crisis a causa del escándalo financiero de Madame Tóppler, el ingenioso y capacitado señor Monti se convirtió en el nuevo Ministro de Marina.
Incidente en el Canal de la Mancha
Algún tiempo después navegaba el barco de pasajeros
Oudembaurgh\2\1 de nacionalidad belga, desde Ostende hacia Ramsgate. Cuando estaban en mitad del Paso de Calais observó el oficial de servicio que, media milla al sur del curso normal, «algo ocurría.» Como no podía distinguir si se estaba ahogando alguien, ordenó navegar hacia aquel lugar tan fuertemente agitado. Unos doscientos pasajeros contemplaron desde cubierta un extraordinario espectáculo. Aquí y allá saltaba de pronto el agua como un surtidor, aquí y allá surgía de ella algo como un cuerpo negruzco. Al mismo tiempo, la superficie del agua, en una extensión aproximada de trescientos metros, se agitaba locamente, hervía y se oía subir de las profundidades un fuerte ruido. «Parecía que, bajo el agua, hervía un pequeño volcán.» Cuando el
Oudembourgh
se estaba acercando hacia el lugar, surgió de pronto, a unos diez metros de él, una enorme ola seguida de una terrible explosión. Todo el barco se levantó bruscamente, en el puente cayó una lluvia de agua hirviente y, junto con ella, un cuerpo negruzco que se retorcía y emitía alaridos terribles. Era una salamandra completamente quemada y destrozada. El oficial de mando ordenó inmediatamente dar marcha atrás, para que el barco no penetrase directamente en el centro de aquel infierno explosivo. Pero, mientras tanto, se produjeron estallidos en todas direcciones y la superficie del mar se vio cubierta de pedazos de salamandras destrozadas. Finalmente consiguió el barco virar y, a todo vapor, escapó hacia el norte. Entonces se escuchó una explosión angustiosa unos seiscientos metros a sus espaldas, y del mar surgió una columna de más de cien metros de agua y vapor. El
Oudembourgh
se dirigió hacia Harwich y envió en todas direcciones una advertencia por telegrafía sin hilos: «¡Atención! ¡Atención! ¡Atención! En la línea marítima Ostende-Ramsgate hay gran peligro de explosiones submarinas. No sabemos cuál es su origen. Aconsejamos a todos los barcos que se desvíen de esa ruta.» Mientras tanto, continuaban las explosiones y los ruidos, casi igual que cuando se ejecutan maniobras militares. Pero la visibilidad era nula a causa del humo y el vapor. Ya para entonces, de Dover y Calais salían a toda marcha torpederos y destructores, así como flotillas de aviación militar, hacia el lugar del suceso. Pero al llegar allí encontraron solamente las aguas turbias, como una especie de barro amarillento en su superficie, cubierta de peces muertos y pedazos de salamandras
.
En los primeros momentos se habló de la explosión de alguna mina en el canal, pero cuando a ambos lados del Estrecho de Calais las costas fueron cerradas por cordones de soldados, y cuando el Primer Ministro inglés, por cuarta vez en los anales de la Historia mundial, interrumpió el sábado por la tarde su
week-end
regresando apresuradamente a Londres, se empezó a sospechar que se trataba de un acontecimiento de alcance internacional. Los periódicos publicaban las más alarmantes noticias, pero ¡cosa extraña!, aún estaban muy lejos de referir la verdad. Nadie sospechaba que durante varios días críticos Europa, y con ella todo el mundo, estuvo a un paso de una conflagración bélica. Sólo al cabo de varios años, cuando sir Thomas Mulberry, entonces miembro del Gobierno británico, perdió su puesto en el Parlamento y como consecuencia de ello publicó sus memorias políticas, fue posible enterarse de lo que ocurrió en aquellos días aunque, en realidad, ya entonces a nadie le interesaba.
El caso fue, en resumen, el siguiente: Tanto Francia como Inglaterra empezaron a construir, por medio de las salamandras, fortalezas submarinas en el Canal de la Mancha que permitirían, en caso de guerra, el cierre de dicho Canal. Después, como es natural, las dos potencias se acusaron de que empezó «la otra.» Pero parece ser que las dos comenzaron al mismo tiempo, temiendo que el otro estado,
su vecino y amigo
, pudiese comenzar antes. En resumen: bajo las aguas del Canal de la Mancha empezaron a crecer, una frente a otra, dos enormes fortalezas de hormigón, armadas con artillería pesada, lanzatorpedos, amplias zonas minadas y, en resumen, todas las modernas posibilidades inventadas hasta la época por el progreso humano para el «arte» de la guerra. En la costa inglesa fue ocupada esta terrible fortaleza de las profundidades por dos divisiones de salamandras pesadas y unas treinta mil salamandras trabajadoras, y en la parte francesa por tres divisiones de salamandras guerreras de primera clase.
