James Potter y La Maldición del Guardián (35 page)

BOOK: James Potter y La Maldición del Guardián
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Cedric miró a James durante un largo y tenso momento. Parecía estar luchando consigo mismo. Finalmente, bajó la frente y apartó la mirada.

—Tienes razón en una cosa, James. Tengo experiencia en batalla. Me mataron en la primera que viví. Duré un total de diez segundos.

James se quedó con la boca abierta.

—Ced, no puedes hablar en serio. Esa noche en el cementerio... eso no fue una batalla. He oído a papá hablar de ello. Él estaba allí, ¿recuerdas? Pettigrew te atacó sin advertencia. No puedes pensar en serio que...

—De verdad, James —dijo Cedric, alzando la mirada. Los ojos del fantasma eran muy graves—. No me lo pidas de nuevo. Tengo mis razones. No puedo, ¿vale?

James sostuvo la mirada del fantasma. Después de un momento, suspiró profundamente.

—Muy bien, Cedric. Olvídalo. Lamento haberte molestado. Ya nos veremos.

James se dio la vuelta y comenzó a alejarse con paso pesado. Llevaba recorrido medio pasillo cuando la voz de Cedric dijo:

—¿Duele?

James se detuvo en el acto y entrecerró los ojos. Miró sobre su hombro.

—¿El qué?

Cedric no se había movido. Revoloteaba junto a la vitrina de trofeos, mirando solemnemente a James.

—La marca de tu frente.

El corazón de James se saltó un latido. Sin pensar, se tocó el lugar en el que sentía el picor y había sentido el dardo de dolor fuera de la oficina del director.

—¿Puedes verla? —susurró ásperamente.

Cedric asintió lentamente con la cabeza.

—¿Que... —empezó James, pero la voz le falló. Se aclaró la garganta—. ¿Qué aspecto tiene?

La expresión de Cedric no cambió. Sabía que James lo sabía.

—Parece un relámpago, James. Justo como la de tu padre. Excepto que es verde. Brilla un poco.

Los ojos de James se abrieron de par en par y su corazón palpitó. El punto en su frente se sentía cálido. Cosquilleaba un poco ahora que pensaba en ello. Miró impotentemente a Cedric de nuevo.

—No te preocupes —dijo Cedric, presintiendo la pregunta de James—. No creo que nadie más pueda verla. Aparte de los demás fantasmas, quizás. Solo lleva ahí una semana o así. Al principio, era muy débil, pero ahora... Por eso te pregunté si dolía.

Los pensamientos de James eran un torbellino. ¿Qué podía significar esto? ¿Por qué estaba ocurriendo?

—Duele a veces —admitió James—. Pero solo un poco. Más que nada solo pica. Excepto una vez, justo fuera de la oficina del director. Merlín me miró y... dolió. Pero solo un segundo.

Cedric asintió una vez, solemnemente.

—Préstale atención, James. Debe estar ahí por una razón. Pero ten cuidado. Podría no ser de fiar.

James asintió, sin escuchar apenas. Miró alrededor rápidamente, para asegurarse de que nadie se había aproximado y podía oír la conversación. El pasillo seguía vacío. Cuando miró de nuevo a Cedric, el fantasma se había desvanecido.

—¿Cedric? —susurró. No hubo respuesta. James no podía estar seguro de si el fantasma se había marchado de verdad, o solo se había vuelto invisible—. Cedric, si todavía estás ahí y cambias de opinión... bueno, ya sabes donde encontrarme, ¿vale?

El pasillo estaba completamente silencioso y tranquilo. James se tocó de nuevo la frente, preguntándose y preocupándose. Finalmente, suspiró, se dio la vuelta, y empezó a volver con paso pesado hacia las escaleras y la sala común Gryffindor.

Tan pronto como James alcanzó la sala común, habló a Rose de su conversación con Cedric. Ella se mostró sorprendentemente comprensiva ante la negativa del fantasma a enseñar, recordando la conversación que habían sostenido en el pasillo una semana antes.

—Probablemente aparecerá tarde o temprano —dijo, asintiendo con la cabeza—. Solo necesitamos a algún otro entretanto. Está bien, de verdad. Ninguno de los estudiantes con los que hablé hoy sabían nada de Cedric de todos modos.

—¿Pero quién va a enseñarnos entretanto? —se apuró James—. ¡La gente vendrá mañana con algunas expectativas, Rose! ¡No podemos decirles sin más que abran sus libros de texto de Defensa y empiecen con los hechizos que les apetezcan! ¡Será un completo desastre!

