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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La cruzada de las máquinas (80 page)

BOOK: La cruzada de las máquinas
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Desde arriba, en lo alto del acantilado, las figuras oscuras de una veintena de alumnos de Ginaz lo observaban en compañía de Chirox. A la luz de la luna, Noret veía el destello plateado del anguloso
sensei
mek de múltiples brazos. Sabía que la máquina les estaría diciendo cuáles debían ser sus objetivos, que nunca excedieran sus capacidades. Mientras observaba al grupo, una parte de Noret se sintió orgullosa por haber inspirado a tantos voluntarios a prepararse para destruir a las máquinas; pero toda aquella atención le desconcertaba.

Desde luego, se había convertido en el guerrero más importante que había salido del archipiélago de Ginaz, quizá el más grande que saldría jamás.

Pero Noret también era un hombre muy enigmático y solo en contadas ocasiones se dirigía a sus alumnos. Unos años atrás, un alumno abatido grabó la cita más famosa del maestro de armas en una piedra pulida cercana al grupito de cabañas de la isla:
Yo mismo sigo siendo indigno. No estoy preparado para enseñar a nadie.

Cuando le preguntaban por sus legendarias victorias, Noret callaba, y eso obligaba a los alumnos a aprender y adornar las historias por su cuenta. Solo él conocía la verdad. En cada batalla se exponía cada vez a mayores peligros, siempre buscaba los enfrentamientos más arriesgados, los enemigos más mortíferos, y dejaba a su paso un reguero de robots destrozados. Jool Noret no vacilaba jamás y se había convertido casi en invencible sencillamente porque no le importaba vivir o morir. Todos sabían que deseaba morir, y sin embargo seguía vivo.

Luchaba por la simple belleza de la batalla y la sensación de liberación que le producía, por la expresión artística de la violencia. Había nacido para ello, heredero del espíritu de Jav Barri, y había trabajado esa herencia instintiva para convertirse en un guerrero insuperable. La muerte de su padre le obligaba a hacerlo.

Noret había iniciado él solo rebeliones en muchos de los Planetas Sincronizados más débiles: se infiltraba en poblaciones humanas cautivas y les proporcionaba armas de impulsos para fundir los circuitos gelificados o explosivos, y armas más convencionales para iniciar sabotajes. Se escabullía como un asesino entre las máquinas y desactivaba y destruía veintenas de robots y, después de alborotar el avispero e infligir el mayor daño posible, escapaba y regresaba a los planetas de la Liga.

Pero nunca le parecía suficiente.

Escalar aquel acantilado desnudo era un ejercicio mucho más sencillo que superar las condiciones que se había impuesto para vivir y demostrar su valor. En el tramo más difícil de la pared, un saliente peligroso, Noret incluso aumentó la velocidad de su vertiginoso ascenso.

Se daba cuenta de que las demostraciones como aquella siempre eran arriesgadas, no solo para él, sino también para cualquiera de los jóvenes mercenarios que intentara emularlo. Pero era una lección valiosa: en la vida no había redes de seguridad y desde luego tampoco en tiempos de guerra, cuando la violencia podía cambiar cualquier situación en cuestión de segundos.

En las raras ocasiones en que regresaba a Ginaz, realizaba aquellos ejercicios para él mismo y, al tiempo que afinaba sus habilidades, proporcionaba a los otros algo que emular. Eso no significaba que se relacionara con los estudiantes; se mantenía lejos de la admirativa mirada de los alumnos, solo. Por el mero hecho de llegar a la cima les enseñaba que el cuerpo es capaz de gestas notables. Los seres humanos debían matar con precisión y refinamiento, una forma de arte que ni la más eficiente de las máquinas dominaría jamás. Se secó el sudor de sus cabellos claros y siguió escalando, cada vez más cerca de la cima del acantilado.

De pronto se deslizó en silencio hacia un lado y se perdió en las densas sombras de una grieta donde no llegaba la luz de la luna, para reaparecer un instante después debajo del saliente donde esperaban los alumnos. Noret corrió por una estrecha cornisa y siguió subiendo. Le traía sin cuidado lo que otros dijeran de él o el aura de misterio que le rodeaba y que no hacía más que aumentar la curiosidad y fascinación de la gente. Sus razones para entrenarse tan duramente eran privadas.

—¿Dónde está? —oyó que preguntaba uno de los alumnos—. No lo veo.

—Está detrás de nosotros —respondió Chirox, volviéndose para saludar a Noret— . En esta partida, nos ha matado a todos.

Veinte pares de ojos se volvieron a mirar.

Jool Noret permanecía inmóvil en posición de combate, y las sombras de la noche daban a su rostro bronceado y cruzado de cicatrices un aspecto aún más enigmático. De pronto, sin previo aviso, dejó atrás a los alumnos, saltó por el borde del acantilado, con los largos cabellos ondeando al viento, y desapareció de la vista.

