Read La colonia perdida Online
Authors: John Scalzi
—Obviamente, no tuvieron éxito.
—No, ninguno —dijo Gau, y señaló a sus soldados, que permanecían atentos pero mantenían una distancia respetuosa—. Uno de mis soldados le disparó a la líder de la colonia antes de que pudiera apuñalarme. Hay un motivo por el que estos encuentros se hacen al aire libre.
—Entonces no es sólo por las puestas de sol —dije.
—Lamentablemente, no. Como puede imaginar, matar a la líder de la colonia hizo que tratar con el segundo al mando fuera bastante tenso. Pero fue una colonia que acabamos evacuando. Aparte de la líder, no hubo más derramamiento de sangre.
—Pero no han descartado ese derramamiento de sangre —dije—. Si me niego a evacuar esta colonia, no vacilará en destruirla.
—No.
—Y por lo que tengo entendido, ninguna de esas razas cuyas colonias han eliminado (violentamente o de otro modo) se ha unido al Cónclave.
—Es cierto.
—No está ganando exactamente corazones y mentes.
—No estoy familiarizado con esos términos que usa —dijo Gau—. Pero los entiendo bien. No, esas razas no se han vuelto parte del Cónclave. Pero no sería realista pensar que iban a hacerlo. Acabábamos de eliminar sus colonias y no pudieron impedirlo. No se humilla así a nadie y se espera que acaben pensando igual que uno.
—Podrían convertirse en una amenaza si se unieran.
—Soy consciente de que su Unión Colonial está intentando que eso suceda. No hay muchas cosas que estén ocurriendo ahora de las que no seamos conscientes, administrador Perry, incluyendo ésa. Pero la Unión Colonial lo ha intentado antes: ayudó a crear un «Contra-Cónclave» mientras aún estábamos en proceso de formación. No funcionó entonces. Tampoco creemos que vaya a funcionar ahora.
—Podrían estar equivocados.
—Podríamos. Ya veremos. Mientras tanto, sin embargo, debo insistir. Administrador Perry, le pido que entregue su colonia. Si lo hace, ayudaremos a sus colonos a regresar a salvo a sus mundos natales. O pueden elegir convertirse en parte del Cónclave, independientes de su gobierno. O pueden negarse y ser destruidos.
—Déjeme hacerle una contra-oferta —dije—. Deje en paz esta colonia. Envíe una sonda a su flota, que sé que está a distancia de salto y lista para llegar. Dígale que se quede donde está. Reúna a sus soldados, regrese a su nave y márchese. Haga como que nunca nos ha encontrado. Déjenos tranquilos.
—Es demasiado tarde para eso —dijo Gau.
—Eso me suponía. Pero quiero que recuerde que se lo ofrecí.
Gau me miró en silencio durante un largo instante.
—Sospecho que sé lo que va a decir sobre mi oferta, administrador Perry. Antes de que lo haga, permítame suplicarle que lo reconsidere. Recuerde que tiene opciones, verdaderas opciones. La Unión Colonial le ha dado órdenes, pero recuerde que puede dejarse guiar por su propia conciencia. La Unión Colonial es el gobierno de la humanidad, pero hay más cosas para la humanidad que la Unión Colonial. Y usted no parecer ser un hombre al que le guste ser presionado, ni por mí, ni por la Unión Colonial, ni por nadie.
—Si cree que soy duro, tendría que conocer a mi esposa.
—Me gustaría —dijo Gau—. Creo que me gustaría mucho.
—Y a mí me gustaría decir que tiene razón —dije—. Me gustaría decir que no se me puede presionar. Pero sospecho que sí se puede. O tal vez se me puede presionar con cosas a las que no me puedo resistir. Como en este caso. Ahora mismo, general, no tengo ninguna opción, excepto una que no debería ofrecerle. Y es pedirle que se marche ahora, antes de que llame a su flota, y dejar que Roanoke siga perdida. Por favor, considérelo.
—No puedo. Lo siento.
—No puedo entregar esta colonia —dije—. Haga lo que tenga que hacer, general.
Gau se volvió a mirar a uno de sus soldados y le hizo una señal.
—¿Cuánto tiempo durará esto? —pregunté.
—No mucho.
Tenía razón. Minutos después llegaron las primeras naves, nuevas estrellas en el cielo. Menos de diez minutos más tarde, habían llegado todas.
—¿Tantas? —dije. Había lágrimas en mis ojos.
El general Gau lo advirtió.
—Le daré tiempo para regresar a su colonia, administrador Perry —dijo—. Y prometo que será rápido e indoloro. Sea fuerte, por su gente.
—No lloro por mi gente, general —dije.
El general me miró y luego alzó la cabeza a tiempo para ver explotar las primeras naves de su flota.
* * *
Todo es posible, con tiempo y voluntad.
