Read La colonia perdida Online
Authors: John Scalzi
—A causa de los obin —reconoció Szilard—. Porque los obin la consideran poco menos que un dios viviente, gracias a su devoción hacia su verdadero padre, y el discutible valor añadido que les dio, la conciencia.
—Me temo que no comprendo qué pintan los obin aquí —dije, aunque era mentira. Lo sabía perfectamente, pero quería escucharlo de boca de Szilard.
Él accedió.
—Porque Roanoke está condenada sin ellos. Roanoke ya ha cumplido su función principal: ser una trampa para la flota del Cónclave. Ahora toda la Unión Colonial está siendo atacada y la UC tendrá que decidir cómo repartir mejor sus recursos defensivos.
—Ya somos conscientes de que Roanoke no va a contar con una gran defensa —dije—. A mi personal y a mí nos han restregado ese hecho por la cara hoy mismo.
—Oh, no. Es peor que eso.
—¿Cómo puede ser peor?
—De esta forma: Roanoke es más valiosa para la Unión Colonial muerta que viva —dijo Szilard—. Tiene que entenderlo, Perry. La Unión Colonial está a punto de luchar por su vida contra la mayoría de las razas que conocemos. Su lindo sistema de captar a terrestres decrépitos para convertirlos en soldados va a dejar de servir. Tendrá que obtener tropas de los mundos de la Unión Colonial, y rápido. Ahí es donde entra Roanoke. Viva, Roanoke es sólo una colonia más. Muerta, es un símbolo para los diez mundos que la surtieron de colonos, y para todos los demás mundos de la Unión Colonial. Cuando Roanoke muera, los ciudadanos de la Unión Colonial van a exigir que se les permita luchar. Y la Unión Colonial se lo permitirá.
—Parece muy seguro de ello —dije—. ¿Todo esto se ha discutido ya?
—Por supuesto que no —respondió Szilard—. Nunca se discutirá. Pero es lo que va a suceder. La Unión Colonial sabe que Roanoke es también un símbolo para las razas del Cónclave, el lugar de su primera derrota. Es inevitable que la derrota sea vengada. La Unión Colonial sabe también que al no defender a Roanoke, esa venganza tendrá lugar tarde o temprano. Y temprano funcionará mejor para lo que necesita la Unión Colonial.
—No comprendo —dije—. Está diciendo que para combatir al Cónclave, la Unión Colonial necesita que sus ciudadanos se conviertan en soldados. Y que para motivarlos para que se ofrezcan voluntarios, Roanoke tiene que ser destruida. ¿Pero me está diciendo que el motivo por el que nos eligió a Jane y a mí para que dirigiéramos Roanoke fue que, como los obin reverencian a mi hija, no permitirán que la colonia sea destruida?
—No es tan sencillo. Que los obin no permitirán que su hija muera es cierto. Pueden o no defender su colonia. Pero los obin le ofrecieron otra ventaja: conocimiento.
—Me he vuelto a perder.
—Deje de hacerse el tonto, Perry. Es insultante. Sé que sabe más sobre el general Gau y el Cónclave de lo que dejó ver en esa parodia de investigación de hoy. Lo sé porque fueron las Fuerzas Especiales las que prepararon para ustedes el dossier sobre el general Gau y el Cónclave, el que descuidadamente dejó una enorme cantidad de metadatos en sus archivos para que los encontraran. También sé que los guardaespaldas obin de su hija sabían bastante más sobre el Cónclave de lo que nosotros podíamos decirle en nuestro dossier. Así fue como supo que podía fiarse de la palabra del general Gau. Y por eso intentó convencerlo de que no llamara a su flota. Sabía que sería destruida y sabía que se vería en un compromiso.
—No podía usted saber que yo buscaría metadatos —dije—. Arriesgó mucho con mi curiosidad.
—En realidad no. Recuerde, usted era secundario en el proceso de selección. Dejé esa información para que la encontrara Sagan. Ella fue agente de inteligencia durante años. Habría buscado los metadatos en los archivos como algo rutinario. El hecho de que usted encontrara primero la información es trivial. Habría sido encontrada. Nada fue dejado al azar.
—Pero esa información ahora no me sirve de nada —dije—. Nada de todo esto cambia el hecho de que Roanoke está en la cuerda floja y de que no hay nada que
yo
pueda hacer al respecto. Estuvo usted en el interrogatorio. Tendré suerte si me dejan decirle a Jane en qué prisión voy a pudrirme.
Szilard no le dio importancia a mis palabras.
—La investigación determinó que actuó usted de manera responsable y dentro de sus deberes —dijo—. Puede regresar a Roanoke en cuanto hayamos acabado aquí.
—Retiro lo dicho. No estuvo usted en el mismo interrogatorio que yo.
—Es cierto que Butcher y Berkeley están convencidos de que es usted absolutamente incompetente —dijo Szilard—. Ambos votaron inicialmente por enviarlo al Tribunal de Asuntos Coloniales, donde habría sido acusado y sentenciado en unos cinco minutos. Sin embargo, conseguí convencerlos de que cambiaran su voto.
—¿Cómo lo hizo?
