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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La cruzada de las máquinas (73 page)

BOOK: La cruzada de las máquinas
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Durante el resto del día, los anfitriones tlulaxa continuaron con la gira y les enseñaron todo tipo de muestras biológicas sumergidas en los tanques. Niríem, siempre alerta, no se separó en ningún momento de Serena.

Después de cenar, asistieron a una recepción oficial, donde siguieron hablando del tema. Iblis parecía bastante satisfecho cuando se presentó ante Serena con una oferta del consejo tlulaxa.

—Nuestros amigos han hecho una propuesta muy generosa, Serena. Desean tomar muestras de vuestras células y vuestro ADN. Esto les permitirá crear órganos sustitutos específicos por si… resultarais herida en algún intento de asesinato.

Serena frunció el ceño.

—¿Acaso no puedo utilizar los órganos estándar como los soldados yihadíes?

Rekur Van se acercó a toda prisa en la pequeña sala de banquetes.

—Por supuesto, sacerdotisa, pero siempre existe una pequeña posibilidad de que su organismo los rechace. Biológicamente es imposible garantizar la compatibilidad de un órgano, a menos que se cree utilizando su ADN. Es como un seguro, y el Gran Patriarca está de acuerdo.

Xavier Harkonnen miró con escepticismo a Iblis y luego al comerciante de carne.

—No creo que sea necesario…

El rostro de Serena se iluminó.

—No, está bien. Creo que es una buena idea. También me gustaría que crearan una base con las células del primero Harkonnen, el Gran Patriarca Ginjo… e incluso del doctor Suk.

Xavier parecía alarmado, y se llevó la mano al pecho.

—Los pulmones que recibí hace años funcionan perfectamente, Serena. No veo la necesidad de…

—Pero yo sí. Así que está decidido.

A la mañana siguiente, después de que les tomaran las muestras y las etiquetaran cuidadosamente, Iblis los apremió para que volvieran cuanto antes al puerto espacial.

—Vamos, Serena. Los tlulaxa han sido más que generosos con su tiempo. Ya habéis visto lo que queríais. Además, ya no queda nada más que hacer aquí.

Finalmente, después de un desayuno que pareció extrañamente precipitado, Serena sonrió a sus anfitriones tlulaxa. Quería asegurarse de que entendían hasta qué punto valoraba lo que estaban haciendo.

—Estoy muy impresionada; les felicito por lo que han logrado. Mi sueño es que se conviertan ustedes en miembros de pleno derecho de la Liga de Nobles. Toda la humanidad se beneficiaría con su aportación.

—Quizá podamos discutir ese asunto en el futuro —dijo Iblis—. En todo caso, lo importante es que los tlulaxa continúen colaborando generosamente con nosotros.

—Sí, supongo que tenéis razón.

Iblis llevó rápidamente a Serena y su séquito de vuelta a la lanzadera, como si no quisiera que indagara más. El doctor Suk parecía totalmente impresionado.

—Sois la sacerdotisa de la Yihad —dijo Iblis—, la persona que ha unido a la humanidad frente a Omnius. Con vos nada es imposible. —Mientras hablaba, no dejaba de lanzar miradas significativas a Rekur Van y a los otros tlulaxa.

Cuando por fin se separaron, Serena pensó que el Gran Patriarca parecía muy satisfecho por cómo había ido la visita. Pero en su corazón no podía evitar tener la sensación de que algo no iba bien…

173 a.C.
Año 29 de la Yihad
Un año después del regreso de los pensadores de la Torre de Marfil
76

Las oportunidades pueden surgir en un instante, o tardar mil años en desarrollarse. Debemos estar siempre preparados para coger lo que es nuestro.

G
ENERAL
A
GAMENÓN
,
Nuevas memorias

Si Agamenón tuviera aún un cuerpo físico, su rostro habría esbozado una sonrisa triunfal mientras contemplaba la flota robótica reunida en Bela Tegeuse. Con su cerebro orgánico sumergido en el electrolíquido de su contenedor, el general cimek sintió un hormigueo por la expectación y la sensación de triunfo.

Omnius jamás sospecharía nada.

Los dos titanes que acompañaban a Agamenón se sentían exactamente igual, además del neocimek Beowulf y los ciento diecisiete ambiciosos neocimek a los que habían atraído a su revuelta contra los Planetas Sincronizados.

—¡Por fin podremos volver a una nueva Era de los Titanes! —Las palabras de Agamenón fueron transmitidas al enjambre de naves cimek que viajaban como discretas rémoras entre un banco de mortíferos tiburones—. Reinstauraremos nuestro liderazgo y recompensaremos y daremos poder a los visionarios que deseen destruir a la supermente.

El Omnius-Corrin había enviado aquella inmensa flota, junto con numerosos cimek
leales
para imponer su control antes de que los salvajes humanos pudieran hacerse con el planeta. La supermente había dado a su general cimek instrucciones muy claras para que no permitiera que aquel planeta sincronizado herido cayera en manos de los hrethgir.

