La cuarta alianza (22 page)

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Authors: Gonzalo Giner

BOOK: La cuarta alianza
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—Voy a intentar contestarle lo mejor que pueda. Los templarios desaparecieron en 1312, pero algunos continuaron ejerciendo como tales, clandestinamente, durante cientos de años. Con su pregunta me acaba de demostrar que ha llegado a la misma deducción que yo, con la diferencia de que he necesitado muchos años de investigación, y usted apenas dos horas, las que llevamos hablando. En efecto, tengo serias sospechas de que tanto mi abuelo, carios Ramírez, como su padre, don Fernando Luengo —se dirigió a Fernando—, pertenecieron, primero el mío y posteriormente el suyo, animado seguramente por mi abuelo, a los templarios, o a una rama moderna de los mismos.

—¿Está diciendo que mi padre fue un templario? —Fernando no salía de su asombro.

—No un templario al modo tradicional. Evidentemente no digo que fuese un monje guerrero, pero tanto mi abuelo como su padre debieron de formar parte de un grupo secreto de personajes que de algún modo practicaban ceremonias y métodos semejantes a los de aquellos antiguos monjes soldados.

Fernando no podía creer lo que estaba escuchando, pero ansiaba saberlo todo sobre el asunto. Lorenzo Ramírez tenía mucha más información de la que les había contado.

—Don Lorenzo, creo que deberíamos hablar nuevamente sobre todo esto. Si de ahora en adelante compartimos la información que vayamos descubriendo por cada lado, podremos entender lo que pasó. ¿Cuándo podríamos volver a vernos?

—Pues yo tengo que viajar a Madrid la primera semana de febrero. Podría intentar quedarme unas horas más para vernos más tranquilamente.

Fernando le dejó una tarjeta de la joyería, donde apuntó su teléfono particular.

—Llámeme cuando sepa la fecha exacta. Le invito a mi casa si necesita pasar la noche en Madrid.

—Muchas gracias por su amabilidad. ¡Lo tendré presente!

Se levantaron y empezaron a ponerse los abrigos. Lorenzo ayudó a Mónica con el suyo. Fernando fue a pagar las consumiciones y salieron a la plaza. Se despidieron, hasta una nueva ocasión.

—Querida Mónica, ha sido un auténtico placer conocerla. —Le volvió a besar la mano—. No se encuentran ya mujeres de su categoría.

Mónica, agradecida por los elogios, se acercó a él espontáneamente y le respondió con un beso en la mejilla.

—¡Ni caballeros como usted!

Mónica y Fernando siguieron las indicaciones de don Lorenzo para encontrar el restaurante y llegaron, curiosamente, a la vez que Paula.

Ella bajó de su coche y se dirigió a dar un beso a Mónica.

—Hola, Paula, me alegro de volver a verte. ¿Qué tal el viaje?

—¡Largo y un poco aburrido! Pero al final, ya estoy con vosotros.

Mientras iban hacia la puerta del restaurante, Mónica observaba a Paula. Se conservaba perfectamente bien, pese a sus más de cincuenta años. Seguro que habría tenido muchos pretendientes durante su juventud. Paula le parecía realmente atractiva. No dejaba de admirar su siempre impecable aspecto. Tenía unos llamativos ojos azules, exactos a los de su hermano, y una espléndida figura. Mónica no entendía qué habría motivado que siguiera soltera.

—Mónica, me miras con muy buenos ojos. ¿Verdad que ya estoy hecha una birria?

Mónica se sintió un poco avergonzada al verse pillada, pero le contestó que la encontraba estupenda. Aprovechó la ocasión para cambiar de tema y le preguntó si recordaba dónde había comprado su jersey, pues le había encantado.

Entraron en el restaurante y les sentaron en una mesa redonda que estaba cerca de una espléndida chimenea de granito.

