James Potter y La Maldición del Guardián (16 page)

BOOK: James Potter y La Maldición del Guardián
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—¿Qué? —dijo James, frunciendo el ceño—. ¿Por qué demonios no debería saberlo?

—Confía en nosotros, James —dijo Petra—. Será mucho mejor que puedas reclamar ignorancia honestamente.

—Eso es lo que dijo Ted en el debate del año pasado —gruñó James. Abrió la boca para seguir protestando, pero un súbito cambio en la atmósfera le distrajo. Alguien más había entrado en la sala común. James se volvió para ver quién era.

Scorpius Malfoy trepó torpemente a través del agujero del retrato, consiguiendo que su ropa se quedara enganchada en los ladrillos irregulares. Se enderezó y tiró de su túnica, irritado. Finalmente, se giró y entró en la habitación, con la cara pálida y sombría.

—Arcaico —arrastró las palabras—. Qué perfectamente impredecible. Esperaba que estuviéramos asando malvaviscos en la chimenea y cantando alegremente canciones hasta la medianoche, ¿no? Tal vez alguien podría señalarme la dirección de los dormitorios.

—Por allí —respondió Graham, lanzando un pulgar sobre el hombro—. Por esas escaleras, Malfoy. Te guardaremos un malvavisco.

James observó a Scorpius alzar su cartera y atravesar el salón, pasando entre los estudiantes repentinamente silenciosos que llenaban la habitación. Hugo Paulson, un enorme alumno de séptimo, estaba tumbado en una silla de respaldo alto con las piernas estiradas ante él, bloqueando el camino de Scorpius. Scorpius se detuvo, esperando a que Hugo se moviera. Hugo fingió no reparar en Malfoy a la primera. Sonrió y movió las piernas. Scorpius puso los ojos en blanco y continuó.

James sabía que debía advertir a Scorpius, pero no pudo obligarse a hacerlo. El resto de los Gryffindors observaron con ojos brillantes y ávidos como el chico pálido fruncía el ceño una vez más sobre su hombro, y después desaparecía en la penumbra de las escaleras.

Llegó al cuarto escalón antes de que sonara la alarma. Los escalones se aplanaron, transformándose en un áspero tobogán de piedra. Scorpius luchó por permanecer sobre la superficie lisa, pero no sirvió de nada. Se deslizó hacia abajo de vuelta a la sala común y se estrelló contra el suelo. Hubo un rugido de risa. Hugo se levantó de un salto, rebuznando ruidosamente, y agarró el hombro de Scorpius, alzándole de un tirón.

—El viejo cambiazo del dormitorio de las chicas. De verdad tendríamos que tener carteles, ¿verdad? solo ha sido una broma, Malfoy —anunció Hugo, palmeando la espalda del chico—. Teníamos que iniciarte de algún modo, ¿no?

Scorpius recuperó su cartera y lanzó una mirada de fría furia a Graham. Sin una palabra, volvió a cruzar la habitación hacia las escaleras opuestas.

—Eso ha sido mezquino —dijo Rose suavemente después de que Scorpius se hubo marchado.

—Se lo tomó mejor de lo que yo esperaba, en realidad —comentó Noah—. Conociendo a los de su clase, habría pensado que lanzaría a alguien un Avada Kedavra solo por rencor.

—Probablemente está lanzando maldiciones Cruciatus sobre alguna araña ahora mismo —replicó Graham.

—Dejadlo, todos —dijo Petra—. Sois tan malos como ellos. Debe haber una muy buena razón para que el Sombrero Seleccionador le mandara aquí. Démosle la oportunidad de probarlo.

—Era solo una broma, Petra —masculló Graham—. Hugo me jugaba una peor al menos una vez a la semana el año pasado.

Gradualmente, el barboteo de voces volvió a la habitación. Damien y Sabrina volvieron a su extraño y apresurado trabajo. Rose se inclinó hacia James.

—¿Crees que Petra tiene razón? —preguntó quedamente—. ¿Crees que él pertenece realmente a Gryffindor?

James volvió a pensar en el año pasado cuando Ralph había sido seleccionado en Slytherin. James había estado seguro de que se había cometido un error. Ahora, sabiendo más sobre Ralph, veía que el Sombrero podía haber hecho lo mejor después de todo.

Respondió a Rose.

—Hagrid dice que el Sombrero sabe lo que hace. Quiero decir, que no puedes engañar al Sombrero Seleccionador, ¿verdad?

Rose no parecía convencida.

—Alguien engañó al Cáliz de Fuego, en tiempos de tu padre. Todo es posible.

—¿Pero por qué iba a querer él venir a Gryffindor?

Rose se encogió de hombros.

—Solo espero que sea realmente auténtico. Porque si no, las cosas se van a poner muy feas. Especialmente después de esta noche.

—¿Qué quiere decir eso? —preguntó James suspicazmente.

Rose le ignoró.

—¿Por qué no subes y compruebas como está?

