La cruzada de las máquinas (7 page)

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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La cruzada de las máquinas
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En la sala de guerra, los dos primeros estudiaron la ruta que los invasores habrían seguido. Xavier esperaba la opinión de su compañero de pelo oscuro.

—Y bien, ¿tú le ves algún sentido? ¿Qué es lo que quieren hacer?

Vor apartó unos mechones de pelo que le caían sobre sus ojos.

—Como pasa con todo lo que hacen las máquinas pensantes, su plan es evidente: utilizar un número descomunal de efectivos, sin sutilezas. —Frunció los labios, señalando las proyecciones tácticas que les habían facilitado de las salas de análisis— . Como ves, la flota robot tiene la suficiente potencia armamentística para bombardear Anbus IV y eliminar todas las ciudades zenshiíes. Así de fácil. Pero parece que Omnius quiere conservar intacta la infraestructura de Darits y las otras ciudades para que su transformación en un Planeta Sincronizado sea más eficaz. Es primitiva comparada con la que ellos instalarían, pero las máquinas se adaptan.

Xavier lo miró con expresión sombría.

—Y eso requiere mucho más trabajo que si se limitan a destruirlo todo.

—Por supuesto, si se alarga demasiado, volverán al plan original. En mi opinión, no tenemos mucho tiempo. Ya les hemos retenido demasiado.

Xavier pasó el dedo por las gargantas que aparecían en las imágenes de satélite.

—Si los robots de combate piensan utilizar una cantidad apabullante de fuerzas de tierra para tomar Darits, la estación hidroeléctrica y la red de comunicaciones, lo más probable es que desciendan sobre los cañones, aquí. Una vez estén dentro de la ciudad, instalarán la copia habitual de Omnius. —Siguió estudiando los mapas de satélite—. ¿Qué propones, Vorian? Incluso si contamos con todos los mercenarios de Ginaz, no tenemos suficientes efectivos para hacer frente a una invasión terrestre tan importante. Nuestros guerreros no son prescindibles.

—Con Omnius no podemos limitarnos a oponer nuestra fuerza bruta a la suya, tenemos que hacer algo inteligente —dijo Vor con una sonrisa—. Las máquinas pensantes quedarán totalmente confundidas.

—¿Tú crees? ¿Como esa disparatada flota falsa que se está construyendo en Poritrin? No creo que funcione.

Vor lanzó una risa tonta. Él prefería derrotar al enemigo mediante tácticas poco limpias, haciendo trampas, no mediante procedimientos militares; no porque creyera necesariamente que serían más efectivas, sino para minimizar el coste en vidas humanas.

—Bueno, resulta que siempre he tenido un plan guardado en la manga, Xavier, y casi tengo terminado el virus informático contra las naves que se han concentrado en la zona. Yo me ocuparé de las naves enemigas en el espacio. Y tú de las fuerzas de tierra.

—¿Y cómo se supone que voy a hacerlo sin un contingente de hombres?

Vor ya tenía preparada su respuesta.

—Transmite un mensaje a nuestra flota ordenando que retiren nuestras fuerzas militares de la superficie. Di que creemos que las máquinas pensantes atacarán desde el espacio.

La expresión de incredulidad de Xavier casi le hizo reír.

—Las máquinas no son tan estúpidas como para creer algo así, Vorian. Incluso un robot es capaz de detectar un ardid tan chapucero.

—No si la transmisión se hace en código. Utiliza tu sistema matemático más complejo. Te garantizo que los robots lo descifrarán. Y eso hará que crean lo que oyen.

—Gracias a tu padre tienes una mente realmente retorcida —dijo Xavier meneando la cabeza—. Pero me alegra que la utilices en beneficio de la Yihad. Si no logramos evitar que las máquinas instalen su Omnius aquí… —La rigidez de su postura hacía pensar que sentía el peso de aquella carga sobre los hombros—. Bueno, digamos que prefiero aniquilar hasta la última estructura de Anbus IV antes que permitir una derrota. La Liga de Nobles en pleno está en juego. —Xavier suspiró, se frotó las sienes—. ¿Por qué Rhengalid no colabora con nosotros? Podemos salvar a su pueblo y a la vez lograr nuestro objetivo.

Vor le dedicó una sonrisa de conmiseración.

—Los zenshiíes ven enemigos por todas partes, pero son incapaces de reconocer a sus amigos. —Había tratado de ver todo aquello desde el punto de vista de los budislámicos, haciendo de abogado del diablo ante las convicciones inamovibles de Xavier, pero las razones de aquella gente no tenían sentido—. Creo que, después de haberme criado entre máquinas, no entiendo la religión.

Xavier levantó la vista de las proyecciones tácticas y arqueó las cejas.

—No podemos permitirnos el lujo de
entenderlos
, Vorian. Esas sutilezas son para los políticos que están en sus cómodos despachos, lejos del campo de batalla. La decisión que tomen los zenshiíes tendrá repercusiones para toda la humanidad. Así que, aunque me encantaría dejarlos a su suerte, no puedo. Anbus IV no debe convertirse en otro escalón para Omnius.

