Todos murmuraron que sí y fueron a apagar las velas. En cuanto el refugio se sumió en la oscuridad, se oyó el habitual sonido de las patitas que recorrían el suelo mojado y confluían en el lugar donde se encontraba la comida. Se oyó también a pequeños cuerpos que se rozaban unos contra otros, atareados y golosos, sin duda se amontonaban, ansiosos, hambrientos, disputando con ferocidad el mísero pedazo de carne.
—¡Ahora! —exclamó Matias.
Los cuatro hombres descargaron las palas sobre la masa invisible de ratones, acertaron en el sitio donde estaba la carne y oyeron chillidos de animales que se escapaban del suelo. Siempre a oscuras, volvieron a alzar las palas y volvieron a golpear, esta vez usando el perfil de la concha de la pala como si fuese una hoja filosa gigante, y golpearon aún una y otra vez, a veces las palas se juntaban unas con otras, pero golpeaban igual. Oyeron a los ratones dispersarse por el refugio, presos del pánico, y la violencia acabó tan deprisa como había comenzado. Sintiendo la calma restablecida, Baltazar volvió a encender las velas. La luz reveló pequeños cuerpos negros y castaños extendidos en el suelo, ensangrentados, mutilados, contaron siete, dos muertos, tres moribundos, dos heridos. Los que aún se movían quedaron pronto aniquilados por las palas vengadoras. Terminada la matanza de los sobrevivientes, los soldados llenaron las palas con cuerpos deshechos de ratones y ratas y los llevaron hasta las trincheras. Fuera llovía. Tiraron los cuerpos en fosos de barro que se encontraban más allá del parapeto y repararon en que en esos charcos había otros ratones, vivos, nadando, con las naricitas asomadas a la superficie, todas centradas en los cadáveres recién llegados.
—¡Que se coman los unos a los otros! —dijo Baltazar con una mueca de asco—. Buen provecho.
Sonaron en ese instante las sirenas Strombos. El soldado se puso la máscara en el rostro y aceleró el paso en dirección al refugio. Estaban lanzando gas.
Afonso y Pinto fueron al Laventie East Post, la mañana del 18 de marzo, para coordinar el apoyo a las primeras líneas. El regreso de la primavera había sido turbulento, y las posiciones portuguesas tuvieron que enfrentarse a sucesivos vendavales de bombardeos alemanes. El enemigo emprendió nuevos
raids
el 12 y ese día 18, lo que reflejó un aumento de actividad que provocó una merma entre los depauperados efectivos portugueses. Cuando terminó el último
raid
y los alemanes se retiraron, los dos oficiales siguieron por la Harlech Road en dirección a Red House, en la Rue du Bacquerot. A mitad de camino, cerca de Harlech Castle, se cruzaron con el teniente Cook, que venía en sentido contrario.
—
What ho
, Afonso,
my lad
! —saludó el ingles, haciendo una venia, y miró al Zanahoria—. ¿Cómo está, Pinto?
—Hola, Tim —saludó Afonso—. ¿Tú por aquí?
—Sí, estoy preparando un
report
para mi
boss
.
—Esto va mal, ¿no?
—
Right ho
—asintió el teniente Cook sombríamente—.
Not good, not bloody good
.
—Venga, vamos a tomar un tecito.
El inglés aceptó la invitación y se unió a los dos portugueses. Caminaron por la Harlech Road, cogieron la Rue du Bacquerot junto a Red House, giraron a la izquierda hasta Picantin Road y se instalaron en Picantin Post.
—Joaquim, té para tres —dijo Afonso a su ordenanza al entrar en el puesto.
El soldado fue a calentar la tetera mientras los tres oficiales recién llegados se instalaban dentro del refugio del capitán, sentados en cajas de municiones. Cook sacó del bolsillo una pipa y un saquito lleno de lo que parecía una hierba oscura.
—Tabaco de Aleppo —explicó, notando la mirada inquisitiva de los portugueses.
