La cruzada de las máquinas (68 page)

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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La cruzada de las máquinas
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Pero Zufa no había podido apartar aquel pensamiento. Era como si alguien se hubiera puesto a gritar en su cabeza, exigiéndole que partiera inmediatamente.
Ven a Kolhar. Reúnete allí conmigo.
Y ella, la hechicera suprema de la Yihad, no tuvo elección.

Aquel planeta poco destacable estaba cerca de las rutas comerciales de Ginaz, aunque nunca le había prestado mucha atención. Zufa tenía otras prioridades en la Yihad.

¡Ven a Kolhar!

Su nave privada empezó a descender y los sistemas de a bordo escanearon la superficie buscando un lugar seco donde aterrizar cerca de los toscos asentamientos que había en los márgenes de una zona pantanosa y desolada. Una profunda sensación de tristeza la invadió como un veneno. El cielo, el agua, la tierra empapada e incluso los árboles retorcidos, todo le parecía apagado.

Madre. Ven a Kolhar. ¡Ahora!

¿Madre? ¿Era posible que fuera alguna extraña forma de comunicación con el feto que crecía en su interior, la hija de Iblis Ginjo, que ya fuera un ser presciente y la enviara a una misión? De ser así, se trataría quizá de la mayor hechicera de todos los tiempos. Sonriendo para sus adentros, Zufa se tocó el vientre, aunque aún no se notaba el embarazo.

Desde luego, la canija de Norma no podía tener aquellos poderes. Hacía años que no sabía nada de ella. Incluso el savant Holtzman había dejado de perder el tiempo con ella y es posible que la hubiera deportado antes del desastroso levantamiento de los esclavos.

¿Significaba eso que Norma estaba viva, que había sobrevivido? A pesar de la decepción que había tenido con ella, seguía siendo su hija, y le preocupaba.

Pero, suponiendo que siguiera con vida, aquel mensaje no podía ser de ella, ¿verdad?

Un oscuro puesto fronterizo con un anticuado puerto espacial apareció a la vista. Como mucho, el principal asentamiento de Kolhar tendría solo unos cuantos cientos de miles de habitantes.

Cuando inició la aproximación, un hombre con voz débil autorizó su aterrizaje por el comunicador. Zufa no vio otras naves extraplanetarias por ninguna parte, solo el movimiento letárgico del tráfico local.

—Tenemos un lugar reservado para su nave, hechicera. La estábamos esperando.

Con una curiosidad que rayaba la irritación, Zufa lo presionó, e incluso trató de influir en él con sus capacidades telepáticas, pero el hombre no soltó prenda. Ella solo quería resolver aquel misterio y volver a su trabajo.

Siguiendo la llamada que oía en su mente, Zufa cogió un taxi-rail que la llevó del puerto espacial a una localidad situada doscientos kilómetros al norte. ¿Por qué iba a ir nadie hasta allí voluntariamente? El pequeño coche se deslizaba lentamente por una vía estrecha; fue un trayecto accidentado, sobre todo cuando subieron a una elevada meseta rodeada de montañas nevadas por tres de sus lados. Zufa sintió la tentación de utilizar sus poderes telequinésicos para que aquel trasto fuera más deprisa, pero se contuvo.

Cuando finalmente se apeó del vehículo en una pequeña estación y caminó por el estrecho andén de madera expuesto a los fríos vientos, una mujer rubia y sorprendentemente bella la llamó.

—Hechicera suprema Cenva. La he estado esperando.

Aunque el aire de Kolhar era húmedo y fresco, llevaba solo unas ropas anchas y finas que por alguna razón el viento no agitaba. Era joven, pero tenía algo atemporal, unos afables ojos azules y una piel inmaculada, como porcelana fina. Curiosamente, le resultaba familiar.

—¿Por qué se me ha convocado a venir hasta aquí? ¿Con qué medios has enviado semejante señal? —Consciente siempre de su posición, Zufa deseó no haber utilizado la palabra
convocado
, como si no fuera más que un lacayo al que su amo hace ir y venir a su antojo.

La bella desconocida le dedicó una sonrisa extraña e irritante.

—Sígame. Tenemos muchas cosas de que hablar… cuando esté preparada para escucharme.

Zufa la siguió al interior del edificio de la estación, donde un anciano flacucho se inclinó servilmente y le ofreció un grueso abrigo. Zufa lo rechazó, sin hacer caso del frío de aquella meseta.

—¿Quién eres? —De pronto, recordó uno de los mensajes:
Madre, ven a Kolhar. ¡Ahora!

La mujer se volvió a mirarla tranquilamente, como si esperara algo. A Zufa sus rasgos le resultaban tortuosamente familiares. Pómulos altos, perfil clásico: evidentemente era de Rossak. Parecía una de las grandes hechiceras, pero tenía una belleza más comedida y elegante. En cierto modo, sus ojos le recordaban a… pero ¡no podía ser!

—Si abres los ojos, verás que las posibilidades son ilimitadas, madre. ¿Eres capaz de verme bajo un aspecto distinto?

Sorprendida, Zufa echó la cabeza hacia atrás, luego dio unos pasos al frente, con los ojos entrecerrados y mirada recelosa.