La Unión Colonial, desde luego, tenía la voluntad de destruir la flota del Cónclave. La existencia de la flota era una amenaza intolerable; la Unión Colonial decidió destruirla en cuanto supo de su existencia. No había ninguna esperanza de que pudiera destruir la flota en una batalla cara a cara: con cuatrocientas doce naves de combate era más grande que toda la flota de batalla de las FDC. La flota sólo se reunía cuando eliminaba las colonias, así que existía la posibilidad de atacar a cada nave individualmente. Pero eso habría sido igualmente inútil; cada nave podría haber sido sustituida en la flota por su gobierno, y eso significaba que la Unión Colonial tendría que luchar con cada una de las más de cuatrocientas razas del Cónclave, muchas de las cuales, aunque la UC era oficialmente su enemiga, no suponían ninguna amenaza real para ella.
Pero la Unión Colonial no quería sólo destruir la flota del Cónclave. Quería humillarlo y desestabilizarlo: golpear el corazón de su misión y su credibilidad. La credibilidad del Cónclave se debía a su tamaño y su capacidad de imponer su prohibición a la colonización. La Unión Colonial tenía que golpear al Cónclave de un modo que neutralizara la ventaja de su tamaño y se burlara de su prohibición. Tenía que golpear al Cónclave exactamente en el momento en que estuviera mostrando su fuerza: cuando intentara eliminar una colonia. Una de
nuestras
colonias.
Sólo que la Unión Colonial no tenía ninguna colonia que estuviera amenazada por el Cónclave. La colonia nueva más reciente, Everest, se fundó unas semanas antes de la prohibición del Cónclave. No estaba amenazada. Habría que fundar otra colonia.
Entonces aparece Manfred Trujillo y su cruzada para colonizar. El Departamento de Colonización lo había ignorado durante años, y no sólo porque la secretaria de Colonización lo odiara a muerte. Hacía tiempo que se daba por hecho que la mejor manera de conservar un planeta era tener en él a tanta gente que fuera imposible matarlos a todos eficazmente. Las poblaciones coloniales eran necesarias para crear más colonos, no más colonias. Esas se podían fundar con el exceso de población de la Tierra. De no ser por la aparición del Cónclave, Trujillo podría haber hecho campaña para colonizar hasta el día de su muerte y no habría llegado a ninguna parte.
Pero de pronto su campaña se volvió útil. La Unión Colonial había ocultado a las colonias la existencia del Cónclave, como tantas otras cosas. Sin embargo, tarde o temprano, las colonias tendrían que conocer su existencia: el Cónclave era demasiado grande para ignorarlo. La Unión Colonial quería dejar claro que el Cónclave era el enemigo. También quería que las colonias se implicaran en la lucha.
Como las Fuerzas de Defensa Colonial estaban compuestas por reclutas de la Tierra (y como la Unión Colonial animaba a los colonos a concentrarse principalmente en sus políticas y asuntos locales en vez de en las cosas que afectaban a la UC), los colonos apenas pensaban en nada que no tuviera que ver con su propio planeta.
Pero al surtir a Roanoke de colonos de los diez planetas humanos más poblados, Roanoke se convertiría en la preocupación directa de más de la mitad de la población de la Unión Colonial, al igual que su pugna contra el Cónclave. En conjunto, una buena solución potencial a un puñado de temas.
Se informó a Trujillo de la aprobación de su iniciativa; luego se la quitaron de las manos. Eso sí fue porque la secretaria Bell lo odiaba a muerte. Pero también sirvió para eliminarlo de la cadena de mando. Trujillo era demasiado listo para no haber captado los detalles si se los presentaban de modo que los pudiera intuir. También ayudó a crear un subtexto político que lanzara a las colonias unas contra otras por una posición de liderazgo: esto apartó la atención de lo que la UC planeaba en realidad para la colonia.
Añadamos a dos líderes de la colonia incluidos en el último momento, y nadie en la estructura de mando de Roanoke tendría el contexto para estropear el plan de la Unión Colonial: ganar tiempo y crear la oportunidad para destruir la flota del Cónclave. Tiempo ganado escondiendo Roanoke.
El tiempo era crítico. Cuando la Unión Colonial forjó su plan era demasiado pronto para ponerlo en práctica. Aunque pudiera haber actuado contra el Cónclave, otras razas con colonias amenazadas no seguirían los pasos de la UC. Necesitaban tiempo para crear un grupo de aliados. Se decidió que la mejor manera de hacerlo sería dejar que primero perdieran sus colonias. Estas razas, con sus colonias amputadas, verían la colonia oculta de Roanoke como prueba de que incluso el poderoso Cónclave podía ser engañado, elevando entre ellas el estatus de la Unión Colonial y cultivando aliados potenciales para cuando llegara el momento oportuno.
Roanoke era también un símbolo para los miembros más insatisfechos del Cónclave, que veían cómo la carga de sus grandiosos designios les caía encima sin los beneficios inmediatos que habían esperado ganar. Si los humanos podían desafiar al Cónclave y salirse con la suya, ¿de qué valía pertenecer al Cónclave? Cada día que Roanoke continuaba oculta crecía la insatisfacción de esos miembros menores del Cónclave con la organización a la que habían rendido su soberanía.
