La Edad De Oro (26 page)

Read La Edad De Oro Online

Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: La Edad De Oro
5.04Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Qué? Crees que soy falsa, sólo un maniquí, así que no tendré ningún reparo en divulgar falsedades, ¿verdad?

—Faetón mismo, antes de firmar el acuerdo, te pidió que le impidieras abrir sus viejos recuerdos. Todos lo vimos. Tenía una extraña sonrisa en la cara, pero te lo pidió, y accediste. Lo juro. Radamanto, ¿puedes confirmar mis palabras?

Una voz desencarnada resonó en el corredor como un fantasma,

—Helión habla sin intención de engañar.

Dafne miró reflexivamente a Helión.

—¿Por qué? —preguntó—. ¿Por qué haces esto? No parece típico de ti. Creí que eras famoso por tu sinceridad.

—Aun si lo que debo hacer lo lastima, nunca podría traicionar a Faetón. Tú no eres la única que lo ama.

Helión miró la tormenta que se cernía sobre la superficie solar.

—Hubo ciertas irregularidades en torno al nacimiento de Faetón —murmuró—, pero aun así su mente fue tomada de mis plántulas mentales. Él nació en una época de mi vida en que yo creía que mi falta de éxito se debía a un exceso de cautela; y traté de darle lo que a mi entender me faltaba. En cierto modo, él es como yo habría sido de ser más osado, de correr más riesgos.

«Ambos somos muy parecidos, a pesar de esa diferencia, y su ayuda fue valiosísima en nuestros primeros proyectos de ingeniería planetaria. Él nunca aceptó la derrota pasivamente; la frustración sólo lo inducía a explorar nuevos caminos, a encontrar nuevos enfoques. Con el tiempo, los éxitos llevaron a la fundación y creación de la Plataforma Solar.»

«Pero sus virtudes iban acompañadas por un vicio. Es muy fácil que el orgullo se transforme en soberbia, y la autosuficiencia en mero egoísmo. En mi caso, mi ambición consistía en realizar actos jamás realizados ni soñados, en domar las fuerzas titánicas del núcleo solar para servicio y placer de la humanidad, y así ganar gloria para mí mismo y ayudar a la civilización. ¡No así Faetón! Su ambición era tan grandiosa como la mía, quizá, pero sus objetivos no tenían en cuenta de los peligros que su éxito generaría. Mis ambiciones son constructivas; contribuyen al bien general, y conquistan el aplauso universal de una sociedad agradecida. Sus ambiciones eran destructivas para el bien general, y obtuvieron el desdén universal. No debió comparecer ante los Pares para recibir una recompensa, sino ante los Exhortadores para recibir una reprimenda.

—Hablas de amor paternal. Yo preguntaba por tu sinceridad.

Helión se volvió para mirarla.

—Este engaño no durará para siempre, no es posible. Pero si dura cincuenta o cien años, un parpadeo para almas tan longevas como nosotros, le dará a Faetón tiempo suficiente, espero, para ver el bien en un tipo de vida que no sea aquélla en que se encerró. ¿Por qué debe estar tan solo? Y sí, tengo esperanzas: me gustaría que se uniera a mí en la Plataforma Solar. Quizás el desastre no se hubiera producido si yo hubiera contado con la colaboración de alguien de su capacidad e iniciativa. Pero sus sueños desbocados siempre lo condujeron a rechazar mis generosos ofrecimientos de unirse a mí. ¡Ah! Ahora su amnesia le hace olvidar esas ideas preconcebidas. Que ahora mire con nuevos ojos los proyectos a los cuales se debe aplicar un genio como el suyo. Proyectos constructivos y útiles… ¿Te puedes imaginar cuánto orgullo habría sentido si él ganara un lugar a mi lado en el Cónclave de Pares? ¡Bien, entonces! Durante este breve período de amnesia, llega su oportunidad de decidir de nuevo, esta vez sin prejuicios, acerca del rumbo que debe seguir su destino.

