Juego de Tronos (104 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Juego de Tronos
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Resonó la llamada de un cuerno de guerra.
Aruuuuuuuuuuuuuuuu
, rugió en la noche, un sonido largo y grave, frío como el viento del norte. Las trompetas de los Lannister respondieron,
da-DA-da-DA da-DAAAAAAA
, metálicas y desafiantes, pero a Tyrion le dio la sensación de que era un sonido inferior, lleno de ansiedad. Sintió que se le revolvían las entrañas, y trató de dominarse. No quería morir vomitando.

El sonido de los cuernos se fue apagando, y un siseo constante llenó el aire. Una lluvia de flechas surcó el cielo dibujando un arco ascendente desde su derecha, donde se habían situado los arqueros, flanqueando el camino. Los norteños emprendieron la carga entre gritos, pero las flechas Lannister cayeron sobre ellos como granizo, cientos de ellas, miles; los gritos se tornaron en gemidos; los hombres cayeron. Para entonces, ya una segunda andanada dibujaba su arco mortífero, y los arqueros tensaban las cuerdas sobre una tercera flecha.

Las trompetas resonaron de nuevo,
da-DAAA da-DAAA da-DA da-DA da-DAAAAA.
Ser Gregor hizo un gesto con la enorme espada, rugió una orden, y mil voces respondieron a su grito. Tyrion picó espuelas y agregó una voz más a la cacofonía; la vanguardia se adelantó.

—¡El río! —gritó a los hombres de los clanes—. ¡Acordaos, el río es nuestro!

Siguió al frente hasta que emprendieron el galope; entonces, Chella lanzó un grito escalofriante y lo adelantó; Shagga siguió sus pasos con un aullido similar. El resto de los montañeses cargó tras ellos, y Tyrion quedó respirando el polvo de su estela.

Ante ellos había una formación de lanceros enemigos dispuestos en semicírculo, un puerco espín erizado de acero a la espera tras altos escudos de roble con el blasón del sol de los Karstark. Gregor Clegane fue el primero en llegar hasta ellos a la cabeza de una cuña de veteranos con armadura. La mitad de los caballos se espantaron en el último instante y dejaron de cargar justo delante de las lanzas. Los demás murieron con los pechos atravesados por las agudas puntas de acero. Tyrion vio caer a una docena de hombres. El semental de la Montaña se encabritó y levantó las patas delanteras, con sus herraduras de hierro, cuando una lanza dentada le hirió el cuello. El animal, enloquecido, cargó contra el enemigo. Todas las lanzas se volvieron contra él, pero la muralla de escudos se derrumbó bajo su peso. Los norteños trataron de ponerse a salvo de sus últimos estertores. Cuando su caballo cayó, todavía lanzando dentelladas con la boca llena de sangre, la Montaña se levantó ileso, blandiendo a diestro y siniestro el gigantesco espadón.

Shagga entró por la brecha antes de que la muralla de escudos se cerrara de nuevo, y otros Grajos de Piedra lo imitaron.

—¡Hombres Quemados! ¡Hermanos de la Luna! ¡Seguidme! —gritó Tyrion.

Pero la mayoría iba por delante de él. Vio cómo Timett, hijo de Timett, salía de debajo de su montura muerta. Vio a un Hermano de la Luna empalado por una lanza Karstark. Vio cómo el caballo de Conn destrozaba de una coz las costillas de un hombre. Una lluvia de flechas cayó sobre ellos; no habría sabido decir de dónde procedían, porque mataban a los Stark y a los Lannister por igual, chocaban contra las armaduras o abrían las carnes. Tyrion Lannister alzó el escudo y se cobijó bajo él.

El puerco espín se desmoronaba; los norteños retrocedían ante el ataque de la caballería. Tyrion vio cómo un golpe de Shagga destrozaba el pecho de un lancero, cómo el hacha hendía la armadura, el cuero, el músculo y los pulmones. Murió todavía de pie, con la cabeza del hacha incrustada en el pecho, pero Shagga siguió adelante y partió en dos un escudo con el hacha de la mano izquierda, mientras el cadáver se balanceaba colgado inerte de la derecha. Por fin, Shagga se liberó de su peso, entrechocó las dos hachas y lanzó un rugido.