El teniente inglés puso el tabaco en la pipa y le acercó la lumbre de una cerilla. Afonso carraspeó.
—¿Qué crees que están preparando?
—¿Quiénes? ¿Los
jerries
? —Sí.
El teniente inglés aspiró fuerte, con la cerilla encendida sobre el tabaco, y consiguió echar una bocanada de humo. El aroma agradable de la pipa perfumó el refugio.
—
Hard to say
—dijo finalmente. Aspiró un poco más y echó una nueva nube de humo—. No hay dudas de que los
jerries
atacarán en breve. No
doubts whatsoever
. El propio Alto Comando ya lo comenta abiertamente. La cuestión es saber dónde.
—¿Crees que será aquí?
—
Hardly
. —Se levantó y se acercó al mapa que se encontraba en la pared—. Tenemos informaciones fidedignas que apuntan a algún sitio en el sector de Arras, más hacia el sur. —Indicó con la pipa el punto que destacaba Arras en el mapa—. Aquí.
—Entonces, ¿por qué están bombardeándonos de esta forma todos los días y emprendiendo estos
raids
?
—El Alto Comando piensa que son maniobras de distracción. Los
jerries
quieren mantenernos en la oscuridad, que intentemos descubrir qué punto va a ser atacado. Por ello han reactivado este frente.
—Pero ¿sabes qué es lo que ya hemos notado? —preguntó Afonso, moviéndose incómodo en la caja sobre la que estaba sentado—. Los boches han comenzado a regular el tiro sobre nosotros.
Cook hizo un gesto de intriga.
—
What do you mean
?
—El fuego de artillería no está cayendo aleatoriamente. Por el contrario, han empezado a disparar con mucha precisión sobre determinados objetivos. Por ejemplo, están regulando el tiro sobre caminos, cruces y puestos de comando. —Frunció el ceño—. Da la impresión de que están ensayando. ¿De qué les sirve bombardear caminos, a no ser para marcarlos de tal modo que, si emprenden un gran ataque, puedan impedir la circulación de refuerzos?
—Eso es curioso —reflexionó Cook, que se sentó en su caja—. Confieso que me estoy inclinando a la posibilidad de que estén intentando crear una maniobra de distracción, pero lo que usted dice me crea más dudas. —Aspiró la pipa y soltó una bocanada más de humo aromático—. Da la impresión, ¿sabe?, de que todos estos
raids
están sirviendo para que estos tipos pongan a prueba las defensas de este sector. Admito que lancen una operación por aquí, pero seguro que va a ser una acción limitada, sólo para incordiarnos, ¿me entiende?
Afonso y Pinto se miraron. El capitán se levantó, fue a buscar una carpeta que guardaba debajo del catre y volvió a sentarse en la caja. Abrió la carpeta y mostró un fajo de folios mecanografiados, copias de documentos hechas con papel de calco.
—¿Ves esto? —preguntó, levantando los folios y agitándolos delante del inglés—. Son nuestros informes diarios. Los han elaborado los oficiales de la Brigada del Miño y se refieren a la actividad aquí, en Fauquissart, el sector bajo nuestro control. —Afonso se puso a hojear los documentos, leyendo aquí y allá, pasando los folios, leyendo un poco más, pasando más folios, y así sucesivamente. En un momento dado, se detuvo en un folio, volvió al anterior, de nuevo el siguiente, otra vez el anterior—. Aquí está —exclamó finalmente, y señaló el centro de la página—. Mira esto.
—
What
?
Afonso leyó el documento.