Sin embargo, principalmente, la Unión Colonial necesitaba tiempo por otro motivo. Necesitaba tiempo para identificar las cuatrocientas doce naves que componían la flota del Cónclave. Necesitaba tiempo para descubrir dónde estarían esas naves cuando la flota no estuviera actuando. Necesitaba tiempo para colocar un soldado gamerano de las Fuerzas Especiales, como el teniente Stross, en la zona general de cada una de esas naves. Como Stross, cada uno de esos miembros de las Fuerzas Especiales había sido adaptado para los rigores del espacio. Como Stross, cada uno de ellos estaba cubierto de nano-camuflaje imbuido que les permitiría acercarse e incluso acoplarse a esas naves, sin ser vistos, durante días y posiblemente semanas. Al contrario que Stross, cada uno de esos soldados de las Fuerzas Especiales portaba una bomba pequeña pero potente, donde quizás una docena de gramos de antimateria fina estaban suspendidos magnéticamente en el vacío.
Cuando la
Sacajawea
regresó con la tripulación de la
Magallanes,
los gameranos se prepararon para su tarea. En silencio, invisibles, se escondieron en los cascos de aquellas naves espaciales, y fueron con ellas mientras se encontraban en el punto de reunión acordado y se preparaban para otra asombrosa entrada en masa sobre un mundo lleno de colonos escondidos. Cuando la sonda de la
Estrella Tranquila
saltó al espacio, los gameranos, muuuuy suavemente, colocaron sus bombas en los cascos de sus respectivas naves y se desprendieron de ellas antes de que las naves dieran el salto. No querían estar cerca cuando esas bombas estallaran.
No tenían que estarlo. Las bombas fueron activadas por control remoto por el teniente Stross, quien, estacionado a distancia segura, contó las bombas para asegurarse de que todas estaban en activo, y las fue detonando en una secuencia determinada por él mismo para crear el mayor impacto estético. Stross era un tipo estrafalario.
Las bombas, una vez estallaron, lanzaron la antimateria como un disparo de escopeta contra los cascos de las naves, extendiendo la antimateria por una amplia superficie para asegurar la aniquilación más eficaz de materia y antimateria. Funcionó perfecta y terriblemente.
Me enteré de gran parte de todo esto mucho más tarde, en diferentes circunstancias. Pero incluso cuando estuve con el general Gau, supe esto: Roanoke nunca fue una colonia en el sentido tradicional. Existía como símbolo de desafío, como creadora de tiempo, como cebo para atraer a un ser que soñaba con cambiar el universo y para destruir ese sueño mientras él miraba.
Como decía, todo es posible, con tiempo y voluntad. Tuvimos el tiempo. Tuvimos la voluntad.
* * *
El general Gau contempló cómo su flota volaba en pedazos de manera silenciosa pero brillante. Detrás de nosotros, los soldados gritaron horrorizados, confusos y aterrados por lo que estaban viendo.
—Lo sabía —dijo Gau, en un susurro. No dejó de mirar al cielo.
—Lo sabía —contesté—. Y traté de advertirle, general. Le pedí que no llamara a su flota.
—Es cierto. No puedo imaginar por qué sus amos se lo permitieron.
—No lo hicieron.
Gau se volvió entonces hacia mí, con una mueca en el rostro que no supe leer, pero que noté que expresaba un horror profundo y sin embargo, incluso en ese momento, curiosidad.
—Usted me
advirtió. Por iniciativa propia.
—Eso hice.
—¿Por qué?
—No estoy del todo seguro —admití—. ¿Por qué decidió usted intentar evacuar a los colonos en vez de matarlos?
—Es lo moral.
—Tal vez por eso lo hice yo —dije, mirando de nuevo el brillo de las explosiones—. O tal vez no quería la sangre de toda esa gente sobre mi conciencia.
—No fue decisión suya —dijo Gau—. Tengo que creer eso.
—No lo fue. Pero eso no importa.
Al cabo de un rato, las explosiones cesaron.
—Su nave ha sido respetada, general Gau —dije.
—Respetada —repitió él—. ¿Por qué?
—Porque ése era el plan. Su nave, y solamente su nave, tiene permiso para dirigirse a salvo a la distancia de salto de Roanoke y regresar a su propio territorio, pero debe marcharse ahora. Esta garantía de paso seguro expira dentro de una hora a menos que se ponga de camino. Lo siento, pero no sé cuál es su medida equivalente de tiempo. Basta decir que debería darse prisa, general.
Gau se volvió y llamó con un grito a uno de sus soldados, y luego volvió a gritar cuando quedó claro que no le estaban prestando atención. Uno se acercó; el general cubrió su traductor y le dijo algo en su propio idioma. El soldado regresó corriendo junto a los demás, gritando por el camino.
Gau se volvió hacia mí.
—Esto dificultará las cosas —dijo.
—Con el debido respeto, general, creo que ésa era la intención.