—He dejado mi maleta en el parador antes de venir aquí, y debo reconocer que has sabido elegir muy bien. Es un parador de lo más especial. Parece como muy romántico, ¿verdad? —Miró a ambos con una maliciosa sonrisa.

Fernando la cortó en seco.

—Paula, ¿cambiarás alguna vez en tu vida? ¿O sólo cuando cumplas los sesenta, que ya te falta muy poco, por cierto, dejarás de martirizarme con tus ironías?

—¡Oye, guapo, no seas tan borde y no me pongas más años de la cuenta! Apenas acabo de cumplir los cincuenta y esa edad a la que te has referido está lejísimos todavía —contestó enfadada.

—Ahora que lo dices, disculpa mi mala memoria. Acabo de recordar que hace sólo cuatro años que celebramos en tu casa tus cincuenta —Fernando seguía disparándole artillería pesada.

—¡Mira quién fue a hablar! El chavalete que acaba de cumplir cuarenta y ocho.

—Cuarenta y seis —protestó Fernando.

—Cuarenta y siete por lo menos —le picó Paula.

Mónica empezaba a estar harta de la discusión.

—¿Vais a empezar a tiraros del pelo en breve o podemos empezar a comer como adultos? Se suponía que yo era la pequeña del grupo...

—¡Perdónanos, Mónica! Es mi hermano, que disfruta discutiendo conmigo siempre que puede.

Fernando protestó nuevamente diciendo que era Paula la que le pinchaba, pero afortunadamente llegó el camarero con las cartas, lo que provocó un descanso en su peculiar combate fraternal.

Eligieron los platos y nuevamente fue Mónica la encargada de elegir vino. En esta ocasión pidió un priorato, Les Terrasses cosecha de 1998. Se tuvo que emplear a fondo, utilizando todas sus habilidades, para que las caras de los dos hermanos se fuesen relajando y empezaran a poder tener una comida normal, «en familia». El vino, junto con un aperitivo de queso y jamón, terminó de relajar las tensiones.

—¡Bueno, queridos!, ¿cómo habéis aprovechado la mañana? ¿Ha sido interesante la charla con ese familiar del misterioso Ramírez?

—Ha sido magnífica —contestó Fernando—, sobre todo gracias a la mano izquierda de Mónica. De no ser por ella, no habríamos avanzado nada. No sé cómo lo hice, pero yo inicié la conversación y la planteé tan mal que don Lorenzo Ramírez, que así se llama el nieto de carios Ramírez, estuvo en un tris de irse sin dar más explicaciones. Te aseguro, Paula, que ese hombre sabe muchas cosas. Por cierto, es de tu edad.

Paula cogió la mano a Mónica.

—Ya ves cómo a la mínima que puede me tira un dardo. Querida, menos mal que el otro día se levantó con algo de luces y contó al final con nosotras para venir aquí. ¿Recuerdas que estuvo a punto de querer dejarnos en tierra? ¡Así les van las cosas a los hombres cuando quieren hacerse los autosuficientes!

—Lorenzo Ramírez es catedrático de Historia Medieval y nos ha dicho que padre era un templario —continuó Fernando, haciendo caso omiso del comentario.

—¿Cómo dices?, ¿Padre un templario? ¿De dónde se ha sacado esa majadería ese hombre? No conozco el tema de los templarios, sólo habré leído un par de libros sobre ellos; pero, si no recuerdo mal, ¿no eran unos monjes soldados que vivieron en la época de las cruzadas?

Mónica sacó la libreta con sus notas y le resumió la entrevista.