Rose parecía pensativa.

—Podríamos preguntar a Viktor, quizás. Va a estar aquí hasta el próximo fin de semana. Indudablemente sabe del tema.

—Está demasiado unido a Debellows —dijo James—. Se lo contaría desde el principio y eso será el final de todo.

Rose estaba explorando la habitación ociosamente. De repente, sus ojos se abrieron. Miró a James, con una sonrisa ladeada curvando sus labios.

—Hay una persona que ya está entre nosotros y que parece saber bastante de magia defensiva.

—Los mayores no quieren hacerlo —suspiró James—. Ya lo hemos intentado, Rose.

—En realidad —dijo Rose, mirando de reojo otra vez—, la persona en la que estaba pensando es un año menor que tú.

James siguió la mirada de su prima. Scorpius Malfoy estaba sentado a una mesa al otro lado de la habitación, pasando las páginas de un libro de texto distraídamente. Levantó la mirada, consciente de la mirada de James, y resopló ligeramente.

—Ni en un millón de años, Rose —dijo James rotundamente, dándose la vuelta y cruzando los brazos—. Ni en un trillón de años.

—Solo hablaba por hablar —dijo Rose inocentemente—, dijiste que intentó utilizar hechizos Aturdidores con Albus en el tren. Y los demás de segundo han estado hablando lo de que hizo con el cabecero de tu cama, lo cual fue, tienes que admitirlo, bastante impresionante. Ya sabe levitación, y...

—¡No, Rose! —siseó James, interrumpiéndola—. ¡Prefiero todo un curso con Debellows y el Desafío antes de pedirle a él que me enseñe nada!

—¿Estás dispuesto a hablar por el resto de los miembros del club también?

—¡No es un profesor! ¡Es un imbécil creído! ¡Probablemente no lo haga aunque se lo pidamos! La gente como él no es precisamente del tipo de los que le gusta compartir.

Rose se alisó la túnica remilgadamente.

—Bueno, no puedes saberlo a menos que lo intentes. De verdad, James. ¿Queremos aprender o no?

James sacudió la cabeza.

—Queremos un profesor, no un pequeño estúpido engreído que nos enseñe unos pocos trucos. Si quieres que enseñe, pídeselo tú.

—Puede que lo haga —replicó Rose alegremente. Recogió su mochila y se marchó. James la observó, pero ella simplemente subió las escaleras hacia el dormitorio de las chicas. Si pretendía pedir a Scorpius que enseñara en el nuevo Club de Defensa, al parecer no planeaba hacerlo esa noche. Después de un rato, James subió las escaleras del lado opuesto de la habitación.

Cuando se preparaba para ir a la cama, pensó cuidadosamente en la conversación que había tenido con el fantasma de Cedric. Debería haber sabido que Cedric se negaría a liderar el club, y aun así había parecido que parte de Cedric realmente quería hacerlo. ¿Y qué podía significar que Cedric viera un relámpago verde en su frente? Cuando terminó de cepillarse los dientes en el baño, se inclinó hacia delante, examinándose en el espejo. Por lo que podía ver, su frente estaba completamente lisa. Y aún así, incluso ahora, podía sentir ese diminuto y revelador hormigueo. Con frecuencia, James había visto a gente señalando a su padre, reconociéndole por la famosa cicatriz, y había creído que sería genial tener una marca así. Por aquel entonces, James no entendía el precio que su padre había tenido que pagar por esa cicatriz. Incluso ahora, no podía entenderlo completamente, pero entendía lo suficiente. Sabía lo bastante como para no desear algo así para sí mismo. En el transcurso del año pasado, James había luchado con las expectativas de seguir los pasos de su famoso padre. Ahora, sabía que esos pasos eran demasiado grandes para él. Y lo que era más importante, James tenía su propio camino que recorrer, y ese era únicamente para él. No era sólo una repetición de lo que su padre había hecho. Había aprendido la lección, ¿no? ¿Entonces qué pasaba con la cicatriz fantasmal? ¿Qué estaba intentando decirle? ¿Podía confiar en ella?

No tenía sentido preocuparse por ello. Y aún así era difícil dejarlo correr. Finalmente, cuando se subía a la cama, James se distrajo intentando pensar en algún otro que pudiera servir como profesor para el Club de Defensa. No se le ocurría nadie, y estaba claro que no iba a pedírselo a Scorpius, pero eso apartó de su mente el misterioso picor de su frente. Finalmente, se quedó dormido.

