La biblioteca del cartógrafo (42 page)

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Authors: Jon Fasman

Tags: #Historico, Intriga

BOOK: La biblioteca del cartógrafo
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Ninguno de nosotros reía, pero por lo visto a él le parecía muy gracioso.

—¿Qué tal si vas al grano? Y come algo, espantapájaros.

Una vez obtenido el permiso, Priyenko se puso a comer con entusiasmo.

—Gracias, está delicioso. ¿Turco?

—¿El plato? —preguntó Anton; Priyenko asintió—. Puede que en un principio fuera griego, pero ahora es una receta cien por cien propia. Pero has estado muy atinado, porque bien podría ser turco. Creo que la próxima vez le añadiré un poco de sumac, y puede que…

—Esto, siento interrumpir, pero Liosha se tiene que ir enseguida, así que, ¿os importaría intercambiar recetas en otro momento?

Anton frunció el ceño, pero al poco se encogió de hombros con aire afable.

—Lo siento. Por regla general, los ancianos se dedican a la jardinería o juegan al golf; en cambio a mí me gusta trastear en la cocina.

—Ya, bueno… El caso es que, según mi hermano, en Rusia las huellas de Ivanov corresponden a un hombre llamado Ibragim Ijmaiev, un ingush condenado en 1985 a cuarenta años de trabajos forzados por dirigir una red de contrabando.

—Qué curioso —exclamó Anton—. ¿En 1985? ¿Y no hubo proceso de revisión criminal después de la caída de la Unión Soviética?

Priyenko torció la boca, arqueó las cejas y se encogió de hombros.

—Por aquel entonces, los delincuentes no encabezaban la lista de prioridades. Supongo que una situación así las autoridades dirían que robar es robar, que no existe diferencia alguna entre robar en una sociedad comunista frente a otra de libre mercado. Pero no sé…

—¿No sabes qué? —inquirí al ver que se interrumpía.

—Un momento. —Sacó un cuaderno del bolsillo de la chaqueta—. Ijmaiev dirigía una red muy compleja de robo y reventa. Vendía iconos y artefactos religiosos e históricos rusos a turistas. Por supuesto, lo más probable es que casi todos fueran falsos… Los occidentales no se enteran —observó con una sonrisa afligida y la mirada baja—. Sin ánimo de ofender, claro. A los rusos les conseguía coches, ropa occidental, música pop y cigarrillos de marca que entraba de contrabando desde Escandinavia y Alemania Occidental.

—No parece gran cosa —comentó Joe, apartándose de la mesa y emitiendo un profundo y satisfecho eructo al tiempo que abría la tercera cerveza.

—Ya, pero aún no he terminado —advirtió Priyenko.

Esperó un instante para comprobar que todos le prestábamos atención y por fin hizo un gesto de satisfacción casi imperceptible.

—También pasaba de contrabando metales preciosos y joyas de Asia Central a Rusia.

—Y dale con las joyas —tercié.

—Desde luego —corroboró el profesor con una sonrisa enigmática.

Priyenko ensartó un trozo de cordero con el cuchillo y se lo paseó entre las muelas.

—Lo interesante —prosiguió con la boca llena— es que esa clase de delitos le habrían acarreado la muerte. El crimen organizado, la mafiya, por la que Rusia es famosa en la actualidad, no existía bajo el régimen soviético. Bueno, eso no es del todo cierto; sí que existía, pero solo como sistema de gobierno.

Todos nos echamos a reír, y él alzó la mirada con los ojos relucientes, pero sin sonreír siquiera.

—No es ningún chiste. O lo es y no lo es. Todos los mafiosos rusos que he conocido en mi vida se forjan, consciente o inconscientemente, a imagen y semejanza del Partido Comunista de la Unión Soviética. La única diferencia es que los mafiosos roban sin pronunciar antes grandilocuentes discursos ni distribuir a diestro y siniestro elevados ideales que nadie se traga. En fin, como iba diciendo, lo más normal es que Ijmaiev hubiera sido ejecutado por sus delitos, pero no fue así. Imagino que tendría ciertos contactos, seguramente en el ejército o en el servicio de inteligencia. ¿Cómo si no podría haber organizado algo así? Pero eso —agregó, el dedo levantado como la batuta de un director de orquesta a punto de iniciar la pieza— no es lo más raro de Ijmaiev.

