Pronto notó que Matías estaba cerca del orgasmo, y viendo la trayectoria que llevaban —y teniendo en cuenta que ese no era el sitio más indicado para un doblete, y que cuando él se corriera la cosa se terminaba—, Nora no pensaba ni de coña dejarle tener un fin de fiesta a él solo.
Dejó de chupársela, se puso de pie —generando un momento de duda en la mirada de Matías, que no entendía cuáles eran sus intenciones— y dobló la rodilla derecha, apoyando el pie sobre la tapa del retrete.
Se levantó la falda y arqueó la espalda, dejando su sexo al descubierto e invitando a Matías a entrar en ella.
No se hizo esperar, y entró en ella de un solo empujón, limpiamente y hasta el fondo. Nora notó cómo se deslizaba esa maravilla de la naturaleza, caliente y palpitante, en su interior, cómo encajaba perfectamente en ella, como un guante, y gimió de felicidad y placer. Hasta que cayó en la cuenta de que allí faltaba algo…
—¿Llevas condones? —preguntó, casi en un susurro.
Matías siguió, sin dar demasiadas pistas de haberla oído, o de tener intención de hacerle ni el más mínimo caso.
—¿Me oyes? ¡Te digo que si llevas condones! Yo tengo en el bolso, para un momento, te pongo uno…
El silencio y unas cuantas embestidas más por respuesta.
Estaban llegando al límite de lo que Nora podía soportar sin montar en cólera, pero tampoco quería boicotearse lo que estaba siendo un polvo de categoría. Así que decidió no enfadarse (más) y echó las caderas hacia delante para sacar la polla de Matías de su interior, buscó en su bolso, tirado en el suelo del cubículo, sacó un preservativo y se lo puso. Estaba muy excitada, y tenía ganas de correrse tranquilamente, si es que eso era posible.
Toda la operación no duró más de treinta segundos, durante los que no intercambiaron ni una sola palabra. Cuanto estuvo enfundado, Matías le dio la vuelta de nuevo, y la volvió a embestir de un solo golpe, esta vez con más furia, casi con violencia.
Nora lo entendió como un gesto de necesidad primitiva, y se puso de puntillas para sentirle todavía más dentro. Le encantaba esta sensación de piernas temblorosas, como de fragilidad. Matías la cogió del pelo y tiró, obligándola a arquear —aún más— la espalda.
Un ruido sordo empezó a acompañar cada golpe de pelvis de Matías, y Nora dedujo que había apoyando un pie en la puerta para poder empujar más y llegar más dentro.
Y lo estaba consiguiendo. Cada vez que llegaba al centro de su ser, Nora se estremecía. Notaba cómo las oleadas de placer iban en aumento y, por los sonidos ahogados que emitía Matías, parecía que él tampoco se iba a quedar atrás.
Nora gritó, Matías gruñó y justo en ese momento alguien entró en el baño.
—¿Señorita? ¿Está aquí? ¿Está usted bien? Su cena está servida desde hace un rato, y el caballero que la acompañaba tampoco está en su sitio… ¿Hay alguien ahí? ¿Necesita ayuda?
«Que hay alguien aquí es evidente, teniendo en cuenta el ruidazo que estamos haciendo en el cubículo del fondo, pero los camareros de los restaurantes finos son la sutileza personificada», pensó Nora, intentando recomponerse rápidamente para intentar negar lo evidente.
Abrió la puerta, aplastando su melena rebelde y colocándose bien el corsé del vestido. Lo de ir sin medias en pleno otoño… bueno, esperaba que eso no se notara mucho.
—Sí, no se preocupe, solo estaba un poco mareada, he tenido un día muy largo y no había comido demasiado, no se preocupe que ya me encuentro bien. El caballero debe haber salido a fumar, es que fuma pero le molesta el humo cuando está comiendo, ¿sabe? Es un hombre un poco raro, si usted supiera… —le dijo Nora al camarero, aparentando la máxima naturalidad.
De detrás de la puerta apareció una mano que le dio un puñetazo en el hombro.
La cara del camarero cambió por completo.
—Por supuesto, señorita. Ahora mismo hago que les calienten de nuevo los platos. Espero que se encuentre usted bien… y que el caballero haya fumado a gusto —le espetó mientras salía de la estancia, entre cómplice y escandalizado.
Nora no esperó a que Matías saliera del lavabo, y volvió directa a la mesa después de retocarse el gloss. Cuando él volvió, ella ya estaba apurando su copa y degustando el
mi-cuit
con manzana caramelizada que había pedido como entrante. Se sentó, con el rostro serio, y cuando Nora acercó su mano a la de él en un gesto cómplice, la apartó en seguida, un poco bruscamente, para servirse una copa.
—Bueno, y ahora que estamos más relajados, ¿quieres que te cuente para qué te he traído aquí? Porque para follar no era, que eso podríamos haberlo hecho perfectamente en tu casa…
—¡Por supuesto! Perdona por no haberte preguntado antes, he tenido una mala semana. De hecho sería más realista decir que he tenido un mal mes… ¡Cuéntame!, ¿qué celebramos? —preguntó Matías, que realmente tenía pinta de haber pasado por mejores épocas.
