La guerra de las salamandras (26 page)

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Authors: Karel Capek

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La guerra de las salamandras
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«No hay duda de que el mundo de las salamandras será más feliz de lo que fue el del género humano. Será unido, homogéneo y estará dominado por el mismo espíritu. Las salamandras no se distinguirán unas de otras por la lengua, opiniones, religión ni exigencias vitales. No habrá entre ellas diferencias culturales ni de clase, sino la diferencia del trabajo. Nadie será señor o esclavo, porque todos servirán al Gran Conjunto de las Salamandras, que será su Dios, su Gobierno, su patrono y director espiritual. Formarán una sola nación con un solo nivel, un mundo mejor y más perfecto que el nuestro. Serán un poderoso y feliz Mundo Nuevo. ¡Hagámosle, pues, sitio!

La Humanidad, que se apaga, ya no puede hacer otra cosa que apresurar su propio fin, en una trágica belleza, siempre que no sea ya demasiado tarde.»

En lo que cabe, hemos expuesto aquí las opiniones de Wolf Meynert, en forma comprensible. Sabemos que, con ello, pierden mucho del efecto y profundidad con que en otro tiempo fascinaron a toda Europa y, sobre todo, a la juventud, que recibió con entusiasmo la noticia de la caída y el fin de la Humanidad. El Gobierno del Reich, desde luego, prohibió las enseñanzas del Gran Pesimista, a causa de ciertas consecuencias políticas que se produjeron, y Wolf Meynert tuvo que asilarse en Suiza. A pesar de esto, todo el mundo culto se apropió con satisfacción de la Teoría de Meynert sobre la extinción de la Humanidad. Su libro, de 632 páginas, se publicó en todas las lenguas del mundo y fue difundido, en muchos millones de ejemplares, también entre las salamandras.

6

X advierte

Quizás fue también consecuencia del libro profético de Meynert el que los vanguardistas literarios y artísticos de los centros culturales proclamaran: «¡Por nosotros, que vengan las salamandras! El porvenir pertenece a las salamandras. Las salamandras significan la revolución cultural. ¿Qué importa que no tengan su arte? Por lo menos, no estarán cargadas de ideales estúpidos, tradiciones muertas y todo ese torturante, aburrido y pedante desperdicio que se llama poesía, música, arquitectura, filosofía y, en general, cultura —palabra senil, al oír la cual se nos revuelve el estómago. Es mejor que no hayan caído, hasta ahora, en el amaneramiento del arte humano: nosotros les haremos un arte nuevo; nosotros, la juventud, allanaremos el camino para el futuro de las salamandras. ¡Queremos ser las primeras salamandras, las salamandras del futuro!» Y así nació la sociedad de jóvenes poetas salamandrinos, surgió la música tritónica y la pintura pelágica, que se inspiraba en las formas del mundo de las medusas, algas marinas y corales. Además de esto, se descubrió que las obras de regularización de las salamandras eran nuevas fuentes de belleza y de monumentalidad. «¡Ya estamos hartos de naturaleza! —gritaban—. ¡Que vengan las costas lisas de hormigón en lugar de las viejas rocas. El romanticismo está muerto. Los futuros continentes estarán bordeados de líneas rectas y serán rehechos en triángulos y rombos. El viejo mundo geológico será reemplazado por el geométrico!». En resumen: había otra vez algo nuevo y prometedor de que ocuparse, nuevas sensaciones psíquicas y nuevas manifestaciones culturales, y aquéllos que no supieron seguir a tiempo el camino del futuro salamandrismo sentían amargamente que habían perdido su gran ocasión, y se vengaban declarándose partidarios de la Humanidad, de la vuelta al hombre y a la naturaleza, y otras consignas reaccionarias. En Viena se silbó un concierto de música tritónica, en el Salón de los Independientes de París, un criminal desconocido rasgó un cuadro pelágico titulado: «Capricho en azul». En resumen: el salamandrismo iba por el camino de la victoria, sin que nada ni nadie pudiese detenerlo.