—Por el amor de Dios, muchacho, que no estamos en el teatro —espetó Joe—. Suéltalo de una vez.

—Lo más curioso de todo es que según los datos policiales rusos, Ijmaiev sigue en Magadan.

—¿Dónde está Magadan? —pregunté.

—A miles de kilómetros al norte de Japón, a miles de kilómetros al sudoeste de Alaska y a unos cuantos millones de kilómetros del resto del mundo. Es una cárcel —explicó Joe.

Nos miramos, perplejos, y Priyenko se echó a reír.

—No puedo creer que un detective americano sepa dónde está Magadan. ¿Cómo es eso?

Jadid se encogió de hombros y sonrió con aire satisfecho y malicioso.

—Es curioso que los archivos estén tan equivocados —continuó Priyenko—. Le conté a mi hermano que el tal Ijmaiev estaba aquí, y enseguida se puso a decir palabrotas, porque claro, si alguien estaba escuchando nuestra conversación, sabría que mi hermano sabe que hay un problema en los archivos, y eso puede significar que lo envíen a Magadan a averiguar qué ocurre.

—¿Cómo puede alguien fugarse de una cárcel así? —inquirió Joe.

—Pues de muchas formas, la verdad. Si realmente tenía los contactos que por lo visto tenía, fugarse no habría representado ningún problema; bastaría con conseguir un expediente falso o sobornar a un par de guardias. Pero la pregunta más interesante es cómo consiguió cruzar aquel desierto helado. Creo que por ahí cerca viven algunos yakutos, pero todo el mundo sabe que los reclutaban para entregar a los presos fugados; la Patrulla Popular del Norte. Más interesante que la pregunta sobre cómo se fugó es la cuestión sobre cómo se las ingenió para salir de Yakutia. Pero supongo que eso es lo que hacen las redes de contrabando, transportar cosas de un lugar a otro sin que corran peligro.

El profesor Jadid retiró los platos y volvió a llenar las copas. Joe se sirvió la cuarta cerveza, y Anton también tomó una.

—Lo hago para salvarte de ti mismo, Joseph —señaló—como tantas veces que tienes comida y bebida al alcance de la mano.

Anton cogió un cigarrillo del paquete de Liosha.

—Si no me equivoco, también tienes información sobre Jaan, ¿verdad?

—Sí, por supuesto —asintió Priyenko—. Puede que no sea nada, pero el detective quería que lo mencionara de todas formas.

—El detective soy yo, por cierto —intervino Joe—. Por eso logré convencerlo de que metiera las narices en un caso tan alejado de su jurisdicción. Ahora cree que le debo una. —Liosha irguió la cabeza como si lo hubieran mordido y miró a Joe con expresión sobresaltada y furiosa—. Y es cierto… Quiero decir, que le debo una, claro.

—Respondería por Joseph aun cuando no fuera mi sobrino —tranquilizó Anton al joven policía—. Los Jadid no olvidamos nuestras deudas ni las contraemos a la ligera.

Joe asintió y dio una palmada a Liosha en el hombro.

—Por supuesto, por supuesto, no estoy preocupado. ¿Continúo? Bien —dijo Liosha—. Envié las huellas de Pühapäev por fax a mi hermano, y me respondió que encajaban en un cuarenta por ciento con las de Ivan Voskresenyov, un comandante de la Marina destinado primero en Murmansk, luego en Riga y más tarde en la Dirección de Estrategia y Seguridad Naval de Moscú. —Priyenko hizo una pausa para consultar el cuaderno antes de proseguir—: Según parece, se retiró en 1991, y desde entonces no se tienen noticias de él. Ello significa que nunca ha acudido a un hospital naval ni a un funeral naval. Puede que siga en Rusia, pero en tal caso, lleva una vida extremadamente tranquila.

