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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

La Edad De Oro (14 page)

BOOK: La Edad De Oro
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El traje que colgaba allí (¿cómo no lo había visto antes?) era negro y oro.

Parecía igual al traje que usaba el desconocido en el ecoespectáculo, el tercer miembro de un grupo que incluía a la Composición Belígera y Caine, el inventor del homicidio. Su traje. El desconocido se burlaba de él.

Tenía el corte de un traje de a bordo, aunque era más pesado, así que parecía una armadura.

Tenía un ancho cuello circular. Las hombreras incluían enchufes, acoples energéticos, pequeñas antenas de gran potencia y circuitos mentales delicadamente tallados como gemas.

La sensación de familiaridad era fuerte. Este traje le pertenecía, y era importante. Faetón extendió la mano y tocó la tela.

La tela negra se puso rígida. Se arrugó, le rodeó los dedos y la muñeca con hebras sedosas y empezó a cubrirle la palma. Sintió en la mano un cosquilleo de tibieza, bienestar y poder.

No era una tela inanimada sino un complejo de nanomáquinas. Faetón, a pesar de su instinto, era reacio a confiar en una bioorganización desconocida de tal complejidad. Apartó la mano; la tela se retiró con desgana.

Algunas gotas del material cayeron de sus dedos al suelo. Las botas del traje —todo era una sola pieza— enviaron hebras hacia las gotas caídas, que avanzaron por el suelo del guardarropa hacia la prenda principal. El material reabsorbió las gotas, tembló, se quedó quieto.

Con curiosidad, Faetón tocó una hombrera. Nada pasó. Pensó:
Muéstrame lo que haces, por favor.
Luego retiró la mano y retrocedió.

Ésta era una orden que no necesitaba decir en voz alta. Era un organismo costoso y bien fabricado. Los segmentos dorados se abrieron, formando un peto blindado; se extendieron, cubriendo las perneras con grebas; placas y guanteletes revistieron los brazos; un yelmo surgió del cuello. El yelmo tenía un cuello ancho que iba desde los hombros hasta las orejas, acordonado por conductos horizontales. Tenía rayas horizontales que evocaban las cofias de los faraones en las estatuas egipcias.

Faetón tocó el material dorado con pasmo. Si era una armadura espacial, era la más gruesa y mejor fabricada que había visto o imaginado. Esa sustancia dorada no era un metal común. Había una gran isla de elementos artificiales estables, el «continente de estabilidad», con un peso atómico superior a 900, que requería más energía de la que podía existir en la naturaleza. Uno en particular, llamado crisadmantio, era tan refractario, duradero y estable que ni siquiera las reacciones de fusión del interior de una estrella podían fundirlo. Este traje estaba hecho de eso.

El coste del traje era apabullante. El material era raro; sólo el supercolisionador que orbitaba el ecuador de Júpiter podía generar energía suficiente para crear los átomos artificiales, y aun eso requería un gran porcentaje de la producción de la pequeña estrella que Gannis había creado al encender Júpiter. Este traje se había construido átomo a átomo.

El material negro que había dentro del traje era nanomaquinaria recicladora, la cual formaría una simbiosis autónoma y autosostenida con el usuario: un ecosistema completo en miniatura.

¿Para qué servía? ¿Para nadar entre los gránulos del sol? ¿Para entrar en las cámaras centrales de los reactores de plasma? No era necesario para el viaje espacial.

Los peligros de radiación en el espacio eran de dos tipos: la radiación ambiental, y la radiación producida por las partículas o motas de polvo que chocaban a gran velocidad. Pero la cantidad de radiación que uno encontraba en el viaje interplanetario, aunque recorriera el diámetro de la órbita de Neptuno, de un confín al otro de la Ecumene Dorada, era menor, y decrecía con cada siglo. El blindaje de las naves contra los meteoros y el polvo meteórico decrecía cada año, a medida que se limpiaba el sistema solar. Además, con el paso de los años los inmortales se volvían más pacientes, de modo que las velocidades más lentas, las órbitas más largas, carecían un precio cada vez más bajo a cambio de viajes cada vez más seguros. Con técnicas y sistemas diseñados por los sofotecs, se detectaban y desviaban aun las motas de polvo más pequeñas que orbitaban dentro del sistema interior.

Faetón tocó de nuevo la hombrera.

—Ábrete. Quiero probarte, por favor.

Nada pasó. Quizá se requería una orden especial, o algún coste en energía.

—¡Qué bien! —suspiró—. Tengo el supertraje más costoso que se pueda imaginar, un traje que ningún poder de la Tierra puede mellar, rasguñar ni abrir… y no logro entrar en él.

Faetón se preguntó por qué no había vendido el traje si era tan pobre. Miró su mísero aposento, unido al pozo de un ascensor espacial, una residencia que nadie más querría. ¿Un traje nave como éste, guardado en ese lugar? Como si un caballero Victoriano viviera en la choza de un leñador pero tuviera las joyas de la corona inglesa en una caja desvencijada bajo el cuelo de tierra.

