Read La colonia perdida Online
Authors: John Scalzi
Estaban lloviendo hombres lobo.
Dos cayeron cerca de mí y Gutiérrez, que todavía estaba vivo y trataba de extraerse la lanza que tenía clavada. Un hombre lobo agarró el arma por el extremo, la clavó más en el pecho de Gutiérrez y la sacudió violentamente. Gutiérrez escupió sangre y murió. El segundo hombre lobo me acuchilló con sus garras mientras yo rodaba, rasgando mi chaqueta pero sin alcanzar la carne. Yo había conservado mi rifle y lo alcé con una mano: el bicho agarró el cañón con sus dos garras o zarpas o manos y se dispuso a arrancármelo. No parecía saber que un proyectil iba a salir por la punta; lo instruí sobre el tema. La criatura que maltrataba a Gutiérrez murmuró un agudo chasquido que esperé fuera de terror y saltó hacia el este; llegó hasta un árbol, lo escaló y luego se lanzó a otro árbol. Desapareció entre el follaje.
Miré alrededor. Se habían ido. Todos se habían ido.
Algo se movió. Lo apunté con el rifle. Era Jane. Estaba arrancando un rifle de uno de los hombres lobo. Otro hombre lobo yacía cerca. Busqué a Juan y Deit y los encontré en el suelo, sin vida.
—¿Estás bien? —me preguntó Jane. Asentí. Jane se puso en pie, sujetándose el costado: manaba sangre entre sus dedos.
—Estás herida.
—Estoy bien. Parece peor de lo que es.
En la distancia se oyó un grito muy humano.
—DeLeon —dijo Jane, y echó a correr, todavía sujetándose el costado. La seguí.
La mayor parte de DeLeon había desaparecido. Algo quedaba atrás. Donde quiera que estuviera el resto de él, seguía vivo y gritando. Un reguero de sangre corría desde donde estaba sentado junto a uno de los árboles. Hubo otro grito.
—Se lo llevan hacia el norte —dije—. Vamos.
—No —replicó Jane, y señaló. Al este había movimiento entre los árboles—. Están utilizando a DeLeon como cebo para alejarnos. La mayoría se dirigen al este. A la colonia.
—No podemos dejar a DeLeon —dije—. Todavía está vivo.
—Iré a por él —dijo Jane—. Tú vuelve. Ten cuidado. Vigila los árboles y el suelo.
Y se marchó.
Quince minutos más tarde, llegué a la linde del bosque y estaba a punto de entrar en la colonia cuando encontré a cuatro hombres lobo en semicírculo y a Hiram Yoder de pie en el centro, en silencio. Me tiré al suelo.
Los hombres lobo no repararon en mí: estaban plenamente concentrados en Yoder, quien continuaba inmóvil. Dos de los hombres lobo lo apuntaban con lanzas, dispuestos a atravesarlo si se movía. No lo hizo. Los cuatro chasqueaban y siseaban, los siseos escapaban de mi alcance sónico: por eso Jane los oía antes que los demás.
Uno de los hombres lobo avanzó hacia Yoder, siseándole y chasqueando, fuerte y musculoso mientras que Yoder era alto y delgado. Tenía un sencillo cuchillo de piedra en una mano. Extendió una zarpa y golpeó con fuerza a Yoder en el pecho: Yoder lo aceptó y permaneció allí de pie, en silencio. La criatura le agarró el brazo derecho y empezó a olfatearlo y examinarlo; Yoder no ofreció ninguna resistencia. Yoder era menonita, pacifista.
El hombre lobo golpeó de pronto a Yoder en el brazo, quizá poniéndolo a prueba; Yoder se tambaleó un poco por el golpe pero se mantuvo firme. El hombre lobo emitió una rápida serie de trinos y los otros lo imitaron; sospecho que se estaban riendo.
El hombre lobo pasó las garras por el rostro de Yoder, arañándole la mejilla izquierda; pudo oírse cómo se desgarraba la piel. La cara de Yoder se llenó de sangre; involuntariamente, se llevó la mano a la mejilla. El hombre lobo ronroneó y miró a Yoder, sus cuatro ojos sin parpadear, esperando a ver qué hacía.
