Read La colonia perdida Online
Authors: John Scalzi
La explosión de la
Kristina Marie
no sólo destruyó la nave y gran parte de la Estación Jartún. Coincidió con la cosecha de la cerdifruta, un manjar típico de Jartún que constituía una de sus principales exportaciones. La cerdifruta se estropeaba rápidamente poco después de ser cosechada (recibía ese nombre porque, si la fruta se estropeaba, los colonos de Jartún se la daban a sus cerdos, que eran los únicos dispuestos a comerla en ese caso), así que Jartún había hecho una gran inversión para poder exportar la cosecha días después de la recolección, a través de la Estación Jartún. La
Kristina Marie
era sólo una del centenar de naves comerciales de la Unión Colonial que orbitaban Jartún, esperando su parte de la fruta.
Con la Estación Jartún fuera de combate, el depurado sistema de distribución de la cerdifruta se convirtió en un caos. Las naves enviaron lanzaderas a Jartún para intentar cargar tantas cajas de fruta como fuera posible, pero esto sembró a la confusión a la hora de discutir qué productores de cerdifruta tenían prioridad para consignar sus productos, y qué naves tenían prioridad para recibirlos. La fruta tuvo que ser descargada de los contenedores y vuelta a cargar en las lanzaderas; no había suficientes hombres para el trabajo. La mayoría de la cerdifruta se pudrió en sus contenedores, creando un verdadero caos en la economía de Jartún, que se reharía a la larga por la necesidad de reconstruir la Estación Jartún (también vital para otras exportaciones) y de impulsar las defensas ante nuevos ataques.
Antes de atracar en la Estación Jartún, la
Kristina Marie
transmitió su identificación, su albarán de carga y su itinerario reciente como parte del «apretón de manos» de seguridad estándar. Los archivos mostraron que dos paradas antes, la
Kristina Marie
había comerciado en Quii, el mundo natal de los qui, uno de los pocos aliados de la Unión Colonial. Había atracado junto a una nave de matrícula ylan, y los ylan eran miembros del Cónclave. Los análisis forenses de la explosión no dejaron ninguna duda de que el accidente fue causado intencionadamente y no se trató de una rotura accidental del núcleo del motor. De Fénix llegó la orden de que ninguna nave mercante que hubiera visitado un mundo no-humano en el último año podía acercarse a una estación espacial sin ser antes escaneada e inspeccionada a conciencia. Cientos de naves mercantes flotaron en el espacio, la carga sin entregar y las tripulaciones en cuarentena en el sentido veneciano original de la palabra, esperando la erradicación de un tipo diferente de plaga.
La
Kristina Marie
había sido saboteada y enviada al lugar donde su destrucción podría causar mayor impacto, no sólo en muertes, sino paralizando la economía de la Unión Colonial. Funcionó de manera brillante.
* * *
El Consejo de Roanoke no reaccionó bien ante la noticia de que yo había enviado a Zoë a entregarle un mensaje al general Gau.
—Tenemos que discutir su problema de traición —me dijo Manfred Trujillo.
—No tengo ningún problema de traición —dije—. Puedo dejarlo en cualquier momento.
Miré al resto de los miembros del Consejo sentados ante la mesa. El chistecito no salió muy bien.
—Maldición, Perry —dijo Lee Chen, más furioso de lo que lo había visto jamás—. ¿El Cónclave está planeando matarnos y usted le envía notas a su líder?
—Y ha usado a su hija para hacerlo —intervino Marie Black, el disgusto asomando a su voz—. Le ha enviado a su propia hija a nuestro enemigo.
Miré a Jane y Savitri. Ambas asintieron. Sabíamos que eso iba a pasar y habíamos discutido cuál sería la mejor manera de tratarlo cuando se produjera.
—No, no lo he hecho —dije—. Tenemos enemigos, y un montón, pero el general Gau no es uno de ellos.
Les conté mi conversación con el general Szilard de las Fuerzas Especiales, y su aviso del intento de asesinato planeado contra Gau.
—Gau nos prometió que no atacaría Roanoke —dije—. Si muere, no habrá nada entre nosotros y quienes quieran matarnos.
—Tampoco hay nada entre nosotros y ellos ahora —dijo Lee Chen—. ¿O se perdió el ataque de hace un par de semanas?
—No me lo perdí —repliqué—. Y sospecho que habría sido mucho peor si Gau no tuviera al menos algún control sobre el Cónclave. Si se entera de ese intento de asesinato podrá usarlo para volver a recuperar el control del resto del Cónclave. Y entonces estaremos a salvo. O al menos más a salvo. Decidí que merecía la pena correr el riesgo de hacérselo saber.
—No solicitó una votación —dijo Marta Piro.
—No tenía por qué —contesté—. Sigo siendo el líder de la colonia. Jane y yo decidimos que era lo mejor. Y no es probable que hubieran dicho ustedes que sí, de todas formas.
—Pero es
traición —
repitió Trujillo—. Y esta vez de verdad, John. Es más que pedir tímidamente al general que no trajera su flora aquí. Está interfiriendo en la política interna del Cónclave. Es imposible que la Unión Colonial vaya a permitírselo, sobre todo cuando ya ha pasado por un interrogatorio previo.
