Read La colonia perdida Online
Authors: John Scalzi
—Gracias, general. Viniendo de ti, es toda una alabanza.
Los dos devolvieron su atención a la puesta de sol, contemplando cómo la oscuridad se hacía más densa a su alrededor.
—Chan —dijo Gau—. Sabes que no puedo permitir que conservéis esta colonia.
—Ah —dijo orenThen, y sonrió, todavía contemplando la puesta de sol—. Así que esto no es una visita de cortesía.
—Sabes que no lo es.
—Lo sé. Que derribaras del cielo mi satélite de comunicaciones fue la primera pista —orenThen señaló la pendiente del acantilado, donde esperaban un pelotón de soldados de Gau, vigilados con atención por la propia escolta de granjeros de orenThen—. Ellos fueron la segunda.
—Son para alardear —dijo Gau—. Necesito poder hablar contigo sin tener que preocuparme de que me disparen.
—¿Y derribar mi satélite? —dijo orenThen—. Eso no fue para alardear, sospecho.
—Fue necesario, por vuestro bien.
—Lo dudo.
—Si dejara vuestro satélite, tú o alguien de tu colonia podríais enviar una cápsula de salto y permitir que vuestro gobierno sepa que os atacan —dijo Gau—. Pero no estoy aquí por eso.
—Acabas de decir que no podemos conservar esta colonia.
—No podéis —dijo Gau— Pero eso no es lo mismo que ser atacados.
—La diferencia se me escapa, general —dijo orenThen—. Sobre todo cuando tus soldados vuelan en pedazos un carísimo satélite y montan guardia en mi suelo.
—¿Cuánto tiempo hace que nos conocemos, Chan? —preguntó Gau—. Nos conocemos desde hace mucho tiempo, como amigos y adversarios. ¿Me has visto alguna vez decir una cosa y pretender otra?
OrenThen guardó silencio durante un momento.
—No —dijo por fin—. Puedes ser un capullo arrogante. Tarsem. Pero siempre has dicho lo que querías decir.
—Entonces confía en mí una vez más —dijo Gau—. Sobre todo, quiero terminar esto pacíficamente. Por eso estoy aquí, y no por otra cosa. Porque lo que tú y yo hagamos aquí cuenta, más allá del planeta y esta colonia. No puedo permitir que tu colonia continúe aquí. Lo sabes. Pero eso no significa que ni tú ni ninguno de los tuyos tenga que sufrir por ello.
Otro momento de silencio por parte de orenThen.
—Tengo que admitir que me sorprendió que vinieras en esa nave —le dijo a Gau al cabo de un rato—. Sabíamos que corríamos el riesgo de que el Cónclave viniera a por nosotros. No os habéis pasado todo ese tiempo metiendo en cintura a todas esas razas y declarando el fin de la colonización para dejar que nos coláramos por los huecos. Planeamos esta posibilidad. Pero asumí que al mando habría algún oficial joven. En cambio, tenemos al líder del Cónclave.
—Somos amigos —dijo Gau—. Te mereces la cortesía.
—Eres muy amable al decirlo, general. Pero, amigo o no, es una exageración haber venido personalmente.
Gau sonrió.
—Bueno, posiblemente. O tal vez es más adecuado decir que parece exagerado. Pero tu colonia es más importante de lo que piensas, Chan.
—No veo por qué —dijo orenThen—. Me gusta este sitio. Hay buena gente aquí. Pero somos una colonia seminal. Apenas llegamos a dos mil. Nos encontramos a nivel de subsistencia. Lo único que hacemos es cultivar para nosotros mismos y prepararnos para la siguiente oleada de colonos. Y todo lo que ellos harán es preparar la oleada siguiente. No hay nada importante en eso.
—Ahora eres tú quien se está haciendo el tonto —dijo Gau—. Sabes muy bien que no es lo que tu colonia cultive o haga lo que la vuelve importante. Es el simple hecho de que exista, en violación del Acuerdo del Cónclave. No habrá nuevas colonias que no sean administradas a través del Cónclave. El hecho de que tu pueblo ignorara el Acuerdo es un desafío explícito a la legitimidad del Cónclave.