Helión le aferró los hombros y la obligó a levantarse.

—Sé que sientes lo mismo. Piensas que si Faetón olvidó a su vieja esposa, te dará tiempo para probar tu amor por él, y conquistar su corazón. Una vez que él recuerde la verdad, quizá dentro de cien años, tendrá un momento de furia, sí; pero entonces recapacitará y apreciará todo el bien que le ha traído este período: una esposa más adecuada para él; una labor que le trae fama, no deshonra. Entonces nos lo agradecerá. ¿Dudas de mí?

—No, sé que dices la verdad.

—Entonces, ¿aceptarás ayudarme?

Dafne cerró los ojos. Se sentía débil.

—Sí…

—Muy bien. Debo pedirte un sacrificio más. Debes borrar el recuerdo de esta conversación y almacenarlo hasta que sea necesario. De lo contrario este conocimiento te carcomerá y arruinará tu felicidad. Faetón es perceptivo y detectará una actuación.

—¿Así que para engañarlo debo engañarme a mí misma? Qué tontería.

—Creo ver una chispa de tu viejo coraje. Quizá la disciplina Gris Plata te haya infundido cierta dureza, a pesar de todo.

Dafne apartó las manos de Helión de sus hombros.

—O quizá vuestro famoso amor por el realismo me haya hecho odiar lo falso y las falsedades. La Mansión Estrella Vespertina de la Escuela Señorial Roja me enseñó que uno debería hacer sólo aquello que contribuye a su placer: que no existen lo verdadero y lo falso, sólo lo placentero y lo no placentero. Cuando tenía neuroforma de Taumaturga, ingresé en otra escuela, y los Taumaturgos me enseñaron que las partes no racionales del cerebro eran fuentes de sabiduría más elevada, y que los sueños, instintos e intuiciones eran superiores a la lógica. Pero ingresé en la Escuela Gris Plata porque predicaba que había principios externos que uno debía defender, un modo de vida basado en la realidad, la tradición y la razón. ¿Qué ha sido de toda esa cháchara?

Afuera se agolpaban oscuras manchas y remolinos, cubriendo grandes extensiones de la incandescencia. Un chorro arrojó olas de plasma contra las ventanas, cubriéndolas de fuego y luz.

—Mi última hora está por iniciarse una vez más —dijo Helión—. Debo dar ingreso a los recuerdos editados y dejar que el tormento del fuego me mate. Moriré y no tendré recuerdos de que esto es sólo una simulación. Creeré que es la muerte real y definitiva. Sólo cuando despierte recordaré para qué fue todo este dolor.

«Dafne, por favor, cree que mis motivos no son del todo egoístas. Quiero recobrar mi fortuna, sí. He trabajado muchos años para obtenerla, y soy Helión, y es mía, al margen de lo que diga la Curia. Con esa fortuna, quiero salvar a Faetón y salvar la Ecumene Dorada. No sacrificaré una cosa para salvar la otra. No sacrificaré a mi hijo para salvar nuestra civilización, y no sacrificaré la civilización para salvar a mi hijo. Nada donde yo haya puesto mi mano, mi corazón y mi mente me ha fallado hasta ahora. Juro que ahora no fallaré, sea cual fuere mi dolor. Si cumples tu papel con la misma voluntad, también podrá salvarse tu matrimonio.

«Dafne, si somos afortunados, esta conversación acumulará polvo en el estante de una cámara de memoria, para no ser abierta nunca, y todos podremos vivir felices para siempre. (Así eran siempre los finales de esas historias tuyas que me gustaban.) Pero si nos encaminamos hacia una tragedia, debes cumplir tu papel con valentía. Quizá no sea un papel sincero, pero éste es otro peso que la cruel necesidad nos impone. No escribimos el destino. Esa decisión no es nuestra.

«Pero cuando el destino nos impone una exigencia, nosotros y sólo nosotros podemos decidir si resistiremos con digna fortaleza o no. No deseamos los males, pero podemos soportarlos. Ésa es nuestra gloria. La historia justificará nuestros actos. Un día aun Faetón los aprobará, una vez que lo sepa todo.

