La cicatriz (71 page)

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Authors: China Miéville

Tags: #Ciencia Ficción, #Fantasía

BOOK: La cicatriz
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Bellis quería un momento más, otro segundo suspendido para poder respirar antes de hablar y responder a Tanner y poner en marcha un torpe y claustrofóbico juego.

Conocía la respuesta a su pregunta pero no quería dársela. No lo miró. Sabía que volvería a formularla. Silas seguía libre en la ciudad tras haber asistido al fracaso de su rescate y no había más que una cosa que pudieran hacer. Sabía que Tanner lo sabía también, que la estaba poniendo a prueba, que no había más que una respuesta posible a su pregunta y que si no se la daba, todavía era posible que la matara.

—¿Qué vamos a hacer? —volvió a decir y ella levantó la mirada, cansada.

—Ya lo sabes —profirió una risa desagradable—. Tenemos que decir la verdad. Tenemos que decírsela a Uther Doul.

39

Aquí estamos, cerca del extremo septentrional del Océano Hinchado y apenas a, no sé, mil quinientos, tres mil kilómetros al oeste, al noroeste, se encuentra el Mar de la Astucia. Y allí, resguardada entre los pliegues de la costa, en la orilla de un continente ignoto, está la colonia de Nova Esperium
.

¿Es la pequeña, brillante, resplandeciente ciudad cuyas imágenes he visto? He visto heliotipos de sus torres, de sus silos de grano, de los bosques que la rodean y de los animales únicos que pueblan sus alrededores: enmarcados y retocados, dibujados a mano con colores sepia. Todos tienen una nueva oportunidad en Nova Esperium. Hasta los Rehechos, los mecanizados, los trabajadores, pueden ganarse su libertad
.

(No es que sea cierto)
.

Me he imaginado en las laderas de las montañas que veo en esas imágenes (difuminada por la distancia, desenfocada), contemplando el asentamiento. Aprendiendo las lenguas de los nativos, recogiendo las osamentas de los viejos libros que podríamos encontrar en las ruinas
.

Hay quince kilómetros desde Nueva Crobuzón hasta el estuario, hasta el extremo de la Bahía de Hierro
.

En mis recuerdos no dejo de pensar en ese lugar más allá de la ciudad, encajonado entre la tierra y el mar
.

He perdido las estaciones. Me marché cuando el otoño se convertía en invierno y esa fue la última vez que tuve alguna noción del tiempo. Desde entonces el calor y el fresco y el frío se han vuelto caóticos, maleducados, fortuitos para mí
.

Quizá en Nova Esperium sea de nuevo otoño

En Nueva Crobuzón es primavera
.

Tengo un conocimiento que no puedo utilizar, en un viaje que no puedo controlar, con metas que ni comparto ni comprendo y siento nostalgia por un hogar del que tuve que huir y por un lugar que jamás he visto
.

Hay pájaros más allá de estos muros, pájaros que se hablan con cantos, violentos y estúpidos, peleando con el viento y cuando tengo los ojos cerrados puedo fingir que los observo, puedo fingir que me encuentro en cualquier otro barco, en cualquier otra parte del mundo
.

Pero abro los ojos (debo hacerlo) y sigo aquí, de nuevo en esta cámara del senado, de pie junto a Tanner Sack, con la cabeza gacha y cargada de cadenas
.

A pocos metros de Bellis y Tanner, Uther Doul estaba concluyendo su informe para los gobernantes de la ciudad: los Amantes, Dynich, el nuevo Concilio de Raleas y todos los demás. Había anochecido. El Brucolaco también se encontraba allí. Era el único de los gobernantes a quien la guerra no había marcado: todos los demás ostentaban cicatrices o señales de explosiones. Los gobernantes escuchaban a Uther Doul. De tanto en cuanto miraban de soslayo a los prisioneros.