El enemigo estaba ya sobre Tyrion; su espacio de combate se redujo a unos pocos codos en torno al caballo. Un guerrero trató de ensartarle el pecho. Tyrion blandió el hacha y desvió la lanza a un lado. El hombre retrocedió para probar suerte de nuevo, pero él picó espuelas y lo arrolló con su caballo. Tres enemigos rodeaban a Bronn, que consiguió cortar con la espada la punta de la primera lanza, y destrozar la cara del segundo hombre con el golpe de revés.

Una lanza llegó silbando por la izquierda hasta Tyrion, y se le clavó en el escudo. Se dio media vuelta y persiguió al lancero, pero él también se protegió levantando el escudo por encima de la cabeza. Tyrion lo rodeó, lanzando hachazos contra la madera. Saltaron astillas de roble, hasta que el norteño perdió pie, resbaló y cayó de espaldas, todavía con el escudo encima. Estaba fuera del alcance del hacha de Tyrion, y descabalgar para matarlo habría sido una molestia excesiva, así que lo dejó allí y cabalgó hacia otro hombre. Le asestó un golpe desde arriba con tal energía que el brazo se le quedó entumecido. Así consiguió un instante de respiro. Tiró de las riendas, y buscó el río con la mirada. Allí estaba, a la derecha. En el fragor de la batalla, había dado la vuelta.

Un Hombre Quemado pasó a su lado, derrumbado sobre el caballo. La lanza que le había penetrado por el vientre le sobresalía por la espalda. Nada se podía hacer por él, pero, cuando Tyrion vio que uno de los norteños echaba mano de sus riendas, se lanzó a la carga.

Su enemigo lo esperó con la espada en la mano. Era un hombre alto y flaco, con jubón largo de mallas y guanteletes de acero articulados, pero había perdido el yelmo, y la sangre que le manaba de un corte de la frente le corría entre los ojos. Tyrion lanzó un golpe de tajo hacia la cara, y el hombre alto lo desvió.

—¡Enano! —gritó—. ¡Muere!

Tyrion cabalgó en torno a él, lanzándole golpes a la cabeza y a los hombros, mientras el norteño giraba en círculo. El acero chocó contra el acero, y Tyrion no tardó en darse cuenta de que el hombre alto era más fuerte y más rápido que él. ¿Dónde infiernos estaría Bronn?

—¡Muere! —insistió su enemigo, con un golpe salvaje.

Tyrion apenas consiguió levantar el escudo a tiempo, y sintió como si la fuerza del ataque hiciera reventar el arma defensiva. Los trozos de madera volaron de su brazo.

—¡Muere! —aulló de nuevo el hombre de la espada. Se acercó más, y asestó a Tyrion un golpe tan fuerte en la sien que se le nubló la mente. El sonido de la hoja al resbalar contra el metal fue espantoso. El hombre alto sonrió... hasta que el caballo de Tyrion, rápido como una serpiente, le lanzó un bocado y le arrancó la carne de la cara hasta el hueso. Entonces, gritó. Y Tyrion le clavó el hacha en la cabeza.

—No, muere tú —le dijo.

Y el norteño obedeció. Mientras recuperaba el hacha, oyó un grito.

—¡Eddard! —retumbó una voz—. ¡Por Eddard y por Invernalia!

El caballero cayó sobre él al tiempo que hacía girar por encima de la cabeza un mangual con una bola de púas en el extremo de una cadena. Los caballos de batalla chocaron antes de que Tyrion tuviera tiempo de abrir la boca para llamar a Bronn. Sintió un dolor terrible en el codo derecho cuando las púas le atravesaron el fino metal de la articulación. Perdió el hacha al instante. Intentó echar mano de la espada, pero el mangual volvía a hendir el aire en dirección a su rostro. El crujido fue espantoso, y empezó a caer. Más adelante no recordaría haber chocado contra el suelo, pero cuando alzó la vista, el cielo estaba sobre él. Rodó hacia un lado e intentó ponerse en pie, pero una ráfaga de dolor lo recorrió, y el mundo palpitó en torno a él. El caballero que lo había derribado lo miró desde arriba.