Y Agamenón pensaba cumplir las órdenes… solo que a su manera.

Beowulf, el mayor genio de la programación desde los tiempos del titán Barbarroja, había diseñado instrucciones y bucles de programación específicos para todas las naves robóticas, supuestamente para protegerlas frente al caos y el desorden que iban a encontrar en Bela Tegeuse. Las naves robóticas les protegerían contra cualquier absurda incursión de los humanos.

La flota robótica llevaba una actualización completa de Omnius, con todas las instrucciones y la información necesaria para devolver a Bela Tegeuse a su estatus de Planeta Sincronizado.

Todas aquellas hermosas e inmensas naves serían un buen punto de partida para la flota imperial cimek de Agamenón.

Las naves de guerra rodearon el planeta cubierto de nubes y enviaron señales de identificación para solicitar una respuesta del núcleo de Omnius de Comati. La única respuesta que recibieron fue el sonido de la estática. La ciudad había quedado arrasada tras el golpe atómico de Hécate. Momentos más tarde llegaron algunos mensajes fragmentarios de humanos de confianza que habían conseguido reactivar parte de la red tecnológica.

Agamenón se sintió aliviado al ver que no había fuerzas de ocupación hrethgir y no tendría que combatir contra los yihadíes y tratar de someter a Omnius a la vez. Sería más fácil enfrentarse al enemigo por separado.

—Atención, flota de máquinas pensantes —transmitió—. El cimek Beowulf ha preparado un programa para vosotros.

Beowulf tomó la palabra.

—Antes de que partiéramos de Corrin, Omnius me entregó un paquete confidencial que por razones de seguridad no debía instalarse hasta este momento. Preparaos para recibir la transmisión.

El genio neocimek introdujo los códigos de acceso y las confiadas máquinas pensantes lo aceptaron. Toda la flota de naves de guerra se tragó la reprogramación como una pastilla de veneno.

En una reacción en cadena, una a una, las naves robóticas se fueron desactivando encima del planeta, como luces que se apagan en una gran ciudad. Un golpe sin derramamiento de sangre.

Los gritos de alegría y sorpresa se extendieron por los canales privados de comunicación de los cimek y las líneas abiertas. Pequeñas naves cimek se pusieron a revolotear como avispas alrededor de la silenciosa flota robótica.

—¿Por qué no hicisteis esto hace siglos? —preguntó uno de los neos rebeldes.

—No era fácil reprogramarlos —dijo Beowulf—. Pero fue el hijo de Agamenón quien me indicó la dirección que debía seguir. Según nuestros infiltrados en la Liga, Vorian Atreides estaba detrás del engaño a los sensores de nuestras naves en Poritrin, y también del virus que engañó a la flota robótica en Anbus IV.

El general titán le dio la razón.

—Dado que Vorian volaba con Seurat en sus viajes de actualización (Seurat, el robot que repartió las actualizaciones contaminadas entre los Planetas Sincronizados), no me cabe duda de que él también está detrás de eso. También los cimek podríamos haber utilizado una técnica similar hace tiempo, pero esto solo puede funcionar una vez, y teníamos que prepararlo a conciencia. Todos. Y ahora por fin ha llegado el momento.

Agamenón examinó las fuerzas que había reunido y la poderosa pero confiada flota robótica.

—¡Llevo mil años esperando esto! Titanes, venid a bordo de la nave de vanguardia. Convocaremos una reunión con Omnius.

Las naves cimek convergieron en torno a la nave robótica central, como piratas que rodean el cofre del tesoro. Agamenón acopló su nave a la cámara estanca y las otras naves hicieron otro tanto. El general titán instaló su contenedor cerebral en un cuerpo móvil impecable y lo vistió igual que podría haber hecho el Agamenón originario cuando entró en la ciudad caída de Troya: con una capa triunfal.

—Hace mucho tiempo conquistamos el Imperio Antiguo y lo perdimos frente a Omnius —dijo a Juno, Dante y al orgulloso Beowulf, cuyo ingenio había hecho posible aquello—. Ahora los Planetas Sincronizados están debilitados después de siglos de lucha __ contra los humanos libres. El ejército de la Yihad ha debilitado a las máquinas pensantes por nosotros. No debemos desaprovechar esta oportunidad.

La nave de actualización de Omnius estaba a oscuras, en silencio, y su robot piloto estaba paralizado gracias a la inteligente programación de Beowulf. Los cimek no volverían a tener la oportunidad de poner en práctica un truco como aquel, pero quizá tampoco haría falta.

En su cuerpo móvil, Agamenón abrió de un tirón el compartimiento sellado donde se guardaba la actualización de Omnius. La gelesfera plateada descansaba sobre un cojín. Agamenón introdujo una extremidad con garras metálicas y cogió la reluciente esfera que contenía tantos decillones de pensamientos.

Bela Tegeuse era el primer paso.

—Omnius, pareces tan débil y frágil —dijo—. Con este sencillo gesto, doy inicio a una nueva era… y pongo fin a la tuya.

