La amante francesa (67 page)

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Authors: José Rodrigues dos Santos

Tags: #Bélica, Romántica

BOOK: La amante francesa
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Afonso se preparaba para echar el tres de copas y, de ese modo, hacer que su adversario descartase más triunfos, cuando llegó un mensajero en bicicleta y sacó un sobre de un bolso que llevaba en bandolera. El capitán firmó el papel acusando recibo, cogió el sobre, lo abrió por un extremo, sacó la hoja que había dentro y la desdobló. Era la Orden R.O./23. Comenzó a leerla y una sonrisa afloró en sus labios.

—¿Qué hay, Afonso? —quiso saber Pinto, a quien no le pasó inadvertida la reacción de su amigo.

—Zanahoria, amigo, intuyo que dentro de poco iremos a pasear a París.

—Me estás tomando el pelo —se excitó el teniente, que se inclinó hacia delante y extendió la mano para coger la orden—. Muéstrame eso.

El capitán soltó una carcajada y echó el brazo hacia atrás, manteniendo la hoja fuera del alcance de su amigo, que se estiraba para poder cogerla.

—Calma —dijo con una sonrisa—. Calma.

—Eres un indecente. Muéstramela…

Pinto volvió a sentarse, aunque a regañadientes, y Afonso leyó de nuevo la orden.

—Así son las cosas —dijo ante la expectativa del teniente—. Mañana por la noche, la 1ª Brigada sale de la línea, va a descansar y la sustituye la 2ª Brigada. Pasado mañana, la 3ª Brigada sale de la línea y las que se quedan aquí reparten sus fuerzas para ocupar el espacio que aquélla ha dejado. La 2ª División, reforzada por la 1ª Brigada, se encargará de todo el sector, mientras que la 1ª División se irá finalmente a descansar. Y dentro de tres días nos integraremos en el XI Cuerpo de los gringos.

El teniente vaciló.

—No entiendo por qué estás tan contento —intervino, decepcionado—. La que va a descansar es la 1ª División, ésos deben de estar saltando de alegría. Nosotros nos quedamos aquí encerrados: ¿dónde está la gracia?

—La gracia, querido Zanahoria, es que esto significa que también nos iremos en breve a descansar. ¿No te das cuenta de que la 2ª División, aun reforzada por una brigada de la 1ª División, no puede quedarse eternamente aguantando un sector que antes defendían dos divisiones? Los gringos no van por ahí.

Cuando pasemos a integrar el XI Cuerpo, ellos se quedan controlándonos y, ¡zas!, nos sustituyen enseguida. —Hizo un gesto rápido con la mano, acompañando el «zas»—. Ellos saben que estamos en las últimas.

Esta vez fue Pinto quien sonrió.

—Sí, tal vez tengas razón —admitió—. ¿Y dónde queda nuestra brigada?

—Ésa, amigo Zanahoria, es la guinda del pastel. La 2ª Brigada va a Ferme du Bois, la 6ª a Neuve Chapelle y la 5ª a Fauquissart. ¡Y la Brigada del Miño, amigo, nuestra Brigada del Miño sale de Fauquissart y se queda gloriosamente de reserva!

El teniente se dio una entusiasta palmada en el muslo y se rio.

—¡Bien, bien! ¡Buenas decisiones! ¡Realmente es así! Adiós, Brigada del Miño, viva la Barrigada del Miño.

Una hora después, la Orden R.O./23 se completó con la Orden de Operaciones n.º 19, emitida por la Brigada del Miño con instrucciones detalladas sobre el proceso de retirada de fuerzas. Este segundo documento, firmado por el comandante interino de la brigada, el teniente coronel Mardel, establecía que la retirada se completaría en tres días, con la Infantería 8 en situación de apoyo y, a continuación, de reserva. El ambiente entre los nativos del Miño se despejó considerablemente. Afonso podía contener apenas la ansiedad por volver a ver a Agnès. El día siguiente, 4 de abril, volvió a ser tranquilo. Los hombres hablaban casi solamente de las retiradas que se anunciaban, presintiendo en ellas el preludio de un descanso más prolongado, quizás el regreso a casa. Se veían soldados sonriendo, bromeando, la pesadilla se acercaba a su fin.