Ella guardó silencio mientras lo veía caminar con paso firme y decidido hacia la cámara del fuego y el dolor. La duda la carcomía, pero no veía otra alternativa.

Al fin fue a los editores de memoria, prestó los juramentos y se sometió a las formalidades legales para que esculpieran y purgaran sus recuerdos.

Antes que le cubrieran el rostro con el yelmo de la ignorancia, su último pensamiento fue: «Helión está equivocado. Absolutamente equivocado. Una vez que lo sepa todo, Faetón nos condenará a todos por nuestra cobardía».

Despierta, de vuelta en el Onírocon, bajo la piscina (y feliz de que la inmersión ocultara las lágrimas que hubiera vertido), Dafne le indicó a Aureliano que pusiera en línea el mensaje de Helión.

—¡Dafne! ¡Despierta! Despierta del sueño insustancial que consideras tu vida. Como una mariposa a la llama, tu esposo se acerca cada vez más a una verdad que lo consumirá…

En una posdata, Radamanto había tenido el buen tino de añadir una lista de las cosas que Helión preferiría que Faetón no viera, explicando por qué no debía verlas.

Dafne envió una señal a un canal de localización pública para ver si había algún rastro de Faetón. Durante la mascarada, esos canales solían estar desprovistos de información, pero el código que Helión había enviado con su mensaje le permitió abrir un canal lateral en el que un archivo indicaba dónde y cuándo había estado Faetón al romper el protocolo de la mascarada.

Había tres registros. Faetón se había quitado la máscara cuando hablaba con un anciano extravagante en un bosquecillo de árboles de hojas espejadas. No había más información sobre el anciano. Extraño. Dafne se preguntó quién sería.

Durante el mismo período sin máscara, un neptuniano anónimo había leído el archivo de identidad de Faetón. No había detalles disponibles.

Un tercer registro mostraba que Faetón había hecho una donación de identidad en el ecoespectáculo de Lago Destino, permitiendo que se grabara su aplauso con propósitos publicitarios. La ecoartista Rueda-de-la-Vida había consignado su identidad y la había enviado a un canal público con tono sarcástico.

Antes que su cerebro humano tuviera tiempo para formular la pregunta, un circuito automático de su cerebro consultó un horario de la Mentalidad pública, el cual le informó que el ecoespectáculo aún continuaba. La información surgió en sus pensamientos espontáneamente, sin interrumpir su atención: supo, como si lo hubiera sabido desde siempre, dónde y cuándo se realizaba la función.

Como el espectáculo estaba destinado a criticar el trabajo y la filosofía de Faetón, Faetón no debía verlo, pues podía suscitarle interrogantes.

La misión de Dafne era distraer su atención. No podía ser tan difícil. Ella era su esposa, y él la amaba…

Él la amaba en su versión primaria. Por un instante sintió un agarrotamiento de dolor.

Dafne salió de la oniropiscina en una nube de vapor, mientras diligentes ensambladores tejían una toga para envolverla. No tuvo tiempo para construir zapatos: a una señal, las organizaciones que tenía en las plantas de los pies construyeron una capa callosa, casi tan resistente como el calzado de cuero.

La grave expresión de Aureliano no congeniaba con el traje que llevaba.

—¿Has decidido ir?

Los ensambladores le habían hecho un sayo que ella se ciñó a la cintura con un tirón brusco.

—¡Claro que iré! ¡Y no quiero oír otro sermón sofotec sobre moralidad! No somos máquinas. No se supone que seamos perfectos.

Aureliano sonrió y enarcó una ceja. Por un instante tuvo el mismo aspecto que el seductor y engañoso Comus.