Desde luego, no faltaban voces retrógradas que se alzaban contra «la manía salamándrica», como se la llamaba. Pero lo más enérgico en este sentido fue un folleto inglés anónimo, que se publicó bajo el título de
X advierte
. Este folleto fue muy leído, pero nunca se llegó a averiguar la identidad de su autor, aunque muchos creían que se trataba de una alta personalidad eclesiástica, juzgando por el hecho de que, en griego, la «X» es una abreviatura de Cristo.

En el primer artículo, el autor trataba de hacer estadísticas sobre las salamandras existentes, disculpándose, al mismo tiempo, por la poca exactitud de las cifras publicadas. Así calculaba que el número de todas las salamandras existentes era ya de siete a veinte veces mayor que el del género humano.

«Igualmente imprecisos son nuestros conocimientos sobre cuántas fábricas, pozos de petróleo, plantaciones de algas, criaderos de anguilas, aprovechamiento de la fuerza hidráulica y otras fuentes naturales, tienen las salamandras bajo el agua. No tenemos ni la menor idea de su capacidad industrial y, menos todavía, de cuál es la situación respecto a su armamento. Sabemos, sin embargo, que las salamandras dependen del hombre en lo que concierne a los metales, en los componentes para construir máquinas, materias explosivas y muchos otros productos químicos. Pero, por otra parte, cada Estado guarda el mayor secreto sobre cuántas armas y otras clases de productos entrega a sus salamandras, y también sabemos muy poco sobre lo que producen en el fondo del mar con las materias primas y los productos semielaborados que adquieren del hombre. Lo que sí es seguro es que las salamandras no tienen ningún interés en que lo sepamos, y en los últimos años han muerto ahogados o estrangulados tantos buzos en el fondo de los mares que ya no se puede atribuir solamente a la casualidad. Esto es un síntoma muy alarmante, "lo mismo en el aspecto industrial que en el militar".»

«Es, sin embargo, difícil imaginar (continuaba Míster X, en otro de los párrafos) qué pueden querer las salamandras de la gente. No pueden vivir en tierra firme, y nosotros no podemos molestarlas en el agua. Nuestro ambiente vital y el suyo están completamente diferenciados y para muchos siglos. Es verdad que exigimos de ellas cierto trabajo, pero les damos a cambio comida, materias primas y productos que, sin nuestra ayuda, nunca llegarían a tener; por ejemplo, metales. Pero, aunque prácticamente no hay ningún motivo para antagonismos entre nosotros y las salamandras, existe, diría yo, la antipatía metafísica: contra los seres de la tierra están los de las profundidades; los seres del día contra los de la noche; los oscuros estanques de agua contra la tierra clara y seca. La frontera entre el agua y la tierra es, en cierta forma, más aguda de lo que era.
Nuestra
tierra toca
su
agua. Podríamos vivir por los siglos de los siglos perfectamente al margen unos de otros, intercambiando sólo pequeños servicios y productos; pero es difícil quitarse de encima la angustiosa sensación de que no podrá ser así. El porqué no puedo explicarlo claramente, pero tengo la impresión, algo así como un presentimiento, de que una vez el agua se volverá contra la tierra para resolver la cuestión de "¿quién de las dos?"»

«Confieso que siento una opresión, hasta cierto punto irracional (continúa diciendo el señor X), pero me sentiría muy aliviado si las salamandras se enfrentasen a la gente pidiendo alguna reivindicación, exigiendo algo. Entonces se podría tratar con ellas, se podrían hacer diferentes concesiones, contratos o compromisos. Pero su silencio es terrible. Me asusta su incomprensible demora. Podrían, por ejemplo, pedir ciertas ventajas políticas. Hablando francamente, las leyes para las salamandras son, en todos los Estados, bastante anticuadas e impropias de seres civilizados y tan poderosos numéricamente. Deberían modificarse los nuevos derechos y deberes de las salamandras de manera más ventajosa para ellas. Deberían considerarse algunas medidas de autonomía para las salamandras, sería justo mejorar sus condiciones de trabajo y recompensarlo regularmente. En muchos aspectos, hasta sería posible mejorar su suerte 5/,
por lo menos, lo pidiesen
. Después podríamos concederles varias cosas y comprometernos en acuerdos de compensación o, por lo menos, se ganaría tiempo para algunos años. Pero las salamandras no piden nada más que aumentar su rendimiento y sus encargos. Hoy ya podemos preguntar a dónde irá a parar todo esto. Se ha hablado a veces del peligro amarillo, negro o rojo; pero en aquellos casos, se trataba de hombres, y de los hombres podemos, más o menos, imaginarnos lo que pueden querer. Pero, aunque no tengo idea de cómo y contra qué estará la Humanidad obligada a defenderse, una cosa sé por lo menos con seguridad: que si a un lado están las salamandras… al otro estará
toda
la Humanidad».

