La Edad De Oro (10 page)

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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: La Edad De Oro
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El pingüino miró la nube oscura, que ya estaba muy lejos. Sonó el rumor de un trueno, semejante a un toque de trompeta antes de una batalla.

—No entiendo. ¿Qué tiene de malo su trabajo?

—¡No grabar lo que hace! Quizás a él le baste, pero yo quiero que mis logros sean duraderos. ¡Duraderos!

Faetón no prestó atención a la tormenta que se cernía a sus espaldas. En cambio, desde ese punto privilegiado, miró el ancho panorama de árboles y bosques, montañas y mansiones, encendiendo y apagando su filtro sensorial.

—Allí está.

—¿Allí está qué, amo?

—Algo que presuntamente yo no debía ver. —Una de las cosas que su filtro sensorial estaba programado para bloquear—. ¡Me pregunto qué hay allá!

En el ancho horizonte, con un relumbrón de relámpagos azules, estalló una magnífica tormenta, maravillosa a la luz del día; cortinas de agua gris suavizaban los colores. Sería una tormenta como ninguna otra, anterior o posterior. Pero Faetón no se dignó a mirarla. Voló rápidamente hacia el este.

Surcó el aire hasta sobrevolar un objeto que, con el filtro sensorial encendido, estaba borrado de su percepción.

Era un objeto muy grande, una montaña. Tenía una cima plana, como una meseta, y se había construido mediante la aplicación de fuerzas volcánicas artificiales. En el centro de la meseta, extrañas luces fulguraban en un lago volcánico de más de setenta kilómetros de anchura.

Faetón descendió oblicuamente para aterrizar en los parques de las orillas del lago. A poca distancia, había mesas y sillas de madera viviente desperdigadas en el césped fragante. Había quitasoles, fuentes de agua, puestos nocturnos que ofrecían yelmos de sobriedad, varas de formulación que contenían ornamentos oníricos, piscinas escénicas e interfaces profundas con forma de pozo cubierto. Una multitud de invitados resplandecía en los trajes de mil épocas y naciones. Camareros vestidos de Reasuncionistas Oberónidas circulaban como estatuas ambulantes de hielo azul, con bandejas de bebida, cajas de pensamiento, pastillas de rememoración y rociadores. Esbeltas camareras vestidas como dríadas de los canales marcianos entregaban libretos y anillos de visión.

Una camarera se le acercó y le ofreció el anillo, utilizado para traducir el espectáculo a un formato adecuado para su neuroforma. Ella sonrió e hizo osa reverencia.

Otra persona —Faetón no pudo determinar si imaginaria o real—, vestida como maestro de ceremonias, adornada con cintas y empuñando un largo bastón de senescal, se aproximó por la hierba con pasos blandos. Se inclinó, extendió la gorra hacia Faetón y le preguntó si deseaba colaborar.

En respuesta a la señal de pedido de donaciones para el espectáculo, Faetón abrió la máscara en un nivel para permitir que se registrara su grado de valoración. Un estimador estándar deducía dinero de su cuenta en proporción con esa valoración. Añadió cortésmente su nombre, para que el ecoartista supiera quiénes habían valorado su obra.

Faetón se volvió para mirar el lago con fascinación. Nubes de vapor recorrían la ancha superficie; anillos concéntricos de turbulencia cruzaban las aguas; en estos sitios, nudos de espuma burbujeante luchaban con chorros de fuego.

Debajo del agua había un incendio forestal. Organismos semejantes a árboles de coral formaban bosquecillos circulares en las frescas honduras del lago. Cambiaban y oscilaban como fantasmas en un sueño multicolor; en sus ramas temblaban burbujas de fuego.

Entretanto, la imagen de pingüino de Radamanto se había convertido en un corpulento caballero con indumentaria isabelina blanca, morada y rosada, con mangas abolsadas y orladas con tintillas y volantes. Un ancho cuello de encaje rodeaba un rostro redondo y rubicundo con papada. Usaba una gorra cuadrangular de fieltro negro, demasiado grande para su cabeza, con botones ornamentales en cada punta. Una cadena con medallón colgaba sobre el pecho.

Al ver que Faetón lo miraba, Radamanto puso una sonrisa bonachona, y su rechoncha mandíbula se pobló de arrugas.

—Espero no haberte sorprendido. Quería estar a tono con tu disfraz. ¡Y aquí me tienes!

—Los pingüinos no suelen transformarse en hombrecillos rechonchos. ¿Dónde está tu respeto por nuestra tradición realista?

—¿Quién puede decir qué es real en una mascarada? Aun el protocolo Gris Plata se relaja.

Así diciendo, Radamanto se puso una máscara veneciana y desactivó su respuesta de identidad.

Faetón se internó un paso más en la Mentalidad, pasando de Cuasirrealidad a Hipertextual, el nivel que llamaban Sueño Medio. Eliminó el filtro que conducía a su memoria directa. Todo aquello que lo rodeaba se cargó de significación adicional; algunos objetos e iconos desaparecieron, y aparecieron otros. El sonido de mil voces cantando a coro tronó desde el fondo del lago, espléndido y asombroso, siguiendo el ritmo de las llamas. Faetón sintió el temblor de la música en los huesos.