—Aceptaré la responsabilidad por mis acciones.
—Sí, bueno, por desgracia, todos nosotros tendremos también responsabilidad —dijo Marie Black—. A menos que crea que la Unión Colonial pensará que ha hecho todo esto por su cuenta.
Miré a Marie Black.
—Sólo por curiosidad, Marie, ¿qué cree que va a hacer la UC? ¿Enviar tropas de las FDC para arrestarnos a Jane y a mí? Personalmente, pienso que eso estaría bien. Entonces al menos tendríamos aquí una presencia militar si nos atacan. La otra única opción sería que nos colgaran para que nos pudriéramos, ¿y sabe una cosa? Eso es lo que está pasando ya.
Miré a los miembros de la mesa.
—Creo que tenemos que recalcar de nuevo un hecho destacado que seguimos pasando por alto: estamos total, completa y absolutamente
solos.
Nuestro valor para la Unión Colonial está ahora en nuestra caída, para empujar así a las demás colonias a que se unan a la lucha con sus propios ciudadanos y economías. No me importa ser un símbolo para el resto de la Unión Colonial, pero no quiero tener que morir por ese privilegio. Ni tampoco quiero que ninguno de ustedes tenga que morir por ello.
Trujillo miró a Jane.
—¿Usted está de acuerdo con todo esto? —le dijo.
—John obtuvo la información de mi antiguo comandante en jefe —dijo Jane—. Tengo asuntos que zanjar con él a nivel personal. Pero no dudo de que la información sea buena.
—¿Pero tiene un plan?
—Pues claro que tiene un plan. Quiere impedir que el resto del universo nos aplaste como si fuéramos cucarachas. Creí que lo había dejado bastante claro.
Eso hizo vacilar a Trujillo.
—Quiero decir un plan que no veamos —dijo por fin.
—Lo dudo —respondió Jane—. Las Fuerzas Especiales son bastante directas. Somos sibilinos cuando es necesario, pero cuando llega el momento, no nos andamos con rodeos.
—Y él es el primero en no hacerlo —dije—. La Unión Colonial no ha tratado sinceramente con nosotros desde que empezó todo esto.
—No tenían más remedio —dijo Lee Chen.
—No me venga ahora con eso. Ya es demasiado tarde para que sigamos tragándonoslo. Sí, la UC estaba jugando un juego complicado con el Cónclave, y no se molestó en decirnos a los peones cuál era ese juego. Pero ahora la UC está jugando a un juego nuevo y depende de que nos saquen del tablero.
—Eso no lo sabemos con seguridad —dijo Marta Piro.
—Sabemos que no tenemos defensas —dijo Trujillo—. Y sabemos que estamos en cola para recibir más. No importan los motivos, John tiene razón. Lo tenemos todo en contra.
—Sigo queriendo saber cómo puede vivir tras enviar a su hija a negociar con el general Gau —dijo Marie Black.
—Tenía sentido —dijo Jane.
—No veo cuál.
—Zoë viaja con los obin —dijo Jane—. Los obin no son activamente hostiles hacia el Cónclave. El general Gau los recibirá, mientras que no podría recibir a una nave colonial.
—Aunque nosotros pudiéramos conseguir una nave colonial, que no podemos —añadí.
—Ni John ni yo podemos dejar la colonia sin que nuestra ausencia sea advertida por la Unión Colonial ni por nuestros propios colonos —continuó Jane—. Zoë, por otro lado, tiene una relación especial con los obin. Que se marche del planeta a instancias de los obin es algo que a la Unión Colonial no le sorprenderá.
—Además, hay otra ventaja —dije—. Aunque Jane o yo pudiéramos haber hecho el viaje, no habría ningún motivo para que Gau aceptara nuestra información como auténtica o seria. Los líderes de las colonias se han sacrificado antes a sí mismos. Pero con Zoë les damos algo más que información.
—Les dan un rehén —dijo Trujillo.
—Sí.
—Es un juego arriesgado.
—Esto no es ningún juego. Teníamos que asegurarnos de que nos iban a escuchar. Y es un riesgo calculado. Los obin están con Zoë, y no creo que permanezcan cruzados de brazos si Gau comete alguna estupidez.
—Pero sigue arriesgando su vida —dijo Black—. Está arriesgando su vida y es sólo una niña.
—Si se quedara aquí, podría morir como el resto de nosotros —dijo Jane—. Al irse, vivirá, y nos da una posibilidad de sobrevivir. Hicimos lo adecuado.
Marie Black abrió la boca para responder.
—Piense con mucho cuidado lo siguiente que vaya a decir referido a mi hija —advirtió Jane. Black cerró la boca con un audible
clac.
—Han emprendido esta acción sin nosotros —dijo Lol Gerber—. Pero nos lo cuentan ahora. Me gustaría saber el motivo.