En la mañana del día 5, convocaron al capitán a Laventie para una reunión con el teniente coronel Mardel. Los comandantes de los cuatro batallones del Miño y los demás comandantes de compañías se reunieron en la sala de conferencias del cuartel general, había muchas sonrisas, algunas carcajadas en medio del murmullo animado de la conversación, los oficiales se apegaban relajadamente a sus cigarrillos, se vivía un ambiente festivo, alegre, aliviado.

El suave rumor de las voces se interrumpió al abrirse la puerta y entrar Mardel en la sala. El comandante interino de la Brigada del Miño llegaba con el semblante ceñudo y la expresión grave. Los saludó con un gesto seco y les ordenó sentarse. Los oficiales se callaron y se acomodaron en torno a la gran mesa, repentinamente inquietos, presentían problemas en la mirada sombría de Mardel.

—¡Oh, diablos! —le dijo Afonso a Montalvão entre dientes—. Viene con cara de circunstancias.

Mardel esperó a que todos se instalasen. Afonso notó que tenía las cejas cargadas y un tic nervioso en la nariz: no era buen augurio.

—Señores —dijo por fin el teniente coronel, que miró lentamente a su alrededor—. La noche pasada, los hombres de la Infantería 7 tomaron las armas y se sublevaron.

Un murmullo tenso recorrió la mesa. El 7, de Leiria, pertenecía a la 2ª Brigada y todos sabían que ésa era la única brigada de la 1ª División que no tendría descanso. Mardel dejó que la noticia se asentase.

—Los soldados del 7 no han aceptado quedarse en la línea mientras las otras brigadas se retiraban. Según informaciones que ahora me han llegado, los soldados se negaron a marchar hacia Ferme du Bois, el sector que les estaba destinado. Comenzaron a disparar e impidieron que la Infantería 23 y la Infantería 24 avanzasen hacia sus posiciones. —El 23 y el 24 también pertenecían a la 2ª Brigada—. De modo que, señores, lamento tener que comunicarles que he recibido órdenes de Saint Venant que imponen que la Brigada del Miño se mantenga en Fauquissart.

Los oficiales se miraron, decepcionados. Todos pensaron en el efecto que tendría la noticia en los hombres, ya felices por salir de la línea y ser pasados a la reserva.

—Mi teniente coronel, ¿cuál será nuestra disposición? —preguntó el mayor Xavier da Costa, comandante de la Infantería 29, el otro batallón de Braga.

—Queda todo como está. En las primeras líneas seguirán la Infantería 8, a la izquierda; y la Infantería 20, a la derecha. Atrás tendremos a la Infantería 29 y la Infantería 3.

—¿Y la 5ª Brigada va a Ferme du Bois? —quiso saber el mayor Montalvão, comandante del 8.

—Exacto. Sustituirá a la 2ª Brigada. Además de nosotros, la que resulta afectada es la 3ª Brigada, que tenía derecho a retirarse y no lo hará; por tanto, queda en reserva debido a la sublevación en la 2ª Brigada.

Como era de prever, los hombres no recibieron bien la noticia. Se oyeron insultos y protestas, pero, en el fondo, todos comprendían que la gente de la 1ª División tenía más derecho al descanso que la 2ª División, dado que llevaba más tiempo en las líneas.

La preocupación de Afonso se acentuó esa noche. El capitán mandó al sargento Rosa y a su pelotón a efectuar una patrulla de reconocimiento y se quedó en la línea del frente, junto a la Great Northern Trench, aguardando el regreso de los hombres. Oyó varias ráfagas de ametralladora mientras la patrulla se encontraba en la Tierra de Nadie, lo que le hizo temer por la seguridad de los hombres. Al cabo de dos horas, sin embargo, la voz de Matias, con la contraseña del día, le devolvió la tranquilidad. El enorme cabo volvió de regreso a la primera línea, seguido de Abel, del sargento Rosa, de Vicente y de Baltazar.