—Éste es el informe del día 7 de marzo, hace menos de dos semanas. Esa noche salieron varias patrullas hacia la Tierra de Nadie, y dice aquí lo siguiente. —Hizo una pausa para leer el texto—: «Ha habido bastante ruido de vehículos en la retaguardia de las líneas enemigas». —Alzó la cabeza y miró al inglés—. ¿Has oído? Es la primera vez que un informe menciona la existencia de ruido de vehículos en la retaguardia alemana. —Pasó al folio siguiente—. Ahora el informe del 8 de marzo. —Comenzó a leer el fragmento que le interesaba—: «Se oyó circular vagonetas en la retaguardia de la primera línea enemiga». —Sin levantar la cabeza, pasó al folio siguiente—. Este es el informe del 9 de marzo. —Una breve pausa y leyó—: «Durante toda la noche se oyó circular vagonetas en la retaguardia de la primera línea enemiga». —Nuevo folio—. Informe del 12 de marzo. —Vaciló, sorprendido—. Mira, me falta el del 10 y el del 11. —Buscó en el fajo, fue hacia atrás y hacia delante, pero no los encontró y se encogió de hombros, resignado—. No importa, vamos a ver el del 12. —Breve pausa—: «Todas las patrullas informan de que durante la noche hubo gran movimiento de vehículos en la retaguardia de las líneas enemigas y circulación de vagonetas». —Folio siguiente—. Informe del 13 de…
—
All right, all right, I got it
—interrumpió Cook—. Ya he entendido que hay gran movimiento de vehículos en las líneas alemanas.
Afonso alzó la cabeza y lo miró a los ojos.
—Exactamente. Están movilizando tropas en nuestro frente.
—Puede significar muchas cosas.
—Puede ser.
—Puede ser que estén movilizando fuerzas hacia otros puestos del frente.
—Puede ser. Pero también puede ser que estén movilizando fuerzas de otros puntos hacia aquí. Además, todo esto coincide con el aumento de los bombardeos y de los
raids
enemigos sobre nuestras líneas. Más claro, imposible.
Joaquim entró en el refugio con el agua caliente de la tetera y jarros de lata. Los dos oficiales portugueses se sirvieron, pero el inglés prefirió concentrarse en la pipa. Cook aspiró fuerte, sus labios se cerraron sobre la boquilla, pero no salió nada de humo.
—
Damn
! —protestó, examinando el tabaco que había en la pipa—. Se ha apagado.
Dejó la pipa a un lado, con fastidio, y se sirvió té.
—El problema es que esta actividad de los boches está reflejándose negativamente en la moral de las tropas —dijo Afonso.
—Lo he notado —repuso Cook—. He visto a centinelas cabeceando en las trincheras, con las municiones desparramadas por el suelo, al azar, y he visto también parapetos sin reparar. Eso no es bueno, claro que no.
Afonso suspiró.
—Llevamos aquí demasiado tiempo, demasiado. Mira, Tim, cuando nuestra brigada entró en las líneas, en septiembre, los boches tenían frente a nosotros la 219ª División. En noviembre, esa división fue sustituida por la 50ª. En enero salió la 50ª y entró la 44ª. Y este mes la 44ª se fue a descansar y ahora tenemos enfrente a la 81ª División alemana. O sea que, en seis meses, han colocado allí cuatro divisiones diferentes, cambiando a los hombres y dejándolos descansar. Pues en esos seis meses nosotros no hemos descansado nunca y hemos tenido que enfrentarnos siempre a tropas frescas. —Bebió un sorbo de té—. Vuestras fuerzas, incluso, siempre se han renovado. A nuestra izquierda, desde septiembre, han estado sucesivamente la 38ª División británica, la 12ª División y ahora la 57ª División. Y a la derecha se han sucedido, en el mismo periodo, la 25ª División, la 42ª División y ahora la 55ª División. Y nosotros siempre igual, parece que hemos echado raíces. ¿Cómo quieres que la moral de nuestras tropas se mantenga elevada? ¿Eh?
Cook asintió con la cabeza.
—Ustedes tienen que ser sustituidos, no me cabe la menor duda. Ni a mí ni al Alto Comando. Además, ésa es la recomendación que le he hecho a mi
boss
. —Bebió de un trago el resto del té y se incorporó—.