—Enviamos a Zoë porque consideramos que era necesario —contesté—. Nos correspondía tomar esa decisión, y la tomamos. Pero Marie tiene razón:
ustedes
van a tener que vivir con las consecuencias de nuestras acciones. Teníamos que decírselo. Si Marie nos sirve de indicativo, algunos de ustedes han perdido la confianza en nosotros. Ahora mismo necesitan líderes en los que puedan confiar. Les hemos dicho lo que hemos hecho y por qué. Una de las consecuencias de nuestras acciones es que ahora necesitan votar si quieren que sigamos dirigiendo la colonia o no.
—La Unión Colonial no aceptará a nadie nuevo —dijo Marta Piro.
—Creo que eso depende de lo que les cuenten —dije—. Si les dicen que hemos estado confraternizando con el enemigo, seguro que aprobarán el cambio.
—¿Así que además nos están preguntando si los entregaremos o no a la Unión Colonial? —dijo Trujillo.
—Les estamos pidiendo que hagan lo que crean que es necesario. Tal como nosotros hemos hecho.
Me levanté. Jane me siguió. Salimos de nuestro despacho al sol de Roanoke.
—¿Cuánto crees que tardarán? —le pregunté a Jane.
—No mucho. Espero que Marie Black se asegure de ello.
—Quiero darte las gracias por no matarla. Entonces el voto de confianza habría sido problemático.
—Quise matarla, pero no porque estuviera equivocada —dijo Jane—. Tenía razón. Estamos arriesgando la vida de Zoë. Y es una niña.
Me acerqué a mi esposa.
—Tiene casi tu edad —dije, frotándole el brazo.
Jane se apartó.
—No es lo mismo y lo sabes.
—No, no lo es. Pero Zoë es lo bastante mayor para comprender lo que hace. Ha perdido a gente que quería, igual que tú. Igual que yo. Y sabe que puede perder a muchas personas más. Decidió ir. Le dimos a escoger.
—Le ofrecimos una falsa elección —dijo Jane—. Nos plantamos delante de ella y le dimos la opción de arriesgar su vida o arriesgar la vida de todos los que conoce, incluidos nosotros. No puedes decirme que fueran opciones justas.
—No. Pero eran las opciones que teníamos que darle.
—Odio este puñetero universo —dijo Jane, apartando la mirada—. Odio a la Unión Colonial. Odio al Cónclave. Odio esta colonia. Lo odio todo.
—¿Y qué me dices de mí? —pregunté.
—No es un buen momento para preguntar —respondió Jane. Nos sentamos a esperar.
Media hora después Savitri salió de la oficina de administración. Tenía los ojos rojos.
—Bueno, hay una buena noticia y una mala noticia —dijo—. La buena noticia es que tenéis diez días antes de que le digan a la UC que habéis hablado con el general Gau. Tenéis que darle las gracias a Trujillo por eso.
—Es algo —dije.
—Sí —contestó Savitri—. La mala noticia es que estáis fuera. Ambos. Votación unánime. Yo sólo soy la secretaria. No pude votar. Lo siento.
—¿Quién tiene ahora el puesto? —preguntó Jane.
—Trujillo. Naturalmente. El hijo de puta empezó a proponerse para el cargo antes de que cerrarais la puerta.
—No es tan malo —dije yo.
—Lo sé —contestó Savitri, y se frotó los ojos—. Vais a hacer que parezca que os echaré de menos.
Sonreí.
—Bueno, lo agradezco.
Le di un abrazo. Ella me lo devolvió ferozmente, y luego dio un paso atrás.
—¿Y ahora qué? —dijo Savitri.
—Tenemos diez días —respondí—. Ahora, a esperar.
* * *
La nave conocía las defensas de Roanoke, o más bien su carencia, y por eso apareció en el cielo al otro lado del planeta, donde el único satélite defensivo de la colonia no podía verla. Se internó suavemente en la atmósfera para evitar el calor y la fricción de la reentrada, y cruzó lentamente las longitudes del globo, dirigiéndose a la colonia. Antes de que cruzara el horizonte de percepción del satélite defensivo y el calor de sus motores pudiera ser detectado por éste, la nave los desconectó, y comenzó a planear lentamente hacia la colonia, asistida por la gravedad, su pequeña masa apoyada por inmensas alas de generación piezoelétricas suaves como un susurro. La nave cayó, silenciosamente, hacia su objetivo: nosotros.
La vimos cuando finalizaba su largo deslizamiento y retiraba sus alas, que se tornaron jets de maniobra y campos de flotación. Las súbitas columnas de calor y energía fueron captadas por el satélite, que envió de inmediato una advertencia… demasiado tarde, porque para cuando la mandó, la nave ya había maniobrado para aterrizar. El satélite envió datos telemétricos a nuestras torretas de rayos y calentó sus propios rayos defensivos, que ahora estaban plenamente recargados.
Jane, que estaba aún al mando de la defensa de la colonia, indicó al satélite que diera marcha atrás. La nave estaba ahora dentro de las fronteras de la colonia, si no dentro de las murallas de Croatoan: si el satélite disparaba, la colonia misma resultaría dañada. De igual modo, Jane desconectó las torretas de rayos: también acabarían causando más daño a la colonia que la propia nave.