Juego de Tronos (107 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Juego de Tronos
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—No —susurró Dany, con las mejillas llenas de lágrimas—. No, por favor, dioses, ayudadme, no.

Khal Drogo agitó los brazos como si luchara contra algún enemigo invisible. La sangre negra empezó a manar, lenta y espesa, de la herida abierta.

—Vuestro
khal
se puede dar por muerto, princesa.

—No, no puede morir, no debe morir, si no era más que un corte. —Dany cogió la mano grande y encallecida entre las suyas, tan pequeñas, y la apretó con fuerza—. No permitiré que muera...

—Esa orden está fuera de vuestro alcance, ya seáis
khaleesi
o reina —dijo Ser Jorah dejando escapar una carcajada amarga—. Guardaos las lágrimas, niña. Ya lo lloraréis mañana, o dentro de un año. Ahora no hay tiempo para la pena. Tenemos que partir, y enseguida, antes de que muera.

—¿Partir? ¿Hacia dónde? —Dany no comprendía nada.

—En mi opinión el mejor lugar sería Asshai. Está muy al sur, al final del mundo conocido, pero según se dice es un gran puerto. Allí encontraremos algún barco que nos lleve de vuelta a Pentos. No quiero engañaros: será un viaje duro. ¿Confiáis en vuestro
khas
? ¿Vendrán con nosotros?

—Khal Drogo les ordenó que velaran por mí —respondió Dany, insegura—. Pero, si muere... —Se tocó el vientre abultado—. No lo entiendo. ¿Por qué tenemos que huir? Soy la
khaleesi
. Llevo en mis entrañas al heredero de Drogo. Será
khal
después de él...

—Escuchadme bien, princesa —dijo Ser Jorah con el ceño fruncido—. Los dothrakis no seguirán a un niño de pecho. Sólo se inclinaban ante la fuerza de Drogo, nada más. Cuando él ya no esté, Jhaqo, Pono y los otros
kos
se enfrentarán para ocupar su puesto, y este
khalasar
se devorará a sí mismo. El vencedor no querrá tener más rivales. Os arrancarán al niño del pecho nada más nacer y se lo echarán a los perros.

—Pero, ¿por qué? —sollozó quejumbrosa, abrazándose el vientre—. ¿Por qué querrían matar a un bebé?

—Es el hijo de Drogo. Las viejas dicen que será el semental que monte el mundo. Fue una profecía. Más vale matar al crío que arriesgarse a sufrir su ira cuando crezca y sea un hombre.

El niño le dio una patadita, como si lo hubiera oído todo. Dany recordó lo que Viserys le había contado, lo que habían hecho los perros del Usurpador con los hijos de Rhaegar. El pequeño también era un bebé, pero lo habían arrancado del pecho de su madre para estrellarle la cabeza contra una pared. Así actuaban los hombres.

—¡No pueden hacer daño a mi hijo! —exclamó—. Ordenaré a mi
khas
que lo cuide, y los jinetes de sangre de Drogo...

—Un jinete de sangre muere con su
khal
. —Ser Jorah la sujetó por los hombros—. Lo sabéis perfectamente, niña. Os llevarán a Vaes Dothrak, con las viejas; será su última misión. Y después se reunirán con Drogo en las tierras de la noche.

Dany no quería regresar a Vaes Dothrak y pasar el resto de su vida entre aquellas viejas espantosas, pero sabía que el caballero estaba en lo cierto. Drogo no había sido simplemente su sol y estrellas; era también el escudo que la mantenía sana y salva.

—No lo abandonaré —dijo con triste testarudez—. Nunca.

El faldón de la tienda se levantó de nuevo, y Dany volvió la cabeza. Mirri Maz Duur entró e hizo una profunda reverencia. Los días de marcha a pie tras el
khalasar
la habían dejado demacrada y coja, con los pies llenos de heridas y ampollas, y bolsas oscuras bajo los ojos. Tras ella llegaron Qotho y Haggo, que transportaban entre los dos el cofre de la esposa de dios. Los jinetes de sangre vieron la herida de Drogo. El cofre resbaló de entre las manos de Haggo y se estrelló contra el suelo de la tienda, y Qotho soltó una maldición tan brutal que pareció hendir el aire.

