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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La cruzada de las máquinas (100 page)

BOOK: La cruzada de las máquinas
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Con suavidad, Xavier dejó el cuerpo del tercero sobre el suelo manchado. Veía otros cuerpos medio desmembrados, conservados con vida para aprovechar los órganos y los tejidos. A algunos les habían arrancado la piel —seguramente para utilizarla en soldados con quemaduras—, y se veía el tejido muscular en carne viva.

Xavier empezó a andar dando tumbos, pensando si debía liberar a aquella gente, pero sabía que la mayoría moriría enseguida sin los sistemas a los que estaban conectados. Ya habían perdido órganos vitales. Quizá algunos lograrían sobrevivir, pero… ¿adónde iban a ir? ¿Qué podía hacer para ayudarles?

Aunque era un oficial de alto rango del ejército, allí estaba solo, rodeado de enemigos: los tlulaxa y también Iblis Ginjo y su Yipol. No podía dar la voz de alarma. Xavier se aferró al borde de una de las mesas de disección. El cuerpo que había sobre ella movió débilmente una mano y trató de tocarle.

—Creo que se imponen algunas explicaciones —dijo una voz poderosa—. No juzgue aquello que no entiende.

Xavier se volvió y vio al Gran Patriarca en pie al final del largo pasillo, acompañado por investigadores tlulaxa, guardias de la Yipol y comerciantes de carne. Se quedó petrificado. Sabía que, a pesar de su posición, estaba perdido. Quizá aprovecharían para quitarle también sus órganos…

—Entiendo mucho más de lo que querría —dijo Xavier, tratando de disimular su desagrado y su indignación—. Supongo que podréis justificar esto.

—Solo hay que ver las cosas con un poco de perspectiva, primero. Estoy seguro de que lo entiende, ¿verdad? —Iblis se veía robusto y fuerte, y en cambio Xavier se sentía increíblemente viejo.

—¿Es de aquí… —preguntó— es de aquí de donde salieron mis pulmones?

—Eso fue antes de que yo subiera al poder, así que no tengo forma de saberlo. Pero incluso si fuera así, cualquier persona objetiva lo consideraría un intercambio justo: la vida de un despojo sin nombre por la de un gran primero. —Iblis se irguió, buscando la forma de dar un argumento convincente—. La mayoría de estas personas son esclavos, parias salidos de planetas indeseables. —Miró con desprecio a las víctimas que estaban confinadas en las camas—. Pero usted es un genio de la táctica, un leal soldado de la Yihad. Piense en todo lo que ha hecho en las pasadas décadas, primero… todas las victorias que ha conseguido frente a Omnius. Se mire como se mire, su vida es muchísimo más valiosa que la de un simple esclavo, sobre todo un budislámico cobarde que se negó a luchar por la Yihad.

—El fin justifica los medios —dijo Xavier, sin atreverse a demostrar su repulsa—. Puede ser un argumento válido, sí.

Iblis sonrió, tomando erróneamente la calma de Xavier por aprobación.

—Mírelo de esta manera, primero: al mantenerlo vivo y con capacidad para rendir al máximo, el esclavo que sacrificó sus pulmones contribuyó a su manera a la lucha contra las máquinas. Si esa gente hubiera contribuido voluntariamente al esfuerzo de guerra de otra forma (como debe hacer todo humano) jamás los habríamos traído aquí, ¿no es cierto?

—Pero no todos los que hay aquí son budislámicos —dijo Xavier, mirando el cadáver macilento de Cregh. Las palabras eran como bilis amarga en su boca—. Este hombre fue soldado del ejército de la Yihad.

—¿Qué le ha dicho? —preguntó Iblis, con tono mordaz, apretando la mandíbula.

Xavier meneó la cabeza.

—Estaba demasiado débil, y ha muerto enseguida, pero le he reconocido. ¿Cómo ha llegado hasta aquí?

—Ese hombre ya no existe —dijo Iblis—. Algunos quedan tan malheridos en el campo de batalla que es imposible que sobrevivan. Aun así, sus cuerpos aún pueden dar esperanza a otros. La familia de este oficial cree que murió como un valiente en combate, y a todos los efectos, así ha sido. Después su cuerpo ha proporcionado los órganos necesarios para mantener con vida a otros yihadíes y a otros mercenarios. Hubiera muerto de todas formas. ¿Puede pedir más un soldado?

Xavier se sentía débil y asqueado. Nada de lo que Iblis dijera podía justificar lo que él y esos monstruos tlulaxa habían hecho.

—¿Serena estaba al corriente de esto? —preguntó al final con voz derrotada.

—No, pero la tecnología tlulaxa nos permitió recrear la fantasía de su martirio. Utilizando las células que los tlulaxa le tomaron de muestra cuando visitó Thalim hace diez años, clonamos un cuerpo genéticamente idéntico y lo mutilamos horriblemente. Captamos cada momento en imágenes con todo detalle, preparamos cada movimiento e hicimos que Omnius se comportara como el monstruo que todos sabemos que es.

A Xavier también le costó asimilar esto.

—Entonces ¿Serena no fue torturada? ¿No fue asesinada por las máquinas…?

