Read Krabat y el molino del Diablo Online
Authors: Otfried Preussler
Krabat hacía lo que tenía que hacer, con la sensación de que no era él quien llevaba allí los costales desde el granero, quien echaba el grano dentro del sacudidor (aquel día cayó mucho fuera) y quien poco a poco empezaba a sudar. Oía la voz del maestro como si hubiera paredes por medio, no le interesaba nada. Un par de veces chocó contra un camarada, sin querer, pues con sus pensamientos estaba muy lejos de allí. Una vez se escurrió en el último peldaño de la escalera que subía a la plataforma y se golpeó la rodilla; no lo sintió mucho, equilibró el costal, que amenazaba con resbalársele del hombro, y siguió subiendo.
Trabajó como una mula. No le importaba mucho, no le molestaba demasiado que con el tiempo le fueran pesando los pies, que salpicara gotas de sudor cuando se sacudía, que tuviera que bregar y que dejarse la piel con los malditos costales de doce fanegas. Todo lo que ocurría aquella mañana en el molino era cosa del Krabat que había estado toda la noche sentado a los pies de la cruz de madera; al otro, al que había estado en Schwarzkollm, aquello le era indiferente, él era un extraño allí, él no tenía nada que ver con todo aquello, no lo comprendía.
Aquella vez fue Witko el primero que gritó de júbilo y el que dio la señal para el gran regocijo.
Krabat se detuvo asombrado, luego se escupió en las manos y fue a lanzarse a por el siguiente costal. Juro le dio un codazo.
—¡Déjalo, Krabat!
El golpe había sido certero, debajo del hombro izquierdo, en el sitio en donde más dolía. Durante un rato Krabat se quedó sin respiración; luego, cuando ambos Krabat ya volvían a ser uno, con voz oprimida, dijo:
—¡Eh, Juro te voy a dar un puñetazo... en la nariz..., imbécil!
Se rieron, bebieron, comieron los buenos y dorado-amarillentos pastelillos de Pascua... y más tarde bailaron:
Rum-bidi-bum-bidi-bado
La rueda rueda, rueda rodado,
El molinero es un viejo
Tonto y jorobado.
Y llega el mes de mayo
Con flores bellas
Y él va y se busca
A una doncella
De cuerpo joven y bien formado.
La rueda rueda, rueda rodado
Y el molinero que es jorobado
Y está alelado.
Cantaron y bailaron, y Witko cantaba a grito pelado las canciones, como si quisiera acallar completamente con su voz estridente y metálica las de todos los demás.
Más tarde Staschko se dirigió a Andrusch y le preguntó si no querría contarles alguna historia, por ejemplo, de Pumphutt.
—Está bien —dijo Andrusch—. ¡Pasadme el vino!
Tomó un buen trago antes de comenzar con su historia.
—Pues bien —empezó a contar—, un buen día Pumphutt llegó a Schleife, a ver al molinero mayor, que, como debéis saber, era tan avaro que clamaba al cielo... Pero me estoy dando cuenta de que quizá Witko no sepa siquiera quién es Pumphutt...
Por lo que se vio, Witko no lo sabía, y Krabat tampoco.
—Pues entonces tendré que explicarlo antes.
Andrusch les prometió a los oficiales que sería breve.
—Pumphutt —dijo—, es un mozo de molino lusaciano igual que nosotros, de la región de Spohla, me parece. Delgado él, muy alto... y tan viejo que nadie puede decir con seguridad cuánto. Sin embargo, si le vierais no le echaríais más de cuarenta años. En el lóbulo de la oreja izquierda lleva un arillo de oro, muy pequeño y muy estrecho, que apenas se ve a no ser que por casualidad le dé el reflejo del sol. En cambio lleva un sombrero muy grande, de ala ancha y copa puntiaguda. Es por este sombrero por lo que le llaman Pumphutt, y por él se le puede reconocer..., aunque no siempre, como vais a oír. ¿Me seguís?