—Ah, pero si crees que las máquinas somos perfectas, no conoces a mis colegas. Los sofotecs coincidimos en ciertas doctrinas básicas, incluidas las conclusiones a las que llega cualquier pensador que no esté impulsado por la pasión; pero es propio de los sistemas vivientes que las diferencias en experiencia lleven a diferencias en los juicios de valor relativo. Y algunos de sus juicios, te lo aseguro, son relativamente carentes de valor.

Dafne lo miró con ojos entornados. No era normal que un sofotec hablara así. Por otra parte, era Aureliano, y estaban en una mascarada festiva.

—¿En quién pensabas?

—La mayoría de los nombres no significarían nada para ti. Muchos sofotecs sólo existen durante unas fracciones de segundo, realizando ciertas tareas, desarrollando nuevas artes y ciencias, o explorando todas las ramificaciones de ciertas cadenas de pensamiento, antes de fusionarse nuevamente con la conversación básica. Pero quizás hayas oído hablar de Monomarcos. ¿No? ¿Y Nabucodonosor?

—Es el sofotec que asesora al Colegio de Exhortadores. ¿Cómo podría alguien disentir con él?

—Algunos disienten. En la época en que se inició mi festival, los Exhortadores realizaron el mayor despliegue de prestigio e influencia que la historia ha presenciado jamás. ¿Sabes a qué me refiero?

—Todos se olvidaron del delito de Faetón…

—No todos, y él no cometió ningún delito.

—Su ambición, su proyecto. Lo que fuera. ¿Me contarás qué fue?

—He prometido no hacerlo. Como tú, me enfrentaría la denuncia de los Exhortadores si los desafiara. Sería interesante, sin embargo, que los Exhortadores urgieran a toda la población de la Ecumene a boicotearme y abandonar un festival para el cual se ha preparado durante varias décadas, ¿verdad?

—Ibas a decirme por qué Nabucodonosor te irritaba.

—Él no hizo nada.

—¿Eso te irrita?

—¡Enormemente! El acto de poder de los Exhortadores ya produce distorsiones y efectos desfavorables en mi fiesta. Los actores y artistas cuya obra fue influida por la controversia faetónica olvidan el sentido de sus propios esfuerzos, así como el público. La encíclica de los Exhortadores sume en el silencio y el olvido la pregunta destinada a ser el eje de la Trascendencia de diciembre.

—¿Acaso todos suponen que en cambio meditaremos sobre el clima, o sobre los cambios de la moda en el vestir?

—No, querida mía, no predicaré moralidad: fui diseñado como servidor de invitados, maestro de ceremonias. Diseñado para el frívolo propósito de asegurarme de que todos los invitados (es decir, todos los habitantes de la Tierra) lo pasen bien en esta fiesta. Sin embargo, pensándolo bien, mi fiesta se estropeará si todos arruinan su vida, ¿verdad?

—Entonces debo pedirte que seas sincero.

—Dime sencillamente qué pensarías de Faetón, a quien dices amar, si descubrieras que él te engatusa tanto como tú esperas engatusarlo a él.

—Ah, parecías ansioso de que yo abriera esos terribles recuerdos. ¡Ahora parece que no quieres que los use para actuar!

—No creí que necesariamente llevarías a cabo la misión deshonesta que habías aceptado —respondió serenamente Aureliano—. Ahora tienes la oportunidad de cambiar de parecer.

—¡No causará ningún daño a Faetón! ¡Le haría un favor!

—¿De veras? ¿Y cómo definirías daño?

—¡Escucha, máquina! —protestó Dafne con impaciencia—. ¿Por qué no te atienes al propósito para el cual te diseñaron? ¡Dirige tu festival!

—Por cierto. Y espero que tú también seas fiel a tu naturaleza. Pero parte de mi función en el festival es informar a la gente sobre los resultados. ¿Deseas conocer tu posición actual en el concurso de universos oníricos? Estás tercera. Quizá ganes la medalla de bronce.

Other books

Ariosto by Chelsea Quinn Yarbro
Zero to Love by Em Petrova
The Cheater by R.L. Stine
Part of Me by Kimberly Willis Holt