Parece ser que en aquel día crítico se encontraron, en medio del Canal y en sus profundidades, una colonia de salamandras trabajadoras inglesas con las salamandras francesas y, entre ellas, se produjo una especie de confusión. En la parte francesa se afirmaba que sus pacíficas salamandras habían sido atacadas por las británicas, que las querían echar del lugar. Las salamandras británicas armadas trataron de detener a unas cuantas de las francesas que, desde luego, opusieron resistencia. Después las salamandras militares británicas empezaron a disparar contra las salamandras obreras con granadas de mano y lanza-minas, de manera que las pobres salamandras francesas no tuvieron más remedio que defenderse usando armas parecidas. El Gobierno francés se vio obligado a pedir al Gobierno británico plena satisfacción, y la evacuación del terreno submarino causante del problema, más la promesa de que casos así no volverían a repetirse.
Por otra parte, el Gobierno de S.M. Británica anunció, en una nota especial dirigida al Gobierno de la República Francesa, que las salamandras francesas militarizadas habían penetrado en la mitad inglesa del Canal y se disponían a colocar minas en ellas. Las salamandras británicas les advirtieron que penetraban en el lugar de trabajo británico. A esto las salamandras francesas, armadas hasta los dientes, contestaron arrojando granadas de mano que mataron a algunas salamandras-obreras británicas. El Gobierno de S.M. se sentía obligado a exigir al Gobierno de la República Francesa plena satisfacción y la garantía de que, en adelante, las salamandras militares francesas no penetrarían en la parte británica del Canal de la Mancha.
A esto contestó el Gobierno francés «que no podía consentir que el Estado vecino construyese fortificaciones submarinas en las cercanías inmediatas de la costa francesa. En lo que se refiere a la confusión ocurrida en el Canal, el Gobierno de la República proponía que, según el sentido de la Convención de Londres, el desagradable incidente fuese presentado ante el Tribunal de Conciliación de la Haya.»
El Gobierno de S.M. Británica contestó que no podía y no estaba dispuesto a someter la protección de las costas británicas a ninguna decisión externa. Como país atacado pedía de nuevo, y enérgicamente, que se le presentasen excusas, se le indemnizase por las pérdidas sufridas y se le asegurase la integridad de su territorio para el futuro. Al mismo tiempo, la marina inglesa del Mar Mediterráneo, con base en Malta, navegó a todo vapor en dirección oeste. La flota del Atlántico recibió órdenes de concentrare en Portsmouth y Yarmouth.
El Gobierno francés ordenó la movilización de cinco reservas de marinos.
Parecía que ninguno de los dos Estados podía ya retroceder. Después de todo, se veía claramente que no se trataba más que de lograr la supremacía en el Canal. En este momento crítico presentó Sir Thomas Mulberry un factor sorprendente: que en la parte inglesa no existía ningún obrero-salamandra ni salamandras militares (por lo menos,
de jure
), ya que en las Islas Británicas todavía estaba vigente la orden dada cierta vez por Sir Manuel Mandeville, por la cual ninguna salamandra podía ser empleada en las costas o en aguas territoriales de las Islas Británicas. Según esto, el Gobierno Británico declaraba oficialmente que las salamandras francesas no podían haber atacado a las inglesas, y todo el problema quedó reducido a la siguiente cuestión: si las salamandras francesas, por equivocación o deliberadamente, habían entrado en aguas territoriales británicas. Las autoridades de la República Francesa prometieron investigar el caso, y el Gobierno inglés ni siquiera propuso que fuera presentado al Tribunal Internacional de la Haya. Después los almirantazgos inglés y francés decidieron que en el Canal de la Mancha quedara una extensión neutral de cinco kilómetros de anchura, entre las fortalezas submarinas de ambos países, con lo que se reforzó considerablemente la amistad entre ambos estados.