Una vez más, Nora se pilló a sí misma con la guardia baja y decidió cometer uno de sus habituales sincericidios. Si alguien se iba a alegrar por ella, ese era Matías, y a lo mejor hasta le levantaba un poco la moral.
—Pues en realidad dos cosas, una que me va a solucionar un poco la vida y otra que me la va a complicar bastante. Ahí va: ¡me han dado un trabajo en la tele! Es de producción, en el
reality show
ese de cantantes blancos que intentan sonar como negros, ¡y pagan obscenamente bien! ¡Se acabó vivir en el sofá de mi amigo Henrik!, volveré a tener mi propia cama, a poder ir en pelotas por casa… ¿Te lo puedes creer? —le contó Nora con los ojos brillantes, emocionada como una niña.
—Oh. Felicidades. Me alegro por ti. Quiero decir, no es exactamente cine, y de producción… pero, vamos, si pagan bien, seguro que está genial. Felicidades, brindemos por tu carrera —espetó Matías sin apenas cambiar la expresión de amargura de su cara.
«¿"No es exactamente cine"? ¿Pero cómo se atreve? Ahora vas a flipar, chulo, que eres un chulo», pensó Nora, bastante rabiosa ante su reacción.
—Y la otra cosa, que sí es de cine, es que mañana he quedado con un productor que está muy interesado en mi película. Ha visto algo de mi trabajo, ha leído el guion que le mandé, con un book de casting de posibles actrices para los diferentes papeles, ideas para las localizaciones… Me he pasado meses con esto, pero parece que al fin, ¡al fin!, la cosa se está moviendo para mí, ¡todavía no me lo creo! —le explicó, pletórica.
Matías miraba a su plato, con la cabeza baja y expresión humillada.
Levantó la mirada y buscó los ojos de Nora.
—Te has pasado meses… meses… y ahora por fin… ¿por fin, dices? Querida, guapa, tu qué diablos sabes en realidad de mover proyectos de cine, y de trabajar años para realizar tus propias ideas… Y de ser rechazado vez tras vez, que nadie te escuche, te entienda… y que hasta cuando parece que llega el momento, tu momento, en realidad es solo una gran mierda. Pero, claro, tú eres una tía, y guapa de cojones, para ti es más fácil…
Nora estaba estupefacta.
—Dime la verdad… ¿Qué has tenido que hacer para que las cosas se movieran así de rápido? ¿Has visitado muchos lavabos de muchos restaurantes pijos últimamente, Nora? No es la primera vez que haces lo que acabas de hacerme a mí, ¿verdad? No te culpo, es una muy buena manera de hacer contactos con productores dispuestos a pagar películas a una tía buena…
No pudo terminar la frase.
Nora, que temblaba de furia, se había puesto de pie y le había vaciado su copa de vino encima, tirándosela a la cara.
Goterones rojo sangre caían por su cuello, manchando su camisa blanca de cuello mao, mientras él intentaba aparentar máxima normalidad mientras sopesaba cuál debía ser su reacción.
Todo el restaurante se quedó callado, mirando hacia ellos. El
maître
se acercó, con las tablas del que no ve una escena por primera vez y sabe cómo reaccionar.
—Señorita, la invito a que me acompañe, debe abandonar el restaurante, está haciendo una escena —le dijo en voz baja pero firme.
—No hace falta que me invite, ya sé irme yo sola, gracias. —Y se levantó lo más dignamente que pudo, recuperó su chaqueta y su bolso y se dirigió a la puerta, aguantando las lágrimas a duras penas.
Salió disparada en dirección a la puerta, paró un momento y volvió sobre sus pasos. Antes de que el
maître
pudiera pararla, Nora le dio a Matías una bofetada en la cara con todas sus fuerzas.
Estuvo a punto de decirle algo, pero no encontró las palabras y se fue, ya sin poder contener las lágrimas.
Salió a la calle y no llovía, lo que hubiera venido muy bien en una escena de película. En cualquier otro momento habría ido a ahogar las penas en alcohol y en los brazos de algún amigo, pero su pragmatismo nórdico le dijo que no era el momento ni de llorar ni de beber. Se sentía como la protagonista de la canción triste que su madre escuchaba de pequeña cantada por Nancy Sinatra, en la que contaba que el mundo sonreía, pero no para ella.
Respiró hondo y decidió irse a casa a preparar la reunión del día siguiente y no volver a pensar en la gran estafa que había resultado ser Matías hasta que pudiera permitirse perder el tiempo con eso. O, en un mundo ideal, no volver a pensar en él
nunca
.
Cuando llegó al piso, Henrik no estaba, se dio una ducha larga y disfrutó de la paz de tener la casa para ella sola. Picó algo —al final ni había cenado ni pagado la cena, acababa de caer en la cuenta—, ordenó otra vez el dosier de su proyecto, vio un poco la televisión. Esa noche la libido de Henrik debió de flojear, porque durmió toda la noche del tirón sin que la despertara una de sus vigorosas sesiones de sexo anal. De hecho se despertó sola, cuando el sol empezó a entrar por las rendijas de las ventanas, y se levantó descansadísima y relajada, como hacía meses que no se sentía.