—Tyrion
el Gnomo
—rugió—. Estás en mi poder. ¿Te rindes, Lannister?

«Sí», pensó Tyrion. Pero la palabra se le atragantaba. El sonido que emitió mientras se incorporaba de rodillas fue más semejante a un graznido. Tanteó a su alrededor en busca de un arma. La espada, la daga, lo que fuera...

—¿Te rindes? —El caballero se alzaba sobre él, a lomos de su caballo pertrechado. Tanto el hombre como el animal parecían inmensos. El mangual describió un círculo perezoso. Tyrion tenía las manos entumecidas, la visión borrosa, la vaina de la espada vacía—. Ríndete o muere —declaró el caballero a la vez que hacía girar el mangual más y más deprisa.

Tyrion se puso de pie tan deprisa como pudo, y embistió de cabeza contra el vientre del caballo. El animal lanzó un relincho espantoso, y corcoveó. La sangre y las vísceras cayeron como una lluvia sobre la cara de Tyrion, y el animal se derrumbó como una avalancha. Cuando se quiso dar cuenta, tenía el visor sucio de barro y algo le aplastaba el pie. Consiguió liberarse. Tenía un nudo tan tenso en la garganta que apenas si consiguió hablar.

—... rindes... —graznó de manera patética.

—Sí —gimió una voz llena de dolor. Tyrion se quitó el barro del yelmo para poder ver. El caballo había caído hacia el otro lado, sobre su jinete. El caballero tenía una pierna atrapada debajo, y el brazo con el que había intentado parar la caída estaba doblado en un ángulo grotesco—. Me rindo. —Se tanteó el cinturón con la mano del brazo sano, sacó una espada y la tiró a los pies de Tyrion—. Me rindo, mi señor.

El enano, asombrado, se arrodilló y cogió el arma. Un latigazo de dolor le recorrió el codo al mover el brazo. El combate se había desplazado, ya no tenía lugar a su alrededor. En aquel punto del campo de batalla no quedaba nadie, aparte de los cadáveres. Los cuervos ya los sobrevolaban en círculos y se posaban para comer. Advirtió que Ser Kevan había maniobrado con sus hombres para dar apoyo a la vanguardia; la multitud de hombres armados con picas hacía retroceder a los norteños hacia las colinas. En aquellos momentos forcejeaban en las laderas, las picas chocaban contra otra muralla de escudos, éstos ovalados y reforzados con remaches de hierro. El aire volvió a llenarse de flechas, y los hombres que se parapetaban tras la pared de roble cayeron bajo aquella lluvia mortífera.

—Me temo que los vuestros están perdiendo, ser —le dijo al caballero atrapado bajo el caballo.

El hombre no respondió nada. Tyrion oyó el sonido de unos cascos de caballo a su espalda, y se volvió, aunque el dolor del codo apenas si le permitía sostener la espada. Bronn tiró de las riendas y lo miró desde arriba.

—No se puede decir que me hayas ayudado mucho —bufó Tyrion.

—Por lo que veo te las has arreglado muy bien solo —replicó Bronn—. Pero has perdido la púa del yelmo.

Tyrion se palpó la parte superior del casco. La púa ya no estaba en su lugar.

—No la he perdido. Sé perfectamente dónde está. ¿Has visto mi caballo?

Cuando lo encontraron, las trompetas ya habían sonado de nuevo. y la retaguardia de Lord Tywin se acercaba por el río. Tyrion vio pasar a su padre, con el estandarte rojo y oro de los Lannister ondeando a su paso. Lo rodeaban quinientos jinetes; el sol arrancaba destellos de las puntas de sus lanzas. Los restos de las líneas de los Stark se quebraron ante la carga como un cristal con el golpe de un martillo.