—¿Y? ¿Todo en calma? —preguntó Afonso al sargento.

—Mi capitán, las ametralladoras han estado muy activas, ha sido algo agitado.

—Las he oído. ¿Y en cuanto al resto?

El sargento hizo una mueca con la boca y miró de reojo al resto de la patrulla, con la mirada ensombrecida por el temor.

—No lo sé, mi capitán. No lo sé.

—¿No sabes qué? —se sorprendió Afonso.

Rosa suspiró.

—Mi capitán, ¿sabe?, están pasando cosas extrañas del otro lado…

—¿Cosas extrañas? ¿Qué cosas extrañas?

—Hemos oído el sonido de motores en la retaguardia enemiga, eran camionetas y camiones que pasaban unos tras otros, un movimiento tremendo. —Rosa se rascó la barba rala—. Y hemos oído también un sonido diferente, algo como «chucuchú», «chucuchú». Parecía, no lo sé, parecía un tren…

—¿Un tren?

Rosa miró a Matias.

—¿Era o no era un tren? —quiso precisar el sargento.

Matias respondió que sí con la cabeza, sin decir nada, y los demás hombres lo imitaron.

—¿Un tren? —preguntó Afonso, verdaderamente intrigado, y miró a Rosa—. ¿Y eso fue todo?

—No, hubo más —indicó el sargento—. Vimos también a muchos hombres desarmados, al fondo, y a un grupo reparando cables telefónicos.

Afonso regresó pensativo y preocupado a su puesto de Picantin. Fue a hablar con el teniente Pinto, al que comunicó las novedades, y ambos decidieron ir a conversar con los hombres que habían participado en las patrullas de los días anteriores. Localizaron a los soldados a la mañana siguiente, 6 de abril, y lo que oyeron los dejó francamente inquietos. Los soldados implicados en las acciones de reconocimiento revelaron haber vuelto a oír, el día 2, el ruido de camiones que circulaban en la retaguardia alemana. Los soldados hablaban excitadamente de un gran movimiento de tropas enemigas y decían haber visto a hombres reparando cables telefónicos, colocando señales, transportando madera, cargando sacos y cajas, montando cráteres artificiales, mejorando las vías de comunicación. Uno de los soldados afirmó incluso haber observado a un oficial alemán que estudiaba con prismáticos las líneas portuguesas y tomaba notas, mientras que otros descubrieron el uso de periscopios.

Enormemente alarmado, Afonso solicitó un caballo y avanzó por la Harlech Road hasta Laventie. Se presentó en el cuartel general de la brigada y pidió hablar con el teniente coronel Mardel. Después de una espera de sólo cinco minutos, el comandante interino de la Brigada del Miño lo recibió y Afonso le comunicó todas las informaciones que había recogido. Cuando concluyó la exposición, Mardel sonrió.

—Usted se preocupa demasiado, estimado capitán Brandão.

Afonso se sonrojó, cohibido.

—¿Le parece, mi comandante?

—¿Tiene que parecerme otra cosa?

—Pero ¿no piensa que estas señales son preocupantes?

—Claro. Pienso que son preocupantes, capitán, incluso muy preocupantes.

El capitán se quedó turbado, sin entender la desconcertante reacción de Mardel.

—Entonces…

—Las señales son preocupantes, pero no para nosotros —interrumpió el comandante—. Son preocupantes para los ingleses.

—¿Para los ingleses? —se sorprendió Afonso—. Pero mire que todo esto está ocurriendo frente a nosotros, mi comandante, y se nos vendrá encima.

—No, capitán. De ninguna manera. Caerá encima de los ingleses.

Afonso vaciló.

—Pero… ¿cómo es que…?

—Calma, capitán, calma —repuso Fardel, que abrió un cajón de su escritorio, de donde sacó unos folios mecanografiados—. ¿Ve esto? —Le mostró la primera página; Afonso vio que era un documento redactado en inglés—. Ésta es la Orden de Retirada n.º 329, emitida esta mañana por el general Haking, el comandante del XI Cuerpo británico, y que me ha llegado hace poco aquí, a la brigada, hace unos veinte minutos. ¿Y sabe lo que dice? —Mardel fijó los ojos en Afonso, intentando captar su expresión cuando pronunció la frase siguiente—: «La Orden de Retirada n.º 328 determina la retirada del frente de combate de todo el cuerpo portugués». —Hizo una pausa dramática—. Todo.

