No me cabe duda de que el Primer Congreso de los Anfibios Urodelos fue un destacado éxito científico. Pero, cuando tenga un día libre, pienso ir al
Jardín des Plantes
, directamente al estanque en que está Andrias Scheuchzeri, para decirle en voz baja: «Oye, salamandra, cuando llegue tu día… ¡no se te vaya a ocurrir investigar la vida psíquica del hombre!»
Gracias a estas disertaciones científicas la gente dejó de considerar a las salamandras como algo milagroso. A la sobria luz de la ciencia perdieron mucho de su primer nimbo extraordinario y excepcional. Al ser motivo de experimentos psicológicos demostraron cualidades mediocres y poco interesantes. Sus grandes disposiciones naturales, según lo había demostrado la ciencia, eran una fábula. La ciencia descubrió a la Salamandra Normal, que resultaba un ser aburrido y de inteligencia bastante limitada. Solamente los periódicos publicaban, de vez en cuando, alguna noticia sobre una Salamandra maravillosa que sabía hacer mentalmente multiplicaciones por cinco cifras; pero hasta esto dejó de interesar a los lectores, sobre todo cuando se demostró que, con un entrenamiento adecuado, también puede llegar a hacerlo un ser humano. La gente, sencillamente, empezó a considerar a las salamandras como algo tan natural como las máquinas calculadoras u otros aparatos automáticos. Ya no veían en ellas aquello secreto que surgió un día de quién sabe qué profundidades y Dios sabe por qué. Además, la humanidad no considera misterioso lo que le sirve y beneficia, sino lo que le perjudica o amenaza. Y como, según se demostró, las salamandras eran seres altamente provechosos en varios aspectos, fueron simplemente aceptadas como algo perteneciente al curso racional de los acontecimientos.
La utilidad de las salamandras fue investigada, particularmente, por el descubridor hamburgués Wuhrmann, de cuyo informe citaremos, por lo menos, un pequeño extracto:
«Los experimentos que he ejecutado en la Gran Salamandra del Pacífico (Andrias Scheuchzeri Tschudi) en mi laboratorio de Hambur-go estaban dirigidos hacia una cierta meta: probar la resistencia de Andrias a ciertos cambios de ambiente y a otras influencias exteriores, para demostrar así su aprovechamiento práctico en ciertas regiones geográficas y bajo ciertos cambios condicionados.
Con la primera serie de experimentos debía comprobar cuánto tiempo resiste la salamandra fuera del agua. Los animales con los que experimentaba fueron puestos en recipientes vacíos, a una temperatura de 40-50°. Al cabo de algunas horas, las salamandras dieron señales de cansancio, y al rociarlas con agua, se animaron de nuevo. Después de estar sin agua 24 horas, yacían exhaustas, moviendo solamente los párpados. El pulso se hizo lento y todas sus actividades corporales quedaron reducidas al mínimo. Se notaba que los animales sufrían, y cada movimiento les costaba un gran esfuerzo. Al cabo de tres días comenzó el estado de paralización cataléptica (xerosa); los animales no reaccionaron ni al serles aplicado electrocauterio. Al aumentar la humedad del ambiente empezaron de nuevo a dar señales de vida (cerrar los ojos ante una luz potente, etc.). Cuando las salamandras así conservadas fueron de nuevo metidas en agua al cabo de siete días, se reanimaron después de cierto tiempo. Al conservárseles por un periodo más largo fuera del agua, murieron todos los animales con los que se experimentaba. Si se colocan las salamandras directamente bajo los rayos del sol, mueren al cabo de unas horas.
A otras salamandras con las que experimentábamos se les obligó a dar vueltas a una rueda en un ambiente seco. Al cabo de tres horas, su capacidad de trabajo empezó a disminuir, pero subió de nuevo al ser rociadas en abundancia. Rociándolas con bastante frecuencia consiguieron las salamandras dar vueltas a la rueda durante diecisiete, veinte y, en un caso, hasta veintiséis horas consecutivas, mientras que un hombre, al cabo de cinco horas de trabajo mecánico, estaría considerablemente agotado. De estos experimentos debemos sacar la siguiente conclusión: las salamandras pueden ser bien aprovechadas para trabajos en tierra seca, bajo dos condiciones: que no estén directamente al sol y que, de vez en cuando, se las rocíe con agua fresca.