Yoder retiró la mano de su rostro destrozado y miró directamente al hombre lobo. Lentamente, volvió la cabeza para ofrecerle la otra mejilla.
El hombre lobo se apartó de Yoder y volvió con los suyos, trinando. Los que habían apuntado a Yoder con sus lanzas las bajaron levemente. Suspiré aliviado y agaché la cabeza un segundo, advirtiendo mi propio sudor frío. Yoder había aguantado al no ofrecer resistencia: las criaturas, fueran lo que fuesen, eran lo bastante inteligentes para ver que no era una amenaza.
Alcé de nuevo la cabeza para ver que uno de los hombres lobo me miraba directamente.
Emitió un grito agudo. El hombre lobo más cercano a Yoder me miró, rugió y le clavó su cuchillo de piedra. Yoder se envaró. Yo alcé mi rifle y alcancé al hombre lobo en la cabeza. Cayó. Los otros hombres lobo salieron disparados hacia el bosque.
Corrí junto a Yoder, que se había desplomado en el suelo, y agarraba torpemente el cuchillo de piedra.
—No lo toque —dije. Si el cuchillo había cortado alguna arteria importante, sacarlo haría que se desangrase.
—Duele —dijo Yoder. Me miró y sonrió, apretando los dientes—. Bueno, casi funcionó.
—Funcionó —dije—. Lo siento, Hiram. Esto no habría ocurrido de no ser por mí.
—No es culpa suya —dijo Hiram—. Le vi tirarse al suelo y esconderse. Vi que me daba una oportunidad. Hizo lo adecuado —extendió la mano hacia el cadáver del hombre lobo, y tocó la pierna yerta—. Ojalá no hubiera tenido que dispararle —dijo.
—Lo siento —repetí. Hiram no pudo decir nada más.
* * *
—Hiram Yoder. Paulo Gutiérrez. Juan Escobedo. Marco Flores. Galen DeLeon —dijo Manfred Trujillo—. Seis muertos.
—Sí —contesté. Estaba sentado ante la mesa de mi cocina. Zoë estaba en casa de Trujillo, pasando la noche con Gretchen. Hickory y Dickory estaban con ella. Jane se hallaba en el hospital: aparte del corte en el costado se había llenado de feos arañazos persiguiendo a DeLeon.
Babar
tenía la cabeza apoyada en mi regazo. Yo la acariciaba, medio ausente.
—Ni un cadáver —dijo Trujillo. Alcé la cabeza—. Cien de los nuestros salieron al bosque, donde nos dijeron que fuéramos. Encontramos sangre, pero ni un solo cadáver. Esas criaturas se los llevaron consigo.
—¿Qué hay de Galen? —dije. Jane me había dicho que había encontrado pedazos, siguiendo un rastro. Dejó de seguirlo cuando él dejó de gritar, y cuando sus propias heridas le impidieron continuar.
—Encontramos unas cuantas cosas —dijo Trujillo—. No lo suficientes para completar un cuerpo.
—Magnífico. Simplemente magnífico.
—¿Cómo se siente?
—Jesús, Man —dije—. ¿Cómo cree que me siento? Hemos perdido a seis personas hoy. Hemos perdido al mal… perdimos a Hiram Yoder. Estaríamos todos muertos si no fuera por él.
Salvó
a esta colonia, los menonitas y él. Ahora está muerto, y es culpa mía.
—Fue Paulo quien preparó esa partida —dijo Trujillo—. Desobedeció sus órdenes y llevó a la muerte a otras cinco personas. Y los puso a usted y a Jane en peligro. Si alguien tiene la culpa, es él.
—No pretendo echarle la culpa a Paulo.
—Lo sé. Por eso lo digo yo. Paulo era amigo mío, y un buen amigo además. Pero cometió una estupidez, y provocó que esos hombres murieran. Tendría que haberle hecho caso.