Bellis observó cómo la observaban y vio cólera en sus ojos. Tanner Sack no podía levantar la mirada. Estaba maniatado del todo por la miseria y la vergüenza.

—Estamos de acuerdo —dijo Uther Doul—. Debemos actuar deprisa. Podemos asumir que lo que nos han dicho es cierto. Debemos detener a Silas Fennec, de inmediato. Y podemos asumir que si aún no ha averiguado que estamos tras él, lo hará muy pronto.

—Pero, ¿cómo coño lo hizo? —gritó el rey Federico—. Quiero decir, entiendo lo de ese puto
paquete
, lo del puto mensaje… —fulminó con la mirada a Bellis y Tanner—. Pero, ¿cómo consiguió ese Fennec una puta piedra imán? La fábrica de brújulas, joder… pero si está más vigilada que mi puta tesorería. ¿Cómo logró entrar?

—Eso no lo sabemos aún —dijo Uther Doul—. Y será una de las primeras cosas que le preguntemos. En la medida de lo posible, tenemos que mantener la discreción. Como Simon Fench, Fennec… no carece de seguidores… —prosiguió Doul. Los Amantes no se miraron—. No deberíamos arriesgarnos a… provocar la cólera de los ciudadanos. Ahora tenemos que actuar. ¿Alguien sabe cómo podríamos empezar?

Dynich carraspeó y alzó la mano.

—He oído rumores —empezó a decir con voz titubeante— sobre ciertos garitos que Fench frecuenta…

—Permitidme hablar, rey —le interrumpió el Brucolaco con su voz cascada. Todos lo miraron, sorprendidos. El vampiro parecía extrañamente reticente. Suspiró, sacó la lengua y continuó.

—No es ningún secreto que el paseo de Otoño Seco mantiene importantes diferencias con los gobernantes de Anguilagua por lo referente a la invocación del avanc y la trayectoria de la ciudad… diferencias que siguen sin resolverse —añadió con un breve destello de cólera—. Sin embargo —sus negros ojos recorrieron toda la habitación como un desafío—, confío en que nunca se sugiera que el Brucolaco, o cualquiera de sus lugartenientes, no es completamente leal a la ciudad. Para nosotros representa una gran vergüenza no haber podido luchar por Armada en la guerra que acabamos de sufrir. Sé —se apresuró a añadir— que mis ciudadanos sí lucharon. También nosotros tenemos nuestros muertos… pero ni yo ni los míos. Y lo sentimos. Estamos en deuda con todos. Yo sé dónde está Silas Fennec.

Hubo un rápido coro de jadeos.

—¿Cómo lo sabes? —dijo la Amante—. ¿
Cuánto hace
que lo sabes?

—No mucho —respondió el Brucolaco. No apartó los ojos de los de ella, pero no parecía orgulloso—. Descubrimos el lugar en el que
Simon Fench
dormía e imprimía sus obras. Pero todos sabéis… —añadió con repentino fervor—, todos sabéis que no conocíamos sus planes. Nunca hubiéramos permitido esto.

Las implicaciones eran evidentes. Había permitido que «Simon Fench» extendiera su influencia, imprimiese sus panfletos disidentes y difundiese rumores dañinos mientras había pensado que la víctima de esa actividad sería Anguilagua y no la ciudad entera. No había sabido nada de la flota de Nueva Crobuzón atraída por Fennec. Como Tanner y Bellis, se había visto involucrado a su pesar en lo ocurrido.

Bellis esbozó para sus adentros una sonrisa despectiva al ver el ostentoso estallido de furia de los Amantes.
Como si vosotros no hubieseis hecho nunca cosas así o aún peores
, pensó.
Como si no fuese ese el modo en que lodos los bastardos os enfrentáis entre vosotros
.

—Soy consciente —siseó el Brucolaco— del estado de las cosas. Y quiero capturar a ese bastardo tanto como cualquiera de vosotros. Razón por la cual será un placer, así como un deber, capturarlo.



no vas a hacerlo —dijo Uther Doul—. Yo lo cogeré… mis hombres y yo.