—Lorenzo Ramírez lleva más de veinte años investigado en los abundantes archivos que, por lo visto, tuvo su abuelo, y ha llegado a la conclusión, y así nos lo transmitió, de que carios Ramírez perteneció a una, digamos, secta seguidora de los templarios. Conoció a vuestro padre hacia 1930, en Segovia, y parece que consiguió convertirle a sus creencias, y que tu padre, por algún motivo, empezó a formar parte de ese grupo. Nos narró también parte de la historia de su familia. Parece ser que provienen de unos terratenientes que se instalaron en estas tierras al serles donadas, tras su conquista, por los reyes castellano-leoneses. Originalmente la familia procede de León. Pero en esa misma época también los reyes donaron a la orden del Temple una enorme extensión de tierras que comprendía un montón de pueblos, entre ellos en el que estamos ahora, que fue la cabecera de su encomienda. Entre los templarios y su familia hubo unas «muy especiales relaciones», así nos lo dijo, sin entrar en más detalles. Todo esto ocurría en el siglo XIII. Ochocientos años después, su abuelo y Fernando Luengo padre establecieron contacto, por iniciativa de carios Ramírez, en Segovia, con el posible motivo de tratar algo relacionado con la iglesia de la Vera Cruz.

—Mónica, eres un cielo y te explicas de maravilla, pero me pierdo. Son demasiadas cosas a la vez. ¿Cómo sabe que contactaron en 1930?

—Gracias a un escrupuloso trabajo de investigación de los muchos documentos de la biblioteca que tenía su abuelo. Por lo visto, en un antiguo libro de contabilidad encontró el detalle de los gastos de un viaje a Segovia acaecido en esa misma fecha, y allí aparecía, por primera vez, el nombre de tu padre, junto con la dirección del taller. A esa partida de gastos, generados en ese viaje, les llamó: «Visita a la Vera Cruz».

—¡Estupendo! Sabemos que se conocieron, pero ¿cómo deduce que eran templarios o de esa secta de seguidores del Temple?

—No nos lo explicó, ya que aún no ha concluido sus investigaciones. Pero, Paula, te aseguro que es un hombre que sabe lo que dice. ¡Sus razones tendrá!

—Don Lorenzo sospecha —siguió Fernando— que pretendieron ocultar algo que habían descubierto y que, para mantenerlo en secreto, evitaron dar a conocer a todos los suyos su relación. Por ese motivo, padre nunca pudo averiguar nada durante su viaje a Jerez de los Caballeros, cuando éramos pequeños. Debió de hablar con el padre de don Lorenzo Ramírez, pero éste no sabía de las relaciones que su padre mantuvo con el nuestro.

Paula intentaba asimilar toda la información.

—Resumiendo, padre fue convencido por ese hombre para hacerse de una secta templaria tras conocerse en Segovia, con el trasfondo y motivo de una visita a la iglesia de la Vera Cruz, que es templaria. También sabemos que habían descubierto algo que, fuera lo que fuese, lo mantenían en el mayor de los secretos. Deduzco que igual tendría algo que ver con el brazalete enviado y, en su momento, nunca recibido. Y, finalmente, sabemos que la familia Ramírez tenía, ya desde hacía muchos años, una relación muy especial con los templarios. ¿Voy bien?

—¡Perfectamente, Paula! Por un día veo que usas tus pocas neuronas —contestó Fernando con un punto de deliberada acidez.

—¡Me evito los comentarios a tu impertinencia! —continuó ella—. Dos años después de esa visita, padre fue detenido y apresado por intentar forzar y abrir las tumbas de nuestros antepasados, en la misma iglesia de la Vera Cruz. Y nunca entendimos sus motivos, entre otras razones porque nunca llegó a explicarlos. ¿No os parece que pudo existir alguna relación entre ese hecho y toda esta historia?

—¡Seguro que sí! —contestó Mónica.

—Se lo contamos a don Lorenzo, pero no entramos a fondo en ese punto. Tendremos que profundizar más la próxima vez. ¡Me lo apunto!

—Si aceptamos como válido lo anterior, la conclusión es que trató de buscar algo dentro de una de las tumbas que, fuera lo que fuese, podía tener alguna relación con esos descubrimientos que llevaban tan en secreto.