—¡Caray, Rose! Primero la prima Lucy me recuerda que debo cuidar a Albus, ¿y ahora tú quieres que haga de niñera a Scorpius-Sanguinario-Malfoy?

—Solo hazlo, James. Para cuando vuelvas, apuesto a que Damien y Sabrina habrán acabado y será hora de marcharnos.

—Jesús —dijo James, poniéndose en pie—. Hasta ahora nunca habría supuesto que te gustaban del tipo chico malo.

—Él no me gusta. —Rose frunció el ceño—. Solo asegúrate de que esté ocupado ahí arriba un rato, ¿vale?

James gruño para sí mismo mientras cruzaba hasta las escaleras del dormitorio de los chicos.

—Soy solo James. No me aturdas ni nada —gritó hacia arriba mientras subía los escalones. Para su sorpresa, encontró a Scorpius en el dormitorio de los de segundo en vez de en el de los de primero—. ¡Oye! ¡Esa es mi cama!

James se detuvo en la parte superior de la escalera, inmóvil. Scorpius había empujado descuidadamente a un lado el baúl de James y había puesto su propio baúl al pie de la cama. Le dirigió una mirada despectiva mientras desempacaba sus cosas.

—¿De veras? —replicó Scorpius indolentemente—. No he visto tu nombre en ella.

—Es un hecho, como sabes endemoniadamente bien —exclamó James—. ¡Lo tallé justo ahí en el cabecero tan claro como está la nariz en tu pastosa cara blanca!

—¿Dónde? —dijo Scorpius, entrecerrando los ojos hacia el cabecero. Sacó la varita de su túnica y apuntó perezosamente con la muñeca. Un destello de luz púrpura estalló hacia la cabecera de la cama. Cuando desapareció, el nombre de James se había desvanecido, enterrado bajo la fea marca negra de una quemadura—. Yo no lo veo. Tal vez estás un poco confuso.

Scorpius se giró, mirando por la habitación. Señaló de nuevo con su varita, produciendo otro fogonazo de luz púrpura.

—Ahí —dijo, volviéndose otra vez hacia su baúl—. Ahora esa cama tiene tu nombre. ¿Contento?

James se acercó a la cama del lado opuesto de la habitación. Brillantes letras púrpura estaban talladas a través del cabecero. En una caligrafía gótica, decían "ESTÚPIDO POTTER LLORICA".

—Mira, no puedes... —empezó James, después se detuvo, inclinándose hacia las letras—. ¿Y cómo has hecho eso? ¡Fue un hechizo no verbal!

—¿Así mejor? —preguntó Scorpius, apuntando la varita una vez más—. Mobiliarcha.

El baúl de James cruzó disparado el suelo, apenas evitando sus piernas. Golpeó la cama y se abrió, medio eructando las cosas de James. Scorpius sonrió burlonamente mientras levitaba sus libros fuera de su propio baúl. Los hizo flotar pulcramente hasta el antepecho de la ventana.

James balbuceó.

—Mira, Malfoy, ¡este ni siquiera es tu dormitorio! ¡Eres de primero! ¡No puedes mudarte aquí sin más cuando quieras!

—Parece que el dormitorio de primero está inusualmente lleno este año —replicó Malfoy sin mirar a James—. Mis compañeros de primer año Gryffindors me informaron de que tendría que encontrar alojamiento en alguna otra parte. Francamente, no me importa donde me hospede en esta primitiva torre, pero si el que esté aquí te molesta, entonces creo que me quedaré. Si no te gusta, habla con el director. Es colega tuyo, después de todo, ¿no?

—Solo se están quedando contigo, imbécil —exclamó James a la desesperada.

—¿Ya es la hora de las canciones? —preguntó Scorpius mirando finalmente a James y guardando su varita—. ¿O has venido a ver como deshace las maletas un mago?

James giró sobre sus talones y bajó airadamente las escaleras.

—Si lo que tenéis en mente tiene algo que ver con Malfoy —dijo mientras se volvía a dejar caer en la silla cerca de la mesa—, probablemente sea demasiado amable.

—Ese es el espíritu —replicó Damien sin levantar la mirada de su pergamino. James se asomó a él. Podía ver que Damien y Sabrina estaban dibujando algo, pero estaba cubierto de flechas, garabatos geométricos y notas emborronadas.

—Podemos agradecer esto al viejo profesor Cara de Piedra —sonrió Noah—. ¿Quién dijo que la Tecnomancia no tenía aplicaciones prácticas? Vamos, ya es la hora.

—Si todavía tuviéramos la capa de tu padre, no necesitaríamos un vigía —explicó Damien razonablemente—. Pero ya que no la tenemos, ese es tu trabajo.

Sabrina saltaba virtualmente de excitación. La pluma de su espeso cabello se bamboleaba.

—Voy a bajar al rellano —anunció quedamente—. Seguidme tan pronto como podáis. Tengo que hacer la parte escrita.