—¿Y el cuarenta por ciento es mucho? —quiso saber el profesor Jadid.

—Casi ningún tribunal lo aceptaría como prueba, de eso puedes estar seguro —afirmó Joe.

Priyenko inclinó la mano hacia la izquierda, luego hacia la derecha y después de nuevo hacia la izquierda.

—Es difícil de asegurar. Las huellas de Voskresenyov se tomaron en… vamos a ver… en 1957. En 1989 fueron escaneadas en microfilm y cargadas en una base de datos primitiva, donde permanecieron hasta que el año pasado fueron transferidas a un sistema más sofisticado de procesamiento de imágenes, pero mi hermano dice que la calidad de la imagen deja bastante que desear. Por lo general siguen basándose en la comparación humana cuando emplean huellas dactilares, lo que no sucede a menudo, y uno de los motivos es que la calidad de imagen de sus aparatos casi nunca permite una lectura exacta. ¿Cómo se llamaban esas máquinas?

—¿Qué coño importa eso? —espetó Joe.

—Joseph, por favor.

—Lo siento, Abe, lo siento. Es una costumbre espantosa.

—Bueno, la cuestión es que podría ser una coincidencia exacta o no, pero nunca lo sabremos —sentenció Priyenko—. Por cierto, otro detalle curioso. Voskresenye significa «domingo» en ruso. El sargento Jadid me dijo que Jaan Pühapäev significa «Juan Domingo» en estonio, e Ivan, por supuesto, es el equivalente ruso de Juan. Curioso, ¿no?

—¿Voskresenye es un nombre corriente en Rusia? —preguntó el profesor.

—Bueno, muy corriente no, pero como ya sabe, en ruso hay muchos, muchísimos apellidos. Solo tenemos quince o veinte nombres de pila, pero apellidos hay centenares.

—Ah, sí, por cierto —intervino Joe—, Sally dice que sus amigos dicen que no tienen constancia de que nadie llamado Jaan Pühapäev inmigrara desde Estonia. Sin embargo, existe un pasaporte americano emitido a ese nombre en la comisaría de Hartford.

Joe dio una palmadita en la mejilla de Priyenko.

—En fin, chico, buen trabajo. Y una cosa, no me hagas ni caso cuando me meta contigo, ¿vale?

—Estoy curado de espantos —replicó Priyenko al tiempo que se levantaba y se poma la chaqueta, una americana de cuero color tabaco del tipo que se ponen los urbanitas con pretensiones de parecer informales, lo cual era cierto en el caso de Liosha.

—Estupendo. Hoy te mereces un diez. —Priyenko sonrió y rechazó el comentario de Joe con un gesto—. ¿No te lo crees? Venga, vete ya. Volveremos a colaborar.

Priyenko estrechó la mano a todos, dio las gracias a Anton por la cena y se fue.

—¿Y bien? —suspiré.

—¿Y bien? —repitió Joe.

Jadid no había apagado el horno, de modo que la cocina se iba caldeando e impregnando del olor a comida quemada, pero nadie se levantó para remediarlo.

—Extraordinario —comentó Anton tras un largo silencio— Resulta que mi compañero no era quien decía ser.

—¿A qué se refiere? —quise saber.

—Que sirviera en el ejército soviético no me sorprende, y que su nombre fuera un alias no debería sorprender a nadie que se detenga a pensarlo. Pero intentó robar un juego de rubíes muy especial, rubíes engastados en anillos creados en secreto por un joyero sasánida que tenía reputación de «hombre astuto». Supuestamente, esos rubíes garantizan a su portador una larga vida y, si los trata e invoca de forma correcta, protección contra enemigos tanto visibles como invisibles. Lo creáis o no, la leyenda no hace más que incrementar su valor. Eso sí que me sorprende de él. Y si a ello añadimos que pasaba sus ratos de ocio tomando copas en el bar de otro expatriado soviético y, por lo visto, también ladrón de joyas, eso de que su alias se parezca tan sospechosamente al de un coronel de la Marina desaparecido, y la sospecha de Priyenko, que en mi opinión es fundada, de que los secuaces de Ijmaiev tenían contactos militares, entonces el cóctel se hace cada vez más extraño.