Fernando recordó el nombre del Papa —que estaba al lado del de su padre—, en el libro de contabilidad.

—No te hemos contado que, para complicar más aún el tema, aparecía el nombre de un Papa, Honorio III, al lado del de padre, en las anotaciones del viaje. Y hemos sabido que fue el mismo Papa que envió la reliquia de la Vera Cruz en 1224. —Siguió hablando, esta vez con tono más decidido—: ¡Debemos hablar lo antes posible con la doctora Lucía Herrera! Nos dijo que era una experta en historia de la Vera Cruz y en el tema de los templarios. Deberíamos explicarle todas nuestras pistas para entender qué secretos encierra esa iglesia para los templarios, y para sus misteriosos seguidores. Estoy empezando a estar casi seguro de que, por alguna razón, la Vera Cruz es el centro y motivo de toda la historia del brazalete, desde luego, de la prisión de nuestro padre y de las especiales relaciones que mantuvo con carios Ramírez. ¡Mañana mismo voy a llamar a Lucía para quedar con ella!

Empezó a rebuscar dentro de su cartera hasta que sacó una tarjeta de visita.

—¡Sabía que me había dejado su teléfono! —afirmó con tono triunfal.

Paula leyó la tarjeta con la dirección privada de la mujer y miró intuitivamente a Mónica, descubriéndole un no disimulado gesto de fastidio.

—¿Es guapa esa doctora del archivo? —preguntó Paula, dirigiendo la mirada a un punto intermedio entre ambos.

—No demasiado —contestó Mónica.

—Es inteligente —respondió Fernando casi a la vez—. Pero ¿a qué viene esa pregunta ahora, Paula?

Ella volvió a mirar a Mónica, que se había puesto a estudiar los restos de la lubina, ocultando su rostro, mientras contestaba a su hermano:

—¡Por nada importante..., era sólo pura curiosidad!

Llegaron los cafés que habían pedido. Fernando, además, se apuntó a una copa de brandy para prolongar la sobremesa. Tras un pausado sorbo quiso hacerles partícipe de sus dudas.

—A medida que vamos descubriendo nuevos datos, se nos abren más incógnitas. Por ejemplo, ¿por qué el señor Ramírez envió el valioso brazalete a padre y no se lo quedó él? También me pregunto ¿qué tendría que hacer luego padre con él? Aunque, casi antes de saber la respuesta a esa pregunta, deberíamos entender qué es y a quién perteneció ese brazalete que nos han datado en pleno imperio egipcio.

Mónica le cortó, para plantear otra serie de cuestiones.

—Todos nos preguntamos qué era lo que buscaba tu padre en las tumbas de los Luengo. —Tras una pausa siguió—: Pero, tanto como saber qué buscaba, me parece igual de misterioso entender para qué podría querer lo que buscaba. Pues parece que todos los hechos nos llevan a deducir que, por algún motivo que no conocemos todavía, trataban de reunir el brazalete con lo que buscasen dentro de la tumba. De no ser así, ¿para qué se lo envió a tu padre a Segovia? Y finalmente, y de ser cierta la anterior suposición, ¿qué tipo de efecto perseguían reuniendo los dos objetos? —Hizo una pausa, que aprovechó para beber un sorbo de licor y continuar—: Por otro lado, don Lorenzo casi nos ha convencido de que los dos pertenecían a una secta de templarios. ¿En qué grado explicaría eso su extraño proceder y su voluntad de reunir los objetos?

Fernando la animó a que anotase en el cuaderno todas esas preguntas para repartirse el trabajo, ya que tenían demasiados frentes abiertos para tratarlos todos a la vez.

Paula tocó un tema que no se les había ocurrido a ninguno aún.

—¿Os habéis parado a pensar si los dos estaban solos en el asunto que se traían entre manos, o si habría más personas implicadas o al corriente? Me refiero a gente de su misma secta. No parece improbable que formasen parte de algo más grande.

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