—Di orden de que su jefa de serafinas la matara personalmente si el Omnius-Corrin no lo hacía. Serena tenía que provocar a Omnius para que la matara, pero si no lo lograba… Bueno, no podíamos permitir que eso pasara. Tenía que ser un golpe rápido e indoloro que sorprendiera totalmente a las máquinas. —Iblis se encogió de hombros.

Xavier se tambaleó a causa de la incredulidad.

—¿Y por qué iba a hacer una cosa tan terrible? ¿Qué ganaba…? —Pero él mismo se interrumpió—. Claro. Estaba echando más leña al fuego para avivar la llama de la Yihad. Sabía que nuestra gente estaba dispuesta a aceptar la paz de los pensadores por puro agotamiento, a menos que ella diera su vida para asegurarse de que eso no pasaba.

Sonriendo, el Gran Patriarca extendió las manos como si la respuesta fuera evidente.

—¿Puede imaginar una forma mejor de incitar a todos los humanos de la Liga? Serena no podía, ni yo. Yo me limité a asegurarme de que no fracasaba en su intento. Incluso los que protestaban callaron cuando vieron lo que Omnius había hecho a su amada sacerdotisa.

El gemido de uno de aquellos zensuníes medio descuartizados hizo que la atención de Xavier volviera a las camas. Tragó con dificultad.

—¿Sabía ella algo de los órganos, sabía de dónde venía la mayoría…, que cortáis a esta gente a trozos como si fuera una sastrería?

El Gran Patriarca lanzó una sonrisa de connivencia, mientras su Yipol y los tlulaxa esperaban inquietos junto a él.

—Serena tenía otras cargas que llevar, y solo se le decía lo que tenía que saber. Ella me pidió que buscara la forma de cuidar de nuestros yihadíes heridos, de conseguir esos órganos que necesitaban tan desesperadamente. Y aunque reconozco que todo esto no es agradable, es totalmente necesario. Estoy seguro de que lo entiende. —Esbozó una amplia sonrisa—. Piense en Serena y en su memoria, primero. Ya sabe lo mucho que elogió estas granjas y el bien que hacían. Ya sabe lo mucho que deseaba que Tlulax se uniera a la Liga de Nobles. A pesar de las formas, esto es lo que ella quería. —Dio un ominoso paso hacia él, fingiendo un tono paternal y comprensivo—. Xavier Harkonnen, sé que la amaba. No se precipite, por favor, no arruine el legado que Serena nos ha dejado a todos.

Xavier trató de contener su ira.

—No, no lo haré —dijo, esperando haber convencido a Iblis.

Los tlulaxa y los guardias de la Yipol lo miraban con recelo, pero Xavier no apartó la mirada de aquel hombre tan pagado de sí mismo.

—He visto demasiados horrores, demasiada guerra. Cuando volvamos a Salusa Secundus os pediré que… que aceptéis mi dimisión como primero del ejército de la Yihad.

Por un momento, Iblis pareció sorprendido, luego puso cara de alegría. Pero enseguida disimuló y asintió.

—Como quiera, y será con todos los honores, por supuesto. Ha servido fielmente al ejército, pero la guerra debe continuar hasta que derrotemos a Omnius. En el nombre de Serena, seguiremos haciendo lo que haga falta.

—Por supuesto —dijo Xavier—. Solo tenéis que decirlo, y haré lo que haga falta por Serena. Pero de momento solo quiero volver a casa.

Pero Xavier tenía otros planes, si lograba actuar con la suficiente rapidez.

113

Una auténtica creación, del tipo que a mí me interesa, con el tiempo se independiza de su creador. La evolución y la experiencia llevan al sujeto inicial muy lejos de sus orígenes, con un resultado incierto.

E
RASMO
,
Reflexiones sobre los
seres biológicos racionales

En medio de los altibajos de la Yihad, las naves de actualización de Omnius siguieron con sus rutas interminables y predecibles, yendo de un Planeta Sincronizado a otro. La naturaleza inmutable de la supermente era su punto más vulnerable.

Agamenón y sus cimek unificados sabían exactamente dónde esperar a la nave en la periferia del sistema de Richese. El general había dejado a Juno en Bela Tegeuse para que siguiera reuniendo y convirtiendo a la población. Tras nueve años de rebelión, contaban con muchos guerreros neocimek que se lo debían todo a los tres titanes supervivientes.

Y Omnius no se había tomado la amenaza en serio.

Mientras esperaban emboscados, Agamenón y Dante detectaron la llegada de la nave de actualización plateada y negra, que seguía tranquilamente su ruta entre Planetas Sincronizados. El capitán robot hacía su trabajo, sin plantearse en ningún momento que también formaba parte del conflicto.

Seis naves de neocimek esperaban al acecho, listas para atacar. Todas habían sido reforzadas con fuertes blindajes y mayor potencia de fuego en las industrias restauradas de Bela Tegeuse. Omnius había agregado pequeñas baterías de armas defensivas a muchas de las naves de actualización, pero se trataba básicamente de un gesto simbólico, insuficiente para proteger las esferas de un ataque cimek.

