La Edad De Oro (11 page)

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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: La Edad De Oro
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Este árbol, después de colonizar el círculo inmediato de guijarros vecinos, arrojó una segunda ola de semillas que hizo hervir el agua en intensa y mortífera competencia con los árboles que habían nacido de la primera ola.

Para evitar más competencia destructiva, el árbol central más viejo intentó desarrollar ramas cada vez más altas, para arrojar las semillas a más distancia. La base de la estructura se quejaba; las señales relampagueaban como fuego entre las bullentes microformas; las advertencias fueron ignoradas.

Con un crujido lento y aterrador, el árbol central se derrumbó bajo su propio peso. Un penacho de vapor creció como un fantasma sobre la superficie del lago.

Faetón, con su neuroforma básica, sólo podía entender parte de lo que veía. Las simetrías, las sincronizaciones, los matices, estaban fuera de su alcance. Su cerebro podía seguir la experiencia vital de algunas de esas microformas en conflicto, pero sólo una tras otra. El sentido de la totalidad nunca estaba claro.

Aun así, la belleza del espectáculo lo conmovía. Un hombre ciego que escucha una ópera quizá no vea el colorido del escenario y del vestuario, pero la música puede emocionarlo profundamente, aunque ignore el idioma.

Faetón echó una mirada al Sueño Medio, se volvió hacia una de las camareras y pidió un libreto. La sonriente dríade marciana se detuvo y se arrodilló grácilmente para recoger un anillo de visión que el viento le había tirado de la bandeja. Se enderezó, se acomodó el cabello detrás de la oreja, fue hacia Faetón y le ofreció la tarjeta que contenía el libreto.

Muchos hombres encontraban muy atractivas a las dríadas marcianas; tenían los pechos profundos requeridos por la ligera atmósfera que Marte había tenido en un tiempo (las dríadas databan de mediados del Segundo Período de Terraformación) y las piernas largas y esbeltas que permitía la gravedad marciana. Y no tenían la piel áspera de un habitante de las tierras secas meridionales. Pero habitualmente no eran torpes ni tímidas. ¿Por qué se había detenido la camarera?

Faetón desactivó su filtro sensorial y vio a un hombre vestido de astrónomo del primer siglo del Observatorio Cósmico Porfirógeno, a 500 UA, de la extinta escuela de los Observacionistas Impertérritos. Había sido un período de penurias, antes de la construcción del planetoide de hielo, y el disfraz reflejaba la dureza de aquellos tiempos. Tenía una gruesa piel antirradiactiva, con recicladores internos y capas adicionales de grasa que permitían soportar largas guardias sin consumir aire ni agua de los almacenes comunes. Su rostro estaba desfigurado por múltiples dispositivos oculares, enchufes y extensiones, pues los Observacionistas de esa época no podían darse el lujo de atenerse a la Estética Consensuada.

La camarera debía de haberse detenido para entregar un libreto al Observacionista, un hombre cuya presencia el filtro sensorial de Faetón había censurado. El filtro no podía permitirle ver que ella entregaba la tarjeta, así que le había inventado una acción. El acto de encorvarse, agacharse y recoger algo era una mera ilusión destinada a explicar el tiempo faltante.

Faetón recordó que su filtro sensorial estaba programado para ocultarle cierto desastre que las tormentas solares habían provocado en el espacio de Mercurio. Si ese hombre disfrazado era en verdad un astrónomo, quizá tuviera acceso a un canal o un índice que contuviera información.

Faetón cogió el libreto pero sólo fingió estudiarlo mientras caminaba hacia el hombre. El astrónomo observaba el colapso ardiente del superárbol con varios ojos.

—Esta artista de la vida crea una escena de lúgubre desastre —dijo Faetón.

Detectó señales en el canal 760, la matriz de traducción. Transcurrió un instante mientras el hombre se adaptaba a las formas lingüísticas de Faetón, descargando gramáticas y vocabularios.

—Por cierto —respondió con una sonrisa—. Aunque no tan lúgubres, en mi opinión, como las últimas horas de Demontdelune en la cara oculta de la Luna.

Faetón no se molestó en explicar que estaba vestido de Hamlet.

—La vida puede ser lúgubre, aun hoy —replicó—. Pensemos en el desastre que ocurrió cerca de Mercurio.

—¿La tormenta solar? Una lección moral para todos nosotros.

—¿En qué sentido?

—Bien, quisiéramos creer que los sofotecs pueden predecir todos los desastres, avisarnos y protegernos. Pero en este caso, variaciones ínfimas, quizá subatómicas, en el núcleo del Sol hicieron que esas fuerzas escaparan del control de Helión durante la ejecución de un programa de agitación. Unas diferencias muy pequeñas entre las condiciones iniciales y el modelo predictivo condujeron a resultados desproporcionados; manchas y prominencias solares de tamaño y violencia inusitados erupcionaron en todos los campos afectados. Joachim Dekasepton Irem ha realizado un interesante estudio de los patrones irregulares de erupción, y compuso música con ese efecto en el canal 880. ¿Lo has visto?

