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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La cruzada de las máquinas (101 page)

BOOK: La cruzada de las máquinas
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Los neocimek se adelantaron haciendo mucho ruido mientras Seurat consideraba sus posibilidades.

—Tu afirmación es correcta, Agamenón —dijo el robot—. Prefiero no sufrir daños. Quizá surjan nuevas opciones más adelante.

—No cuentes con ello.

Dos neocimek se llevaron al robot a una de las naves que esperaban y Agamenón fue a abrir la cámara de contención donde estaba la actualización de Omnius. Aunque aquello no era necesario para su plan, estrujó la gelesfera y convirtió a la supermente en un reluciente amasijo de circuitos.

Mientras él se divertía con aquello, otros cimek se movían por la nave, y robots preparados para moverse por el vacío se desplazaron por el casco exterior como insectos metálicos. Repararon a toda prisa los desperfectos que habían provocado sus armas e instalaron nuevas antenas de transmisión para que la nave pudiera seguir su camino hacia Richese.

—Los motores vuelven a estar operativos, general Agamenón —informó Dante—. La nave de actualización puede seguir su camino.

Utilizando lo que sabían de las predecibles rutas de la supermente, los rebeldes cimek ya habían seguido e interceptado diez naves de actualización. Habían destruido las suficientes copias de Omnius para que los Planetas Sincronizados, tan distantes entre sí, empezaran a fragmentarse. Las diferentes encarnaciones de la supermente ya no actuaban de forma coordinada.

—Instalad la nueva programación y soltad nuestra nueva arma. —Agamenón manipuló los mandos.

La nave de actualización aún tenía sus códigos de acceso y enlaces aprobados para el Omnius-Richese. Una vez hubiera franqueado el perímetro defensivo, alteraría su ruta. Los motores acelerarían y, como un martillo a toda velocidad, atravesaría la atmósfera y asestaría un golpe destructivo contra la ciudadela central de la supermente electrónica.

Y entonces los cimek podrían lanzarse contra aquel vulnerable Planeta Sincronizado. Agamenón ya tenía una poderosa fuerza militar esperando para atacar, asimilar y limpiar; tenía naves inmensas construidas en Bela Tegeuse, a las que se unía la fuerza robótica de combate recuperada y reprogramada que le habían robado a Omnius. En cuanto su nave destructora de actualización colisionara contra Richese, los cimek bajarían para terminar el trabajo. Quizá las máquinas pensantes del planeta tratarían de organizarse, pero las subestaciones de Omnius no podrían unificarlas con la suficiente rapidez.

El general titán volvió a su nave y todos los cimek observaron cómo la nave de actualización reprogramada entraba en el plano orbital del planeta. Richese pronto estaría bajo el control de los cimek, un paso más para lograr una nueva Era de los Titanes. Allí, Juno nuevamente haría su labor de convertir a los humanos oprimidos y desesperados en fieles aliados cimek.

Y quizá el robot cautivo Seurat le daría alguna idea de cómo actuar con su hijo traidor, Vorian…

—Preparados para entrar en acción —dijo Agamenón—. Esta vez no hay duda de que lograremos la victoria.

114

Me importa un comino la historia. Haré lo que sea más correcto.

P
RIMERO
X
AVIER
H
ARKONNEN
, carta a Vorian Atreides

Cuando partieron de Tlulax, Xavier pilotaba la nave diplomática personalmente. Ya lo había hecho en el viaje de ida, era su deber, y aunque se le veía terriblemente cansado, insistió en cumplir con su obligación. El primero parecía aletargado cuando despegaron de la ciudad cuadriculada de Bandalong.

Iblis Ginjo estaba en pie en la cabina del piloto, totalmente satisfecho, sujetándose al respaldo del asiento del pasajero y contemplando la brillante cuadrícula de metal y cristal de la ciudad. Las laderas se extendían en nítidas hileras, salpicadas por las puntadas de las engañosas granjas de órganos.

A bordo de la nave, cinco sargentos de la Yipol controlaban los movimientos de Xavier, pero el viejo primero manejaba los mandos con expresión cansada y derrotada. Decía que estaba impaciente por volver a casa.

Sin embargo, en su corazón sabía que Iblis no dejaría que llegara a Salusa Secundus. El Gran Patriarca no podía arriesgarse a que sus escandalosos secretos salieran a la luz, sobre todo los relacionados con las granjas de órganos de Tlulax y la payasada del martirio de Serena.

No, los sargentos de la Yipol provocarían algún accidente, lo matarían durante la travesía y volverían a Zimia fingiendo un gran pesar por la muerte del viejo héroe. Entonces Iblis podría seguir con sus planes de destruir Caladan, llevarse a su población para convertirlos en donantes involuntarios de órganos y avivar la ira de la gente contra las máquinas pensantes.

—Siempre he hecho lo que era mejor para la Yihad, Xavier —dijo Iblis con tono conciliador, tratando aún de convencerlo—. Piense en lo fuertes que somos ahora. El fin justifica los medios, ¿no?

—Todos podemos decir lo mismo —contestó Xavier—. Vorian, Serena y yo. Ha sido una guerra increíblemente larga. Y todos hemos hecho cosas de las que no estamos orgullosos.