—No lo ignoramos —dijo orenThen, con la voz cargada de irritación—. Simplemente, no se aplica a nosotros. No firmamos el Acuerdo del Cónclave, general. Ni nosotros, ni un par de cientos de otras razas. Somos libres de colonizar como queramos. Y eso es lo que hicimos. No tenéis ningún derecho a cuestionar eso, general. Somos un pueblo soberano.
—Te estás poniendo formal conmigo —dijo Gau—. Recuerdo que eso es un signo seguro de haberte fastidiado.
—No te permitas demasiada familiaridad, general —dijo orenThen—. Hemos sido amigos, sí. Tal vez aún lo seamos. Pero no deberías dudar de a qué cosas debo lealtad. No pienses que porque habéis atrapado a la mayoría de las razas en vuestro Cónclave tenéis más autoridad moral. Antes del Cónclave, si fuerais a atacar mi colonia, sería simplemente un robo de tierras, puro y simple. Ahora que tenéis vuestro precioso Cónclave, sigue siendo un robo de tierras, puro y simple.
—Recuerdo cuando pensabas que el Cónclave era una buena idea —dijo Gau—. Recuerdo que discutías a su favor con los otros diplomáticos whaid. Recuerdo que los convenciste, y luego convenciste a tu ataFuey para que los whaid se unieran al Cónclave.
—El ataFuey fue asesinado —dijo orenThen—. Lo sabes. Su hijo tenía una opinión completamente diferente.
—Sí que la tenía. Extrañamente conveniente para él que su padre fuera asesinado cuando lo fue.
—No tengo nada que decir de eso —dijo orenThen—. Y después de que el nuevo ataFuey tomara el trono, yo no tenía derecho a ir contra su voluntad.
—El hijo del ataFuey era un necio, y lo sabes.
—Es posible. Pero, como decía, no deberías dudar sobre de qué lado se encuentran mis lealtades.
—No lo dudo —dijo Gau—. Nunca lo he hecho. Se encuentran con el pueblo whaidi. Por eso luchaste a favor del Cónclave. Si los whaid se hubieran unido al Cónclave, podríais haber colonizado este planeta, y más de cuatrocientas razas respaldarían vuestro derecho a estar aquí.
—Tenemos derecho a estar aquí. Y tenemos el planeta.
—Vais a perderlo.
—Y nunca habríamos tenido este planeta con el Cónclave —dijo orenThen, sorteando las palabras de Gau—. Porque sería territorio del Cónclave, no whaidi. Simplemente seríamos recolectores de cosechas, compartiendo el planeta con otras razas del Cónclave. Ésa sigue siendo la forma de pensar del Cónclave, ¿no? ¿Múltiples razas en mundos únicos? Construir una identidad planetaria que no esté basada en las especies sino en la fidelidad al Cónclave, para crear una paz duradera. O eso creéis.
—Antes también pensabas que era una buena idea.
—La vida sorprende —dijo orenThen—. Las cosas cambian.
—En efecto. Me haces recordar qué me puso en el camino del Cónclave.
—La batalla de Amin, o eso te gusta decir —dijo orenThen—. Cuando le arrebatasteis el planeta a los kies.
—Algo completamente innecesario. Son acuáticos. No había ningún motivo racional para que no pudiéramos compartir el planeta. Pero no quisimos. Ellos no quisieron. Y ambos perdimos más de lo que podríamos haber ganado. Antes de esa batalla, yo era tan xenófobo como tu maldito ataFuey, y tanto como tú pretendes serlo ahora. Después, me avergoncé de cómo envenenamos ese planeta cuando lo recuperamos.
Avergonzado,
Chan. Y supe que no se terminaría nunca. A menos que yo le pusiera fin. A menos que yo hiciera cambiar las cosas.