—No —dijo Faetón, sin explicar que su filtro sensorial, en su sintonía actual, le impedía ver semejante cosa—. Pero tengo entendido que su descripción de ciertos detalles es…

—¿Inexacta? —sugirió el hombre.

—Quizás ésa sea la palabra que busco, sí.

—¡Vaya eufemismo! ¡Grandes segmentos de la plataforma de control solar de Helión estropeados! ¡Comunicaciones interplanetarias interrumpidas por el estallido de las manchas solares! ¡Y Helión quedándose en las honduras del Sol, para tratar de impedir esas calamidades! Gran parte del equipo de recolección, las estaciones solares y otros materiales que estaban cerca de Mercurio sólo se salvaron gracias al denodado esfuerzo de Helión para restaurar el funcionamiento de las cortinas magnéticas e impedir que las partículas solares de alta velocidad más pesadas llegaran a las zonas habitadas. El gran Helión demostró su valía un millón de veces en esa hora. ¡Créeme! ¡Y hacer semejante sacrificio por ese indigno descendiente! ¡Me extraña el descaro de la Curia! ¿No queda la menor gratitud en los tribunales? ¡Deberían dejar a Helión en paz! Pero, al menos, los Seis Pares (aunque supongo que ahora son los Siete Pares) tuvieron la sensatez de recompensar el coraje de Helión con su título de Par.

—¿Su coraje…?

—Helión se quedó cuando los demás huían. Los delicados circuitos del sofotec de a bordo se habían estropeado; los otros miembros de la tripulación transmitieron su información numénica, mente y alma y demás, a la Estación Polar de Mercurio. Helión no lo hizo; la demora que sufrirían las señales entre Mercurio y el Sol no le habría permitido operar por medio de un servicio remoto. ¡Helión cabalgó la tormenta solar hasta que le quebró la espalda, y envió su información cerebral en el último momento, a pesar de la estática y la distorsión de la señal!

«Helión predijo que el control de las condiciones solares internas sería una necesidad absoluta para una sociedad interplanetaria como la nuestra.

Los sofotecs, pese a su sabiduría, no logran transmitir información de un mundo a otro excepto por radio. No pueden inventar otro espectro electromagnético, ¿verdad? Y, mientras la Ecumene Dorada esté conectada por señales electromagnéticas, necesitaremos moderar las emisiones solares hasta reducirlas a un fondo parejo, estable y previsible.

«¿Quién escuchó a Helión cuando él dijo esto, hace miles de años? Todos se burlaron de él.

»¡Ahora no se burlarán! ¡Al margen de lo que ocurra durante la Trascendencia Final, sé que mi segmento del alma del mundo prestará gran atención a las propuestas de Helión!

—Coincido contigo —admitió Faetón—. Aunque he oído decir que ese afán de controlar lo incontrolable, tan admirable en un ingeniero, hace que Helión sea un tiranuelo prepotente en su vida doméstica.

—¡Pamplinas! ¡Calumnias! Los grandes hombres siempre deben lidiar con la mezquindad de los envidiosos.

—Aun los grandes hombres tienen defectos. Aun los peores villanos tienen pequeñas virtudes. ¿Qué opinas del descendiente de Helión, Faetón?

—Ah. Como verás, este espectáculo es una crítica de su vida y su obra.

Faetón miró el lago hirviente, el centelleo y el hervor de las luces bajo las aguas.

—Algunas partes de la analogía son más oscuras que otras…

—¡De ningún modo! ¡Faetón es un demente que se propone destruirnos a todos! ¿Quién no se pasmaría ante el estrafalario egoísmo del proyecto de Faetón? ¿Acaso el Silencio no nos enseña nada?

A pesar de su desconcierto, Faetón cabeceó sabiamente.

—Una observación interesante. Pero algunos dicen una cosa y otros dicen otra. ¿Qué parte de lo que ha hecho te parece más reprochable?

—Pues bien, no creo que ese muchacho se proponga hacer el mal… quizá lo que has dicho sobre las virtudes de los villanos aquí sea pertinente… Pero él no debió… ¡Ah, espera! Creo ver a algunos amigos que me llaman. ¡Eh! ¡Por aquí! Excúsame, fue un placer hablar contigo, Demontdelune, o quien seas. Mis amigos y yo somos Ortomnemocistas, y nuestra disciplina requiere que no modifiquemos ni reproduzcamos viejos recuerdos ni adoptemos recuerdos nuevos; si nos perdemos la culminación del espectáculo, no tendremos oportunidad de verlo. Con tu permiso.

—Naturalmente. Pero quizá puedas revelarme tu verdadera identidad, para que luego nos busquemos y hablemos. Tus comentarios me parecieron muy estimulantes.

—¡Ah, pero esto es una mascarada! Quizá no habría sido tan audaz en mis opiniones si supiera que yo hablaba con… ¿quién?

El hombre insinuaba que Faetón se quitara la máscara primero. Faetón detestaba hacerlo, por obvias razones. Así, con un nudo de angustia en el estómago, Faetón intercambió saludos intrascendentes con el hombre y vio cómo se alejaba.