La segunda serie de experimentos se refería a la reacción ante el frío de las salamandras de origen tropical. Al enfriarles repentinamente el agua, murieron de catarro intestinal; pero por medio de una lenta aclimatación a un ambiente más frío, se acostumbraron a él fácilmente. Al cabo de ocho meses ya conservaban su vivacidad hasta una temperatura de 7° C, a condición de que se les aumentase la grasa en las comidas (de 150 a 200 gramos diarios). Si la temperatura bajaba a menos de 5° C, comenzaban a dar nuevamente señales de vida, y de 7 a 10° C empezaban a demostrar interés por los alimentos. De esto se deduce que las salamandras se pueden aclimatar en nuestro país o en las regiones frías de Noruega e Islandia. Para saber si soportarían las condiciones climáticas polares, habría que hacer nuevos experimentos.
Por el contrario, las salamandras son muy sensibles a las influencias químicas. Durante experimentos hechos con lejía muy diluida, residuos de las fábricas, productos usados en el curtido, etc., la piel se les caía a tiras y los animales experimentales morían a causa de cierta gangrena en las branquias. Para nuestros ríos son, pues, prácticamente inservibles las salamandras.
En otra serie de experimentos, conseguimos comprobar cuánto tiempo resisten las salamandras sin alimentos. Pueden ayunar tres semanas o más sin que se advierta en ellas otro síntoma que un ligero malestar. A una salamandra experimental la dejé hambrienta durante seis meses; durante los últimos tres meses dormía sin interrupción y sin moverse. Cuando después tiré en su barril unos pedazos de hígado, estaba tan débil que no reaccionó y tuvo que ser alimentada artificialmente. Al cabo de algunos días comía ya normalmente y estaba lista para nuevos experimentos.
La última serie de experimentos trataba de las posibilidades regeneradoras de las salamandras. Si a una salamandra se le corta el rabo, le crece uno nuevo a los catorce días. En una salamandra hemos repetido el experimento siete veces, con los mismos resultados. Igualmente les crecen, a los pocos días, las patas cortadas. A una salamandra le cortamos, para experimentar, las cuatro patas y el rabo. A los treinta días estaba completa de nuevo. Si a una salamandra se le rompe un hueso de la pierna o el brazo, se le cae todo el miembro y le crece otro. Lo mismo le vuelve a crecer un ojo vaciado o la lengua cortada. Es muy interesante que una salamandra a la que le cortamos la lengua, al salirle una nueva tuvo que aprender otra vez a hablar. Si a una salamandra se le amputa la cabeza, o si se corta su cuerpo entre el cuello y la pelvis, el animal muere. Por otra parte, puede quitársele el estómago, parte de los intestinos, dos terceras partes del hígado y otros órganos, sin que sus funciones físicas se interrumpan, así que se puede decir que una salamandra destripada puede tranquilamente seguir viviendo. Ningún otro animal es tan insensible a las heridas como la salamandra. Desde este punto de vista podría ser un animal de primera clase, invulnerable, para la guerra. Por desgracia, este animal es muy pacífico e indefenso por naturaleza.
Paralelamente a estos experimentos, mi asistente, doctor Walter Hinkel, experimentó el valor de las salamandras como materia prima. Comprobó que el cuerpo de las salamandras contiene un porcentaje elevado de yodo y fósforo; no está descartado que estas importantes materias primas pudieran extraerse y aprovecharse, en caso de necesidad, para la industria. La piel de la salamandra que, por sí sola, es de muy mala calidad, se puede moler y prensar a gran presión. La piel artificial así lograda es ligera, bastante resistente, y podría reemplazar al cuero de vacuno en la fabricación de calzado… La grasa de salamandra no se puede usar a causa de su sabor desagradable, pero sirve para usos técnicos porque se congela a temperaturas muy bajas. La carne de la salamandra había sido considerada impropia para el consumo, hasta venenosa. Si se come cruda produce fuertes dolores, vómitos y hasta alucinaciones. El Dr. Hinkel comprobó, después de muchos ensayos que hizo en sí mismo, que estos efectos perjudiciales desaparecen si la carne, cortada en pedazos, es escaldada con agua hirviendo (lo mismo que ocurre con algunas setas), y después de lavarla cuidadosamente, se coloca durante 24 horas en una solución de permanganato. Después se puede guisar o cocer normalmente, y tiene el mismo gusto que la carne de vaca de segunda. Así nos comimos a una salamandra a la que llamábamos Hans. Era un animal culto e inteligente, con especiales disposiciones para el trabajo científico. Trabajaba en el departamento con el Dr. Hinkel, como su ayudante, y se le podían confiar los análisis químicos más delicados. En las largas noches teníamos conversaciones interesantes con él, y nos distraía su insaciable afán de saber. Tuvimos que deshacernos con gran pesar de nuestro Hans, pues a causa de unos experimentos que hice en él sobre trepanación, quedó ciego. Su carne era oscura y esponjosa, pero no produjo en nosotros ninguna reacción desagradable. Es cosa segura que, en caso de guerra, la carne de salamandra sería bien recibida, como un económico sustituto de la carne de vacuno.»