Cuando miró a los invitados, su cerebro captó los significados asociados con sus disfraces y apariencia.

Reconoció el brillante atuendo de la reina Semíramis en una despampanante mujer de tez olivácea, y las crónicas de trágicas guerras asirías, y vibró con la triunfal fundación de Babilonia.

Ella hablaba con una entidad vestida como un vasto cúmulo de burbujas de energía. Este disfraz representaba la versión onírica con que Enghatrhathrion imaginó la famosa Primera Configuración de la Composición Armónica, justo antes que adquiriese consciencia e inaugurase la Cuarta Estructura Mental. Faetón nunca había experimentado los famosos ciclos de interfaz del soneto de cibernatividad de ese poeta onírico; ahora los evocaba como si hiciera años que estuviera familiarizado con ellos.

Más allá, individuos con cabeza de buitre lucían la opaca y correosa armadura viviente de la Composición Belígera, con equipo para matar Taumaturgos. Estas armas databan de pocos años antes del final de la Paz de Eones, que culminó al comenzar la Primera Guerra Nueva, durante la época de horrores que introdujo la Quinta Estructura Mental. Pero Faetón vio anacronismos, pues la Composición Belígera se había formado sólo noventa años después que las armas antitaumatúrgicas fueran sustituidas por dispositivos más mortíferos.

Algunos de esos individuos de cabeza de buitre trataban de conservar la voz y los gestos austeros propios de la mente grupal de los Belígeros, pero otros estallaban en carcajadas, y los segmentos mentales fragmentados debían ser reintegrados a ese remedo de supermente.

El líder del grupo estaba vestido con piel de oso y empuñaba un garrote con forma de fémur de antílope; una desagradable cicatriz triple le cruzaba la frente. Al verle, Faetón supo que era Caín, personaje de la mitología judeocristiana, reencarnado como Caine en una obra de Byron. Otro anacronismo, aunque correcto como símbolo. Algunos historiadores habían exagerado el papel de la Composición Belígera en la finalización de la paz idílica y universal de la Cuarta Estructura Mental, pero su condición de reinventores del homicidio los hacía aptos camaradas de Caín.

Con ellos había un personaje cuyo sentido aún estaba enmascarado. Usaba un traje nave de oro viviente superadamantino negro, tenía cabello oscuro, rostro huraño, y llevaba una pequeña estrella en una mano en vez de un arma. Su casco era un absurdo dispositivo con forma de bala con una corona ahusada, como la proa de una aeronave, construida de reluciente admantio dorado. Cuando Faetón pidió identificación, la respuesta fue: «¡Disfrazado de un temerario señorial a quien todos conocemos demasiado bien!».

Un falsete vibraba en medio de la alegría de Helión.

Rueda-de-la-Vida le había enviado una señal privada: una paloma que sólo contenía una parte ínfima de su mente aterrizó en el regazo del maniquí de Helión e inició una callada interfaz.

—Helión llorará al oír que Faetón se ha ido de su casa. Faetón contempla el jardín sumergido de mi hermana, Verdemadre, para observar allí la vida y la muerte. Ésta fue una de las cosas que Faetón accedió a no ver, a no recordar, ¿verdad?

Helión no podía abandonar el Cónclave pero, con otra sección autónoma de su mente, abrió un canal y envió un mensaje encriptado, quizás no detectado.

—¡Dafne! ¡Despierta! Despierta del sueño insustancial que consideras tu vida. Como una mariposa a la llama, tu esposo se acerca cada vez más a una verdad que lo consumirá. Abre tu cofre de memoria; recuerda quién eres, recuerda tus instrucciones. Encuentra a Faetón, engáñalo, sedúcelo, distráelo, detento. Sálvalo… y sálvanos.

Por un instante, sintió la aflicción que sentiría cualquier padre al enterarse de que su hijo está al borde de la autodestrucción. Pero luego recordó su papel en todo esto, y cierta vergüenza enturbió las claras certezas de su corazón.

A pesar de eso, añadió un énfasis al primer mensaje:

—Dafne, te lo ruego, protege a mi hijo de la perdición que él mismo se causará.

Faetón se volvió hacia Radamanto para hacer una pregunta. Pero desechó la pregunta y sonrió al reconocer el disfraz de Radamanto. El canal de identificación insertó silenciosamente el dato en el cerebro de Faetón: Polonio, un personaje de la obra
Hamlet
de William Shakespeare, el Bardo de Stratford-on-Avon, autor de simulaciones realistas de progresión lineal, circa Segunda Estructura Mental.

También había un recitado de la obra, un conocimiento funcional de la lengua inglesa y notas y memorias sobre la vida de varias personas reconstruidas que habían pertenecido a la corte de la reina Isabel, así que cualquiera que mirase a Radamanto apreciaría el humor, las alusiones y las referencias.