—Maldición —masculló. Examinó la tarjeta del libreto. Esperaba una explicación y un comentario sobre el espectáculo. Pero la tarjeta estaba en blanco. Tuvo que reactivar su filtro sensorial para ver los símbolos y acontecimientos en Sueño Medio. Miró la tarjeta y se encontró con el mismo efecto que antes, al mirar los trajes de los invitados, y una explicación le llegó al cerebro. La artista Cerebelina intentaba demostrar un ejemplo de la matemática de la teoría de juegos, concerniente a la estabilidad de los sistemas ecológicos y económicos, y la inevitabilidad del conflicto.

¿Una crítica de su obra? ¿Faetón había participado en un proyecto relacionado con matemática abstracta? ¿Economía? ¿Biotecnología? No tenía la respuesta.

Apartó los ojos del libreto a tiempo para ver el
finale,
la muerte del superárbol.

Las microformas de ese árbol, que tanto se habían adaptado a la complejidad de la jerarquía arbórea, se desmoronaban en el agua. Excesivamente especializadas, incapaces de readaptarse al primitivismo de una existencia sin árbol, perecieron horriblemente.

Faetón sintió intriga y rechazo. Había esperado que el árbol central se derrumbara, pero para levantarse de nuevo mientras las fuerzas de la evolución imponían una nueva serie de adaptaciones. ¿Por qué los factores que favorecían la simbiosis intraarbórea no operaban para favorecer también una simbiosis (o al menos cooperación) interarbórea? Dos árboles que hubieran descubierto cómo intercambiar recursos escasos, a pesar de la desolación que los separaba, se habrían beneficiado mutuamente, y esa colaboración era común en la naturaleza.

En cambio, el epílogo de la muerte condujo a una nueva secuencia de hechos violentos: otros organismos arbóreos arrojaban semillas colonizadoras sobre la hirviente superficie del lago para reclamar el abandonado territorio del centro; sus conflictos crecían con furia desbocada. A medida que cada árbol buscaba el triunfo con creciente audacia, el calor de sus reacciones químicas aumentaba. Muy lentamente, el nivel del agua del lago descendía, hirviendo por las mismas reacciones que generaban un éxito inmediato. Los guijarros vivientes que estaban más cerca de la costa quedarían expuestos e inutilizados a medida que descendía el nivel del agua, lo cual provocaría excesos adicionales por parte de los árboles beligerantes, y más calor residual. El calor adicional aceleraría la evaporación del lago.

Faetón estudió el libreto, leyendo las descripciones matemáticas, la información de fondo, las declaraciones de intención. Todo estaba escrito en términos tan vagos que no había manera de averiguar qué «obra» de Faetón intentaba criticar. Por otra parte, el astrónomo podía estar equivocado, y quizá no hubiera alusiones a Faetón.

En todo caso, Faetón no veía el porqué de la muerte de los árboles ardientes. Simplemente le parecía desagradable y pesimista. Si él había hecho lo contrario de esto, quizá no hubiera sido tan mal sujeto, en definitiva.

Regresó al Sueño Superficial, y se encontró con una obesa imagen de Polonio.

—No veo nada que valga la pena —dijo Faetón—. Y por cierto no veo qué es lo que ellos no querían que viera. Sean quienes fueren ellos.

—¿A quiénes te refieres? —preguntó Radamanto, alzando una ceja.

—Nunca me habría presentado «voluntariamente» para una edición de memoria a menos que ciertas personas me hubieran presionado. A esas personas me refiero.

—¿Ya no crees que cometiste un delito?

—¿Por qué finges que no sabes? Tú sabes exactamente qué pasó. ¿Por qué haces preguntas retóricas?

—Ciertamente, ¿por qué hacerlas? Pero la parte de mí que habla contigo, joven amo, no conoce la sustancia del material olvidado, ni se me permitirá conocerla hasta que la conozcas tú mismo. La otra parte de mí, la parte que sabe, no tiene autorización para comunicar ese conocimiento prohibido, ni mediante señas o señales, ni mediante insinuaciones o expresiones, ni siquiera mediante una pausa silenciosa significativa. Mis órdenes son claras. —Se encogió de hombros—. Entretanto, esta versión de mí puede llevarse bien contigo y hacer los comentarios que haría cualquier superinteligencia razonablemente inteligente, ¿eh?

—Así que me das una pista. Si existe una señal o activación que te indicará si yo recobro los recuerdos prohibidos, también puede haber mecanismos para que otros se enteren, ¿verdad? La pregunta es cómo se activarán esos mecanismos. ¿Si pienso en recobrar mis recuerdos robados? ¿Si hablo de ello? Veamos qué pasa si me acerco.

—¿Cuánto te acercarás, amo?

—Déjame ver los recuerdos. Quiero acercarme tanto como para olerlos.

—Exprésalo como una orden y no tendré más opción que obedecer.

—Abre los archivos de memoria, por favor.

—Ven pues, joven amo, si eres tan audaz. Entra aún más en la Mentalidad. Más allá del Sueño Medio, ni siquiera el espacio mental Gris Plata refleja necesariamente el entorno real análogo con exactitud perfecta. Puedo hacer un trayecto corto a tu mansión.

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