—La herida se ha infectado —dijo Mirri Maz Duur mientras examinaba a Drogo con rostro inexpresivo.

—Esto es cosa tuya,
maegi
—dijo Qotho.

Haggo asestó un puñetazo a Mirri en la mejilla, y la mujer rodó por tierra. Luego empezó a darle patadas.

—¡Basta! —gritó Dany.

—Las patadas son demasiado buenas para una
maegi
—dijo Qotho, mientras contenía a Haggo—. Vamos a sacarla afuera. La ataremos a una estaca para que la monte todo el que pase. Y cuando acaben, que la monten los perros también. Las comadrejas le sacarán las entrañas, y las aves carroñeras le devorarán los ojos. Las moscas del río le pondrán huevos en el vientre y beberán el pus de lo que quede de sus pechos.

Clavó unos dedos duros como el hierro en la carne blanda y temblorosa del brazo de la esposa de dios, y la obligó a ponerse en pie.

—No —replicó Dany—. No quiero que le suceda nada malo.

—¿No? —Qotho le mostró los dientes amarillentos y podridos, en una espantosa parodia de sonrisa—. ¿A mí te atreves a decirme que no? Más te valdría rezar para que no te atemos al lado de tu
maegi
. Esto es culpa tuya, tanto como de ella.

Ser Jorah se interpuso entre ambos mientras desenvainaba la espada.

—Frena esa lengua, jinete de sangre. La princesa es tu
khaleesi
.

—Sólo mientras la sangre de mi sangre siga con vida —replicó Qotho al caballero—. Si muere, la mujer no es nada.

—Antes de ser la
khaleesi
, ya era de la sangre del dragón. —Dany sintió la tensión de su interior—. Ser Jorah, llamad a mi
khas
.

—No —dijo Qotho—. Nos iremos. Por ahora...
Khaleesi
.

Haggo, con el ceño fruncido, salió de la tienda tras él.

—Ése no tiene buenas intenciones, princesa —dijo Mormont—. Los dothrakis dicen que un hombre y sus jinetes de sangre comparten la misma vida, y Qotho está viendo que toca a su fin. Un hombre muerto no teme a nada.

—Nadie ha muerto —replicó Dany—. Puede que necesite vuestra espada, Ser Jorah. Será mejor que os pongáis la armadura. —Estaba más asustada de lo que quería reconocer, incluso ante sí misma.

—A vuestras órdenes —dijo el caballero con una reverencia, y salió de la tienda.

Dany se volvió hacia Mirri Maz Duur. Los ojos de la mujer estaban alerta, llenos de cautela.

—Así que me habéis vuelto a salvar.

—Y ahora tú tienes que salvarlo a él —dijo Dany—. Por favor...

—A una esclava no se le pide nada —replicó Mirri secamente—. Se le dan órdenes. —Se volvió hacia Drogo, que seguía ardiendo sobre la esterilla, y observó la herida largo rato—. Pero da igual que lo pidáis o lo ordenéis. Ningún sanador puede hacer ya nada por él. —El
khal
tenía los ojos cerrados. Le abrió uno con los dedos—. Ha estado adormeciendo el dolor con la leche de la amapola.

—Sí —reconoció Dany.

—Le preparé una cataplasma de semilla de fuego y nomepiques, y se la vendé con piel de cordero.

—Decía que le quemaba y se la arrancó. Las mujeres de las hierbas le prepararon otra, húmeda y calmante.

—Quemaba, sí. El fuego tiene una gran magia sanadora; eso lo saben hasta vuestros hombres sin pelo.

—Prepárale otra cataplasma —suplicó Dany—. Esta vez haré que la aguante.