Agamenón sabía que sus rebeldes podrían apoderarse de la nave fácilmente. Los neos captados entre la población tegeusana estaban deseando demostrar su valía y participar en la lucha.

Beowulf los acompañaba con dificultad. El neocimek más antiguo había quedado muy tocado durante el ataque a traición de Hécate, y su nave casi quedó destruida por el bombardeo de esferas cinéticas. Cuando trataba de huir, las subidas de tensión provocadas por los fuertes impactos pasaron a su cerebro orgánico a través de los delicados mentrodos y quemaron algunas zonas. Beowulf quedó flotando a la deriva en el cinturón de asteroides de Ginaz, de donde fue rescatado por una partida cimek de reconocimiento. A causa de las heridas, ya no podía funcionar al mismo nivel que antes. Su mente no volvería a ser la misma.

Sin embargo, en un gesto de compasión muy poco habitual, el general titán había permitido que el cimek tullido y achacoso los acompañara en aquel ataque, aunque no iba a servir de gran cosa.

Aunque el ataque contra Zufa Cenva y Aurelius Venport no había salido como esperaban, los dos humanos habían muerto, y también Hécate, lo que significaba que no podría seguir interfiriendo en sus planes. Sí, un resultado aceptable.

Agamenón también había descubierto que era muy útil tener gente que difundiera rumores y espías entrenados por los mundos de la Liga más importantes. Después de ofrecerles la inmortalidad prometiéndoles convertirlos en neocimek, la gente de Bela Tegeuse se había ofrecido voluntariamente para actuar como observadores y reunir datos, cosa que permitiría que los titanes lucharan en aquella guerra de dos frentes con mayor eficacia. Omnius también utilizaba espías humanos, aunque con precaución, ya que temía que el contacto con la humanidad libre los corrompiera de forma irreparable… como había sucedido con su propio hijo, Vorian Atreides.

—Preparados para dirigirnos hacia el objetivo, general —anunció Dante.

Beowulf emitió un sonido entusiasta y finalmente ajustó sus sistemas de comunicación para que sus palabras fueran definidas, aunque algo lentas.

—Hora de matar a Omnius.

—Sí, es hora de matar a Omnius. —Agamenón dio la orden para que las naves emboscadas rodearan la nave de actualización.

Agamenón y Dante observaron desde una distancia prudencial mientras los neocimek se lanzaban sobre la nave y la obligaban a detenerse. Tenían orden de no causar ningún daño que no pudiera repararse con rapidez. En cuestión de minutos, los disparos precisos dejaron los motores de la nave fuera de combate y quemaron los sistemas implantados de transmisión.

El capitán robot trataría de enviar una señal de socorro, pero el Omnius-Richese jamás la recibiría ni sabría qué había pasado. Agamenón y su equipo se harían con el control de la nave y la mandarían de nuevo hacia el confiado planeta antes de que pudieran percibir ningún retraso.

—Deprisa —dijo—. No tenemos mucho tiempo.

Las naves cimek se acoplaron a la fuerza a la nave de actualización. Uno de los neos tegeusanos fue el primero en entrar, caminando con pasos mecánicos y ruidosos por las cubiertas metálicas y frías. Agamenón entró detrás y se dirigió hacia la cabina del piloto, impaciente por estrujar otra gelesfera plateada en sus garras de metal.

En el interior de la cabina, el robot de piel cobriza cogió totalmente desprevenido al osado neocimek. Le disparó con un arma de fuego y el proyectil compacto acertó en su contenedor, salpicando las paredes con materia gris y electrolíquido.

Agamenón retrocedió, levantando las armas implantadas en su forma mecánica articulada. El robot volvió su rostro cobrizo y liso hacia él.

—Ah, eres Agamenón, supongo que tendría que haberte disparado primero. Pero entonces Vorian se habría enfadado conmigo.

El general titán titubeó al reconocerlo: era Seurat, el robot independiente que había llevado a Vor como copiloto en incontables misiones de actualización.

—Al contrario, Seurat. Creo que mi hijo habría estado encantado si le hubieras hecho el trabajo sucio.

El capitán robot simuló una risita.

—No lo creo, Agamenón. Me parece que a él le gusta enfrentarse personalmente a sus problemas y saborear la victoria.

Otros cimek habían subido a bordo y se arremolinaban detrás del general. Los capitanes de las otras naves de actualización habían sido arrojados al espacio desde las cámaras de descompresión, todavía humeantes, pero Seurat podía proporcionarle información valiosa.

—Coged a este robot prisionero —indicó Agamenón a los neos blindados—. Quiero interrogarle.

Seurat se mantuvo firme.

—No puedo permitir que captures la esfera de actualización. Mi programación me lo impide.

—Haz un análisis y evalúa tus opciones. Si quisiera podría fácilmente disparar un impulso descodificador y desconectar todos tus sistemas, y luego arrojarte al espacio. Puedo dispararte un proyectil y destruirte. O puedes seguir mis instrucciones y sufrir los mínimos daños físicos. Ninguna de las opciones incluye que protejas la copia de Omnius.

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