Der Nordmolch
No muchos años después del establecimiento de las primeras colonias de salamandras en los mares Báltico y del Norte, un investigador y científico alemán llamado Hans Thüring comprobó que las salamandras del Báltico mostraban —seguramente por influencia del medio ambiente— algunas diferencias particulares en su constitución: eran un poco más claras, caminaban más rectas y la dimensión de su cabeza demostraba que tenían el cráneo más largo y más estrecho que las demás salamandras. Esta variedad recibió los nombres de
Der Nordmolch
(salamandra del Norte), de
Der Edelmolcb
(salamandra noble), de
Andrias Scheuchzeri
y de
nobilis erecta Thüring\2\1
A partir de aquello la prensa alemana empezó a ocuparse febrilmente de las salamandras del Báltico. Se dio una importancia especial al hecho de que, influenciada favorablemente por el ambiente alemán, esta salamandra se había transformado en un tipo de raza superior, sin duda alguna mejor que cualquier otra clase de salamandra; se escribió con desprecio sobre las degeneradas salamandras mediterráneas, poco desarrolladas moral y físicamente, sobre las salvajes salamandras tropicales y, en resumen, sobre las bárbaras, ruines y bestiales salamandras de otras naciones. «De la Salamandra Gigante hasta la Supersalamandra Alemana» era la frase de moda en aquella época. ¿Acaso no era la tierra alemana el lugar de origen de todas las salamandras de la nueva época? ¿No era su cuna Oe-ningen, donde el sabio alemán Dr. Johannes Jakub Scheuchzer encontró las formidables huellas de su esqueleto, ya en el mioceno, sobre una piedra de ónice? No cabía pues la más mínima duda de que el primitivo Andrias Scheuchzeri había nacido antes de las épocas geológicas en tierras germanas, había cruzado después hacia otros mares y había pagado esto con su degeneración y el atraso en su desarrollo. Pero en cuanto Andrias se establece de nuevo en la tierra que fue su patria de origen, empieza otra vez a ser lo que era antes: la noble salamandra del Norte, Scheuchzeri, más clara, más erguida y con un cráneo mayor. Así pues, solamente en tierra germana pueden las salamandras volver a su tipo normal y más puro, como el encontrado por el gran Johannes Jakub Scheuchzer en las huellas dejadas en la piedra de ónice. Como consecuencia de todo esto, Alemania necesitaba nuevas y más extensas costas, necesitaba colonias, necesitaba mares mundiales para que en todas partes, y en aguas territoriales alemanas, pudieran desarrollarse las nuevas generaciones de salamandras de origen germánico de pura raza. «Necesitamos nuevas tierras para nuestras salamandras», escribían los periódicos alemanes. Y para que esta realidad estuviese siempre presente ante los ojos de la nación alemana, fue erigido un magnífico monumento a Johannes Jakub Scheuchzer. El gran doctor estaba representado con un gran libro en la mano, y a sus pies había sentada una hermosa y noble salamandra nórdica, que miraba a lo lejos, a las costas invisibles de los océanos mundiales
.
Durante la inauguración de este monumento se pronunciaron, desde luego, solemnes discursos que despertaron extraordinariamente la atención de la prensa mundial.
Alemania amenaza de nuevo
, constataban, particularmente, los diarios ingleses: «Estamos ya acostumbrados a ese tono, pero con motivo de ese acto oficial se habló de que Alemania necesitaba, en un plazo de tres años, cinco mil kilómetros de nuevas costas marítimas. Nos vemos obligados a advertir claramente: ¡Está bien, intentadlo! En las costas británicas os romperéis los dientes. Estamos preparados y lo estaremos todavía mejor de aquí a tres años. Inglaterra debe tener y tendrá tantos barcos de guerra como las dos mayores potencias continentales juntas. Esta relación de fuerzas es, de una vez para siempre, indiscutible. Si quieren desatar locas carreras en el armamento marítimo, ¡que lo hagan! Ningún británico consentirá que su patria quede rezagada ni un solo palmo.»
«Aceptamos el reto alemán», declaró en el Parlamento el primer Lord del Almirantazgo, Sir Francis Drake, en nombre del Gobierno. «El que extienda su mano hacia cualquier mar que sea, se encontrará con nuestros acorazados. Gran Bretaña es lo bastante fuerte como para rechazar cualquier ataque contra su isla y las costas de sus dominios y colonias. Para evitar un ataque así, estudiaremos la construcción de nuevas fortalezas y bases aéreas en cada mar cuyas olas bañen los retazos más mínimos de costas británicas. Que sirva esto como la última advertencia a cualquiera que intentase rectificar las costas marítimas, aunque solamente fuese en una yarda.» Después de esto, el Parlamento aprobó la construcción de nuevos buques de guerra con un presupuesto preliminar de quinientos millones de libras esterlinas. Era, en realidad, una respuesta desmesurada a la construcción del monumento a Johannes Jakub Scheuchzer en Berlín, pues dicho monumento había costado, solamente, doce mil marcos.