—Ya no es el momento para eso, mi señora —dijo Mirri—. Ahora ya no puedo hacer más que facilitar el oscuro camino que tiene por delante, para que cabalgue sin dolor hacia las tierras de la noche. No vivirá hasta el amanecer.

Sus palabras atravesaron el pecho de Dany como un cuchillo. ¿Qué mal les había hecho a los dioses, para que fueran tan crueles con ella? Por fin había encontrado un lugar seguro; por fin conocía el sabor del amor y la esperanza. Por fin iba a volver a su hogar. Y ahora, perderlo todo...

—No —suplicó—. Sálvalo y te liberaré, lo juro. Seguro que sabes alguna manera... magia, o algo...

Mirri Maz Duur se sentó sobre los talones, y miró a Daenerys con ojos negros como la noche.

—Hay un hechizo. —Su voz era baja, poco más que un susurro—. Pero es duro, mi señora, y oscuro. Muchos dirían que la muerte es más limpia. Lo aprendí en Asshai, y pagué muy cara la lección. Mi maestro fue un mago de sangre, de las Tierras Sombrías.

—Entonces, es cierto, eres una
maegi
... —El cuerpo de Dany se cubrió de un sudor frío.

—¿Sí? —Mirri Maz Duur sonrió—. Sólo una
maegi
puede salvar a vuestro jinete en este momento, Dama de Plata.

—¿No hay otra manera?

—No.

Khal Drogo dejó escapar un gemido y se estremeció.

—Hazlo —le espetó Dany. No debía tener miedo; era de la sangre del dragón—. Sálvalo.

—El precio es alto —le advirtió la esposa del dios.

—Te daré oro, caballos, lo que quieras.

—No se trata de oro ni caballos. Esto es magia de sangre, mi señora. La vida sólo se puede pagar con la muerte.

—¿Con la muerte? —Dany se apretó los brazos como si quisiera protegerse; se balanceó adelante y atrás sobre los talones—. ¿Mi muerte?

Se dijo que moriría por él si era necesario. Era de la sangre del dragón; no debía tener miedo. Su hermano Rhaegar había muerto por la mujer a la que amaba.

—No —le prometió Mirri Maz Duur—. No será tu muerte,
khaleesi
.

—Hazlo —le ordenó Dany, temblando de alivio.

—Como dices se hará —asintió la
maegi
con solemnidad—. Llama a tus sirvientes.

Khal Drogo se debatió débilmente mientras Rakharo y Quaro lo metían en el baño.

—No —murmuró—. No. He de montar. —Una vez en el agua, las fuerzas parecieron abandonarlo.

—Traed su caballo —ordenó Mirri Maz Duur.

Así lo hicieron. Jhogo hizo entrar el gran semental castaño en la tienda. Cuando el animal olfateó el olor a muerte, relinchó y corcoveó, con ojos espantados. Hicieron falta tres hombres para contenerlo.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Dany.

—Necesitamos la sangre —respondió Mirri—. Así ha de ser.

Jhogo dio un paso atrás y echó mano del
arakh
. Era un joven de dieciséis años, flaco, temerario, de risa pronta, con apenas la sombra del primer bigote asomando sobre el labio superior. Cayó de rodillas ante ella.


Khaleesi
—suplicó—, no permitas esto. Deja que mate a esa
maegi
.

—Si la matas, matarás a tu
khal
—dijo Dany.

—Eso es magia de sangre —insistió el muchacho—. Está prohibida.

—Soy la
khaleesi
, y digo que no está prohibida. En Vaes Dothrak, Khal Drogo mató a un semental y yo me comí su corazón para dar a nuestro hijo su fuerza y su valor. Esto es lo mismo. Lo mismo.