«¡Los hombres contra las salamandras! Ya es hora de que las cosas se digan así. Sí, hablando con franqueza, el hombre normal odia instintivamente a las salamandras, le dan asco… y les teme. Sobre todos los hombres ha caído como una especie de sombra horrenda. ¿Qué otra cosa es esa frenética ansia de disfrutar, esa sed insaciable de diversión y placer, esas orgías locas que vive la gente de hoy? Una caída tan baja de la moral no había ocurrido desde los tiempos en que el Imperio Romano estaba ya a punto de perecer en la barbarie. Estos no son los frutos de una felicidad material desacostumbrada, sino el desesperado y sordo miedo a la destrucción, la angustia de la extinción. ¡Que traigan la última copa antes de que termine nuestra vida! ¡Qué vergüenza, qué atolondramiento! Parece ser que Dios, en su terrible misericordia, deja debilitar a las naciones y clases que se precipitan en la perdición. ¿Queremos que aparezca el
Mane Thecel Phares
de fuego escrito sobre el festín de la Humanidad? ¡Mirad los anuncios luminosos que brillan durante la noche en los muros de las disipadas y corrompidas ciudades! En ese aspecto nos aproximamos, nosotros los humanos, a las salamandras: vivimos más de noche que de día».

«Si, por lo menos, esas salamandras no fuesen tan terriblemente mediocres… (exclama como oprimido Míster X). Sí, son más o menos educadas, pero a causa de ello tienen una inteligencia aún más limitada, porque han aprendido de la civilización humana sólo lo que tiene ésta de corriente y útil, de mecánico y repetible. Están al lado de Fausto; aprenden de los mismos libros que los Faustos humanos, con la única diferencia de que a ellas les basta, ya que no les roe ninguna duda. Lo más terrible es que han multiplicado ese tipo práctico, tonto y suficiente de la mediocridad civilizada, en grande, en millones y miles de millones de piezas iguales. O, no; creo que me equivoco. Lo más terrible es que tengan tanto éxito. Aprendieron a usar las máquinas y los números y se ha demostrado que esto les basta para convertirse en amos de su mundo. Han prescindido de la civilización humana, de todo lo que tenía de inservible, juguetón, fantástico o anticuado. Así pues, despreciaron lo que había en la civilización de humano y tomaron solamente su parte práctica, técnica y útil. Y esta triste caricatura de la civilización humana está llena de vida. Construye prodigios técnicos, renueva nuestro viejo planeta y, finalmente, empieza a fascinar a la misma Humanidad. Junto a su alumno y criado aprenderá Fausto el secreto del éxito y la mediocridad. O la Humanidad se enfrenta con las salamandras, en una conflagración histórica de vida o muerte, o se "salamandriza" sin remedio. Por lo que a mí se refiere, he de decir que vería más a gusto lo primero».

«En fin, X os advierte (continuaba el escritor desconocido).

Todavía es posible sacudir ese frío y pegajoso círculo que nos aprisiona. Debemos librarnos de las salamandras. ¡Ya hay demasiadas! Están armadas y pueden volver contra nosotros un potencial de guerra de cuya magnitud sabemos bien poco. Pero el peligro más terrible no reside en su número o su fuerza; es, para nosotros los hombres, su triunfante inferioridad. No sé qué tenemos que temer más, si su civilización humana o su tenebrosa y fría crueldad animal. Pero estas dos cosas unidas dan algo indescriptiblemente aterrador, casi diabólico. En nombre de la cultura, en nombre de la cristiandad y de la Humanidad, debemos liberarnos de las salamandras.» Y aquí exclamaba el apóstol anónimo:

¡¡LOCOS, LOCOS, DEJAD POR FIN DE ALIMENTAR A LAS SALAMANDRAS!!