Después de todo, es natural que las salamandras dejasen de ser una sensación al haber en el mundo millones de ellas. El interés que despertaban en la gente cuando todavía eran una especie de novedad, tuvo también eco, durante algún tiempo, en las películas cómicas («Sally y Anda, dos buenas salamandras»); y en los cabarets, las cantantes que tenían una voz especialmente mala se presentaban vestidas de salamandra, expresándose gramaticalmente mal y cantando como en una especie de graznido. En cuanto las salamandras se convirtieron en algo habitual cambió, por decirlo así, su problemática
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. La verdad es que la gran sensación que despertaban, languideció, para hacerle sitio a otra cosa, hasta cierto punto mucho más sólida:
El problema de las salamandras
. Como ha ocurrido ya muchas veces en la Historia, la abanderada del problema de las salamandras fue la señora Louise Zimmerman,
una mujer
, directora de un pensionado femenino de Lausana, la que con extraordinaria energía e incansable entusiasmo propagaba por todo el mundo su noble lema:
¡Dad a las salamandras la debida educación escolar!
Largo tiempo tropezó con la incomprensión del público, mientras llamaba la atención incansablemente sobre la natural disposición de las salamandras para aprender, y sobre el peligro que podría correr la civilización moral y razonable. «Tal como se extinguió la cultura romana bajo la invasión de los bárbaros, se extinguiría también nuestra cultura si hubiera una isla en el mar con seres a los que se hubiese impuesto un yugo espiritual que les impidiera su participación en los más altos ideales de la humanidad de nuestros días.» Estas palabras las pronunció proféticamente en las seis mil trescientas cincuenta conferencias que dio en clubes femeninos por toda Europa y América, lo mismo que en el Japón, China, Turquía y otros países. «Si queremos mantener la cultura, decía, ha de ser por medio de la instrucción de todos. No podemos disfrutar tranquilamente de los frutos de nuestra civilización y de nuestra cultura, mientras existan a nuestro alrededor millones y millones de seres desgraciados e inferiores, mantenidos artificialmente en estado de animalidad. Lo mismo que el lema del siglo diecinueve fue «la liberación de la mujer», la consigna de nuestra época ha de ser ¡DAD A LAS SALAMANDRAS LA DEBIDA EDUCACIÓN ESCOLAR!». Etcétera. Gracias a su elocuencia y tenacidad increíbles, movilizó Madame Louise Zimmerman a las mujeres de todo el mundo, consiguiendo la suficiente ayuda económica para crear en Beaulieu (cerca de Niza), el Primer Liceo para Salamandras, en el que los renacuajos de las salamandras que trabajaban en Marsella y Tolón aprendieron lengua y literatura francesas, retórica, urbanidad, matemáticas e historia de la cultura
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Menor éxito tuvo la Escuela para Salamandras de Mentón, en la que ciertos cursos, especialmente los de música, cocina dietética y trabajo manual delicado (en los que insistía madame Zimmerman por motivos pedagógicos), tropezaban con la falta de interés, por no decir la oposición, de las jóvenes salamandras del liceo. Por otra parte, el primer ensayo público con las jóvenes salamandras tuvo tanto éxito que inmediatamente después se organizó (financiada por la Sociedad Protectora de Animales), la «Politécnica Marina para Salamandras» en Cannes, y la «Universidad de las Salamandras» en Marsella. En ésta fue donde, más tarde, obtuvo la primera salamandra el grado de Doctor en Derecho.
La cuestión de la educación de las salamandras empezó entonces a extenderse rápidamente y por vías normales. A las ejemplares «Escuelas Zimmerman» opusieron, maestros más progresistas, toda una serie de importantes objeciones. Principalmente, se aseguraba que para la educación de las salamandras adolescentes no eran apropiados los métodos que la vieja escuela humanista aplicaba a la enseñanza de los jóvenes humanos. Se rechazaba decididamente la enseñanza de literatura e historia, recomendándose que el mayor espacio y tiempo fuese dedicado a asignaturas prácticas y modernas, como ciencias naturales, trabajo en talleres escolares, preparación técnica, gimnasia, etc. Ésta, así llamada, Escuela de Reforma, o sea, Escuela para la Vida Práctica, fue criticada apasionadamente por los representantes de la enseñanza clásica, que declararon que la salamandra puede aproximarse a la cultura humana solamente a base del latín, y que no basta que aprendan a hablar si no les enseñamos a recitar versos y a pronunciar discursos con la exacta pronunciación ciceroniana. Hubo largos y exaltados debates sobre este asunto, que se solucionó, finalmente, nacionalizando las escuelas para la juventud humana, de manera que se aproximasen, lo más posible, a los ideales de la Escuela de Reforma para Salamandras.