«Ya llegará el bajón», pensó. «Pero este tiempo extra me viene muy bien, hoy es un día importante, ¡será un gran día!».
Escogió su estilismo al detalle, quería parecer seria pero no aburrida, profesional y creativa a la vez. Después de probar todas las combinaciones posibles (y dejar el salón hecho un asco), decidió robarle una camisa a Henrik y combinarla con una falda negra tableada por la rodilla. Su vieja cazadora de cuero le quitaba un poco de solemnidad al asunto, y le pareció el complemento perfecto. Se calzó un par de zapatos planos y salió por la puerta, practicando en las escaleras la expresión de directora de cine experimentada.
Llegó a la emblemática Torre Mapfre de Barcelona, junto al mar, uno de los edificios más altos de la ciudad, y subió hasta la planta treinta y dos, las oficinas de la productora DreamFilms, de la que Rocasans era el principal accionista. La depresión de Nora por la catastrófica noche anterior se veía neutralizada por estar a punto de tener una reunión con un pez gordo de una productora que había investigado, y entre cuyas producciones se contaban un par de películas premiadas en Cannes, Venecia, Berlín y Toronto.
La reunión con Joan Rocasans fue extraña, porque Nora entendió muy rápido que aquel pez gordo —no solo por su poder, sino porque era un cincuentón de unos cien kilos— no había leído el proyecto y se decepcionó mucho. De todas maneras, se mostró interesada durante la reunión y finalmente, tras explicarle el productor que no hacían películas de directores noveles ni guiones como el de Nora, ella le preguntó para qué la había llamado.
—Es que quizás hay otros proyectos en los que te puedes involucrar, qué te parece si lo comentamos mañana. Te invito a cenar a un sitio muy guapo junto al mar que es ideal para charlar.
Nora se derrumbó por dentro, ese tío asqueroso se la quería follar. La había llamado por la foto que precedía el dosier del proyecto, en la que salía particularmente guapa.
«¡Mierda!», dijo para sí misma mientras se disculpaba con Rocasans diciendo que mañana tenía otro compromiso.
—Si quiere quedamos otro día aquí en su oficina, yo por la noche no puedo quedar nunca. No es mi estilo —le espetó, y cogió su bolso para despedirse estrechando su mano.
Salió del edificio tan cabreada con el mundo, y especialmente con los hombres, que sintió la necesidad de decir lo que no había dicho la noche anterior.
Marcó el teléfono de Matías, y cuando este descolgó e intentó decirle algo, fue breve y contundente.
—No, escúchame tú. Cualquier cosa que pudiera haber habido entre tú y yo (y cuando digo cualquier cosa, eso va desde regarte las plantas hasta chuparte la polla) se terminó ayer por la noche. Me gustaría desearte que te vaya bien, pero no te mereces ni eso. Es una pena, porque me gustó jodidamente mucho follarte ayer, y juraría que tú también te lo pasaste de puta madre, pero no va a volver a pasar nunca más.
En cuanto colgó, eliminó el contacto de Matías de su viejo Nokia. Su nombre en la agenda, todos sus sms.
«Hasta nunca, imbécil de mierda», se dijo mientras apretaba con tanta saña el botón que confirmaba que, efectivamente, quería borrar esos mensajes que le dejó la marca visible de una uña.
Deleted
.
«Hasta nunca».
S
ELF
-O
BSESSED
A
ND
S
EXXEE
¡BUM! ¡BUM, bumbumbum! ¡BUM! ¡BUM, bumbumbum! ¡BUM!
Nora abrió los ojos de golpe.
«No puede ser», pensó. «Estoy soñando. Mejor dicho, esto es una pesadilla. Seguro. Una pesadilla, ¡claro! Debe de ser eso».
Pero no lo era, era otra vez aquella horrible música que invadía su dormitorio. Otra vez. Como casi cada puñetera mañana y especialmente los días que tenía fiesta.
Todavía en los brazos de Morfeo, miró el reloj preguntándose qué hora era y temiéndose lo peor.
«¡Solo son las ocho! ¡Las ocho! Joder, ni siquiera se habrán tomado un café y ya están con la musiquita…», se dijo Nora, pensando por qué el asesinato tenía que ser siempre ilegal, sin aceptar matices, y si podría convencer a un juez de que la masacre vecinal había sido en defensa propia.
Se tapó la cabeza con el almohadón y cerró los ojos.
«Necesito dormir un poco más, solo un poquito más, aunque sea media hora. Ayer acabé de grabar a las tres de la mañana, ¡solo hace cinco horas! ¡No hay derecho!».
Aunque su recién alquilado loft le encantaba —el baño moderno, nuevo y brillante, la cocina impoluta, el ascensor y todo tipo de comodidades frívolas y pijas—, lo de los vecinos Erasmus fiesteros era un imponderable que le estaba amargando la vida.