Vor le dio unas palmadas en el hombro y se alegró de no tener que enfrentarse a aquella expresión pétrea en una mesa de apuestas o después de marcarse un farol.

—Eres un hombre duro, Xavier Harkonnen.

—La Yihad de Serena me ha hecho así.

Después de estudiar detallados mapas, Xavier eligió un par de estratégicas ciudades zenshiíes como base para sus tropas. Aquellos asentamientos anodinos estaban en la posición perfecta para que los yihadíes emboscaran a las fuerzas robot que pisotearían el paisaje en su camino hacia la ciudad de Darits. El ejército de la Yihad había enviado su artillería y sus proyectiles más pesados para que se instalara y camuflara en las poblaciones del planeta.

Para su orgullo y satisfacción, al tercero Vergyl Tantor se le asignó la supervisión de las operaciones en la población donde se produciría el primer ataque. Durante las horas muertas que pasaban a bordo, mientras jugaba rápidas rondas al
fleur de lys
con Vorian Atreides, Vergyl se quejaba a menudo de que su hermano adoptivo nunca le encargaba misiones importantes. Sin embargo, en esta ocasión, el joven de tez oscura y ojos marrones no dejó de suplicar hasta que Xavier lo puso al mando de la primera de las emboscadas contra las máquinas.

—Vergyl, en la ciudad zenshií encontrarás todo el material que necesitas para preparar el ataque. No olvides tus conocimientos de táctica.

—Sí, Xavier.

—Busca un cuello de botella donde puedas machacar a los ejércitos robot sin exponerte al peligro. Golpea con dureza, ataca con todo lo que tienes y luego repliégate. El tercero Cregh y sus tropas eliminarán a las máquinas pensantes que sobrevivan en la segunda ciudad.

—Lo entiendo.

—También enviaremos grupos de mercenarios para que persigan a posibles grupos de robots aislados —añadió Vor con un bufido—. Será un cambio agradable para ellos, después de haber tenido que circular en órbita fingiendo que amenazaban a las naves enemigas.

—Y… Vergyl —añadió Xavier con un tono más severo que nunca—, ten cuidado. Tu padre me acogió como huérfano cuando las máquinas asesinaron a mi familia. No quiero llevarle malas noticias.

Vergyl entró con sus fuerzas en la ciudad que se le había asignado con la esperanza de que la población autóctona les diera la bienvenida. Miró a su alrededor, tratando de determinar el ánimo de la gente. Los zenshiíes, en su mayoría granjeros y mineros del limo que trabajaban en los bancos de arena ricos en minerales, estaban en el exterior de sus casas y los observaban con consternación. Los transportes aterrizaron uno tras otro, vomitando tropas de yihadíes y mercenarios de Ginaz. Ingenieros y especialistas en armamento empezaron a descargar los componentes de la artillería, mientras los exploradores se dispersaban por la zona buscando los mejores emplazamientos.

Vergyl se adelantó con expresión tranquila.

—No queremos haceros daño. Hemos venido para protegeros de las máquinas pensantes. El enemigo viene hacia aquí.

Los granjeros los miraron. Un hombre con expresión sombría dijo:

—Rhengalid nos ha dicho que no sois bienvenidos. Deberíais marcharos.

—Lo siento, pero tengo órdenes.

Vergyl envió a sus hombres a inspeccionar los edificios.

—No provoquéis ningún destrozo. Buscad estructuras vacías que podamos utilizar. Debemos molestar a esta gente lo menos posible.

Las ancianas lanzaban maldiciones a los guerreros. Los padres escondían a sus hijos y los encerraban en sus casas de gruesas paredes, como si temieran que los ingenieros de Vergyl los fueran a secuestrar en la oscuridad de la noche.

El severo rostro del granjero mostraba resignación.

—¿Y si no queremos extraños durmiendo en nuestras casas?

Vergyl sabía qué tenía que responder.

—Entonces montaremos tiendas de campaña. Pero preferiríamos contar con vuestra ayuda y hospitalidad. Cuando amanezca, veréis el gran peligro que os acecha. Entonces os alegraréis de que estemos aquí.

Los zenshiíes mostraron muy poco entusiasmo, pero no les molestaron.

Se esperaba que las fuerzas robóticas llegaran a través de los cañones en su camino hacia Darits. Los equipos de reconocimiento ya habían localizado el nuevo lugar en la meseta donde los robots estaban instalados, tal como esperaba el primero Atreides.

Los ingenieros tuvieron cuidado de no dejar señales visibles de su trabajo. Las armas pesadas se trasladaron al interior de edificios vacíos; Vergyl no tuvo necesidad de sacar a ninguna familia de su casa.

Había varias casas vacías lo bastante próximas para que sus hombres se instalaran allí para pasar la noche. Cuando Vergyl preguntó a los habitantes del lugar qué había pasado, la única respuesta que recibió fueron expresiones de miedo. Finalmente un granjero con barba habló.

—Esclavistas de Tlulax se los llevaron hace unos meses. Familias enteras. —Y señaló hacia el grupo de casas.