Damien asintió con la cabeza. Noah, Rose, Petra y Sabrina se lanzaron a bajar las escaleras del final del pasillo.

James suspiró.

—Vale, soy el vigía. ¿Qué se supone que tengo que hacer si viene alguien?

—De acuerdo, esta es tu historia: ibas al baño y te perdiste —replicó Damien—. Finge que te duele el costado por ir corriendo o algo así. Gime mucho, realmente alto. Te oiremos y sabremos que viene alguien.

James estaba consternado.

—¡Eso está mal a muchísimos niveles! ¡Sobre todo por una razón, soy de segundo! ¿Cómo voy a perderme de camino al baño?

—Utiliza tu imaginación —dijo Damien blandamente—. Tal vez tenías tantas ganas que delirabas o algo. Pero asegúrate de gemir realmente alto para que podamos oírte.

James abrió la boca para protestar pero Damien ya estaba trotando escaleras abajo tan ligeramente como podía. Resignándose a su tarea, James se apoyó contra la pared y vigiló. Todavía no sabía lo que tramaban los Gremlins, pero sabía que tenía algo que ver con la nueva ventana de Heracles. Eso era lo que había querido decir Rose cuando había dicho que no podrían haberlo hecho sin él. Él había roto esa ventana el año pasado, empujando a un intruso muggle a través de ella durante una persecución a medianoche. Filch se había quejado de que no había forma de reemplazar la ventana, y había tenido razón. Afortunadamente, para eso estaba la magia, no era necesario fabricar un duplicado perfecto. La escuela se había hecho simplemente con un tipo de ventana de cristal tintado con el cristal mágicamente impreso. Petra había explicado que la ventana podía ser encantada para que el cristal representara cualquier patrón deseado. Filch, siendo como era bastante tradicional, se había ocupado de que la ventana representara a la vieja ventana Heracles incluso en la grieta del dedo meñique derecho de Heracles.

James decidió echar un vistazo a lo que hacían los Gremlins en la ventana. Cuidadosamente, se enderezó y se puso de puntillas al borde de la escalera. Podía oír a Sabrina y Damien susurrando animadamente, pero no consiguió ver nada. James dio la vuelta para volver a su escondite y se dio de bruces con la barba de Merlín.

—¡Caray! —espetó James, retrocediendo—. ¿Qué está intentando hacer acercándose así a hurtadillas?

La cara de Merlín estaba tan impasible como siempre.

—¿Debo asumir que cumple usted con la tarea de centinela, señor Potter?

James se desinfló.

—¿Lo hacía hasta que me di en plena cara con una barba? ¿Qué es esa cosa que se pone en ella? Huele como eso que utiliza mamá para limpiar los cacharros de la cocina.

—No tema, señor Potter. Aseguraré a cualquiera que pregunte que está usted positivamente aquejado de problemas intestinales. He venido a pedirle un favor. No tiene que hacerlo, pero si lo hace, consideraré el compensar esos puntos deducidos a su Casa.

James se frotó la cara, estremeciéndose, intentando librarse del aceite de la barba de Merlín.

—Sí, claro, ¿qué tiene en mente?

—Necesito que convenza al señor Deedle y a una tercera persona de su elección para ayudar a recuperar algunos artículos para mi oficina. Son esenciales para mi trabajo, pero requiere algo de ayuda el adquirirlos. Podríamos decir que han estado almacenados durante algún tiempo.

—¿Como mil años o así? —replicó James, sintiéndose envalentonado—. No sabía que hubiera guardamuebles de alquiler desde hacía tanto. ¿Cómo sabe que sus cosas todavía están allí?

—Eso es cosa mía, señor Potter, no suya. ¿Puedo contar con su ayuda?

—No parece que nos necesite —masculló James—. ¿Por qué no hace que le ayude alguno de los demás profesores?

—Porque soy un hombre cauteloso —respondió Merlín, sonriendo ligeramente—. Preferiría mantener mi inventario en privado, ya que hay quien podría cuestionar los orígenes de algunas de mis herramientas. Por esto les he escogido específicamente a usted y al señor Deedle. Ustedes dos han probado, tal vez en exceso, que saben cómo guardar un secreto.

—¿Así que podré recuperar diez puntos para Gryffindor si le ayudo a conseguir sus cosas? Parece bastante justo. Supongo que el trato solo sirve si no le contamos nada a nadie, ¿no? —dijo James, levantando la mirada hacia el gran hombre.

Merlín asintió con la cabeza.

—Además, debe escoger a su tercer ayudante cuidadosamente. Saldremos mañana por la tarde. Encuéntrese conmigo en la entrada de la vieja rotonda, y estén preparados para caminar.

Merlín se giró para marcharse, con su gran túnica balanceándose a su alrededor.

—Eh, ¿director? —llamó James, manteniendo la voz baja para no alertar a los Gremlins del descansillo de abajo. Merlín se detuvo y se giró a medias hacia James, arqueando una ceja. James preguntó—. ¿Alguna señal del borley?

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