La cruzada de las máquinas (12 page)

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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La cruzada de las máquinas
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Afortunadamente, cuando Norma se concentraba en sus pensamientos, todo lo demás desaparecía.

Finalmente, hambrienta, deshidratada, con el cuerpo pidiéndole a gritos un descanso, Norma apoyó la cabeza sobre los montones de ecuaciones, como si los símbolos pudieran seguir penetrando en su mente por osmosis. Incluso en sueños, inconscientemente su mente seguía procesando las fórmulas que había estado repasando…

Mientras dormía, las ecuaciones matemáticas giraban y giraban en su cabeza. Podía compartimentar las tareas, asignar secciones separadas de su cerebro a funciones específicas, y de todo ello el resultado era un coordinado proceso de producción en masa en su córtex cerebral. Después de tanto tiempo, la simulación interactiva al completo estaba llegando a su punto álgido, y Norma sentía que su yo durmiente se elevaba desde las catacumbas de su mente.

De pronto, Norma se irguió y casi cayó de su silla elevada. Sus ojos enrojecidos se abrieron de golpe, aunque no veían lo que les rodeaba. Inmersa aún en un vivido sueño, miraba al infinito, como si los impulsos de su pensamiento pudieran extenderse de un extremo a otro del universo y unir aquellas zonas tan distantes, doblando el tejido subyacente del universo. Después de días sin descanso, finalmente su inconsciente consiguió que las piezas de aquel rompecabezas encajaran.

¡Por fin!

Norma tomó conciencia de su yo físico, del martilleo de su corazón, tan rápido que parecía que se le iba a salir del pecho. Boqueó para respirar, pero trató desesperadamente de no descentrarse, de no perder la imagen de lo que había soñado. ¡La respuesta!

Mientras despertaba, su mente seguía aferrándose a aquella revelación, como si fuera una mariposa atrapada en una red. Veía grandes naves espaciales atravesando el universo sin moverse, guiadas por pilotos clarividentes capaces de ver las rutas seguras a través del espacio. Inmensas empresas e imperios surgirían a raíz de aquello, y la guerra, los viajes y la política cambiarían drásticamente.

Tío Holtzman no había sabido anticipar ese desarrollo de sus ecuaciones. Y no podría entenderlo. Si hablaba con él, el savant la desafiaría, cuestionaría sus cálculos
improbables
, y ella no quería perder un tiempo precioso tratando de explicárselo. Había trabajado muy duro, y el potencial de aquello era demasiado importante. Aquel descubrimiento era solo suyo.

No le interesaba tener la patente o el reconocimiento por el descubrimiento, pero quería asegurarse de que el concepto se explotaba militar y comercialmente como merecía. El savant Holtzman no entendería la grandeza de lo que había hecho; y dejaría que se perdiera en la oscuridad.

No, Norma tenía que buscar otro camino.
El futuro me espera.

Sonriendo, dejó escapar un largo suspiro. Tendría que haber pensado en aquella posibilidad hacía mucho tiempo. Sabía exactamente dónde encontrar un patrocinador independiente para la investigación, el desarrollo y la producción.

11

Al mirar a través de la lupa del tiempo, los hombres y mujeres del futuro ven a los artífices de la Gran Revuelta como personajes descomunales. Esta impresión no resulta de ninguna distorsión a causa de la lente, ni del proceso de embellecimiento que provoca la mitología. No, los héroes de la Yihad eran exactamente como se los recuerda; supieron estar a la altura de las circunstancias cuando la humanidad más los necesitaba.

P
RINCESA
I
RULAN
,
El prisma del tiempo

Tras una década de construcción, trabajo escultórico y de acabado, el monumento en memoria de las víctimas de guerra de la Yihad finalmente estaba terminado. Aurelius Venport, cuya empresa VenKee Enterprises era una de las principales patrocinadoras, tenía una de las mejores localidades en la ceremonia de inauguración en Zimia.

Era una noche fresca y los focos y los edificios iluminados que rodeaban la plaza central ahuyentaban las sombras de la noche. La multitud se apiñaba en las calles y callejones cercanos, lejos de los elegantes palcos que se habían instalado en la plaza para las personalidades.

Venport dio un sorbito a su vaso aflautado de champia espumosa. Nunca le había gustado aquella empalagosa bebida de Rossak, con un toque de alcohol, pero era uno de los principales productos que exportaba su empresa. Había entregado un cargamento entero en Salusa Secundus solo para aquel acontecimiento.

El monumento era llamativo y surrealista; estaba formado por dos pilares de formas libres, con suaves curvas y figuras orgánicas que representaban a la humanidad, elevándose sobre un monolito cuadrado caído y roto a sus pies. Simbolizaba la victoria de la vida sobre las máquinas.