—Seguro que hasta Serena habría estado orgullosa de nuestros actos —insistió Iblis—. Debemos ser fieles a su visión. Debemos hacerlo en su memoria.

Xavier hizo ver que estaba de acuerdo. Tenía que hacer creer al Gran Patriarca que no era una amenaza, que no haría ninguna temeridad. Pero, costara lo que costase, no podía dejar que aquel hombre corrupto siguiera ejerciendo su poder. Había que hacer algo antes de que fuera demasiado tarde.

Discretamente, Xavier ya le había dado instrucciones al joven Paolo.

Aquel transporte diplomático funcionaba con motores espaciales convencionales que tardarían varias semanas en llevarlos del sistema de Thalim a Salusa Secundus. Para casos de emergencias, una de las pequeñas kindjal de reconocimiento de la cubierta inferior había sido equipada con los nuevos escudos Holtzman de los astilleros de Kolhar. Sin embargo, viajar plegando el espacio aún era peligroso, y muchos pilotos habían desaparecido en viajes rutinarios. Pero si lo que buscaban era velocidad, no había otro remedio. El quinto Paolo aceptó el riesgo.

Una vez salieron de los límites de la atmósfera de Tlulax, Xavier maniobró lenta y cuidadosamente, como si se estuviera alineando con el vector adecuado para un lanzamiento a través del abismo del espacio.

En el panel de control se encendieron unos indicadores de alarma, tal como Xavier esperaba.

Iblis se dio cuenta enseguida.

—¿Qué es eso?

Xavier fingió estar confundido.

—Parece que la escotilla del hangar se está abriendo. Mmm, quizá no funciona bien. —Los hombres de Iblis miraron a su alrededor furiosos y sorprendidos.

Iblis no se dejaba engañar.

—¡Su ayudante! ¿Qué se llevan entre manos?

Xavier volvió a mirar las pantallas de seguimiento y dejó de fingir.

—Se está preparando para lanzar un kindjal que pliega el espacio. No creo que sus hombres lleguen a tiempo para detenerle.

Iblis espetó:

—¡Deprisa! Los cinco. Esa nave no tiene que despegar. ¡Traed a Paolo inmediatamente! —Los policías de la Yipol salieron a toda prisa de la cabina y se fueron por el corredor, pero el quinto Paolo ya se había ido.

Xavier estaba satisfecho; lo había sincronizado todo a la perfección. Iblis Ginjo y sus hombres no le habían quitado los ojos de encima, pero nadie esperaba que aquel oficial joven y despreocupado hiciera algo. Tampoco habían considerado la posibilidad de que Xavier actuara tan pronto, porque ni siquiera habían salido al espacio abierto.

—No sé qué espera que haga ese chico —dijo Iblis con expresión desdeñosa—. ¿Con quién va a hablar? ¿Quién va a creerle? Yo controlo las noticias y la información por toda la Liga. La gente cree en mí, así que puedo perfectamente denunciarle, a él y a usted. Y de todos modos ¿adónde piensa ir?

Sonriendo, Xavier se recostó en el respaldo de su asiento de piloto y manipuló los mandos. La puerta blindada de la cabina se cerró con un sonido siseante, dejándolo encerrado con el Gran Patriarca. Mientras Iblis se giraba alarmado, Xavier inutilizó el mecanismo de la puerta.

Las puertas ya no se podían abrir, al menos no con ninguna de las herramientas o los sistemas que había a bordo. Acaba de ganar por jaque mate a su oponente. Vorian, que disfrutaba tanto con las apuestas, se habría sentido orgulloso.

La nave diplomática seguía en el sistema de Thalim, pero Paolo ya había iniciado su viaje a las estrellas. Plegó el espacio y culminó su misión sano y salvo.

Furioso, Iblis aporreó la puerta, tratando de abrir, pero cuando vio que era inútil se volvió hacia Xavier y lo miró con expresión furibunda.

—Esperaba que no fuera tan estúpido, primero. Pensaba que entendía mi posición.

—Sé muchas cosas de usted, Iblis. Las granjas de órganos son solo uno de sus imperdonables crímenes y engaños. —Xavier entró en los controles de navegación, selló la ruta, cortocircuito el panel de controles y dejó el puente inoperativo. Ahora Iblis no podría hacer nada para detenerle.

—¿Qué está haciendo?

Muy por encima del planeta, la nave diplomática describió un arco y empezó a avanzar hacia el ardiente corazón del sistema. El sol de Thalim brillaba con intensidad, arrojando un intenso resplandor al interior de la cabina y proyectando sombras alargadas.

—Sé lo que hizo en los asentamientos de Chusuk, Rhisso y Balut —dijo Xavier—. No fueron las máquinas quienes los atacaron, ¿verdad?

—No tiene ninguna prueba —contestó con la voz destilando hielo.

—Interesante respuesta, pero no es precisamente lo que diría alguien que es inocente.

Mientras la aceleración automática hacía que la nave avanzara a toda velocidad, Iblis consiguió llegar dando tumbos al panel de mandos y echó a Xavier a un lado. Ninguno de los controles respondía. Empezó a maldecir.