Había voces, resonando confusamente, o tal vez era solo una voz, pero el eco hacía que parecieran más. James no podía entender ninguna de las palabras reales, pero el sonido de la voz era a la vez consolador y enloquecedor, como rascarse un sarpullido de hiedra venenosa. Estaba oscuro, pero había destellos de algo, como fogonazos de luz sobre el filo de una hoja cortando el aire. Bajo la voz había un estruendo y retumbar de maquinaria antigua y un goteo de agua, todo haciendo eco hasta desorientar. Se oyó ruido de pasos sobre piedra y la voz se acercó más. James pudo oír las palabras, pero estas estaban desconectadas y resultaban extrañas. La luz floreció, titilando como a través de agua. Era verde, y había caras en ella. Un hombre y una mujer, haciendo señas, sonriendo tristemente, esperanzadoramente.

—James, estás soñando, imbécil. ¡Despierta!

Una bolsa de colada golpeó la cabeza de James y éste se sentó de golpe, parpadeando.

—Ya era hora —masculló Graham adormilado—. Llevo un minuto entero intentando despertarte. ¿Siempre hablas en sueños?

James miró adormilado a Graham.

—¿Cómo voy a saberlo —masculló gruñonamente—, si lo hago cuando estoy dormido? —El sueño rondaba su cabeza como un enjambre de mosquitos, pero no podía recordar mucho de él. La luz del amanecer entró lentamente en la habitación mientras Graham salía de la cama.

—Bueno, ya que estamos podemos levantarnos —dijo Graham—. Puedo oler el beicon desde aquí. Vamos a por un plato antes de que Hugo se nos adelante y acabe con todo.

El sol iluminaba un maravillosamente cálido día de otoño. Las clases de la mañana pasaron y James apenas lo notó, distraído dando vuelta a los restos del extraño sueño de la noche anterior, intranquilo por como liderar la primera reunión del Club de Defensa de esa tarde, y por las preocupantes palabras de Cedric sobre la cicatriz fantasmal de su frente. En ese punto, James conectaba el sueño con la cicatriz, recordando que la cicatriz de su padre había sido una vez una especie de portal a los pensamientos de Voldemort. Pero Voldemort llevaba muerto mucho tiempo. La cicatriz de su padre no le había dolido en dos décadas. Fuera lo que fuera lo que significaba la señal fantasmal en la frente de James, no podía estar conectada con ningún resurgir del Señor Tenebroso, porque su padre seguramente lo sentiría antes que nadie.

A menos, pensó James con un sobresalto, que estuviera relacionado con el Linaje, el sucesor secreto de Voldemort sobre el que ese espíritu del árbol le había hablado el año pasado. James se estremeció arrodillado en la hierba durante la clase de Cuidado de las Criaturas Mágicas de Hagrid. ¿Cómo podía estar él conectado con el Linaje? Su padre, Harry Potter, era el de la cicatriz, no James. ¿Por qué él?

La batalla de tu padre ha terminado, había dicho el espíritu del árbol, la tuya comienza.

—James —dijo Hagrid, mirándole por encima de los demás estudiantes—, ¿pasa algo malo con la madriguera de la anguila?

James bajó la mirada al resbaladizo lodo amarillo ante sus rodillas. Hundió una mano en él, tanteando en busca de la Anguila Mucosa que acababa de plantar.

—No, no, está genial, Hagrid. Resbaladiza como debe estar. De verdad, está genial.

—Esto es absolutamente repulsivo —dijo Ralph, metiendo la mano en su propia excavación. Salpicó y succionó asquerosamente. De repente, se abalanzó hacia delante y tiró, sacando la cola de su Anguila Mucosa del barro.

—¡Muy bien! —gritó Hagrid alegremente—. Ralph consiguió poner la suya en posición vertical. Tan pronto como la anguila está bocabajo en su guarida, se vuelve torpe. Sólo frótale la barriga agradable y lentamente. Eso la hará hibernar. Entonces podremos cosechar el limo de anguila. Algo muy útil, el limo de Anguila Mucosa.

Graham hizo una mueca y se sacudió hebras de limo de los dedos.

—¿Esta cosa es planta o animal, Hagrid?

—Bueno, ¿de qué trata esta clase, señor Warton? —preguntó Hagrid en respuesta.

—Cuidado de las Criaturas Mágicas —respondió Graham con monotonía.

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