—¡No es posible!

—Ven conmigo y hablaremos, madre. Tengo muchas cosas que contarte.

Se alejaron del pueblecito de la meseta en un vehículo terrestre y se adentraron en una desoladora zona de marismas medio heladas. Mientras el vehículo se abría paso por aquel terreno agreste y sin caminos, Norma le explicó su historia. Zufa estaba perpleja, casi no podía creer lo que oía, pero no podía negar algo que estaba viendo con sus propios ojos.

—Entonces, después de todo, ¡sí tenías poderes!

—Cuando me sometieron a aquellas terribles torturas fue como una sacudida que abrió mi mente a capacidades que no sabía que tenía. Mi mente se volvió hacia sí misma, y allí encontré mi belleza y mi paz. La piedra de soo que Aurelius me había regalado movió algo dentro de mí y me ayudó a centrarme. Los cimek no esperaban esa respuesta, y lo pagaron con sus vidas. Después me permití el lujo de moldear mi nuevo cuerpo de acuerdo con los rasgos que llevo grabados en mis genes. Dado el potencial de mis antepasadas, este tendría que haber sido mi aspecto.

El asombro de Zufa era evidente.

—Esto es lo que siempre había esperado, lo que exigía de ti. Y aunque nunca diste muestras de tener el don, me alegra ver que no me equivocaba. Si fui tan dura contigo fue porque era necesario. Lo llevabas dentro. —E hizo un gesto de asentimiento, dando a entender que lo decía como un cumplido—. Después de todo, eres digna de mi nombre.

Norma no se inmutó. Nada de lo que su madre dijera podía herirla. En su mirada había cierto escepticismo, como si no acabara de creer lo que Zufa le decía.

—Mi belleza es irrelevante para las cosas que ahora puedo hacer. Cuando mi cuerpo se desintegró, lo rehíce en consonancia con las imágenes de mis antepasadas maternas. Este cuerpo me gusta, pero supongo que si quisiera podría recuperar mi forma anterior. A mí nunca me ha importado tanto como a ti. Después de todo, la apariencia no es más que eso, apariencia.

Zufa estaba perpleja. Después de ser una decepcionante enana durante años, su hija parecía considerar aquella nueva belleza física como algo secundario. Norma no había adoptado aquella perfecta figura femenina para impresionar a nadie… o eso decía.

—No tendrías que haber renunciado, madre. —A pesar de sus palabras, Norma parecía estar más allá de la ira y el deseo de venganza, imbuida de una seguridad y una serenidad superiores—. Muchas de tus pupilas han muerto durante sus ataques mentales contra los cimek. Pero yo fui capaz de controlar un holocausto mental que hubiera destruido a cualquier otra hechicera… incluso a ti.

A Zufa aquella posibilidad le pareció maravillosa. Había visto morir a demasiadas hermanas en ataques contra las máquinas con mente humana.

—Tienes que enseñarme cómo se hace. —Miró a su hija, y se preguntó qué estaría pensando.

Norma aparcó el vehículo terrestre a escasa distancia de una casita aislada, y ella y su madre se apearon. Como si el viento frío la hubiera congelado, Norma se quedó muy quieta, con la vista clavada en una pequeña formación rocosa que había a unos metros. Ya habían pasado semanas desde el incidente que cambió su vida, y en ese tiempo no había intentado utilizar de nuevo sus poderes. No por cansancio, sino por la incertidumbre y el miedo a que sus capacidades se manifestaran de formas inesperadas. Pero, sobre todo, tenía miedo de hacer daño a su madre, que estaba junto a ella.

Norma relajó su cuerpo.

—Ahora no. No estoy preparada. Cuando me rehíce a mí misma, fue solo externamente, y movida por una situación extrema. Pero siento que esto es solo el principio, madre, una fase intermedia. No te sorprendas si en el futuro se producen más cambios en mí. No te sorprendas de nada de lo que pueda hacer.

El comentario asustó a la hechicera experimentada, que desvió la mirada, con las mejillas ardiendo de vergüenza.

Norma parecía distante y preocupada.

—Me preocupa el futuro, no el pasado. Si ya no te sientes decepcionada, significa que unidas podemos ser fuertes, más poderosas de lo que imaginas. —Un viento ártico agitó sus cabellos largos y rubios, dándole un aspecto etéreo contra el paisaje de montañas nevadas del fondo—. Es un buen momento para cimentar una nueva relación entre nosotras. Tenemos mucho que hacer.

Zufa no podía admitir abiertamente que lo sentía —una vida entera de disculpas no habría podido borrar el desprecio y la desilusión con los que había castigado a su hija durante tanto tiempo—, pero quizá podría esforzarse y unir sus capacidades a las de Norma para que pudieran hacer progresos significativos en su lucha contra el enemigo. Con el tiempo, Norma vería que su comportamiento era una forma implícita de disculparse.

La hechicera tendió las dos manos, indecisa, y, al hacerlo, vio que Norma hacía lo mismo, solo que una fracción de segundo más tarde. ¿O había sido simultáneo? Las dos mujeres se cogieron de las manos con torpeza y se abrazaron en un gesto que les resultaba extraño.