—¿Crees que Pühapäev era un ladrón de joyas? —inquirió Joe.

—No exactamente, o al menos no en el sentido que por lo general damos a esa ocupación.

—¿Qué quieres decir?

Anton suspiró y trajo la caja de cuero hasta la mesa. Sin decir palabra, la abrió y sacó un sobre amarillo de veinticinco por treinta y cinco.

—Sé que una caja tan grande resulta algo absurda, pero surte el efecto dramático esperado, y en cualquier caso, no tenía otra cosa a mano en mi despacho. Había llevado un montón de trabajos académicos a la facultad y me había quedado vacía. En fin, da igual. Paul, ya sabes, aunque Joe todavía no, que aquí tengo el contenido de la caja fuerte de Jaan. Objeto número uno…

Anton sacó del sobre un papel alargado y doblado. Era la clase de hoja que se empleaba en las impresoras de agujas, con ambos lados perforados. ¿Quién usaba todavía aquel tipo de papel?

—Es un itinerario de viaje —anunció; por supuesto, las agencias de viajes seguían utilizándolo—. Jaan estaba preparando unas vacaciones invernales bastante emocionantes y caras. Vuelo de Boston a Berlín, al cabo de tres días, de Berlín a Moscú, tres días más tarde a Teherán, de ahí a Riad, luego a Amán, Bagdad, más tarde a Jerusalén con algún otro medio de transporte, porque el siguiente vuelo es de Jerusalén a Bombay, una breve escala en Los Ángeles y por fin de vuelta a Boston.

—La vuelta al mundo —bromeó Joe.

—Más o menos. Una buena aventura para un profesor entrado en años, ¿no os parece?

—¿Cuál era el propósito del viaje? —pregunté.

—Objetos dos a seis: pasaportes. Estonio, ruso, holandés, británico e iraní respectivamente. Joseph, ¿sabes si Estados Unidos autoriza la doble nacionalidad con alguno de estos países, a excepción de Holanda y Gran Bretaña?

—No, que yo sepa.

—Cierto, no la autorizan. Por lo tanto, cabe suponer que estos pasaportes, que están en blanco, como podéis observar, sin siquiera nombre ni fotografía, tenían la finalidad de sustituir, no de complementar su ciudadanía estadounidense, que según hemos descubierto esta noche, parece haber sustituido su identidad estonia. Y así durante muchísimo tiempo.

—¿Durante muchísimo tiempo? —repetí—. Pero ¿cuántos años tenía? Quiero decir, ¿cuántas personas puede uno ser a lo largo de una sola vida?

—Es una pregunta fascinante. Joseph me ha contado que el forense que practicó la autopsia a Jaan observó una ausencia anómala de desgaste en sus órganos.

—Sí, pero ¿qué demuestra eso? Además, no olvide que el forense murió sin terminar la autopsia. Podría haberlo dicho sin pensar, ya sabe, un vistacito al final de un día muy largo. No he llamado a su sustituto. Puede que haya encontrado algo, pero esto… No entiendo qué significa.

—Puede que nada, pero esta observación en particular acerca del estado inusualmente bueno de sus órganos, parece encajar más con una observación detenida que con una actitud negligente, ¿no crees? Si el forense hubiera sido un holgazán o hubiera efectuado la autopsia con prisas o de forma incompetente, lo más probable es que hubiera asignado al cadáver de Pühapäev las características más previsibles, no las inusuales. ¿Por qué iba un forense veterano a hacer afirmaciones dudosas y fáciles de refutar?

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