—Y aquí vienes con tu gran Cónclave, con tu supuesta esperanza por la paz en esta parte del espacio —se burló orenThen—. Y lo que estás haciendo con ello es intentar expulsarnos a mí y a mi colonia de este planeta. No le has puesto fin, general. No has cambiado las cosas.
—No, no lo he hecho —admitió Gau—. Todavía no. Pero me voy acercando.
—Todavía estoy esperando oír cómo todo esto hace que mi colonia sea tan importante.
—El Acuerdo del Cónclave dice que las razas miembros del Cónclave no pueden tener mundos nuevos propios: colonizan los mundos que descubren pero otros miembros del Cónclave los colonizarán también —dijo Gau—. El acuerdo dice también que cuando el Cónclave encuentre un planeta colonizado por una especie que no pertenezca al Cónclave después del Acuerdo, tomará ese planeta para el Conclave. Nadie colonizará si no es a través del Cónclave. Advertimos sobre eso a las especies que no forman parte del Cónclave.
—Lo recuerdo —dijo orenThen—. Me eligieron para liderar esta colonia poco después de que dijerais eso.
—Y, sin embargo, habéis colonizado.
—El Cónclave no era una cosa segura, general. A pesar de tu sentido del destino, podrías haber fracasado.
—Muy cierto —dijo Gau—. Pero no fracasé. Ahora el Cónclave existe, y tenemos que aplicar el Acuerdo. Se han creado varias docenas de colonias después de la creación del Acuerdo. Incluyendo ésta.
—Ahora comprendo —dijo orenThen—. Somos los primeros en una serie de conquistas para mayor gloria del Cónclave.
—No —dijo Gau—. Conquista no. Os lo digo de nuevo. Espero otra cosa.
—¿Y qué es?
—Que os marchéis voluntariamente.
OrenThen miró a Gau.
—Viejo amigo, te has vuelto completamente loco.
—Escucha, Chan —dijo Gau, con urgencia—. Hay un motivo por el que empiezo aquí. Te conozco. Sé dónde se encuentran tus lealtades: con tu pueblo, no con tu ataFuey y su política de suicidio racial. El Cónclave no permitirá que los whaid colonicen. Es así de sencillo. Quedaréis confinados en los planetas que teníais antes del Acuerdo. No más. Y desde esos pocos planetas, veréis el resto del espacio llenarse sin vosotros. Estaréis aislados, sin comercio y sin viajar a ningún otro mundo. Quedaréis confinados, amigo mío. Y confinados, os marchitaréis y moriréis. Sabes que el Cónclave puede hacer eso. Sabes que
yo
puedo hacerlo.
OrenThen no dijo nada. Gau continuó.
—No puedo hacer que el ataFuey cambie de opinión. Pero puedes ayudarme a demostrar a los demás que el Cónclave prefiere la paz. Renuncia a tu colonia. Convence a tus colonos para que se marchen. Podéis regresar a vuestro mundo. Os prometo un viaje en paz.
—Sabes que es una oferta vacía —dijo orenThen—. Si abandonamos esta colonia, seremos tildados de traidores. Todos nosotros.
—Entonces unios al Cónclave, Chan. No los whaid. Tú. Tú y tus colonos. El primer mundo colonial del Cónclave está a punto de abrirse a los emigrantes. Tus colonos pueden estar entre ellos. Podéis seguir siendo los primeros en un mundo nuevo. Podéis seguir siendo colonos.
—Y tú podrías apuntarte el tanto propagandístico de no haber masacrado una colonia llena de gente —dijo orenThen.
—Sí. Naturalmente. Eso es una parte. Será más fácil convencer a otros colonos de que dejen sus mundos si pueden ver que os respeté en éste. Evitar un derramamiento de sangre aquí puede ayudarnos a evitar derramar sangre en otras partes. Salvarás más vidas que las de tus colonos.
—Eso es una parte, has dicho. ¿Cuál es la otra parte?
—No quiero que mueras —dijo Gau.
—Quieres decir que no quieres matarme.