Luego caminaron sobre el suelo helado e irregular hacia la casa, un viejo edificio prefabricado, levantado hacía tiempo por un colono bien intencionado que había renunciado a sus sueños de independencia. Norma la había renovado y la había hecho habitable otra vez.

Norma habló, señalando los extensos campos que las rodeaban.

—Madre, yo veo más que un vacío desolador. ¡Veo todo un paisaje lleno de posibilidades! Por fin tengo los poderes mentales de una hechicera de Rossak, y conservo la agudeza matemática que desarrollé por mí misma. Ahora tengo la respuesta. Después de todos estos años, por fin sé cómo crear los motores que permitirán plegar el espacio. —Se volvió a mirarla, y Zufa sintió vértigo en aquella mirada—. ¿Lo entiendes, madre? Podemos construir naves que viajen de un campo de batalla a otro en un abrir y cerrar de ojos. Imagina el bien que podrían hacer nuestras naves si pudieran aparecer en cualquier lugar del universo en cuestión de segundos. El ejército de la Yihad podría golpear a los Planetas Sincronizados de forma tan inesperada que Omnius no tendría tiempo de reaccionar.

Zufa mantuvo el equilibrio, pero su mente daba vueltas y vueltas mientras veía todo un nuevo abanico de maravillosas posibilidades.

—Eso podría significar el cambio más importante en este largo conflicto desde… desde la destrucción atómica de la Tierra.

—Es mucho más que eso, madre. Mucho más. —Norma entrecerró sus ojos claros—. Pero esta vez no fallaré por culpa de mis defectos. En Poritrin infravaloré la importancia de la política y las relaciones personales. No entiendo el arte de la manipulación, ni deseo hacerlo.

Norma miro hacía la extensión de campos agrestes, como si en su mente pudiera ver ciudades invisibles aún por construir.

—Por tanto, necesito tu ayuda, madre. Mi visión es demasiado importante para negarla. No permitiré que ningún necio ni ningún burócrata egocéntrico me detenga. El savant Holtzman me perjudicó enormemente en Poritrin, y no me di cuenta de cómo entorpecía y retrasaba mi trabajo hasta que trató de robármelo todo. Quería mucho más que mis ideas. Quería poseer esas ideas porque él ya no es capaz de tener las suyas propias.

Zufa no fue capaz de disimular la sorpresa.

—¿El savant Holtzman? Ha muerto en la revuelta, igual que lord Bludd y la mayor parte de la gente que estaba en Starda.

Norma asintió.

—Lo sé, así que tendremos que empezar de cero, aquí en Kolhar. Necesito la habilidad y la influencia política de la Hechicera Suprema de la Yihad. Limitarse a desarrollar matemáticamente la idea no basta. Yo me encargaré de la parte tecnológica y tú te asegurarás de que se utilice. Tú y las otras hechiceras debéis ayudarme a convertir este lugar en unos astilleros enormes y secretos.

—Pero… ¿aquí? —preguntó Zufa, mirando hacia aquel terreno inhóspito.

Norma extendió los brazos con gesto expansivo.

—En mi mente veo una inmensa zona de lanzamiento en esta misma llanura, desde donde las naves podrán viajar por el universo, inmensas naves que dejarán pequeña la tecnología espacial que conocemos.

—Norma, tengo que decirte una cosa —dijo Zufa de pronto—: Yo… estoy embarazada de una niña. Controlando cuidadosamente mis ciclos internos, he concebido una hija con Iblis Ginjo.

Incluso la bella y poderosa Norma pareció sorprendida.

—¿El Gran Patriarca? Pero ¿por qué?

—Porque tiene un enorme potencial del que ni siquiera él es consciente. Seguramente tiene algo de sangre de Rossak. Pensé que podría darme una hija perfecta. Pero ahora veo que quizá no haga falta.

—Por lo visto las dos tenemos noticias sorprendentes —dijo Norma—. Muchas cosas han cambiado entre nosotras. Y respecto a Aurelius. El paisaje del futuro ha cambiado. —Sonrió con expresión afable.

A partir de ahora la compensaré por mis errores, por mi total y vergonzosa falla de fe en ella
, se prometió Zufa a sí misma. Se sentía profundamente culpable, porque sabía que tendría que haberla ayudado desde el principio. La compensaría por sus errores pasados.

—Sí, puedo ayudarte en esta misión tan importante. Me alegra que me hayas elegido para esta responsabilidad, hija mía.

La dulce sonrisa de Norma se borró, y fue como si mirara a través de su madre, como si sopesara aquel cambio de actitud en ella.

—Eres carne de mi carne y sangre de mi sangre. Si no puedo confiar en ti, ¿en quién voy a confiar? No tengo elección.

Entonces sus claros ojos azules destellaron de entusiasmo.

—Y para el siguiente paso necesito reclutar al perfecto hombre de negocios, para que patrocine esta importante empresa. —Norma respiró hondo aquel aire helado, y entonces se volvió para abrir la puerta de su casa—. Estoy impaciente por volver a ver a Aurelius.

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