—Sí, bueno —dije—. Pensé que hacer de esas criaturas un secreto de Estado impediría que sucediera algo como esto. Por eso lo hice.
—Los secretos siempre se filtran. Lo sabe. O debería.
—Tendría que haber informado a todo el mundo sobre esas criaturas —dije.
—Tal vez —contestó Trujillo—. Tuvo que tomar una decisión y lo hizo. No fue la que yo pensaba que iba a tomar, tengo que reconocerlo. No era propia de usted. Si no le importa que lo diga, no se le dan bien los secretos. Aquí la gente tampoco está acostumbrada a tenerlos.
Asentí con un gruñido y acaricié a mi perro. Trujillo se agitó incómodo en su silla durante unos instantes.
—¿Qué va a hacer ahora? —preguntó.
—Que me zurzan si lo sé. Ahora mismo lo que me gustaría es darle un puñetazo a la pared.
—Le aconsejo que no lo haga. Sé que por norma general no le gusta seguir mis consejos. Sin embargo, ahí lo tiene.
Sonreí. Señalé la puerta.
—¿Cómo está la gente?
—Todo el mundo está asustado —dijo Trujillo—. Un hombre murió ayer, seis más han muerto hoy, cinco de ellos desaparecieron, y todos temen ser el siguiente. Sospecho que dormirán dentro de la aldea las dos próximas noches. Por cierto, me temo que ya se ha corrido la voz de que esas criaturas son inteligentes. Gutiérrez se lo contó a un montón de gente mientras intentaba reclutar su pelotón.
—Me sorprende que no haya ido otro grupo a buscar a los hombres lobo —dije.
—¿Los llama así, hombres lobo?
—Ya vio al que mató a Hiram. Dígame que no es lo que parece.
—Hágame un favor y no difunda ese nombre —dijo Trujillo—. La gente ya está suficientemente asustada.
—Bien.
—Y, sí, hubo otro grupo que quiso salir y tratar de vengarse. Un puñado de crios idiotas. El novio de su hija, Enzo, era uno de ellos.
—Ex novio —dije yo—. ¿Los convenció para que no hicieran ninguna estupidez?
—Recalqué que cinco hombres adultos habían salido de caza y ni uno solo de ellos había regresado a casa —dijo Trujillo—. Eso pareció calmarlos un poco.
—Bien.
—Tiene que hacer usted una comparecencia esta noche, en el salón comunitario. La gente estará allí. Necesitan verle.
—No estoy de humor para ver a nadie.
—No tiene más remedio —dijo Trujillo—. Es el líder de la colonia. La gente está asustada, John. Su esposa y usted son los únicos que han salido de esto vivos, y ella está en la enfermería. Si se pasa la noche escondido aquí dentro, es como decirle a todo el mundo que nadie va a escapar con vida de esas criaturas. Y les mantuvo su existencia en secreto. Tiene que empezar a compensarlo.
—No sabía que era usted psicólogo, Man.
—No lo soy. Soy político. Igual que usted, lo admita o no. Ése es el trabajo del líder de la colonia.
—Se lo digo con toda sinceridad, Man, si pidiera el puesto de líder de la colonia, se lo daría. Ahora mismo. Sé que piensa que debería haber sido usted el líder de la colonia. Muy bien. El puesto es suyo. ¿Lo quiere?
Trujillo hizo una pausa para considerar sus palabras.
—Tiene razón —dijo—. Pensaba que debería haber sido el líder de la colonia. De vez en cuando lo sigo pensando. Y algún día creo que probablemente lo seré. Pero ahora mismo no es mi trabajo. Es el suyo. Mi trabajo es ser su leal oposición. Y lo que su leal oposición piensa es lo siguiente: su gente está asustada, John. Su líder es usted. Lidere de una puñetera vez, señor.
—Es la primera vez que me llama «señor» —dije, tras un largo rato.
Trujillo sonrió.
—Lo reservaba para un momento especial.
—Muy bien. Bien hecho. Bien hecho, sí.
Trujillo se levantó.
—Lo veré esta noche, entonces.
—Me verá —dije—. Trataré de parecer tranquilizador. Gracias, Man.