—También sé lo que tenía pensado para los habitantes de Caladan —siguió diciendo Xavier—. Donantes frescos para las granjas de órganos mientras usted manipula al resto de la Liga.

El rostro anguloso de Iblis se ensombreció con una expresión obstinada de autojustificación.

—Serena Butler lo hubiera entendido. Ella sabía que la gente había perdido entusiasmo. Son perezosos, ya no piensan en la importante lucha que tenemos que librar. Por Dios, ¡si estaban dispuestos a aceptar la propuesta de alto el fuego de los pensadores! No debemos permitir que vuelva a pasar.

—Estoy de acuerdo —dijo Xavier—. Pero no a ese precio.

Unos fuertes golpes resonaban en la puerta de la cabina: eran los guardias de la Yipol, que trataban de entrar. Iblis trató de manipular un panel de control que había en la pared, pero la puerta siguió sellada. Se volvió a mirar a Xavier con rabia.

—¡Deje que entren, maldito sea!

Xavier se limitó a recostarse en su asiento y contempló la luminosa escena por las pantallas frontales. La nave se dirigía a toda velocidad hacia el horno deslumbrante de la estrella central del sistema de Thalim.

—Serena comprendía la necesidad del sacrificio y la motivación —dijo—, pero cuando llegó el momento, lo hizo personalmente. No pidió a ninguna otra persona que se convirtiera en una víctima por ella. Usted es un hombre egoísta y con una insaciable sed de poder, Iblis.

—No sé lo que…

—En lugar de protagonizar actos peligrosos usted mismo, elegía a víctimas confiadas. Ha hecho que la gente de Chusuk, Rhisso y Balut pague por su ambición.

—Si trata de poner al descubierto lo que considera mis crímenes, jamás logrará probar sus acusaciones. —Iblis lo aferró por los hombros. El primero ni siquiera se resistió cuando el Gran Patriarca lo arrojó de su asiento—. Nadie le escuchará, vejestorio. Mi poder es demasiado sólido.

—Lo sé —dijo Xavier, levantándose del suelo. Y con una extraña formalidad se sacudió su uniforme—. Por eso no puedo permitir que los políticos se encarguen de esto. Usted y su lacayo Yorek Thurr manipularían las pruebas y conseguirían librarse del castigo. Es una pena que no esté aquí con nosotros. Por eso voy a actuar en calidad de oficial del ejército por el bien de la Yihad… como he hecho siempre. Y mi decisión es eliminar al enemigo del campo de batalla. En este momento, usted es el mayor enemigo de la humanidad, Iblis Ginjo. —Sonrió.

La nave seguía su camino hacia el enorme sol de Thalim. La fuerte gravedad tendió sus dedos invisibles y seductores, acercándolos más y más deprisa. Iblis seguía debatiéndose inútilmente con los controles, maldiciendo, golpeándolos con el puño. Sacó su cuchillo y amenazó a Xavier.

—Haga que demos la vuelta.

—He inutilizado los sistemas de navegación. Nada en el universo podría alterar la ruta.

Los ojos oscuros de Iblis se abrieron desmesuradamente, porque al fin comprendió.

—¡No puede hacer esto!

—Ha sido muy fácil. Mire al sol. ¿Ve?, cada vez está más brillante.

—¡No! —se lamentó Iblis.

La Yipol continuaba aporreando la puerta sellada de la cabina, pero sus herramientas y sus armas no servían de nada. La nave se precipitó hacia las cortinas de fuego coronal que brotaba de la estrella.

—Lo peor de todo es que sé que fue usted quien convenció a Serena para que se sacrificara. Por su culpa esa mujer extraordinaria perdió su vida.

—¡Ella misma lo decidió! No podía permitir que los pensadores se salieran con la suya. Fue a Corrin a dar su vida para que la Yihad pudiera continuar. Era la única solución posible. Ella estaba dispuesta a pagar ese precio.

—Pero no de la forma en que usted lo dispuso. —Xavier ya no le escuchaba—. De todos modos, pronto podré preguntárselo personalmente.

La nave empezó a sacudirse a causa de la corrientes ionizadoras de la furiosa estrella, vibrando a causa de la altísima velocidad, pero no se desvió de su ruta. El transporte iba lanzado como una daga embotada hacia la esfera hinchada de gas incandescente. Iblis tenía la cara cubierta de sudor por el pánico y por el calor cada vez más intenso.

Xavier pensó en su vida, su familia, en todo lo que había hecho y dejado de hacer. No le importaba si la leyenda lo recordaba como un personaje menos importante de lo que había sido. Si el quinto Paolo conseguía culminar su misión con éxito, por lo menos Vorian Atreides lo entendería. Era lo único que pedía.

Aquello iba mucho más allá de sus motivos personales; no lo hacía por venganza. Sin Iblis y su habilidad para manipular a la gente, la Yipol y los tlulaxa no tendrían el carisma ni la autoridad para poner en práctica sus horripilantes planes para las colonias humanas. Xavier salvaría a la población de Caladan, y a todas las futuras víctimas del retorcido y mal enfocado fervor de Iblis.

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