En algún momento fui ese hombre, pensó, digno de usar semejante armadura. La armadura de Faetón. No sé qué he hecho para caer en la indignidad, pero lo desharé.

Regresó al ataúd médico, entró con cuidado, esperó a que el líquido lo cubriera y se obligó a tragar un bocado hasta los pulmones sin resistirse. La almohada abrazó su cabeza; los puntos de contacto sepultados en su cráneo se conectaron con intrincadas redes energéticas y de información. Sus nervios sensoriales recibieron estímulo artificial; comenzó a ver cosas que existían sólo en la imaginación informática. Sus impulsos neuromotores fueron leídos, y la matriz de un cuerpo imaginario se movió. Aun su tálamo e hipotálamo fueron afectados, así que todo se imitó a la perfección: reacciones emocionales viscerales, sensaciones corporales, interacción inconsciente entre lenguaje corporal y estructuras neurales profundas.

Por un instante estuvo de vuelta en su espacio mental vacío y privado, un par de manos revoloteando cerca de una espiral de estrellas. Tocó el icono cúbico de la derecha y llamó a su contable. Aquí había listas de compras, por cientos de millones de segundos, o miles de millones, de Gannis de Júpiter y Vafnir de Mercurio. La cantidad de dinero gastada era comparable a lo que naciones e imperios gastaban antaño en presupuestos militares. Constaban pequeños pagos a la Composición de Neuroforma Tritónica, junto con recibos de inspección. Faetón había comprado grandes paquetes de información a los neptunianos. Y, a diferencia de otros productos de la Ecumene Dorada, los bienes neptunianos eran inspeccionados en busca de defectos ocultos, artilugios y tretas.

También había pagos moderados a una de las casas de Madres de la Vida Cerebelinas, una hija de Rueda-de-la-Vida llamada la Doncella; había comprado gran cantidad de extrapolaciones, fórmulas ecológicas, rutinas de bioingeniería, equipo y conocimientos técnicos.

Y material biológico. Faetón había comprado un número increíble de Toneladas métricas de cuerpos virales y recombinantes. Era material suficiente para eliminar la biosfera de la Tierra y reemplazarla por formas nuevas. ¿Había intentado formar un ejército? ¿La armadura negra y dorada era una armadura en el viejo sentido de la palabra, como los respondedores de los antiguos Taumaturgos, un sistema para protegerse de armas enemigas? La idea era descabellada.

También había honorarios legales y de consultaría, en gran cantidad. Para asuntos menores, Faetón obtenía asesoramiento legal gratuito en la mente legal de Radamanto. Pero estos gastos mostraban que Faetón había abordado al sofotec de la Mente Oeste para comprar un equipo mental extraordinariamente costoso para asesoramiento, estética y publicidad, y lo había equipado con programas de extrapolación de personalidad de los Exhortadores. La mente asesora se llamaba Monomarcos.

Esto era significativo. Nadie creaba un abogado, lo equipaba con miles de millones de segundos de inteligencia y le daba la capacidad para anticipar los pensamientos y actos de los Exhortadores, a menos que un sínodo lo citara para una indagación.

Un sínodo no era un juicio, y los Exhortadores no poseían genuina autoridad legal. No eran la Curia. Pero poseían autoridad social y moral. En la época moderna, el único modo de desalentar actos que eran socialmente inaceptables, pero no dañinos para los demás, era por medio de los Exhortadores. Los Exhortadores no castigaban directamente. Los sofotecs intervenían si los hombres usaban la fuerza o la coerción entre sí, salvo en caso de defensa propia. Pero los hombres podían organizar censuras, quejas, protestas y, en casos más extremos, boicots e interdicciones. Muchos contratos empresariales incluían cláusulas que impedían hacer negocios con aquéllos a quienes los Exhortadores habían boicoteado, y esto incluía la venta de alimentos, energía y comunicaciones.

La Curia y el Parlamento no podían inmiscuirse. Los contratos eran pactos privados, y no se podían disolver por interferencia del gobierno; mientras la adhesión a las exhortaciones no se impusiera mediante la fuerza física, no se podía prohibir.

Faetón comprendió que había hallado su primera pista sólida. El acto que había instado a los Exhortadores a someterlo a una indagación era el acto que le había costado la memoria. Cabía llegar a la conclusión de que Faetón había aceptado la amnesia para evitar una pena peor, como una denuncia pública o una interdicción.

Pero la Curia no lo había convocado. No lo habían acusado de un delito. Eso, al menos, era un alivio.

Allí no podía averiguar nada más. Faetón tocó el disco amarillo para restablecer el contacto en red con Radamanto.

Reapareció congelado en esa escena de la cámara de memoria de Radamanto, con cada detalle en su lugar. La luz del sol entraba oblicuamente por las ventanas, titilando sobre cofres de recuerdos y armarios. Inmóviles motas de polvo colgaban en la luz. Su encantadora esposa estaba fija como un cuadro.