—Lo siento. —No sabía qué decir.

Cuando empezaba a anochecer, Vergyl se puso en contacto con el tercero Hondu Cregh, su homólogo en la segunda aldea. Todo estaba preparado. El tercero Cregh también había encontrado muy poca colaboración entre la gente, pero nadie había entorpecido sus movimientos.

Después de reunir a sus comandos y realizar una última inspección de las armas, Vergyl se sorprendió al ver a varios granjeros zenshiíes que se acercaban con jarras y botellas. Tenso, pero esperando lo mejor, salió a su encuentro. El granjero que había hablado con él un rato antes le ofreció su jarra, y la mujer que caminaba a su lado le tendió varios vasos bajos.

—Los sutras coránicos dicen que debemos ofrecer hospitalidad a cualquier visita, incluso si no ha sido invitada. —El granjero vertió un líquido anaranjado en uno de los vasos—. No deseamos romper la tradición.

Vergyl aceptó el vaso, mientras la mujer llenaba otro para su marido. Vergyl y el zenshií bebieron en un brindis formal; el líquido era amargo, con un fuerte regusto a alcohol, pero el oficial yihadí tomó otro.

Los otros lugareños fueron pasando vasos, y todos los guerreros bebieron, con cuidado de no ofender a sus anfitriones.

—No somos vuestros enemigos —dijo Vergyl tratando de tranquilizarles—. Estamos tratando de salvaros de las máquinas pensantes.

Aunque los zenshiíes no parecían muy convencidos, Vergyl tenía la sensación de que al menos tenía el beneficio de la duda.

Luego ordenó a sus soldados que cada uno fuera al lugar que se le había asignado y descansara lo que pudiera antes de la llegada de las máquinas. En los lugares donde había artillería camuflada se apostaron centinelas para que vigilaran las armas y las cargas energéticas…

Vergyl se durmió pensando en Xavier, a quien veía como un héroe. Incluso de niño, siempre había querido emular a su hermano mayor, convertirse en oficial de la Yihad como él. A los diecisiete años, después de la trágica matanza de Ellram, Vergyl había convencido a su padre para que le firmara una dispensa para poder alistarse en el ejército. Decenas de miles de voluntarios estaban deseando unirse a la lucha, indignados por aquel nuevo acto de brutalidad de las máquinas. En contra de la voluntad de su mujer, Emil Tantor dejó que Vergyl se alistara, en parte porque estaba convencido de que, si se negaba, el chico se escaparía y acabaría alistándose de todos modos. De esa forma al menos Xavier podría vigilarlo.

Tras recibir el entrenamiento básico y la instrucción formal, Vergyl fue transferido a Giedi Prime para que ayudara en las tareas de reconstrucción después de la expulsión de las máquinas. Durante años, Xavier evitó que su hermano fuera enviado al frente, y le encargó la construcción de un imponente monumento en memoria a los caídos que se inauguraría en breve.

En Giedi Prime, Vergyl también conoció y se enamoró de Sheel. Llevaban trece años casados y tenían dos hijos, Emilio y Jisp, y una hija, Ulana.

Pero Xavier no podía protegerlo eternamente. Era un oficial con talento y pronto las exigencias de la guerra le obligaron a entrar en combate. Hasta el momento, la batalla más peligrosa en la que había participado era la reconquista del planeta no aliado de Tyndall, un contraataque masivo e inesperado que permitió arrebatar aquel planeta arrasado de las manos de las máquinas pensantes. En aquella ocasión, Vergyl se distinguió por su valor y recibió dos medallas que envió a su mujer y a sus hijos.

Ahora se prometió a sí mismo hacer lo posible para que la operación que le habían encomendado fuera un éxito. También derrotarían a las máquinas pensantes en Anbus IV, y Vergyl Tantor reclamaría su parte en la victoria.

Un sueño profundo cayó sobre él como una pesada cortina. Más tarde, al final de la noche, no mucho antes de la llegada de las máquinas, se puso terriblemente enfermo. Igual que el resto de soldados.

Cuando las cuatro ballestas de la Yihad orbitaron hacia el lado opuesto del planeta, las fuerzas enemigas hicieron descender un nuevo contingente de robots de combate. El enemigo había aprendido y había reaccionado tras el primer intento de establecer una avanzadilla. Las fuerzas de Omnius se movieron con gran rapidez y eficacia para preparar la ofensiva del día siguiente. Batallones de temibles soldados mek y vehículos de combate iniciaron la marcha hacia Darits, colocando generadores y subestaciones a cada kilómetro que conquistaban.

Más allá, en el cañón sedimentario, mercenarios de Ginaz a los que se había pagado muy bien se desplegaban bajo la dirección de Zon Noret. Avanzaban por lo alto de los peñascos y seguían cursos de agua, preparando pequeñas barricadas. Detonaban cargas para destruir las paredes de estrechos cañones, a fin de impedir el avance de las máquinas, aunque los robots tenían la suficiente potencia de fuego para abrirse paso por las barricadas.

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