Krabat y Witko asintieron con la cabeza.
—Y debéis saber además que Pumphutt es un mago..., quizá el más grande que haya habido jamás en Lusacia, y eso ya es mucho. Todos nosotros juntos no tenemos ni la mitad del arte que tiene Pumphutt solamente en su dedo meñique. A pesar de ello ha seguido siendo toda su vida un simple mozo de molino. Nunca ha tenido ninguna gana de hacerse maestro... y muchísimo menos aún de ser algo más importante, como empleado de la administración, por ejemplo, o juez o algo en la corte. Y eso que le hubiera resultado muy fácil si él hubiera querido, pero no quiere. ¿Y por qué no quiere? Pues porque es un mozo libre y quiere seguirlo siendo, y en verano va de molino en molino, a su aire, sin tener a nadie por encima de él, ni a nadie por debajo..., eso es lo que le gusta, ¡y a mí también me gustaría, maldita sea, si pudiera elegir!
Los mozos del molino eran del mismo parecer que Andrusch. Llevar una vida como la de Pumphutt, ser uno dueño de sí mismo, no tener que bailar al son que otro toque..., eso hubiera sido muy de su agrado, y más que nunca aquel día, que habían tenido que volverle a prometer obediencia al molinero y se habían comprometido a pasar un año más en el molino de Koselbruch.
—¡Está bien, Andrusch, pero ahora cuéntanos la historia! —exclamó Hanzo.
—Tienes razón, hermano: ¡El preámbulo ya ha sido bastante largo, creo yo! Pasadme otra vez el jarro y escuchad...
»"Un buen día —empezó a contar Andrusch— Pumphutt llegó a Schleife, y fue a ver al molinero mayor, que como ya he dicho antes era un avaro como no había otro igual. Aquel hombre escatimaba hasta la mantequilla del pan y la sal de la sopa. Por eso siempre había tenido también problemas con los mozos de molino, pues ninguno se quería quedar con él. Trabajar mucho y comer mal, como es sabido, no hay nadie que lo resista por mucho tiempo.
»Pues bien, aquella vez Pumphutt se presenta en aquel molino y pide trabajo.
»—Trabajo hay más que suficiente —dice el molinero mayor, que realmente hubiera debido figurarse quién era aquel que tenía delante, con su puntiagudo sombrero y su pendiente en la oreja.
»Pero precisamente siempre ocurre que quien tiene que tratar con Pumphutt se da cuenta demasiado tarde de lo que hubiera tenido que darse cuenta enseguida. Y el molinero mayor de Schleife tampoco se da cuenta de ello, y Pumphutt se compromete a ser su ayudante durante tres semanas.
»Hay allí otros dos mozos y un aprendiz, más delgados que una estaca los tres, con las piernas hinchadas de tanto beber agua. Pues agua hay más que de sobra en el molino, eso es lo único que el molinero no les escatima. De pan andan bastante escasos, de sémola más escasos todavía, y carne o tocino nada en absoluto, sólo a veces queso, y medio arenque alguna que otra vez. Los tres trabajan mal que bien porque son unos pobres diablos, y el molinero tiene un papel firmado por ellos conforme le deben dinero, y por eso no pueden marcharse.
»Pumphutt observa todo aquello durante una temporada. Oye cómo al aprendiz le suenan las tripas de hambre todas las noches hasta que se queda dormido. Ve cómo a los dos oficiales, cuando se lavan por las mañanas en la fuente, se les transparenta al sol la tripa de tan flacos como están.
»Más adelante, un día a la hora de comer, están sentados a la mesa, hay mucho ruido en el cuarto, el molino sigue trabajando, anteriormente han echado a moler una partida de alforfón y ahora se está moliendo... Pues bien, un día a la hora de comer llega el maestro justo cuando se están tomando la sopa: una cosa aguada e insípida, con ortigas y armuelle dentro y cinco, seis, quizá siete granos de comino. Ése es el momento oportuno para que Pumphutt se las vea con el molinero.