El semental coceó y corcoveó cuando Rakharo, Quaro y Aggo lo acercaron a la bañera en la que flotaba el
khal
, que parecía ya un cadáver, entre las aguas sucias del pus y la sangre que le manaban de la herida. Mirri Maz Duur entonó un cántico en una lengua que Dany no conocía, y de pronto tenía un cuchillo en la mano. Dany no llegó a saber de dónde lo había sacado. Parecía muy viejo, de bronce rojizo, en forma de hoja, con extraños símbolos grabados en toda la superficie. La
maegi
lo pasó por la garganta del semental, bajo la cabeza del noble bruto. El caballo relinchó y se estremeció, y la sangre empezó a manar como un surtidor rojo. Se habría derrumbado de no ser porque lo sujetaban los hombres de su
khas
.

—Fuerza de la montura, entra en el jinete —canturreó Mirri mientras la sangre del caballo llenaba la bañera de Drogo—. Fuerza de la bestia, entra en el hombre.

Jhogo parecía aterrado, tenía miedo de soportar el peso del semental, de tocar la carne muerta, pero también tenía miedo de soltarlo.

«Sólo un caballo», pensó Dany. Si podía comprar la vida de Drogo con la muerte de un caballo, pagaría aquel precio mil veces.

Cuando por fin dejaron caer el cuerpo del semental, el baño estaba lleno de un líquido rojo oscuro, y a Drogo sólo se le veía la cara. Mirri Maz Duur no necesitaba el cadáver del caballo para nada.

—Quemadlo —les ordenó Dany.

Sabía que aquélla era la costumbre. Cuando moría un hombre, mataban a su caballo y ponían el cadáver en la pira funeraria, para que lo llevara a las tierras de la noche. Los hombres de su
khas
arrastraron el cuerpo fuera de la tienda. Había sangre por todas partes; hasta la tela de las paredes estaba salpicada de rojo, y las alfombras estaban húmedas y negras.

Encendieron los braseros. Mirri Maz Duur arrojó un polvo rojo sobre los carbones, y aquello dio al humo un aroma especiado bastante agradable, pero Eroeh salió corriendo entre sollozos, y Dany sintió un miedo paralizante. Pero había llegado demasiado lejos para retroceder. Hizo salir a sus doncellas.

—Id con ellas, Dama de Plata —le dijo Mirri Maz Duur.

—Me quedaré —replicó Dany—. Este hombre me poseyó bajo las estrellas y dio vida al niño que llevo dentro. No lo dejaré.

—Es necesario. Una vez empiece mi cántico, ninguna persona debe entrar en esta tienda. Mi canción va a despertar poderes antiguos y oscuros. Los muertos danzarán aquí esta noche. Ningún hombre vivo debe verlos.

—Nadie entrará —dijo Dany agachando la cabeza, impotente. Se inclinó sobre la bañera, sobre Drogo, casi sumergido en la sangre, y le dio un beso en la frente—. Devuélvemelo —susurró a Mirri Maz Duur antes de salir.

En el exterior el sol estaba ya bajo en el horizonte y el cielo estaba teñido de rojo. El
khalasar
había acampado. Las tiendas y las esterillas para dormir se extendían hasta donde alcanzaba la vista. El viento soplaba, ardiente. Jhogo y Aggo estaban excavando un agujero para encender una hoguera en la que quemar el cadáver del semental. Se había reunido toda una multitud para observar a Dany con ojos negros y duros, con rostros de cobre batido. Ella vio a Ser Jorah Mormont, vestido ya con ropas de cuero y cota de mallas, y la frente perlada de sudor allí donde el pelo empezaba a ralear. El caballero se abrió camino entre los dothrakis hasta llegar junto a Dany. Cuando vio las huellas escarlata que las botas de la muchacha dejaban en la tierra, el color huyó de su rostro.

—Pequeña idiota, ¿qué habéis hecho? —susurró con voz ronca.

—Tenía que salvarlo.

—Podríamos haber escapado —dijo él—. Podría haberos llevado a salvo hasta Asshai, princesa. No había necesidad de...

—¿Soy de verdad vuestra princesa?

—Que los dioses nos ayuden a los dos; bien sabéis que sí.

—Entonces, ayudadme.

—Ojalá supiera cómo. —Ser Jorah hizo una mueca.

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