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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La cruzada de las máquinas (77 page)

BOOK: La cruzada de las máquinas
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Después de meses de preparativos y grandes inversiones, la construcción de los astilleros estaba en marcha. Durante la breve estación cálida, aquellas marismas cobraban vida y se llenaban de flores, malas hierbas y algas, aves e insectos voladores. Pero ese año sería diferente. De ahora en adelante, aquella enorme extensión sería el hogar de naves gigantes cuyos motores podrían plegar el espacio. El paisaje de Kolhar cambiaría para siempre.

Aurelius Venport, en pie en uno de los márgenes de la marisma, se arrebujó frente al viento gélido y se echó una capucha peluda sobre la cabeza. El sol de la mañana hacía brillar con tanta intensidad la nieve que enharinaba el paisaje que Aurelius tuvo que entrecerrar los ojos; se ajustó las filtroplaz oscuras sobre los ojos.

Los obreros extraplanetarios llevaban un atuendo similar. Venport los observó y se preguntó cuánto le estaba costando cada minuto de aquel monumental proyecto. Había tomado muchísimo dinero prestado de sus diversas empresas para equilibrar el negocio. También había enviado equipos a Arrakis para aumentar el volumen de especia recolectada, aprovechando que el naib Dhartha ya no estaba y que los bandidos —por la razón que fuera— habían dejado de ser un problema.

Y todo para conseguir el capital suficiente para aquella empresa.
El sueño de Norma.

Desde sus primeras apuestas comerciales con las sustancias medicinales de Rossak, Venport siempre había asumido riesgos. Pero nada que se pareciera ni remotamente a aquello. Cuando se paraba a pensarlo, las rodillas le flaqueaban. Aun así, a pesar de la enorme inversión, su instinto le decía que había tomado la decisión correcta. Como siempre, Norma le parecía irresistible y entusiasta. No había dobleces en ella, solo una inmensa seguridad. Y Venport confiaba ciegamente en sus visiones.

Una de dos, con aquello o se arruinaba o se convertía en el hombre más rico del universo. No había término medio.

Se volcó personalmente en el trabajo que se estaba realizando en Kolhar y dejó que otros representantes de VenKee se ocuparan de vigilar la melange y sus otros negocios. Ahora más que nunca habría querido saber qué había pasado con Tuk Keedair. Había pasado demasiado tiempo, y lo más probable es que el hombre hubiera muerto en las matanzas de Poritrin, como tantos cientos de miles de víctimas sin identificar. Así que ahora los riesgos y los beneficios eran solo de Venport. Y la empresa.

La llanura de marismas de Kolhar se extendía hasta el horizonte, pero las inmensas estructuras que Norma quería construir no parecían menos grandes. Cada semana lo llevaba en un vehículo terrestre para mostrarle cómo sería el perímetro de cada edificio. No tardarían mucho en empezar a construir las naves, siguiendo los detallados planos de Norma.

Del bullicioso campamento de operarios llegaba el ruido constante de la maquinaría, vehículos, motores que se encendían hasta su máxima potencia y luego la reducían. A Norma estos sonidos parecían reconfortarla, porque veía que el trabajo seguía las veinticuatro horas del día.

Norma corría arriba y abajo por la llanura, consultando a los arquitectos y los capataces, planificando la construcción de estructuras y zonas de aterrizaje adicionales para sus innovadoras naves. La nueva y enérgica forma de Norma prácticamente no tenía necesidad —ni tiempo— para dormir.

Cuando lo vio inspeccionando el trabajo, Norma corrió hasta él. A pesar de su ajetreada agenda, siempre tenía tiempo para Aurelius. Lo saludó con un abrazo afectuoso y luego le confesó la razón de aquellas atenciones.

—He visto a las máquinas pensantes, y no quiero ser como ellas. —Le dedicó una sonrisa pero, a pesar de su perfección, Venport aún podía detectar a la jovencita insegura que había debajo—. Debo tomarme mi tiempo para ser humana.

Venport la abrazó.

—Eso está bien, Norma. —Pero a Venport se le antojaba que bajo aquella forma mejorada y hermosa, Norma estaba fuera de su alcance, del alcance de cualquier humano. Nadie podría igualar ni de lejos sus capacidades. Desafiaba toda comparación. Como su madre.

—Y para eso, me he permitido concebir nuestro primer hijo. —Venport la miró, demasiado sorprendido para preguntar nada, pero ella siguió hablando—. Creo que es la extensión lógica de lo que quiero hacer. Las sensaciones son extrañas, pero interesantes. Creo que será un varón. Y me aseguraré de que sea sano y fuerte.

Venport no tuvo necesidad de preguntar cómo pensaba hacerlo. Nunca había pretendido entender las sorprendentes cosas que Norma podía hacer, ni antes ni después de su extraña metamorfosis.

Recientemente, su madre había vuelto a su ciudad de cuevas cerca de Rossak para su último mes de gestación. A pesar de los avanzados medicamentos que él mismo había desarrollado en su empresa farmacéutica, Zufa Cenva tenía miedo de que hubiera algún problema con el hijo de Iblis Ginjo. Ella no tenía la capacidad de manipular las células y las sustancias como Norma.