—Muy divertido —dijo Faetón—. Supongo que esto significa que me darás consejos que yo ignoraré.

Radamanto le entregó una calavera.

—Procura no matarme por accidente.

—No te ocultes detrás de un cortinado. —Faetón miró la calavera—. Ay, pobre Yorick. Yo le conocí, Horacio. Un sujeto de infinito humor, de excelente imaginación… —Alzó los ojos—. Nunca entendí del todo esta obra. ¿Por qué no resucitaron a Yorick a partir de sus grabaciones, si a todos les caía tan simpático?

—La tecnología de registro numénico no se desarrolló hasta el final de la era de la Sexta Estructura Mental, joven amo.

—Pero el padre de Hamlet tenía un registro. Aparecía como una proyección sobre las almenas…

Los interrumpió un trompetazo que sonó en el centro de las aguas. Los organismos del fondo del lago habían ingresado en una fase de crecimiento más elevada y espectacular y, como los cuernos de un kraken, ramas del coral en llamas emergían en la superficie hirviente.

—¿Qué hemos venido a ver, joven amo?

—Algo que no quieren que vea.

—Pero puedo devolverte tus recuerdos almacenados en cuanto lo ordenes, amo.

—Y exilarme de mi hogar. No, gracias. Pero si me aproximo al linde de una zona donde no puedo entrar, quizás conozca la dimensión y la forma de los límites.

Y se internó un paso más en la Mentalidad, en el nivel llamado Penúltimo Sueño.

Un ecoespectáculo estaba destinado, por naturaleza, a ser comprendido por personas de estructura neural Cerebelina. El reto de esta forma artística consistía en generar un sistema complejo de interacciones —una ecología— que pareciera bello desde el punto de vista de cada elemento participante, pero que también fuera sublime en conjunto. Habitualmente, en las ecologías vivientes, la belleza era trágica desde el punto de vista de los depredadores hambrientos o las presas en fuga, pero trascendentalmente bella, no trágica, desde una perspectiva global.

En el Penúltimo Sueño, el cerebro de Faetón fue acunado por sensaciones que manaban de las extrañas creaciones que proliferaban en el lago. No veía un lago sino un universo. Las vidas y recuerdos del sinfín de criaturas que pululaban allí le llegaban como mil sones musicales (el depredador y la presa), complejos como un calidoscopio, un diseño demasiado deslumbrante para aprehenderlo. Era al mismo tiempo todas y cada una de las raudas criaturas con caracola que formaban una intrincada colonia, y también cada uno de los integrantes de la colmena que envolvía esas caracolas, y también los garfios carroñeros que competían por los caparazones desechados por la colmena, y los remodeladores que devolvían la energía reciclada de los carroñeros al lecho de caracolas.

La maestra Cerebelina que construía estas microformas se había superado a sí misma. Había mil variaciones, cada una poseedora de una extraña belleza, pero pequeñas, muy pequeñas. Había inventado un nuevo modo de codificar el material genético, como el ADN, pero con ochenta y un compuestos químicos en vez de los cuatro aminoácidos clásicos. Un caudal de información genética se podía comprimir en células muy pequeñas, tan pequeñas como células vírales, y complejas formas de vida revoloteaban y se multiplicaban en los brazos coralinos en un tamaño que sólo era habitual entre los protozoos simples. La celeridad del crecimiento y decadencia era tan alta, y sus átomos se combinaban y recombinaban tan rápidamente, que el calor residual hacía hervir el agua del lago. La alta energía requerida para iniciar estas reacciones procedía de desperdigados guijarros de cristal viviente especial.

Los árboles de coral que surgían de estos guijarros vivientes estaban constituidos por millones de individuos, y cada cual contribuía a la estructura total y era alimentado por ella. Las ramas y troncos de coral parecían rígidos porque cada microforma que se desplazaba dejaba una energía química que sólo las microformas que ocuparan esa misma posición en la jerarquía —el mismo sitio, lugar y postura— podían disfrutar plenamente. Así como una rueda giratoria parecía formar un disco sólido, la ilusión de estabilidad era causada por el esfuerzo continuo de cada parte en movimiento.

Una vasta zona de desolación que las microformas no podían cruzar rodeaba cada árbol de coral. Cada árbol de coral estaba centrado en su guijarro viviente, y todas las partes operaban en magnífica armonía.

Pero la estructura arbórea sólo era simbiótica en su aislamiento. Aunque un árbol madre podía lanzar semillas para generar otros árboles, sus descendientes no podían cruzar la desolación para reunirse con el árbol madre en apacible simbiosis.

En el punto del espectáculo en que Faetón entró, el mayor árbol que crecía en el guijarro viviente más viejo había aprendido a llevar agua a las partes más elevadas, y erguía ramas brillantes en el aire.

Este árbol había aprendido a usar la presión del vapor que atravesaba sus capilares para arrojar semillas al aire. Las semillas patinaban como piedras en la superficie del lago, sobrevolando las zonas desoladas, y se hundían en el fecundo fondo del lago cerca de otros guijarros, donde iniciaban organismos arbóreos propios.

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