Tyrion sentía el codo dolorido y entumecido, y no hizo el menor ademán de unirse a la carnicería. Bronn y él fueron a buscar a sus hombres. A muchos los encontró entre los muertos. Ulf, hijo de Umar, yacía sobre un charco de sangre coagulada: le faltaba un antebrazo, y a su alrededor yacían también una docena de sus Hermanos de la Luna. Shagga estaba bajo un árbol, acribillado a flechazos, con la cabeza de Conn en el regazo. Tyrion creyó que ambos estaban muertos, pero cuando desmontó, Shagga abrió los ojos.

—Han matado a Conn, hijo de Coratt —dijo.

El atractivo Conn no tenía más heridas que la mancha roja del pecho, allí donde la lanzada le había arrancado la vida. Bronn ayudó a Shagga a ponerse en pie, y el montañés pareció advertir por primera vez las flechas que tenía clavadas. Se las fue arrancando una a una, maldiciendo los agujeros que habían hecho en las prendas de cuero y mallas, y aullando como una criatura al sacarse las que se le habían enterrado en la carne. Chella, hija de Cheyk, llegó junto a ellos mientras ayudaban a Shagga a quitarse las flechas, y les mostró las cuatro orejas que había capturado. A Timett lo encontraron saqueando los cadáveres, en compañía de sus Hombres Quemados. De los trescientos montañeses que habían entrado en combate con Tyrion Lannister, apenas si había sobrevivido la mitad.

Dejó que los vivos se ocuparan de los muertos, envió a Bronn a hacerse cargo del caballero cautivo, y fue en busca de su padre. Lord Tywin estaba sentado junto al río, bebiendo vino de una copa adornada con piedras preciosas, mientras su escudero le quitaba la coraza.

—Hermosa victoria —comentó Ser Kevan al ver a Tyrion—. Tus salvajes han luchado muy bien.

Los ojos de su padre estaban clavados en él. Eran de un color verde claro con puntos dorados, y tan gélidos que sintió un escalofrío.

—¿Te ha sorprendido, Padre? —preguntó—. ¿Te ha descabalado los planes? Porque se suponía que iban a matarnos a todos, ¿no?

—Es cierto, situé a la izquierda a los hombres menos disciplinados. —Lord Tywin apuró la copa, con rostro inexpresivo—. Había previsto que no resistirían. Robb Stark no es más que un crío inexperto, con más valor que inteligencia. Tenía la esperanza de que, si veía derrumbarse el flanco izquierdo, intentaría atacar por ahí para derrotarnos. Las picas de Ser Kevan lo rodearían, lo atacarían y lo acorralarían contra el río mientras llegaba yo con la retaguardia.

—Y te pareció que lo mejor era colocarme en medio de esa carnicería, sin hacerme partícipe de tus planes.

—Una flaqueza fingida resulta menos convincente —replicó su padre—. Y no acostumbro a comunicar mis planes a hombres que se relacionan con salvajes y mercenarios.

—Lástima que mis salvajes te estropearan el baile. —Tyrion se quitó el guantelete de acero y lo dejó caer al suelo.

El dolor que le recorrió el brazo le retorció el rostro.

—El chico Stark ha resultado muy cauteloso para su edad —admitió Lord Tywin—. Pero una victoria es una victoria. Parece que estás herido.

—Eres muy perspicaz, Padre —dijo Tyrion con los dientes apretados. Tenía el brazo derecho empapado de sangre—. ¿Te importaría que me atendiera uno de tus maestres? A menos que quieras tener un hijo enano y manco...

—Lord Tywin —gritó alguien de forma apremiante, e hizo que su padre se volviera antes de responder. Tywin Lannister se puso en pie inmediatamente, mientras Ser Addam Marbrand desmontaba de un salto. De la boca del animal brotaba una espuma sanguinolenta. Ser Addam hincó una rodilla en tierra. Era un hombre alto y delgado, de cabello cobrizo oscuro que le caía sobre los hombros; llevaba una armadura de bronce bruñido con el árbol en llamas que era el emblema de su casa grabado en negro sobre la coraza—. Nos hemos apoderado de algunos de sus comandantes, mi señor: Lord Cerwyn, Ser Wylis Manderly, Harrion Karstark, y cuatro de los Frey. Lord Hornwood ha muerto, y me temo que Roose Bolton se nos ha escapado.

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