»—¡Eh, maestro! —exclama indicándole la sopera—. Llevo ya dos semanas viendo lo que le sirves de comer a la gente de tu molino. ¿No crees tú que a la larga resulta un poquito escaso? ¡Pruébala! —le dice tendiéndole la cuchara.
»El molinero hace como si con el ruido que hace el molino no hubiera podido entender lo que Pumphutt ha dicho. Se señala los oídos con el dedo, sacude la cabeza y sonríe burlonamente.
»Pero la sonrisa burlona se le borra enseguida. Pumphutt, que sabe hacer muchas más cosas que simplemente comer pan, pega una palmada en la mesa... y en un instante, ¡zas!, el molino se para, y además completamente, sin que nada traquetee ni dé sacudidas. Sólo el agua corre rápidamente por el saetín y choca contra las paletas de la rueda: y no puede ser porque alguien haya abierto la esclusa. Se tiene que haber atascado alguna cosa en el mecanismo. ¡Mientras no haya sido la rueda dentada o el eje de la muela!
»Al molinero mayor de Schleife, una vez que se ha repuesto del susto inicial, le entran los nervios.
»—¡Rápido! —exclama—. ¡Rápido! —vuelve a exclamar—. ¡Muchacho, tú vete a cerrar la esclusa! ¡Y los demás iremos a ver qué le ha pasado al molino! ¡Pero aprisa, aprisa, vamos!
»—No tenéis por qué hacerlo —dice Pumphutt con toda la tranquilidad del mundo, y esta vez es él el que sonríe burlonamente.
»—¿Cómo es eso? —preguntó el maestro.
»—Porque he sido yo el que ha hecho que se pare el molino.
»—¿Tú?
»—Yo soy Pumphutt.
»Un rayo de sol entra, que ni a propósito, por la ventana del cuarto, y brilla cierto pendiente de oro en el lóbulo de cierta oreja.
»—¿Tú eres Pumphutt?
»Al molinero se le ponen las rodillas como si fueran de mantequilla. Y es que sabe cómo se las gasta Pumphutt con los maestros que tratan mal a sus mozos y los tienen viviendo en la miseria. '¡Dios mío! —piensa—. ¿Cómo no me daría cuenta cuando vino a pedirme trabajo? ¿Es que he estado ciego todo este tiempo?'
»Pumphutt le manda que salga a buscar papel y tinta. Luego le va indicando lo que tiene que darles a sus ayudantes de ahora en adelante:
»—Para cada uno media libra de pan al día, bien pesada. Por la mañana temprano una abundante papilla de granos de trigo o de mijo, también puede ser de alforfón o de cebada, cocida en leche, los domingos y días festivos con azúcar. Dos veces a la semana, a mediodía, carne y verdura hasta que todo el mundo se harte; los demás días un puré de guisantes o judías con tocino o albondiguillas fritas o cualquier otro plato nutritivo a tu elección, en cantidad suficiente, bien condimentado con todo lo necesario... —Así va escribiendo y escribiendo, toda una lista completa. Determina con absoluta precisión lo que el molinero mayor de Schleife tiene que darles en el futuro a los muchachos—. ¡Fírmalo con tu nombre —dice Pumphutt cuando ha terminado con su lista— y luego júrame que lo cumplirás!
»El molinero sabe que no le queda otra elección, así que pone su nombre debajo y jura.
»Pumphutt entonces deshace el hechizo del molino —¡zas!— dando con la mano en la mesa... y ya vuelve a girar. La lista se la da a uno de los dos oficiales para que la guarde; luego, y esta vez a pesar del ruido del molino le entiende perfectamente, le dice al molinero:
»—Para que nos entendamos, maestro: lo que has jurado, jurado está. Cuando me vaya guárdate de romper tu juramento, si no... ¡zas! —El molino ya volvía a estar parado, sin ningún traqueteo y sin ninguna sacudida, y el molinero se llevó un susto tremendo—. Y entonces —dice Pumphutt—, entonces se habrá acabado el trabajo para siempre, entonces ya no habrá nadie que pueda volver a poner en marcha este trasto. ¡No lo olvides!