87

A veces, la línea entre el valor y la temeridad es indistinguible.

Z
UFA
C
ENVA
,
Memorias de la Yihad

Después de más de siete años, los astilleros de Kolhar habían producido al fin la primera flota de naves mercantes que viajaban plegando el espacio. Se habían probado numerosos prototipos y Venport decidió que había llegado el momento de adaptarlos para usos comerciales, esto es, para el transporte de los productos que necesitaba la Liga de Nobles.

Aunque la idea la inquietaba, Norma no tuvo más remedio que desarrollar sistemas de navegación parcialmente computarizados para sus avanzadas naves. Los cálculos de Holtzman y la generación del campo de distorsión requerían unas matemáticas tan complejas que ningún humano normal podría resolver las ecuaciones sin ayuda. Y tras años de rigurosas pruebas, disponía de datos suficientes para saber que los vuelos eran demasiado peligrosos y el riesgo de destrucción era inaceptable.

Esperaba que los complicados instrumentos de navegación la ayudaran, pero tuvo buen cuidado de no crear ningún sistema de gelcircuitos potencialmente independiente. Antes preferiría desbaratar toda la flota mercante de VenKee que crear sin darse cuenta un nuevo Omnius. Ella era la única persona que tenía acceso a las salas de navegación de las nuevas naves; ni siquiera Aurelius, su marido, podía entrar en esas áreas selladas.

Encerrada entre las paredes negras de la cámara de orientación de su nave más moderna, Norma insertó un pequeño cilindro en un puerto de activación y luego observó con atención una pantalla holográfica tridimensional donde aparecían las coordenadas de todos los cuerpos astronómicos conocidos. A su juicio, ningún ser humano, ni siquiera un genio de su talla, podría trazar una ruta segura a través de las circunvoluciones del espacio plegado y de los riesgos que se escondían en el vasto universo. No tenía más remedio que confiar en los ordenadores, por peligrosos que fueran.

El sistema terminó de cargar la detallada relación de coordenadas y ella retiró el cilindro y lo escondió en uno de los grandes bolsillos de su bata de laboratorio de color verde pálido.

A pesar de la ingente cantidad de fondos y recursos invertidos en Kolhar, la Liga de Nobles ignoraba la existencia de las nuevas naves. Sin embargo, la gente empezaría a sospechar cuando centenares de las pequeñas y veloces naves de VenKee empezaran a dejar atrás a la competencia. En cuanto se corriera la voz —y eso era inevitable—, ella se aseguraría de que Aurelius Venport fuera considerado el impulsor de aquella revolucionaria tecnología. Nunca le habían interesado la fama y el poder, le parecían una pérdida de tiempo. Además, ella había visto con sus propios ojos cómo el ansia de poder o de fama podían torcer y destruir el genio, como le había ocurrido al gran Tio Holtzman.

Y ya que su marido siempre había tenido fe en ella y le había proporcionado los fondos necesarios, le cedería de buen grado los honores. Aurelius era un político astuto y tendría mucha más influencia si contaba con las cartas adecuadas. Encontraría la manera de disfrutar de la atención al tiempo que esquivaba las preguntas sobre la naturaleza de aquella tecnología. De todos modos, a ella solo le interesaba el éxito del proyecto.

Se había enviado más de un centenar de sus nuevos cargueros tripulados por pilotos mercenarios que conocían y aceptaban los riesgos. Después de muchos años y de una colosal inversión, Aurelius estaba a punto de conseguir unos enormes beneficios a pesar del número de naves y cargamentos que se perdían. Y sin su socio tlulaxa, Venport controlaba aquel inmenso imperio comercial gracias a Norma.

A pesar de los numerosos accidentes que hubo, la primera tanda de vuelos se completó con sustanciosos beneficios. En las bodegas de las nuevas naves VenKee transportaba rápidamente productos vitales a través de enormes distancias. Se entregaban drogas y alimentos perecederos procedentes de Rossak en cualquier lugar de los mundos de la Liga, y en menos tiempo del que se tardaba en encargarlos. El comercio de melange había crecido exponencialmente a medida que su uso se extendía a lo largo y ancho de la Liga y cada transporte de especia prácticamente cubría el coste de uno de los cargueros que plegaban el espacio.

Con suerte, el nivel de seguridad aumentaría. Dentro de los límites del secreto industrial, Venport informaba previamente a las tripulaciones de los grandes peligros que planteaban las nuevas naves y les pagaba un sustancioso suplemento por peligrosidad. En privado, había confesado a Norma que habría preferido no tener que arriesgar vidas humanas, que sería mejor que lo hicieran todo las máquinas. Pero, después de meditarlo mucho, decidió que eso era imposible. No se podía confiar en las máquinas.