El Brucolaco volvió sus ojos amarillentos hacia Doul.

—Yo cuento con determinadas ventajas —dijo lentamente—. Esta misión es importante para mí.

—No vas a conseguir la absolución de este modo Muertohombre —dijo Doul con voz fría—. Le has dejado actuar sin hacer nada para impedirlo y éste es el resultado. Dinos ahora dónde está y deja de interferir.

Hubo un silencio que se prolongó varios segundos.

—¿Dónde está? —gritó la Amante de pronto—. ¿Dónde se esconde?

—Ésa es otra razón por la que tiene sentido que seamos los míos y yo los que lo cacemos —replicó el Brucolaco—. Se encuentra en un lugar al que muchas de vuestras tropas podrían negarse a entrar. Silas Fennec está en el barrio maldito.

Doul no titubeó. Miró fijamente al vampiro.

—Tú no vas a hacerlo —volvió a decir—. Yo
no
tengo miedo.

Bellis escuchaba con vergüenza y un odio hacia Fennec que ardía con lentitud.
Cabrón
, pensó con salvaje satisfacción,
a ver cómo te sacan tus mentiras de ésta
.

Aunque puede que él siguiera representando su única oportunidad de salir de allí, nunca permitiría que ese jodido cerdo volviera a mentirla, volviera a utilizarla. Esta vez no se saldría con la suya sin castigo, costase lo que costase. Antes preferiría optar por Armada, o por la Cicatriz.

Deberías habérmelo dicho, Silas,
pensó, mientras se le entrecortaba la respiración a causa de la rabia
. Yo también quería salir, lo quería. Si me hubieses contado la verdad, si te hubieras abierto, si hubieras sido honesto, si no me hubieras utilizado, podría haberte ayudado,
pensó
. Podríamos haberlo hecho juntos.

Pero sabía que no era cierto.

A pesar de lo desesperada que estaba por salir de allí, nunca lo hubiera ayudado de haber conocido sus planes. Nunca hubiera tomado parte en aquello.

Con una aterradora repugnancia, Bellis se dio cuenta de que Silas la había juzgado con tino. Su trabajo consistía en saber qué le podía contar a cada uno, hasta dónde estarían dispuestos a llegar quienes lo rodeaban y las mentiras que debía contarles de acuerdo a ello. Tenía que juzgar lo que podía decir a cada uno de sus peones.

Había acertado con ella.

Bellis recordaba la furia de Uther Doul cuando Tanner y ella habían acudido a él.

Los había mirado sin pestañear mientras se explicaban y su rostro se había ido volviendo cada vez más duro y frío, sus ojos más sombríos, conforme iban hablando. Aturdidos, habían tratado de explicarle que no habían sabido nada, que ambos habían sido utilizados.

Tanner hablaba de forma atropellada y Doul, impasible, había esperado a que terminara para castigarlo con su silencio, para no decir nada en absoluto. Pero entonces se había vuelto hacia Bellis y había esperado a que le ofreciera sus explicaciones. La había perturbado, había permanecido por completo inmóvil mientras ella le contaba que conocía a Silas Fennec,
Simon Fench
. No había parecido sorprendido en absoluto. Había permanecido en silencio, esperando a que ella le diera toda la información. Pero cuando ella le había contado lo que había hecho, la labor que había desempeñado para Fennec, él había estallado de repente.


No
—había gritado—. ¿Qué dices que hizo?

Y cuando ella respondió con un murmullo, atropelladamente, con el rostro avergonzado, y le aseguró que no había tenido idea en ningún momento, que ni siquiera podía haberlo
sabido
, que no podría haberlo
sabido
, la había mirado con dureza, con una expresión de frío desagrado y crueldad que ella nunca le había visto hasta entonces y que se le había clavado en las entrañas.