—Digamos que nunca viene bien hacer cosas que no quieres que otra gente sepa.
—Los está chantajeando.
—Les hice tomar conciencia de que toda acción tiene una consecuencia —dijo Szilard—. Y en la plenitud de su consideración prefirieron las consecuencias de permitirle a usted regresar a Roanoke que las consecuencias de mantenerlo aquí. En el fondo les daba lo mismo. Piensan que va a morir usted si vuelve a Roanoke.
—No sé si les puedo reprochar algo.
—Es posible que muera. Pero, como dije, tiene usted ciertas ventajas. Una de ellas es su relación con los obin. Otra es su esposa. Sirviéndose de ellas podría conseguir que Roanoke sobreviviera, y sobrevivir usted mismo con la colonia.
—Pero volvemos al mismo problema —dije—. Tal como usted lo cuenta, la Unión Colonial necesita que Roanoke muera. Al ayudarme a salvar a Roanoke, está usted trabajando contra la Unión Colonial, general. Es usted un traidor.
—Eso es asunto mío, no suyo. No me preocupa que me tachen de traidor. Me preocupa lo que sucederá si Roanoke cae.
—Si Roanoke cae, la Unión Colonial conseguirá sus soldados —dije.
—Y entonces irá a la guerra con la mayoría de las razas de esta parte del espacio —contestó Szilard—. Y
perderá.
Y al perder, la humanidad será exterminada. Toda entera, de Roanoke para arriba. Incluso la Tierra morirá, Perry. Será extinguida y los miles de millones de personas que hay allí no tendrán ni idea de por qué mueren. No se salvará nada. La humanidad está al borde del genocidio. Y es un genocidio que habremos buscado nosotros mismos. A menos que usted pueda detenerlo. A menos que salve a Roanoke.
—No sé si puedo hacer eso —dije—. Justo antes de venir aquí, atacaron a Roanoke. Sólo cinco misiles, pero nos costó Dios y ayuda impedir que nos eliminaran. Si un grupo entero de razas del Cónclave quiere convertirnos en polvo, no sé cómo podremos detenerlos.
—Tiene que encontrar un modo.
—Usted es general. Hágalo usted.
—Lo estoy haciendo —dijo Szilard—. Al traspasarle a usted la responsabilidad. No puedo hacer más que eso sin perder mi puesto en la jerarquía de la Unión Colonial. Si no, estaría indefenso. Llevo haciendo lo que puedo desde que se formó este loco plan para atacar al Cónclave. Lo usé a usted como pude sin hacérselo saber, pero ahora hemos dejado eso atrás. Ahora usted lo sabe. Su trabajo es salvar a la humanidad, Perry.
—Menos mal que no tengo ninguna presión —dije.
—Lo hizo usted durante años. ¿No recuerda cuando le dijeron cuál era el trabajo de las Fuerzas de Defensa Colonial? «Mantener un sitio para la humanidad entre las estrellas.» Lo hizo usted entonces. Tiene que hacerlo ahora.
—En aquella ocasión éramos yo y todos los demás miembros de las FDC. La responsabilidad está un poco más concentrada ahora.
—Entonces déjeme ayudar —dijo Szilard—. Una vez más, la última. Mi cuerpo de inteligencia me ha dicho que el general Gau va a ser asesinado por un miembro de su propio círculo de consejeros. Alguien en quien confía; de hecho, alguien a quien quiere. El asesinato se producirá en este mismo mes. No tenemos más información. No tenemos ningún modo de informar al general Gau del intento de asesinato y, aunque lo tuviéramos, no habría ninguna posibilidad de que él tomara la información como auténtica. Si Gau muere, entonces todo el Cónclave se reformará en torno a Nerbros Eser, que planea destruir a la Unión Colonial. Si Nerbros Eser se hace con el poder, se acabó. La Unión Colonial caerá. La humanidad morirá.
—¿Y qué se supone que he de hacer con esta información? —dije.
—Encuentre un modo de usarla —respondió Szilard—. Y hágalo rápido. Y luego esté preparado para todo lo que sucederá. Y otra cosa más, Perry. Dígale a Sagan que aunque no le pido disculpas por ampliar sus capacidades, lamento haberme visto en la necesidad de hacerlo. Que sepa también que sospecho que aún no ha explorado todas sus capacidades. Dígale que su CerebroAmigo ofrece la gama completa de las funciones de mando. Use esas palabras, por favor.
—¿Qué significa «gama completa de las funciones de mando»? —pregunté.
—Sagan podrá explicárselo si quiere —dijo Szilard. Extendió la mano hacia el salpicadero, y pulsó un botón. Fénix y la Estación Fénix volvieron a aparecer tras las ventanas.
—Bien —dijo—. Hora de que regrese a Roanoke, administrador Perry. Ha estado fuera demasiado tiempo, y tiene mucho que hacer. Yo diría que es hora de poner manos a la obra.
