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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Casa Corrino (34 page)

BOOK: La Casa Corrino
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—Esposo, niegas que este hombre es tu hermanastro, pero su afirmación ha sido oída por mucha gente. Ha sembrado semillas de duda, y corren murmullos de descontento.

Shaddam frunció el ceño.

—Nadie le creerá, si yo les digo que su afirmación es falsa.

Anirul miró al emperador con expresión escéptica.

—Si su afirmación es falsa, ¿por qué te niegas a llevar a cabo pruebas genéticas? El populacho dirá que has asesinado a alguien de tu propia sangre.

No será la primera vez
, pensó Shaddam.

—Que hablen, les escucharemos con atención. No tardaremos mucho en silenciar las voces disidentes.

Anirul no hizo más comentarios. Se volvió y vio que conducían a Reffa hacia el bloque de granito. Su cuerpo musculoso se movía con rigidez. Le habían cortado al cero su abundante cabello.

Obligaron a Reffa a detenerse cerca de los cuerpos de las demás víctimas, a todas se les había concedido la oportunidad de pronunciar sus últimas palabras. No obstante, Shaddam se había encargado de que su supuesto hermanastro no gozara de tal privilegio. Los médicos de la corte le habían cosido los labios. Aunque movía la mandíbula, Reffa no podía articular palabras, únicamente unos lastimeros sonidos similares a maullidos. Sus ojos destellaban de furia.

Con una expresión de supremo desdén, el emperador se puso en pie y ordenó con un gesto que desconectaran los escudos que protegían su trono. Sostenía el cetro ante él.

—Tyros Reffa, impostor y asesino, tu crimen es peor que cualquiera.

Amplificadores ocultos en el medallón que colgaba de su cuello potenciaban su voz resonante.

Reffa se revolvió, chilló por dentro, pero no tenía boca. Dio la impresión de que la piel rojiza de sus labios enmudecidos iba a desgarrarse.

—Debido a la audacia de tu afirmación, te concedemos un honor que no mereces. —Shaddam extrajo la fuente de energía y la insertó en el hueco del bastón. La energía ascendió hacia el extremo e iluminó el globo de luz facetado—. Me encargaré de ti personalmente.

Un rayo púrpura alcanzó a Reffa en el pecho, desintegró su torso y dejó un enorme hueco sanguinolento. Shaddam, con la mandíbula apretada en un rictus de ira imperial, bajó el bastón para que el rayo continuara quemando el cuerpo, incluso después de que cayera al pie del granito negro.

—¡Cuando nos desafías, hablas contra todo el Imperio! Por lo tanto, todo el Imperio ha de contemplar las consecuencias de tu locura.

El rayo se apagó cuando la fuente de energía del bastón se agotó. El emperador indicó con un ademán a sus Sardaukar que continuaran. Dispararon sobre el cadáver al mismo tiempo, hasta incinerar el cuerpo del hijo bastardo de Elrood. Los rayos láser desintegraron el tejido orgánico y el hueso, y solo quedó una mancha de cenizas negras que el viento dispersó.

Shaddam permaneció imperturbable, aunque estaba encantado por dentro. Todas las pruebas habían sido eliminadas. Nadie podría demostrar el vínculo genético de Reffa con Elrood y Shaddam. El problema estaba solucionado. Por completo.

Adiós, hermano.

El hombre más poderoso del universo levantó las manos para hacerse con la atención del público.

—¡Esto es un motivo de celebración! Decretamos un día de fiesta en todo el Imperio.

Shaddam, de mucho mejor humor, tomó el brazo de su esposa y bajó de la plataforma. Filas interminables de soldados Sardaukar les escoltaron hasta el interior del palacio imperial.

48

Paga bien a tus espías. Un buen infiltrado vale más que legiones de Sardaukar.

F
ONDIL
C
ORRINO
III,
El Cazador

Rhombur estaba sentado en una mesa de examen, bañado por el sol que se filtraba por una ventana elevada. Detectaba calor en sus miembros cyborg, pero era una sensación diferente de cuando era humano. Muchas cosas eran diferentes ahora…

El doctor Yueh, con su pelo largo sujeto con un aro de plata Suk, sostenía un escáner sobre las articulaciones de la rodilla artificial. Su rostro enjuto estaba concentrado.

—Flexionad la derecha ahora.

Rhombur suspiró.

—Pienso ir con Gurney tanto si me dais autorización como si no.

El médico no demostró diversión ni irritación.

—Que los cielos me salven de pacientes ingratos.

Mientras Rhombur doblaba su pierna protésica, una luz verde se encendió en el escáner.

—Me siento fuerte físicamente, doctor Yueh. A veces, ni siquiera pienso en mis partes artificiales. Ya se ha convertido en algo natural para mí.

De hecho, con su rostro surcado de cicatrices y la piel de polímero, la broma que circulaba por el palacio (promovida por Duncan Idaho) consistía en que el príncipe era todavía más agraciado físicamente que Gurney Halleck.

Yueh comprobó visualmente los mecanismos cyborg mientras Rhombur andaba por la habitación, alzaba la barbilla y daba volteretas. Cuando habló, un músculo se disparó en el lado izquierdo de la mandíbula del médico.