Él descartó el agradecimiento y se marchó justo cuando alguien llegaba a mi porche. Era Jerry Bennett.
Le indiqué que pasara.
—¿Qué me trae? —pregunté.
—Sobre las criaturas, nada —respondió Bennett—. Busqué con todo tipo de parámetros y no encontré nada. No hay mucho con que seguir. No exploraron gran cosa este planeta.
—Dígame algo que yo no sepa.
—Muy bien —dijo Bennett—. ¿Conoce ese vídeo donde el Cónclave arrasa esa colonia?
—Sí —contesté—. ¿Qué tiene eso que ver con este planeta?
—No tiene nada que ver —dijo Bennett—. Como le dije, comprobé todos los archivos de datos buscando revisiones. Y encontré un archivo con todos los demás.
—¿Qué clase de archivo?
—Bueno, resulta que el archivo de vídeo que tiene usted es sólo parte de otro archivo de vídeo. Los metadatos incluyen la fecha de ese archivo original. Las fechas dicen que su vídeo es sólo el final de otro vídeo. Hay más vídeos ahí.
—¿Cuánto más?
—Mucho más.
—¿Puede recuperarlo? —pregunté.
Bennett sonrió.
—Ya lo he hecho.
* * *
Después de seis horas y varias docenas de tensas conversaciones con los colonos, conseguí entrar en la caja negra. La PDA en la que Bennett había cargado el archivo de vídeo estaba sobre la mesa, como había prometido. La recogí. El vídeo ya estaba puesto en cola y en pausa desde el principio. Su primera imagen era de dos criaturas en una colina, contemplando un río. Reconocí la colonia y una de las criaturas del vídeo que ya había visto. A la otra no la había visto antes. Encogí los ojos para ver mejor, luego me maldije por mi estupidez y amplié la imagen. La otra criatura se hizo más clara.
Era un whaid.
—Hola —le dije a la criatura—. ¿Qué estás haciendo, hablando con el tipo que aniquiló tu colonia?
Puse en marcha el vídeo para averiguarlo.
Los dos se encontraban al borde de un acantilado que asomaba a un río, contemplando la puesta de sol sobre la lejana pradera.
—Tenéis preciosas puestas de sol aquí —le dijo el general Tarsem Gau a Chan orenThen.
—Gracias —dijo orenThen—. Son los volcanes.
Gau miró a orenThen, divertido. La ondulante pradera quedaba interrumpida sólo por el río, sus acantilados y la pequeña colonia que se extendía donde los acantilados descendían hacia el agua.
—Aquí no —dijo orenThen, advirtiendo la silenciosa observación de Gau. Señaló al oeste, donde el sol acababa de hundirse tras el horizonte—. A medio planeta de distancia. Hay mucha actividad tectónica. Hay un anillo de volcanes alrededor del océano Occidental. Uno de ellos entró en erupción justo cuando terminaba el otoño. Todavía hay polvo en la atmósfera.
—Debe esperaros un duro invierno —dijo Gau.
OrenThen hizo un gesto que sugería lo contrario.
—Una erupción bastante grande para causar hermosas puestas de sol. No lo suficiente para crear cambios climáticos. Tenemos inviernos moderados. Es uno de los motivos por los que nos asentamos aquí. Veranos calurosos, pero buen sitio para cultivar. Suelo rico. Excelente suministro de agua.
—Y ningún volcán —dijo Gau.
—Y ningún volcán —reconoció orenThen—. Tampoco hay terremotos, porque estamos justo en el centro de una placa tectónica. Las tormentas, sin embargo, son increíbles. Y el verano pasado hubo tornados con granizos del tamaño de tu cabeza. Perdimos las cosechas. Pero ningún sitio es completamente perfecto. En conjunto es un buen lugar para fundar una colonia y construir un nuevo mundo para mi pueblo.
—Estoy de acuerdo —dijo Gau—. Y por lo que puedo ver, has hecho un trabajo maravilloso dirigiendo esta colonia.
OrenThen inclinó levemente la cabeza.