Afonso abrió la boca, tratando de digerir el impacto de la noticia.

—¿Todo el cuerpo portugués? ¿Vamos a retirarnos?

—Exacto, capitán Brandão. Vamos a retirarnos.

—Pero hasta hace unos días…

—El general Haking ha venido a visitar nuestras líneas —se apresuró Mardel en aclarar—. Ha visto el estado de las tropas y ha concluido que los hombres no pueden continuar en el frente, ya no están en condiciones. De modo que, amigo, salimos nosotros y entra la 50ª División británica.

—Pero eso es magnífico, mi comandante. ¡Magnífico!

Afonso no pudo contener su alegría. Efusivo, el capitán se levantó de la silla y, con entusiasmo, extendió la mano para saludar a Mardel. El teniente coronel devolvió el saludo y la sonrisa.

—¡Dentro de unos días, capitán, nos vamos a París, caramba, nos vamos a buscar mujeres!

Afonso miró por la ventana y sintió un aroma suave que le llenaba los pulmones, respiró aquella fragancia leve que le anunciaba la libertad tanto tiempo deseada, era un sentimiento inexpresable e inefable, el corazón le bailaba en el pecho, tuvo ganas de saltar, de cantar, de correr, de traspasar la puerta e ir a contarle a Agnès la gran noticia, le apeteció abrazar a Mardel y oler las flores, quiso reír y llorar, decir poemas y amar. Los colores le parecían más vivos, el aire más perfumado, los sonidos más melodiosos. Sin embargo, la inesperada sombra de una sospecha, furtiva y traicionera, le nubló momentáneamente el espíritu.

—¿Cuándo será la retirada? —preguntó desconfiado.

—Comenzamos a salir el 9 de abril por la noche y completamos la retirada a la noche siguiente.

—¿El 9 de abril?

—El 9 de abril.

Afonso calculó mentalmente.

—Estamos a 6 de abril. —Rozó sus otros dedos con el pulgar: siete, ocho, nueve—. Tres días. —Se tranquilizó—. Faltan tres días.

El capitán Afonso Brandão estaba entretenido ordenando sus cosas en el refugio de Picantin Post, dos días después, cuando Joaquim asomó por la puerta.

—Mi capitán, hemos recibido una comunicación de la brigada diciendo que el teniente Cook desea hablar con usted con urgencia, por lo que debe presentarse hoy mismo en el cuartel general de la 40
a
División Británica, en Fleurbaix.

Afonso miró a su ordenanza, intrigado. Pero ¿qué rayos tendría que decirle Tim con tanta urgencia? Era el día 8 de abril, todo seguía tranquilo, a la noche siguiente se retirarían las fuerzas portuguesas, ¿qué podía ser tan importante que no pudiese esperar veinticuatro horas más? El capitán llegó a vacilar y admitió la posibilidad de ignorar la petición, pero lo pensó mejor y consideró que aquél era un excelente pretexto para pasarse por la retaguardia e ir a ver a Agnès.

Pidió un caballo, le entregaron una yegua, y abandonó Fauquissart. Cuando llegó a Laventie, en vez de dirigirse hacia el norte, rumbo a Fleurbaix, prosiguió hacia el oeste. Fue al hospital Mixto de Medicina y Cirugía, se apeó, dejó la yegua junto al portón y mandó llamar a la enfermera Agnès Chevallier. La francesa corrió hacia él en cuanto lo vio. Llevaba una bata blanca, un uniforme concebido para neutralizar la feminidad de las enfermeras, pero en aquel cuerpo el uniforme era claramente incapaz de arrebatarle su sensualidad. Agnès lo abrazó con fuerza, se besaron en las mejillas, en el cuello, en los labios.

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