—Creo que la terapia agresiva de vuestra esposa os ha sido de gran ayuda.

—¿Terapia agresiva? —dijo Rhombur—. Ella lo llama «amor». Yueh cerró los escáneres.

—Contáis con mi aprobación para partir con Gurney Halleck en esta difícil misión. —Los rasgos afilados del doctor Yueh expresaron preocupación, y el diamante tatuado en su frente se arrugó—. De todos modos, sería difícil para cualquiera entrar en Ix. Sobre todo por ser vos quien sois. No me gustaría ver destruida mi hermosa obra de arte.

—Procuraré que eso no suceda —dijo Rhombur, con expresión decidida—. Pero Ix es mi hogar, doctor. No tengo otra alternativa. Estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para mi pueblo, aunque el linaje Vernius haya de… terminar conmigo.

Rhombur vio que un profundo dolor aparecía en los ojos del médico, aunque no derramó lágrimas.

—Tal vez no me creáis, pero lo comprendo. Hace mucho tiempo, mi esposa Wanna resultó gravemente herida en un accidente industrial. Localicé a un especialista en funciones de control de seres humanos artificiales, muy primitivas comparadas con las que tenéis vos, mi príncipe. Sustituyó las caderas, bazo y útero de Wanna por partes sintéticas, pero ya no pudo tener hijos. Habíamos planeado esperar…, pero esperamos demasiado. Wanna ya ha superado la edad fértil a estas alturas, pero en aquellos días fue muy traumático para nosotros.

Se dedicó a guardar sus instrumentos.

—De forma similar, príncipe Rhombur, sois el último de la Casa Vernius. Lo siento.

Cuando Leto le llamó a su estudio privado, Rhombur no sospechó nada. Al entrar en la estancia, se detuvo y miró estupefacto al hombre que se hallaba de pie junto a una ventana enmarcada en piedra.

—¡Embajador Pilru!

Rhombur siempre experimentaba una oleada de afecto cuando veía a este funcionario que tanto había luchado, si bien infructuosamente, por la causa ixiana durante las dos últimas décadas. No obstante, le había visto en su reciente boda con Tessia. El corazón le dio un vuelco.

—¿Alguna noticia?

—Sí, mi príncipe. Noticias sorprendentes y preocupantes.

Rhombur se preguntó si estaban relacionadas con el hijo del embajador, C’tair, que continuaba su lucha clandestina en Ix.

Rhombur permaneció inmóvil, y el diplomático empezó a pasear por la habitación, incómodo. Activó un holoproyector en el centro de la estancia, y apareció la imagen de un hombre sucio y maltrecho.

Leto habló con voz acerada.

—Este es el hombre que intentó asesinar a Shaddam. El que casi mató a Jessica en el palco imperial. Pilru le dirigió una rápida mirada.

—Fue un accidente, duque Leto. Muchos aspectos de su plan eran… ingenuos y mal concebidos.

—Y ahora parece que ciertos aspectos de su «ataque maníaco» fueron exagerados por el informe oficial imperial —añadió Leto.

Rhombur estaba confuso.

—Pero ¿quién es?

El embajador detuvo la imagen y se volvió hacia él.

—Mi príncipe, este hombre es, o era, Tyros Reffa. El hermanastro del emperador. Fue ejecutado hace cuatro días, por decreto imperial. Por lo visto, no hubo necesidad de juicio.

Rhombur desplazó su peso de un pie al otro.

—Pero ¿qué tiene que ver eso con…?

—Muy poca gente sabe la verdad, pero la afirmación de Reffa era cierta. Era en verdad el hijo bastardo de Elrood, criado con discreción por la Casa Taligari. Por lo visto, Shaddam le consideraba una amenaza para el trono, e inventó una excusa para que sus Sardaukar destruyeran el hogar de Reffa en Zanovar. Shaddam, de paso, también mató a catorce millones de personas en las ciudades de Zanovar, por si acaso.

Tanto Rhombur como Leto se quedaron sobrecogidos.

El embajador entregó una serie de documentos impresos a Rhombur y continuó.

—Esto son los análisis genéticos que demuestran la identidad de Reffa. Yo mismo tomé las muestras, en la celda de la prisión. No cabe la menor duda. Este hombre era un Corrino.

Rhombur examinó los papeles, pero aún se seguía preguntando para qué le habían llamado.

—Interesante —comentó.

—Todavía hay más, príncipe Vernius. —Pilru le miró fijamente—. La madre de Reffa era la concubina de Elrood, Shando Balut. Rhombur levantó la vista al instante.

—¡Shando!

—Tyros Reffa era también vuestro hermanastro, mi príncipe.

—No puede ser —protestó Rhombur—. Nunca me hablaron de un hermano. Nunca conocí a ese hombre. —Seguía estudiando el informe de los análisis, en busca de algo que le librara de aquella terrible realidad—. ¿Ejecutado? ¿Estáis seguro?