Venport aún sentía emociones encontradas cada vez que miraba a Zufa. Mientras estuvo allí, en los astilleros, notó cierta tristeza en los ojos claros y gélidos de la hechicera cada vez que le miraba. En otro tiempo él la había querido de verdad, pero Zufa siempre fue muy despectiva con él y prefería dedicar su tiempo y su pasión a otras cosas, principalmente a la guerra y a la gratificación personal.

Afortunadamente, Norma no era así.

Venport oyó el chisporroteo de unas explosiones telequinésicas a lo lejos. Dada la importancia de aquella nueva empresa, Zufa había convocado a catorce de sus candidatas a hechicera más dotadas para que vigilaran la zona mientras ella estaba fuera. Estas mujeres proporcionaban mayor seguridad en la forma de
escudo defensivo telepático
, y estaban siempre alerta ante posibles amenazas. Aunque había mercenarios vigilando las instalaciones y los accesos al planeta, las hechiceras tenían otras armas.

Corría el rumor de que ahora los cimek estaban en guerra contra Omnius, pero era imposible predecir el comportamiento de aquellos híbridos. Ningún predador cimek sobreviviría a un ataque contra aquel planeta. Ningún espía robótico robaría los secretos de los astilleros de Kolhar. Norma no perdería aquella empresa, como había pasado con su complejo experimental en Poritrin.

Esta vez triunfaría frente a cualquier obstáculo.

Cuando ya pasaba del octavo mes de embarazo, Zufa Cenva deseó poder arreglarse sin hombres, ser capaz de inseminarse a sí misma y dar a luz de forma andrógina, como la antigua diosa Sofía, de la Vieja Tierra. Pero la hechicera suprema de la Yihad estaba constreñida por las limitaciones de su cuerpo mortal. Su hija Norma quizá sería diferente, con sus emergentes poderes mentales y creadores.

Después de ser torturada y quedar prácticamente destruido su sistema celular, Norma había recreado su cuerpo. Ahora que se había casado con Aurelius Venport —cuya sangre tenía numerosas ventajas, eso Zufa lo sabía—, sin duda descubriría las posibilidades de su sistema reproductor…

Norma también había descubierto la forma de controlar la tormenta telepática que permitía aniquilar a los cimek sin que ella corriera peligro. Ah, si al menos Zufa pudiera aprender a hacer eso y enseñarlo a sus pupilas…

Zufa estaba ante una abertura en las cuevas de roca volcánica, mirando el exuberante follaje y percibiendo aquella mezcolanza de olores húmedos. Había vuelto a las ciudades de cuevas para dar a luz. Recordaba demasiado bien sus numerosos abortos, los monstruos que nacieron muertos, las terribles decepciones.

Qué extraño e irónico que Norma, contra todo pronóstico, se hubiera convertido en la hija perfecta y sin tacha que tanto deseaba. Zufa pensaba en su hija con sentimientos encontrados: se sentía orgullosa por lo que Norma era y quería hacer, pero también se sentía confusa, incluso asustada. Lo que no comprendía le asustaba. Y también se sentía culpable por haberla tratado mal durante tantos años.

La chispa siempre debió de estar allí, el potencial, pero yo no lo veía. Yo, la gran hechicera, estaba ciega a las posibilidades de mi propia carne.

Ahora Zufa deseaba colaborar en el grandioso sueño de su hija, pero necesitaba información. Esperaba poder conservar y hasta mejorar la nueva relación que había entre ellas. Pero el parto era inminente, así que la hechicera se concentró en su interior, en su nueva hija. Llevaba tanto tiempo deseando aquello… pero el caso es que llegaba en el momento más inoportuno.

Zufa se prometió que solo permanecería en Rossak el tiempo justo para dar a luz y que entregaría a la niña a otras hechiceras para que la cuidaran y la educaran adecuadamente. Su deber y su obsesión la reclamaban en Kolhar, donde Venport y Norma estaban totalmente volcados en las excavaciones iniciales de lo que iba a convertirse en los mayores astilleros de la Liga.

Zufa apoyó una mano en su vientre hinchado. Estaba en un elevado saliente, mirando el denso dosel de la selva. A pesar de las toxinas ambientales y el rudo paisaje que caracterizaba la mayor parte de los continentes, Rossak seguía siendo el más hermoso de todos los planetas que había visitado. La selva púrpura y plateada proporcionaba alimento, permitía domesticar la atmósfera y conseguir numerosas sustancias medicinales que constituían la base del imperio comercial de Aurelius Venport.

Pensó en los interminables ciclos de la naturaleza, en todas las especies que vivían en la selva de aquel mundo, las complejas interacciones y los nichos ecológicos que incluso las más diminutas formas de vida de Rossak sabían encontrar por sí mismas. Notó un movimiento en su interior y eso le recordó el lugar que ella misma ocupaba en la biología del planeta, y en la Yihad.