»Y, según lo ha dicho, hace que el molino vuelva a funcionar, y se marcha.
»Desde entonces, según se dice, los mozos de molino del molino de Schleife llevan una buena vida. Les dan lo que les apetece, nadie pasa hambre, y tampoco tiene ya las piernas hinchadas por tanta agua."
A los muchachos les gustó la historia de Pumphutt que Andrusch les había contado.
—¡Sigue! —le exigieron—. ¡Cuéntanos más cosas de él! ¡Échate otro trago y cuéntanos!
Andrusch se llevó el jarro a los labios para aclararse la garganta, y siguió contando cosas de Pumphutt: cómo se las había tenido con los maestros de Bautzen y de Sohrau, de Rumburg y de Schluckenau... para su diversión y beneficio de los ayudantes de los molineros.
Krabat hubo de pensar en su propio maestro, le vino a la memoria el viaje a Dresde cuando fueron a visitar al Príncipe Elector... y se preguntó qué ocurriría si por casualidad Pumphutt se las viera alguna vez con su maestro: ¿quién de los dos se impondría al otro en caso de que ambos se enfrentaran en una prueba de fuerza?
Después de Semana Santa empezaron a renovar todo el maderaje que había en el molino. El maestro se lo había encargado a Staschko, que era el más hábil de los muchachos; le había asignado como ayudantes a Kito y a Krabat. Desde la cámara de la harina hasta el tejado, revisaron todo lo que era de madera; y donde los tres veían que algo estaba dañado, que una viga amenazaba con romperse, que un estribo se había separado de su espiga o que las tablas del piso intermedio tenían carcoma, lo cambiaban o lo arreglaban de alguna otra forma, ya fuera apuntalando, ya fuera con una viga maestra. En el encofrado del caz había algunas cosas que reparar, había que entibar de nuevo la presa, y en la casa les estaba esperando la construcción de una nueva rueda hidráulica.
Staschko y sus ayudantes lo hacían casi todo con sus hachuelas, como era natural en unos mozos de molino que se preciaran. No echaban mano de la sierra sino cuando era imprescindible, y aun entonces no lo hacían de buen grado.
Krabat se alegraba de tener un trabajo que apenas le permitía pensar «en ninguna otra cosa», o sea, en la cantora.
A pesar de ello, pensaba demasiado a menudo en ella, y a veces temía que los demás estuvieran dándose cuenta de cuáles eran sus pensamientos. Lyschko al menos ya se había olido algo; un día le preguntó qué le pasaba.
—¿A mí? —preguntó Krabat—. ¿Por qué?
—Porque últimamente apenas escuchas cuando alguien te dice algo. Yo conocí una vez a uno que estaba preocupado por una muchacha... y a él le ocurría algo parecido a lo que te ocurre a ti.
—Y yo —dijo Krabat lo más tranquilo y lo más natural que pudo—, yo conocí una vez a alguien que creía oír crecer la hierba; pero no era más que la paja que crujía dentro de su mollera.
En la Escuela Negra Krabat se aplicaba mucho, pronto ya no tuvo nada que envidiarles a la mayoría de sus camaradas en el conocimiento de las Ciencias Ocultas. Sólo Hanzo y Merten estaban aún por delante de él y, sobre todo, Michal, que desde comienzos de año se había convertido en un alumno modelo y había aventajado con mucho a todos los demás muchachos.
El molinero estaba visiblemente satisfecho del empeño de Krabat; lo elogiaba a menudo y le espoleaba para que siguiera por ese camino.
—Veo ya —dijo un viernes por la tarde del mes de mayo después de la clase— que vas a llegar a algo en las Ciencias Ocultas. Por las cualidades que observo en ti tienes para ello madera como pocos. ¿Crees que te hubiera llevado conmigo, si no, a la corte del Príncipe Elector?