Un monumento idéntico se había construido en Giedi Prime, donde, a pesar de la gran cantidad de víctimas, se había logrado una importante victoria sobre las máquinas. Si las cosas iban como se esperaba, este segundo monumento también estaría terminado y listo para su inauguración simultánea con el de Zimia. En uno de sus viajes a Giedi City, Venport había visto la bulliciosa actividad y la enorme estructura que se estaba erigiendo.

Diez años atrás, cuando la Yihad ya llevaba catorce años extendiéndose por los sistemas estelares, Xavier Harkonnen encabezó un movimiento para que se erigiera un monumento apropiado en memoria de las víctimas de las máquinas pensantes. En los dos años anteriores, las máquinas habían conquistado la pequeña colonia de Ellram, luego atacaron la colonia Peridot y posteriormente fueron expulsados a un alto precio. Un grupo de yihadíes entusiastas y mal aconsejados decidió por su cuenta y riesgo vengarse atacando el principal de los planetas sincronizados, Corrin. Pero todos murieron. Mártires de la causa.

En el alboroto que siguió a todos estos reveses, el primero Harkonnen pidió la construcción de esos monumentos para que los soldados caídos no fueran olvidados. Serena Butler seguía siendo la virreina interina de la Liga y, aunque ya se había retirado a la Ciudad de la Introspección, dio su apoyo al proyecto y utilizó su influencia para conseguir ayuda económica de los líderes políticos y de los más importantes hombres de negocios.

Movido por las palabras de Serena y tras presenciar personalmente algunas de las batallas más duras contra las máquinas pensantes, Aurelius Venport decidió contribuir a pesar de las objeciones iniciales de su socio de Tlulax, Tuk Keedair. Desde el inicio de la Yihad, los beneficios de VenKee Enterprises habían aumentado notablemente, ya que sus naves transportaban material de guerra y suministros a las colonias afectadas. También estaban consiguiendo grandes beneficios gracias a la exportación de artículos de lujo cada vez más populares como los globos de luz y, el más lucrativo de todos, la especia conocida como melange, de Arrakis.

Venport se preciaba de su intuición para los negocios, de su capacidad de saber aprovechar las buenas oportunidades. El territorio de la Liga de Nobles era inmenso y estaba abierto al comercio. Gracias a su acceso a los productos medicinales de Rossak, la melange de Arrakis y los globos de luz y productos suspensores de su querida Norma, había conseguido una cantidad considerable de beneficios, y eso le complacía enormemente.

Su anterior compañera, Zufa Cenva, siempre le había dicho que él nunca llegaría a nada, como tampoco lo haría la canija de su hija. Ambos le habían demostrado que se equivocaba.

Ya habían pasado muchos años desde que fuera amante y compañero de la jefa de las hechiceras. Zufa nunca creyó que ninguno de los dos llegara a hacer nunca lo suficiente por la causa, ni él con sus intereses comerciales ni Norma con su pasión por las matemáticas.

Y aunque Venport concedió personalmente los créditos que habían permitido pagar buena parte del monumento de Zimia, no esperaba impresionar a Zufa. Aquella severa mujer se había dedicado en cuerpo y alma a la Yihad, y entrenaba a hechiceras que se lanzaban contra las plazas fuertes de los cimek como bombas psíquicas suicidas. No le sorprendió que considerara aquellos donativos y el propio proyecto del monumento una frivolidad; el dinero tendría que haberse empleado para comprar armas o construir nuevas naves de guerra.

Venport sonrió. Había que reconocer que Zufa era coherente y predecible. Contra toda razón, Venport la amó y la admiró desde el día en que se conocieron. Pero en términos comerciales nunca fue una buena inversión para su capital emocional.

Los ojos del virrey retirado, Manion Butler, se cruzaron con los de Venport, y el hombre le sonrió con gesto cordial. Estaba sentado en uno de los palcos descubiertos junto a una hermosa joven —¿una de sus nietas?—. Muy cerca estaba el padre adoptivo del primero Harkonnen, el anciano y digno Emil Tantor, solo, somnoliento.

Un sirviente sonriente le ofreció a Venport otro vaso de champia, que él rechazó. Se recostó en su asiento y esperó a que empezara el espectáculo. El público empezaba a murmurar, pero el Gran Patriarca, Iblis Ginjo era un maestro de la sincronización; empezaría exactamente cuando el entusiasmo hubiera llegado a su punto álgido y antes de que la muchedumbre se impacientara.

El Gran Patriarca había llegado con tiempo, escoltado por imponentes guardias de la Yipol, pero quería que los invitados importantes pasearan un poco mientras el grueso de la multitud compraba recuerdos y cogía ramos de luminosas caléndulas, la flor de Manion.

Venport se volvió al oír unos vítores y vio cómo Iblis Ginjo y Serena Butler hacían su gran entrada. Serena llevaba su habitual túnica con adornos carmesí, de un blanco tan deslumbrante que parecía un ángel. El Gran Patriarca, con una sonrisa de confianza dibujada en su rostro anguloso y vestido con una elegante chaqueta negra con bordados dorados, la acompañó hasta el palco ornamentado mientras las luces dibujaban relucientes halos a su alrededor.