—Sí, por desgracia. —El embajador Pilru se mordisqueó el labio inferior—. ¿Por qué no nombró Elrood a Tyros Reffa oficial de la guardia imperial, como la mayoría de emperadores han hecho con los hijos de sus concubinas? Pero no, Elrood tuvo que esconder al niño como si fuera algo especial, y provocó todos estos problemas.

—Mi hermano… Ojalá hubiera podido ayudarle.

Rhombur tiró los documentos al suelo. Se balanceó sobre sus piernas cyborg, con el rostro convertido en una máscara de angustia. El príncipe de la Casa Vernius paseó por la estancia.

—Esto solo fortalece todavía más mi decisión de oponerme al emperador —anunció con serenidad—. Ahora, se ha convertido en algo personal entre nosotros.

49

El dinero no puede comprar el honor.

Dicho fremen

Un pájaro negro que aullaba surgió del cielo y descendió a toda velocidad, un tóptero a chorro con un feroz gusano de arena pintado en el morro, con las fauces abiertas que revelaban afilados dientes de cristal.

En el lecho reseco de un lago, rodeado de estribaciones rocosas que mantenían alejado a Shai-Hulud, cuatro fremen cayeron de rodillas y gritaron de terror. Las parihuelas que cargaban volcaron.

Liet-Kynes permaneció inmóvil, con los brazos cruzados sobre el pecho. La brisa provocada por la nave agitó su pelo rubio y la capa.

—¡Levantaos! —gritó a sus hombres—. ¿Queréis que piensen que somos viejas cobardes?

El representante de la Cofradía había llegado con extrema puntualidad.

Los fremen enderezaron las parihuelas, dolidos. Alisaron sus túnicas y ajustaron los accesorios de sus destiltrajes. Incluso a aquella hora de la mañana, el desierto era como un horno.

Tal vez la Cofradía había pintado el gusano de arena con un propósito específico, a sabiendas de que los fremen reverenciaban a los gusanos, pero Liet sabía algo sobre la Cofradía, lo cual le facilitaba superar el miedo.
La información es poder, sobre todo cuando se trata de información sobre un enemigo.

Vio que el tóptero describía un círculo, con las alas pegadas al casco. Habían practicado troneras en el fuselaje, debajo de las portillas. Los motores emitieron un gemido ensordecedor cuando el aparato se posó sobre una duna situada a un centenar de metros. A juzgar por las siluetas que se veían a través de las ventanillas, contó cuatro hombres a bordo. Pero uno de ellos no era del todo un hombre.

La parte delantera del aparato se abrió, y un vehículo descapotable descendió por una rampa, pilotado por un hombre calvo que no utilizaba destiltraje, una locura en pleno desierto. El sudor resbalaba sobre su rostro, bañado de agua. Llevaba encajada en la garganta una caja negra cuadrada.

De cintura para abajo, su cuerpo era una masa desnuda de carne amorfa y cérea, como si se hubiera fundido y vuelto a formar de una manera espantosa. Tenía las manos palmeadas. Sus ojos amarillos y protuberantes parecían alienígenas, como trasplantados de un ser exótico y peligroso.

Algunos de los supersticiosos fremen murmuraron e hicieron gestos defensivos, pero Liet les silenció con una mirada fulminante. Se preguntó por qué el forastero exhibía su cuerpo repulsivo.
Para impresionarnos, quizá.
Juzgó que el representante buscaba provocar alguna reacción, con la esperanza de aterrar e intimidar para jugar con mayor ventaja.

El representante miró a Liet e hizo caso omiso de los demás fremen. Su voz metálica surgió del sintetizador que llevaba en la garganta.

—No demuestras temor hacia nosotros, ni siquiera del gusano de arena de nuestra nave.

—Hasta los niños saben que Shai-Hulud no vuela —replicó Liet—. Y cualquiera puede hacer un dibujo.

El hombre deforme sonrió.

—¿Y mi cuerpo? ¿No lo consideras repulsivo?

—Mis ojos han sido adiestrados para mirar otras cosas. Una persona hermosa puede ser repugnante por dentro, y un cuerpo deforme puede albergar un corazón perfecto. —Se acercó más al vehículo descapotable—. ¿Qué clase de ser eres?

El cofrade sonrió, una reverberación metálica procedente de su garganta.

—Soy Ailric. ¿Tú eres el problemático Liet-Kynes, hijo del planetólogo imperial?

—Ahora soy el planetólogo imperial.

—Vaya, vaya. —Los ojos amarillos de Ailric examinaron las parihuelas. Liet observó que sus pupilas eran casi rectangulares—. Explícame, medio fremen, por qué un servidor imperial quiere impedir la vigilancia mediante satélites del desierto. ¿Por qué es tan importante para vosotros?

Liet hizo caso omiso del insulto.

—Nuestro acuerdo con la Cofradía ha estado vigente durante siglos, y no veo motivos para interrumpirlo. —Movió un brazo, y sus hombres destaparon las parihuelas, hasta dejar al descubierto bolsas marrones de esencia de melange concentrada amontonadas—. Sin embargo, los fremen preferirían tratar sin intermediarios. Hemos descubierto que esos hombres no son… de fiar.

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