Look
, Afonso, tengo que irme ya para hacer mi
report
. Si tengo alguna novedad, te la comunico, ¿vale? —Hizo una venia—.
Cheerio, old chap
.
Comenzó siendo solamente un rumor, alguien que dijo que alguien oyó decir, y la palabra fue circulando de boca en boca, revoloteando por las trincheras, saltando de refugio en refugio.
En el puesto de señaleros, sin embargo, el rumor se transformó en certidumbre.
—Sí, mi capitán, los boches han lanzado una gran ofensiva —confirmó el oficial de guardia en el servicio de comunicación, un teniente.
—¿Dónde? —quiso saber Afonso.
—Entre Arras y Saint Quentin, mi capitán.
Afonso se dirigió al mapa.
—Hum, eso está enfrente de Amiens —comprobó, midiendo la distancia con respecto a Armentières y con respecto a París—. ¿Y cómo están las cosas?
—Creo que mal, mi capitán. Tenemos pocas informaciones, pero dicen que es el mayor bombardeo que haya habido y que una marea de boches avanza sobre los gringos.
—¿Hasta dónde han avanzado los enemigos? —quiso saber Afonso, siempre con los ojos fijos en el mapa.
—Eso no lo sé, mi capitán.
Afonso sintió que sus hombros se liberaban de un gran peso. Era el día 21 de marzo y aquella era seguramente la gran ofensiva de la primavera. Los alemanes daban el todo por el todo para quebrar las líneas aliadas y, más importante que todo lo demás, no habían elegido el sector del río Lys para hacerlo. El capitán casi sonrió de contento: el peor escenario, aquel que más había temido y que más lo había consumido, no se había confirmado. Tim tenía razón cuando decía tener informaciones seguras de que los alemanes avanzarían antes hacia el sector de Arras.
Tras reforzar la convicción de que ya no había motivos para temer una gran operación alemana contra el CEP, la actividad del enemigo sobre las posiciones portuguesas disminuyó drásticamente de intensidad durante los días que siguieron al gran ataque del día 21. Las patrullas siguieron registrando un enorme movimiento de vehículos en la retaguardia de las líneas enemigas, pero a partir del día 25 se restauró la tranquilidad.
Afonso suspiró con alivio.
—¿Q
ué? ¿Atacas con el triunfo? —preguntó Afonso, que miró sorprendido el siete de copas puesto sobre la mesa de madera tosca.
—Es el comodín. Anda, fíjate a ver si puedes con eso, anda —desafió el teniente Pinto con expresión burlona.
El capitán sacó una carta de las suyas y la echó sobre la mesa. Era el as de copas.
El teniente sonrió.
—Ya sabía yo que tenías el as.
—Claro —dijo Afonso, recogiendo las cartas—. Tenía el as y me quedé con el comodín.
Pinto miró su juego. Sin levantar los ojos de las cartas, volvió al asunto que le interesaba.
—No entiendo cómo han planeado la ofensiva. —Sacudió la cabeza—. No lo entiendo.
—¿Quiénes? ¿Los boches? —preguntó Afonso, sabiendo muy bien que el teniente hablaba de los alemanes—. Tal vez nuestros hombres también han contribuido; al fin y al cabo, no íbamos a dejarlos andar por ahí de paseo, ¿no?
—Aun así.
Los dos oficiales jugaban a las cartas al comenzar la tarde del 3 de abril, sentados sobre sacos de tierra junto a uno de los puestos de ametralladora de Picantin Post, comentando el fin de la ofensiva alemana. El enemigo había llegado a tomar Ham y Bapaume, y se había acercado peligrosamente a Amiens y Arras. Habían sembrado el pánico entre los aliados. Pero una muralla improvisada, constituida incluso por artillería proveniente del sector del CEP, consiguió frenar el avance de los alemanes y la ofensiva se agotó.