Los ciudadanos de la Liga habían empezado a ver a Venport como a un salvador y un patriota, y sus competidores buscaban desesperadamente la manera de descubrir el secreto de aquellos viajes tan rápidos. Tio Holtzman había confiscado todos los trabajos y diseños de Norma, pero se había volatilizado en la explosión pseudoatómica que había destruido Starda, y ella sabía que ninguna otra persona tenía capacidad para comprender el sistema.

Tras estudiar el cráter y las ruinas de la ciudad en Poritrin, Norma creía haber encontrado la explicación de lo ocurrido. El resto de la Liga podía seguir pensando que los esclavos zenshiíes habían conseguido un ingenio nuclear, pero ella recordaba un ensayo controlado realizado en un asteroide hacía casi cuarenta años. Vio los resultados de la interacción de un arma láser con un escudo Holtzman. Norma sospechaba que un error, quizá cometido por el mismo Holtzman, había provocado la devastadora explosión.

Y ella no deseaba cometer un error semejante.

Puso en marcha el sistema de navegación en modo autodiagnóstico y dirigió la nave en varios viajes simulados a través del espacio. En las paredes que la rodeaban aparecieron unas pantallas ovaladas que mostraban nebulosas, cometas y novas.

Aurelius nunca le había fallado, nunca le había sido infiel. Incluso cuando analizaba fríamente la relación que mantenían, le sorprendía que siguiera con ella tal como había prometido. Aquel hombre la quería de verdad y era un padre extraordinario para el único hijo que tenían. Justo lo que siempre había deseado.

Pero la mayor creación de Norma seguía siendo el nuevo ingenio. Tenía la profunda convicción de que aquella tecnología —si alguna vez resolvía los problemas y peligros que aún planteaba— se convertiría en la base de una empresa comercial que empequeñecería a los planetas de la Liga, algo mucho más importante que una simple compañía.

Hasta la fecha, algunas de las naves se habían desviado de su ruta, otras habían sufrido graves desperfectos y algunas habían desaparecido. En otro de los viajes, una nave atravesó el corazón de un sol y fue destruida. Cuantos más viajes se hicieran, más naves —y más pilotos— se perderían.

El excesivo índice de accidentes indicaba los riesgos de aquella innovadora tecnología. Norma se había devanado los sesos tratando de encontrar una solución, pero no parecía haber ningún sistema de seguridad fiable, aparte de una navegación precisa. No había vuelta de hoja: las grandes naves recorrían enormes distancias en un instante y estaban condenadas en el momento en que se fijaba una ruta equivocada. Ningún humano, y probablemente ninguna mente computarizada, podía reaccionar y hacer los cálculos para corregir una ruta equivocada en cuestión de segundos.

Pero para Venport la relación entre ganancias y pérdidas seguía siendo aceptable, porque seguía habiendo un número suficiente de naves que conseguía llegar. Dejando aparte su preocupación por las posibles bajas entre los pilotos, que mitigaba pagándoles generosamente, describía la rentabilidad como una lotería. Solo tenía que ajustar los precios para tener en cuenta lo que él llamaba
disminución de las existencias
.

En la sala de navegación, la nave en la que Norma simulaba un viaje pasó junto a un ficticio campo de batalla en el que los cruceros de guerra de la Yihad estaban destruyendo fuerzas robóticas, un ligero aderezo que había añadido por diversión.

—Ocupada, como de costumbre. Me maravilla que puedas pasarte días enfrascada en tu trabajo sin descansar.

Norma notó que su marido entraba, y en ese momento se dio cuenta de los complejos sistemas computarizados que tenía ante ella.

—No deberías distraerme. ¿Cómo has conseguido entrar?

—Unas cámaras ocultas me revelaron cómo entras en estas habitaciones.

Norma frunció el ceño.

—Entonces tendré que endurecer las medidas de seguridad. Esta zona está restringida para todo el mundo, incluido tú.

Venport también frunció el ceño. Aunque tenía sesenta y dos años, gracias al constante consumo de melange, todavía parecía un hombre de treinta.

—Y por lo visto, también tu hijo. Adrien lleva días tratando de verte y tú ni siquiera le has respondido. Es muy espabilado para su edad, pero sigue siendo un niño.

La imagen de su hijo cruzó por su pensamiento. El niño tenía la sonrisa y el cabello negro y ondulado de su padre. Sus genes eran perfectos gracias a la manipulación interna que realizó Norma durante el proceso de concepción. Descubrió que podía visualizar y dirigir su sistema reproductor de manera que solo el esperma y el óvulo óptimos se unieran.

Norma bajó la vista.

—He estado ocupada tratando de comprender los errores de navegación. Con un coeficiente de pérdidas tan alto, no podemos permitirnos prestar nuestras naves a la causa de la guerra. Y ese era mi propósito original. Mi madre me ha estado presionando para que comunique al ejército la existencia de nuestra tecnología, para que puedan usarla para transportar tropas a las zonas de batalla, pero no quiero tener tantas muertes sobre mi conciencia.

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