A excepción de la propia Roanoke, la colonia de Everest era la más joven de las colonias humanas, fundada justo antes de que el Cónclave lanzara su advertencia a las otras razas de que no siguieran colonizando. Como Roanoke, las defensas de Everest eran modestas: un par de satélites defensivos y seis torretas de rayos, tres por cada uno de los dos asentamientos, y un crucero de las FDC en rotación. Cuando Everest fue atacada, era la
Des Moines
la que estaba estacionada sobre los asentamientos. Una buena nave y una buena tripulación, pero la
Des Moines
no fue suficiente para contrarrestar las seis naves arrisianas que saltaron con atrevida precisión al espacio de Everest, disparando misiles a la
Des Moines
y los satélites defensivos nada más llegar. La
Des Moines
perdió el control e inició la larga caída hacia la superficie de Everest; los satélites defensivos fueron convertidos en basura flotante.
Las defensas del planeta se desmoronaron, las naves arrisianas se tomaron su tiempo en aniquilar las colonias de Everest desde la órbita, y finalmente desplegaron una compañía para acabar con los colonos dispersos que quedaban. En total, murieron cinco mil ochocientos colonos. Los arrisianos no dejaron colonos ni guarnición, ni reclamaron el planeta. Simplemente, erradicaron la presencia humana allí.
Erie no era Everest: era uno de los mundos humanos más antiguos y más densamente poblados, con una red de defensa planetaria y una presencia permanente de las FDC que haría imposible que nadie, salvo las razas más locamente ambiciosas, intentara apoderarse de él. Pero ni siquiera las redes de defensa planetarias pueden localizar todos los pedazos de hielo o roca que caen al pozo de gravedad. Varias docenas de esos supuestos pedazos cayeron a la atmósfera de Erie, sobre la ciudad de New Cork. Al caer, el calor generado por la fricción de la atmósfera fue canalizado y concentrado, dando fuerza a los compactos láseres químicos ocultos dentro de la roca.
Varios de los rayos alcanzaron fábricas estratégicas de New Cork, relacionadas con los sistemas armamentísticos de las FDC. Varios más parecieron golpear al azar, arrasando casas, escuelas y mercados, y matando a miles de personas. Agotados los rayos, los láseres ardieron en la atmósfera, sin dejar ninguna pista de quién los había enviado ni por qué.
Esto sucedió mientras Trujillo, Beata, Kranjic y yo regresábamos a Roanoke. No lo supimos en ese momento, por supuesto. No supimos nada de los ataques específicos que estaban teniendo lugar por toda la Unión Colonial, porque no nos llegaron las noticias, y porque estábamos concentrados en nuestra propia supervivencia.
* * *
—Nos habéis ofrecido la protección de los obin —le dije a Hickory, horas después de mi regreso a Roanoke—. Nos gustaría aceptar esa oferta.
—Hay complicaciones —dijo Hickory.
Miré a Jane, y luego otra vez a Hickory.
—Bueno, claro que las hay. No sería divertido sin complicaciones.
—Detecto sarcasmo —dijo Hickory, que, en cualquier caso, no tenía el más mínimo sentido del humor.
—Pido disculpas, Hickory —dije—. Llevo una mala semana y la cosa no mejora. Por favor, dime cuáles pueden ser esas complicaciones.
—Después de que usted se marchara, llegó una sonda de salto de Obinur y por fin pudimos comunicarnos con nuestro gobierno.
Nos han dicho que cuando la
Magallanes
desapareció, la Unión Colonial solicitó formalmente que los obin no interfirieran con la colonia de Roanoke, ni en abierto ni en cubierto.
—¿Se mencionó a Roanoke específicamente? —dijo Jane.
—Sí.
—¿Por qué? —pregunté yo.
—La Unión Colonial no lo explicó —dijo Hickory—. Suponemos que fue porque un intento obin de localizar el planeta podría haber perturbado el ataque de la Unión Colonial a la flota del Cónclave. Nuestro gobierno accedió a no interferir, pero advirtió que si Zoë sufría algún daño nos sentiríamos enormemente disgustados. La Unión Colonial aseguró a nuestro gobierno que Zoë estaba razonablemente a salvo. Y así era.
—El ataque de la Unión Colonial a la flota del Cónclave ya ha terminado —dije.
—El acuerdo no especificaba cuándo sería aceptable interferir —dijo Hickory, de nuevo sin el menor rastro de humor—. Seguimos atados a él.
—Así que no podéis hacer nada por nosotros —dijo Jane.
—Se nos ha encargado proteger a Zoë. Pero nos han hecho comprender que la definición de «protección» no va más allá.
—¿Y si Zoë os ordena proteger la colonia? —pregunté.
—Zoë puede ordenarnos a Dickory y a mí lo que desee. Pero es dudoso que su intercesión sea suficiente.
Me levanté de la mesa y me acerqué a la ventana para contemplar el cielo nocturno.
—¿Saben los obin que la Unión Colonial está siendo atacada?
—Lo sabemos —contestó Hickory—. Ha habido numerosos ataques desde la destrucción de la flota del Cónclave.
—Entonces sabéis que la Unión Colonial tendrá que decidir qué colonias necesita defender y cuáles sacrificar. Y que Roanoke es muy probable que entre en la segunda categoría.
—Lo sabemos.
—Pero seguiréis sin hacer nada para ayudarnos.