Detrás de Iblis avanzaba en silencio su bella esposa, Camie Boro. Evidentemente, no se trataba de un enlace por amor, sino de un trofeo. Durante su ascenso al poder, aquel hombre había elegido astutamente a una mujer de impecable linaje, una descendiente directa del último gobernante del Imperio Antiguo

Iblis llevaba al cuello una cadena prismática con un colgante de cuarzo de Hagal, brillante y azul verdoso. Seguramente formaba parte de la fortuna de su mujer. Nadie dudaba de dónde sacaba el patriarca el dinero para semejantes lujos, o para otros aspectos de la opulenta vida que llevaba. El valor de aquel hombre para la Liga no podía contarse en términos monetarios. Estaba creando su propia leyenda.

Iblis alzó las manos y su voz sonó atronadora.

—Cuando veamos este monumento, deberemos recordar a aquellos que pagaron con su vida por enfrentarse a las máquinas demoníacas. Pero también deberemos recordar por qué luchaban.

Serena se adelantó y tomó el relevo, hablando con voz clara y apasionada.

—Este monumento no es solo un recuerdo a los héroes caídos, ¡es el símbolo de un paso más hacia la victoria última sobre Omnius!

Con una brillante llamarada, como la explosión de una estrella, dos lanzas de luz volaron hacia el cielo, iluminando el monumento y el parque. El estanque se convirtió en un espejo de estrellas bajo el cielo de la noche, con sus fuentes en uno de los extremos. Los focos iluminaban con mayor intensidad, como si trataran de superarse entre sí, las fuentes lanzaban los chorros de agua más altos y los vítores de la multitud se elevaron hasta convertirse en un rugido ensordecedor. Los estanques y el césped se llenaron de caléndulas de un brillante tono anaranjado, y su intenso aroma se difundió por el aire del anochecer.

Cuando Serena Butler se dejó caer al suelo y se echó a llorar, la mitad de la audiencia gimió y se lamentó por su hijo perdido, y por los seres queridos que habían caído.

Luego, arrastrado por aquella abrumadora muestra de aprobación del público, Venport también se puso en pie y aplaudió. Desde luego, los líderes de la Yihad sabían cómo impresionar a la muchedumbre.

Más tarde, mientras los habitantes de Zimia seguían con las celebraciones, Iblis Ginjo y su esposa asistieron a una recepción más formal en el patio de reuniones del Museo Cultural Salusano.

Los globos de luz flotaban sobre sus cabezas, confiriendo a la estructura descubierta de los palcos colores abigarrados e intensos. Las mariposas nocturnas revoloteaban alrededor del estramonio, que florecía en las jardineras colocadas en los límites del patio. Selectos invitados charlaban entre ellos.

Camie Boro, resplandeciente con sus joyas y sus ropas impecables, siempre se aseguraba de que la veían con su esposo cuando hacían su entrada, pero no le gustaba
desperdiciar
una fiesta quedándose del brazo de su marido. Tenía sus propios planes y contactos, y se dedicó a intercambiar favores y a tejer un sutil entramado de obligaciones. Iblis sonrió cuando vio que se alejaba; luego se volvió hacia sus objetivos entre la multitud vestida de gala. Él y su esposa conocían muy bien sus respectivas obligaciones.

El Gran Patriarca vio a un hombre alto —rasgos patricios, ojos azul claro y pelo rizado y oscuro salpicado de canas— en pie junto a un pequeño contenedor de plaz. El hombre abrió la tapa para mostrar docenas de productos derivados de la melange desarrollados por su empresa. A muchos nobles de la Liga les había entusiasmado aquella especia rara y cara, y Aurelius Venport rara vez perdía la ocasión de mostrar su benevolencia —y seducir a más consumidores— ofreciendo muestras gratuitas.

Mientras los invitados señalaban con entusiasmo lo que querían probar —cerveza de especia, caramelo de melange o barritas de especia—, Venport iba sacando los diferentes sabores de su caja.

—Son gratis. Si alguno de ustedes no está familiarizado con los beneficios de la melange, por favor, vengan y pruébenla.

Dicen que la melange es adictiva
—pensó Iblis mientras se acercaba—.
E incuestionablemente beneficiosa.

Ya había probado la especia con anterioridad, pero estaba bastante diluida y casi no sabía a nada.

—Me gustaría una pequeña muestra, directeur Venport. Solo para… probar.

El patricio de Rossak sonrió. Exagerando la pronunciación para impresionar al dignatario, dijo:

—Para el Gran Patriarca de la Yihad. Me siento honrado. Para esta ocasión he traído solo mis mejores productos. Caviar de especia. —Y cogió un pequeño contenedor plano y circular, como una pequeña moneda—. Póngaselo sobre la lengua. Deje que penetre sus sentidos y empape su alma.

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