—¿Estás segura? —le había preguntado, para su horror—. ¿Es así? ¿Ni la menor idea? ¿Nada de nada?

Había engendrado un gusano de duda en su cabeza y éste había empezado a escarbar sin misericordia entre sus remordimientos y su miseria.

¿De veras no lo supe nunca? ¿Ni siquiera lo sospeché?

Los gobernantes estaban discutiendo sobre la geografía del barrio maldito de Armada, sobre los necrófagos y los fantasmas de sebo, sobre cómo preparar su trampa.

Bellis habló lo bastante alto como para interrumpirlos a todos.

—Senado —dijo. Se hizo el silencio.

Doul la miró con ojos inmisericordes por completo. Ella no pestañeó.

—Hay otra cosa que debería tenerse en cuenta —dijo—. No creo que Nueva Crobuzón estuviese dispuesta a atravesar tantísimos kilómetros por amor. No arriesgarían todos esos barcos y todo ese esfuerzo, ni siquiera por la
Sorghum
y, desde luego, no para llevar a su agente a casa. Silas Fennec tiene algo que ellos quieren. No sé lo que es y juro… juro que se lo diría si lo supiera. Creo que… una de las cosas que me dijo sí es cierta. Creo que pasó algún tiempo en el Alto Cromlech y, más recientemente, en Las Gengris. Vi su cuaderno de notas y lo creo. Me dijo que los grindilú habían tratado de capturarlo. Y puede que eso también fuera cierto. Quizá por algo que les robó: algo por cuya posesión Nueva Crobuzón se arriesgaría a cruzar medio mundo una vez que hubieran descubierto que lo tenía. Quizá por eso vinieron. Todos están de acuerdo en que ha hecho cosas que no debería haber podido hacer, ha robado… ha entrado en lugares inexpugnables. Bueno, puede que, lo que quiera que tenga Silas Fennec, lo que quiera que robó, lo que quiera que vinieran a buscar los crobuzonianos, esté detrás de todo esto. De modo que, me parece que lo que estoy diciendo es… recuerden, cuando lo estén cazando, que podría estar utilizando algo… y tengan cuidado.

Hubo un largo y tenso silencio después de que ella hablara.

—Tiene razón —dijo alguien.

—¿Pero qué es esto? —dijo un agresivo y joven miembro del Consejo de Raleas—. ¿Acaso van a…
vamos
a creerla? ¿Vamos a creer que no sabían nada? ¿Que sólo estaban tratando de salvar su ciudad?


Ésta
es mi ciudad —dijo Tanner Sack de súbito, y fue respondido por un silencio sorprendido.

Uther Doul lo miró y la cabeza del Rehecho volvió a bajar lentamente.

—Nos ocuparemos de ellos más tarde —dijo Doul—. Por ahora, permanecerán encarcelados hasta que cojamos a Silas Fennec. Entonces lo interrogaremos y podremos juzgar.

Fue el propio Uther Doul el que los llevó a sus celdas.

Los sacó de la sala de reuniones y los condujo por el laberinto de túneles que recorría el interior del
Grande Oriente
a través de los corredores forrados con paneles de madera de arboscuro, pasando junto a heliotipos de antiguos marineros de Nueva Crobuzón, por túneles iluminados por lámparas de gas. Cuando por fin se detuvieron, se oían extraños sonidos metálicos, como si algo se estuviera acomodando, junto al traqueteo de los motores.

Doul empujó
(con suavidad)
a Tanner al interior de una habitación que había tras una puerta y Bellis entrevió su interior: una litera, una mesa y una silla, una ventana. Doul le dio la espalda y continuó. Como había esperado, ella lo siguió incluso así, hacia su prisión.

En la celda, la oscuridad que se veía tras la ventana no era la de la noche nublada. Estaban por debajo del nivel del agua y la portilla del cuarto daba al negro mar. Ella se volvió y puso una mano en la puerta para impedir que Doul la cerrara.

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