—Eso es.
—Pero lo harás —insistió orenThen— A mí y a todos y cada uno de mis colonos.
—Sí.
OrenThen bufó.
—A veces quisiera que no dijeras siempre lo que pretendes.
—No puedo evitarlo.
—Nunca pudiste —dijo orenThen—. Forma parte de lo que llaman «tu encanto».
Gau no dijo nada, y contempló las estrellas, que empezaban a asomarse al cielo oscuro. OrenThen siguió su mirada.
—¿Buscas tu nave?
—La he encontrado —dijo Gau, y señaló—. La
Estrella Tranquila.
¿La recuerdas?
—Sí. Era pequeña y vieja cuando te conocí. Me sorprende que sigas al mando.
—Una de las cosas buenas que tiene gobernar el universo es que se te permiten los caprichos.
OrenThen señaló el pelotón de Gau.
—Si la memoria no me falla, tienes suficiente espacio en la
Tranquila
para una pequeña compañía de soldados. No dudo que sean suficientes para hacer el trabajo aquí. Pero si estás decidido a hacer una declaración de principios, parece abrumador.
—Primero exagerado, y ahora abrumador —dijo Gau.
—Que tú estés aquí es exagerado —dijo orenThen—. Es de tus soldados de lo que estamos hablando ahora.
—Esperaba no tener que utilizarlos. Y que tú atendieras a razones. Si ése fuera el caso, no habría ninguna necesidad de traer nada más.
—¿Y si no atiendo a «razones»? —preguntó orenThen—. Podrías tomar esta colonia con una compañía, general. Pero nosotros podemos hacértelo pagar. Algunos de los míos fueron soldados. Todos ellos son duros. Algunos de tus soldados serían enterrados con nosotros.
—Lo sé —dijo Gau—. Pero mi plan no fue nunca utilizar a mis soldados. Si no quieres atender a razones… ni a las súplicas de un viejo amigo, tengo otro plan en mente.
—¿Cuál?
—Te lo mostraré —dijo Gau, y se volvió hacia su pelotón. Uno de los soldados se adelantó; Gau le hizo un gesto. El soldado saludó y empezó a hablar por un aparato comunicador. Gau devolvió su atención a orenThen.
—Como una vez trataste de convencer a tu propio gobierno para que se uniera al Cónclave (y fracasaste, aunque no fuera culpa tuya), estoy seguro de que sabrás apreciarlo si te digo que el Cónclave existe casi de milagro. Hay cuatrocientas doce razas dentro del Cónclave, cada una de ellas con sus propios planes y planteamientos, todos los cuales tuvieron que ser tomados en cuenta para el nacimiento del Cónclave. Incluso ahora, el Cónclave es frágil. Hay facciones y alianzas. Algunas razas se unieron pensando que podrían ganar tiempo antes de apoderarse del Cónclave. Otras lo hicieron pensando que el Cónclave sería un viaje gratis a la colonización, sin que se esperara nada más de ellos. He tenido que hacerles comprender a todos que el Cónclave significa seguridad para todos, y que espera responsabilidad por parte de todos. Y esas razas que no se unieron al Cónclave tienen que aprender que lo que el Cónclave hace, lo hacen todos sus miembros.
—Así que estás aquí en nombre de todas las razas del Cónclave —dijo orenThen.
—No es eso a lo que me refiero.
—Me he vuelto a perder, general.
—Mira —dijo Gau y señaló de nuevo hacia su nave—. ¿Puedes ver la
Tranquila?
—Sí.
—Dime qué más ves.
—Veo estrellas —dijo orenThen—. ¿Qué más se supone que debo ver?
—Sigue mirando.
Un momento más tarde un puntito de luz apareció en el cielo, cerca de la
Tranquila.
Luego otro, y otro.
—Más naves —dijo orenThen.
—Sí.
—¿Cuántas?
—Sigue mirando.
Las naves fueron apareciendo, primero una a una, luego en parejas y tríos, luego en constelaciones.