Zufa notó que un líquido tibio se le escurría entre las piernas y caía al suelo de piedra. Acababa de romper aguas. ¡Y mucho antes de lo que esperaba! Llamó a una de las jóvenes hechiceras que había cerca.

—Que venga enseguida la comadrona Ticia Oss. Dile que necesito sus servicios… ahora.

Aunque otras hechiceras acudieron a ayudarla, Zufa insistió en ir por su propio pie por el pasillo que llevaba hasta sus alojamientos, donde todo estaba ya preparado para el parto.

Siete mujeres se habían turnado para vigilar a Zufa en las últimas semanas de aquel importante embarazo. La hechicera suprema las quería como si fueran de su familia, y había entrenado a cinco de ellas para que actuaran como bombas psíquicas si se las convocaba. Había decidido que su hija llevaría el nombre de la comadrona que la ayudaría durante el parto.

Ticia, mi hija llevará ese nombre para el resto de sus días.
Y quizá la comadrona aceptaría hacerle de tutora y madre sustituta durante un tiempo, para que ella pudiera volver a Kolhar.

Tal vez su hija tenía tantas ganas de nacer como ella de librarse de aquella carga.

La habitación se llenó de hechiceras altas y pálidas, cada una con una tarea concreta. Zufa trató de concentrarse en un tapiz de la pared para no pensar en el dolor; utilizaría sus poderes mentales para dirigir el parto y bloquear el dolor. A pesar de todo, con cada nueva contracción, el bebé la obligaba a sentir el parto en toda su intensidad.

Finalmente, Ticia Oss sacó un bebé brillante y rojo y cortó el cordón umbilical mientras las ayudantes le traían toallas, paños y toallas tibias.

—Tienes una hermosa hija.

—No esperaba menos —dijo Zufa, agotada y sudorosa. Ticia Oss le entregó al frágil bebé envuelto en una mantita verde claro.

Mientras tenía al bebé en brazos, enrojecido y arrugado por la dura prueba que acababa de pasar, Zufa sintió un profundo alivio: no era ningún engendro deforme que había que enterrar en la selva. Había pasado por aquello demasiadas veces. No, aquella niña —Ticia Cenva— estaba sana y sobreviviría sin problemas sin las constantes atenciones de Zufa. Sería una niña fuerte.

Cuando pasaran unos días y estuviera más recuperada, Zufa lo prepararía todo para volver a Kolhar. En el pasado había despreciado injustamente a Aurelius y a Norma, y ahora quería compensarles.

82

Un aliado que no es de fiar no es mejor que un enemigo. Preferimos tener nuestra independencia, nuestro control.

G
ENERAL
A
GAMENÓN
,
La nueva Era Dorada

¿Qué elegirías?

Los maltrechos reductos de esclavos de Bela Tegeuse nunca habían tenido que valerse por sí mismos, ni habían establecido nada que se pareciera mínimamente a un gobierno. Durante incontables generaciones, habían vivido bajo el cuidado benevolente de las máquinas pensantes. Y ahora, cuando pensaban en el intervalo que se había producido entre la destrucción del Omnius local y la instauración del nuevo poder de los cimek rebeldes, aquella libertad temporal les parecía algo desagradable.

Así, después de volver a empezar tras el ataque atómico a Comati, los tegeusanos supervivientes estaban listos para la conversión, el lavado de cerebro. Solo pensarían lo que la titán Juno les dijera.

Después de dejar en órbita a la dócil y reprogramada flota robótica, lista para repeler cualquier incursión del ejército de la Yihad o de las fuerzas de Omnius, Agamenón convirtió aquel Planeta Sincronizado herido en una pieza central y base de operaciones para la conquista de la odiada supermente. No habían malgastado recursos ni había perdido a ningún cimek en aquella victoria inicial, pero si querían tener capacidad para soportar los ataques tenía que ampliar el número de fuerzas rebeldes.

Agamenón y sus cimek tenían la voluntad y la visión, pero ahora lo más importante era crear un ejército poderoso e imparable. Lo antes posible. Necesitaban más industrias, más armas y más neos. Muchos más.

Con ayuda de las naves robots, los cimek trasladaron a enormes grupos de prisioneros humanos desde los alrededores de Comati, afectados por la radiación. Con gran eficacia y previsión, las máquinas pensantes prepararon grandes reservas de suministros y, cuando Agamenón ofreció a los asustados supervivientes más comida, medicina y un grado de libertad algo mayor, los antiguos cautivos de Bela Tegeuse empezaron a ver a los titanes como salvadores. Relativamente bien alimentados y con la mirada soñadora por aquel cambio en su situación, estaban preparados para la llegada de Juno y sus palabras hipnóticas.

Para aquella ocasión, la titán había elegido un cuerpo móvil más grande y glorioso que los que solía utilizar, más de lo que hacía falta para impresionar a nadie. E hizo que siervos robots reprogramados lo pulieran para que brillara como una tarántula andante hecha de cromo y plata. La idea era inspirar reverencia en quienes la vieran, volver a la legendaria Era de los Titanes.

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