Faetón aspiró profundamente y en su cerebro se crearon sensaciones similares a las que habrían provocado una tensión en el abdomen y un enderezamiento de la espalda, incluida la señal inconsciente de armarse de valor.

—Estoy listo. Continúa.

7 - Tomando el té

Quizá Dafne también hubiera aprovechado la oportunidad para pensar, pues parecía más compuesta.

—Querido, te debo una explicación. Pero tú, a cambio, debes apelar a tu más cabal y riguroso sentido de la justicia.

Se le había acercado y lo miraba a los ojos. Él le tocó el hombro para apartarla.

—Primero tengo algunas preguntas, e insisto en que las respondas.

Dafne apretó los labios. Los respondedores de su traje de Taumaturgo ondularon airadamente, como si ella desviara una nanoarma de los Belígeros, o un veneno doloroso.

—¡Muy bien! ¡Pregunta!

—Sólo quiero saber cómo pensaste que te saldrías con la tuya. Las lagunas de mi memoria son tan grandes que no podría haber vivido mucho tiempo sin notarlo. Pero incumben a muchas cosas que son de conocimiento público. Gastos en antimateria, energía, tiempo informático, vuelos interplanetarios. Puedo examinar los registros de control de tráfico espacial para averiguar adónde fui y qué hice. Las indagaciones de los Exhortadores son de conocimiento público. Me llevará poco tiempo ordenar estos datos. ¿A qué venía todo esto?

—No lo sé —dijo Dafne.

Faetón frunció el ceño y se volvió hacia Radamanto.

—No puedo efectuar una lectura noética sin el consentimiento expreso del sujeto —dijo Radamanto.

—No sé por qué te hicieron esto, ni qué hay en la caja —dijo Dafne—. Lo juro.

—Sus palabras reflejan exactamente sus pensamientos —dijo Radamanto—. Ella no miente. Lo que dirá a continuación tampoco es mentira.

—Parte del acuerdo debió consistir en que yo también olvidaría —dijo Dafne—. No sé qué has hecho, pero no me río a tus espaldas, ni te engaño, ni te llevo de la nariz. No sé qué pasó.

—¿Cómo supiste…?

Sin una palabra ella extrajo un cofre de recuerdos del bolsillo de su larga chaqueta. Era pequeño y plateado, del tamaño de una caja para dedales. Había unas frases escritas con su fluida y sinuosa letra:

Este archivo contiene material concerniente a aquél al que llamas tu esposo, un material que ambos habéis convenido en olvidar.

1. Si estás leyendo estas palabras, significa que Faetón ha tomado medidas para recobrar sus recuerdos prohibidos. En tal caso, abandonará la Ecumene Dorada, quizá para siempre.

2. Faetón es pobre, y vive en la Casa Radamanto sólo a petición de Helión, y sólo mientras no recobre sus recuerdos perdidos.

3. Faetón no ha cometido ningún delito, pero la vergüenza y la angustia que provocaron sus planes os resultaron insoportables. Sabes bien por qué coincides con los motivos de la amnesia, y el beneficio de que disfrutas.

4. Tu amnesia depende de la suya. Si él lee el archivo prohibido, este archivo se abrirá automáticamente.

5. En caso contrario, no se te permite abrir este archivo. Las relaciones sinceras con Faetón requieren que no le guardes secretos.

Faetón le devolvió el cofre. Quizás estaba avergonzado de sus sospechas. Ella guardó el cofre en el bolsillo.

—¿Por qué…?

—¿Podemos ir a otra parte para hablar? —interrumpió ella—. Esta cámara me resulta opresiva.

Dafne se abrazó el cuerpo, mirando el suelo, y tiritó.

Faetón dejó el cofre donde lo había encontrado. Extrajo la llave y la arrojó con gesto displicente hacia Radamanto.

Volviendo la espalda al cofre, apoyó un brazo en su esposa y la condujo escalera abajo.

Ordenaron a Radamanto que les sirviera té en el jardín. Faetón se puso un traje de época: cuello rígido, larga levita negra. Dafne llevaba un vestido eduardiano color borgoña, lo cual realzaba su tez, y un sombrero de paja de alas angostas del que colgaba un complejo lazo. Faetón perdonó ese pequeño anacronismo, pues ella estaba muy bonita.

Bebieron en tazas de porcelana fina, y mordisquearon tartas servidas en bandejas de plata. Faetón sospechó que el sabor simulado del té y los bizcochos era mejor que el de los originales.

—Creo que todos han olvidado cuál es tu vergüenza —dijo Dafne—. Así tienen que ser las cosas. No habrías aceptado el olvido a menos que los demás también estuvieran dispuestos a olvidar. Fíjate cuánto te enfurecía la idea de que yo te ocultara la verdad. ¿Cómo es posible que todos vivamos juntos, sin morir, para siempre, si no podemos olvidar total y definitivamente los viejos conflictos?

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