Agamenón cerró su puño articulado y estrujó la gelesfera plateada. Ahora Omnius y sus máquinas se enfrentaban a una guerra a tres bandas.

77

¿Qué clase de Dios nos prometería una tierra como esta?

Lamento zensuní

Después de cinco meses de penurias, sus provisiones habían menguado, había muerto gente… y Arrakis seguía siendo tan inhóspito e inhabitable como al principio. Ishmael notaba un descontento cada vez mayor entre los zensuníes.

—Este planeta no es más que una duna gigante —se lamentó uno de los refugiados demacrado y quemado por el sol. Estaba sentado en una roca, cerca de la nave siniestrada. No tenían a donde ir.

Aun así, su líder se negaba a perder la esperanza. Ishmael insistía en que tuvieran fe, que soportaran aquel calor opresivo y se adaptaran a aquel nuevo lugar que, por la razón que fuera, Dios había elegido para ellos. Recitó sutras que aplicó a aquella situación y que reconfortaron a su gente.

Uno de ellos lo había aprendido de su abuelo:
El coraje y el miedo se persiguen siempre el uno al otro, siempre.

Su hija Chamal se había vuelto callada y dura, y ya había dejado de creer que su marido quizá seguía con vida. El, Ingu y el tlulaxa se habían ido en el único vehículo que tenían, y no habían vuelto. Ya había pasado demasiado tiempo. Después de semanas sin saber nada, Chamal había dejado de esperar que Rafel volviera con buenas noticias y agua fresca.

En sus ojos Ishmael veía que había pensado en todas las posibilidades: que se habían perdido, que se habían estrellado durante una tormenta, que Tuk Keedair los había matado… A nadie se le pasaba por la imaginación que podían haber encontrado un lugar civilizado y no habían querido enviarles ayuda.

Ishmael se apoyó contra una roca y abrazó a su hija, deseando que pudiera volver a ser una niña sin preocupaciones. Había perdido a su marido, y ahora él era su único apoyo. Pero lo cierto es que él mismo había perdido a su mujer, y seguramente sería responsable de la muerte de todos aquellos refugiados zensuníes. ¿Con qué propósito habían huido? Quizá, después de todo, habría sido mejor que se hubieran unido a la revuelta de Aliid. Con un poco de suerte, los zenshiíes habrían ganado aquella batalla en Poritrin, aunque lo dudaba, y dudaba que jamás llegara a saberlo.

A pesar de las penalidades, no se arrepentía de su decisión. Mejor morir de hambre en aquel infierno que convertirse en un asesino, aunque fuera un asesino de esclavistas.

—Budalá nos ha enviado aquí por algún motivo —murmuró, como si quisiera tranquilizar a Chamal—. Podrían pasar mil años antes de que nuestro pueblo descubra cuál es.

A todos los efectos, Ishmael y sus seguidores habían desaparecido del universo. Los zensuníes habían establecido su campamento alrededor de la nave, habían desmontado el casco y habían cogido todo lo que se podía aprovechar. Algunos de los más inteligentes construyeron ingeniosas trampas y filtros para recoger el rocío, pero no daba el suficiente líquido para mantenerlos a todos.

Aquel último día, antes de huir de Poritrin, los esclavos solo cogieron lo que pudieron encontrar en el hangar de Norma Cenva, y con eso no podían ni siquiera cubrir sus necesidades básicas. La nave no había sido pensada para transportar a cien prófugos zensuníes sin equipo ni material. Ni siquiera los más pesimistas esperaban ir a parar a una tierra tan yerma e inhóspita.

Arrakis no mostró compasión por ellos, no les ofreció ninguna ayuda.

Después de esperar durante un mes que fueran a rescatarlos, un grupo de endurecidos voluntarios abordó a Ishmael bajo el fresco del anochecer. Sus ojos estaban enrojecidos, sus mandíbulas apretadas.

—Necesitamos una brújula, agua y comida —dijo uno de ellos hablando en nombre de los demás—. Seis de nosotros queremos partir a pie para tratar de encontrar Arrakis City. Esta podría ser nuestra última oportunidad.

Ishmael no podía negarse, aunque estaba prácticamente seguro de que fracasarían.

—Budalá nos guía. Seguid su senda, sentidlo en vuestros corazones. Los sutras dicen:
La senda hacia Dios es invisible para el que no cree, pero incluso un hombre ciego podrá verla con total claridad si tiene fe.

El hombre asintió.

—He tenido un sueño en el que me veía caminando por las dunas. Creo que es la voluntad de Budalá que lo intente. —Ishmael no podía discutirle algo así, ni reprocharle su valentía.

El grupo solo llevaría una pequeña botella de agua y comida para una semana. Si no encontraban ningún asentamiento en ese tiempo, no tendrían provisiones para volver.

—Es mejor morir intentando salvar a nuestra gente que quedarnos aquí esperando que la muerte se nos lleve a todos —dijo el portavoz del pequeño grupo.

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