«Dejad de emplearlas, renunciad a sus servicios, dejadlas que se vayan a algún lugar donde puedan alimentarse por sí solas, como otros seres acuáticos. La misma naturaleza ya sabrá qué hacer con las que sobren. Lo que se necesita es que los hombres, la civilización humana y la historia de la Humanidad no sigan
trabajando para las salamandras»
.

«Y no deis más armas a las salamandras
, ¡detened las entregas de metales y explosivos, no les enviéis máquinas y fábricas humanas! No vais a encender fuego bajo los volcanes, ni a cavar diques bajo el agua. ¡Que se prohíba la entrega de armas y toda clase de mercancía a las salamandras de todos los mares! ¡Que sean puestas fuera de la ley las salamandras! ¡Malditas seáis, salamandras! ¡Que os arrojen de nuestro mundo!»

¡QUE SE CREE LA LIGA DE LAS NACIONES CONTRA LAS SALAMANDRAS!

«Toda la Humanidad debe estar preparada para defender su existencia con las armas en la mano. Que sea convocada, por iniciativa de la Sociedad de Naciones, del Rey de Suecia o del Papa de Roma, una conferencia mundial de todos los Estados civilizados, para crear una Unión Mundial o, por lo menos, una Sociedad de Naciones Cristianas contra las salamandras. Estamos en el momento crítico en que, bajo la terrible presión del peligro salamándrico y la responsabilidad humana, puede lograrse lo que no se logró con la guerra mundial, a pesar de sus innumerables víctimas: organizar la Unión de los Estados del Mundo. ¡Dios lo quiera! Si esto se lograse, entonces las salamandras no habrían llegado al mundo en vano, y serían el instrumento empleado por Dios.»

Este patético folleto despertó gran sensación entre las más amplias capas del público. Las señoras de edad estaban de acuerdo, sobre todo, en que había comenzado una decadencia moral sin precedentes; por otra parte, en las columnas de economía de los periódicos se señalaba principalmente que era imposible dejar de suministrar las entregas a las salamandras, porque se produciría una gran caída en la producción y una fuerte crisis en varias ramas industriales. Lo mismo ocurriría en la agricultura, que producía grandes cantidades de maíz, patatas y otros productos agrícolas para alimento de las salamandras. «Si disminuye el número de salamandras, descenderán desastrosamente los precios de los productos alimenticios y los campesinos se encontrarán al borde de la ruina.» La Unión Sindical de Obreros consideraba al señor X un reaccionario y declaraba que no permitiría que fuese frenada la entrega de ningún tipo de mercancía a las salamandras. «Justamente cuando la clase obrera acaba de obtener el empleo completo y primas por el trabajo, quiere el señor X quitarle el pan de las manos. Los obreros se solidarizan con las salamandras y rechazarán cualquier intento de rebajar su nivel de vida y de entregarlas, arruinadas e indefensas, en manos del capitalismo.» En lo que se refiere a la creación de una Liga de las Naciones contra las salamandras, se opusieron a ello todos los centros políticos de importancia. «Ya tenemos», decían, «por una parte, la Sociedad de Naciones y, por otra, la Convención de Londres, en que los estados marítimos se comprometieron a no armar a sus salamandras con armas pesadas. No es cosa fácil pedir ese desarme a un estado que no tiene la completa seguridad de que otra potencia cualquiera marítima no siga armando a sus salamandras, aumentando así su poder a costa de su vecino. Por lo tanto, ningún estado o continente puede obligar a sus salamandras a que emigren a otro lugar, sencillamente porque con ello aumentarían, por una parte, las ventas industriales y agrícolas y, por otra, la fuerza de defensa y ataque de otros estados o continentes.» Y de estas objeciones, que cada hombre con un poco de sentido tenía que comprender, se presentaron muchas.

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