Read James Potter y la Encrucijada de los Mayores Online
Authors: George Norman Lippert
—Curry es nueva este año, por si no lo has adivinado —comentó Ted a James cuando se agruparon—. Tiene algunas ideas alocadas sobre cómo enseñar sobre los muggles. Hace que un tipo desee no haber decidido dar esta clase hasta su último año.
—Como si estos trajes no fuera ya suficientemente malos —dijo Damien agriamente, bajando la mirada a sus pantalones cortos y sus calcetines.
Cada jueves a la clase de Estudios Muggles se le pedía que vistiera pantalón corto, zapatos de deporte y un jersey de Hogwarts de cualquiera de los dos colores del colegio. La mitad de la clase los llevaba borgoña, la otra mitad dorados.
—No parecerías tan, er, interesante, Damien, si tuvieras calcetines blancos —dijo Sabrina tan diplomáticamente como podía.
Damien le lanzó su mirada de dime-algo-que-no-sepa.
—Gracias, querida. Se lo diré a mi madre la próxima vez que vaya de compras a
Sears
y
Bloomyn Rey
.
Zane no se molestó en corregir a Damien. Sonreía con una alegría más bien molesta, obviamente mucho más cómodo con la vestimenta que el resto.
—Tengo un buen presentimiento con respecto a esto. La brisa os aireará a algunos, vampiros. Ánimo.
Damien curvó un pulgar hacia Zane.
—¿Por qué está él
en
esta clase además?
—Tiene razón, Damien —dijo Ted de buen humor—. Sacudamos un poco las viejas alas de murciélago, ¿por qué no?
—Bien, clase —gritó Curry, dando palmas para llamar la atención—. Hagámoslo ordenadamente, ¿de acuerdo? Formad dos filas, por favor. Borgoña aquí, dorado allí. Eso es, muy bien.
Mientras las filas se formaban, la profesora Curry materializó una gran cesta debajo de su brazo. Se paseó hasta la cabeza de la fila borgoña.
—Varitas fuera —gritó. Cada estudiante sacó su varita y la sostuvo dispuesta, algunos de primer año miraron alrededor para ver si la sujetaban bien. James vio que Zane atisbaba a Ted, y después se pasaba la varita de la mano derecha a la izquierda.
—Excelente —dijo Curry, ofreciendo la cesta—. Adentro entonces, por favor. —Empezó a pasear a lo largo de la fila, observando como los estudiantes dejaban caer sus varias en la cesta a regañadientes. Hubo un gemido masivo entre los estudiantes reunidos—. Seguramente todos podrán distinguir su varita, espero. Vamos, vamos, si vamos a aprender algo sobre el mundo muggle, debemos saber como piensan los sin-magia. Eso significa, por supuesto, nada de varitas. Gracias, señor Metzker. Señor Lupin. Señorita Hildegard. Y usted, señor McMillan. Gracias. Ahora. ¿Ya está todo el mundo?
Una muestra no muy entusiasta de asentimiento llegó de los estudiantes.
—Vamos, vamos, estudiantes —pió Curry mientras dejaba la cesta de varitas cerca del armazón de Hagrid—. ¿Están ustedes insinuando que son tan dependientes de la magia que son incapaces de jugar a un simple,
muy
simple, juego? —Examinó a los estudiantes, su nariz afilada apuntando ligeramente hacia arriba—. Espero que no. Pero antes de empezar, tengamos un pequeño debate sobre por qué es importante para nosotros estudiar los modos y costumbres del mundo muggle. ¿Alguien?
James evitó los ojos de Curry mientras ella miraba de estudiante en estudiante. Había silencio excepto por el soplar del viento en los árboles cercanos y el ondear de las banderas sobre el castillo.
—Aprendemos sobre los muggles para no olvidar el hecho de que, a pesar de nuestras innumerables diferencias, todos somos humanos —dijo Curry sucinta y enfáticamente—. Cuando olvidamos nuestras similitudes esenciales, olvidamos como llevarnos bien, y eso no puede llevar sino a los prejuicios, la discriminación, y finalmente, al conflicto. —Permitió que el eco de sus palabras disminuyera, y después aclaró—. Por otro lado, la naturaleza no-mágica de nuestros amigos muggles los ha forzado a ser inventivos en formas que el mundo mágico nunca ha logrado. El resultado, estudiantes, son juegos tan simples y elegantes que no requieren escobas, ni snitchs encantadas, ni bludgers voladoras. Lo único necesario son dos redes. —Señaló a las nuevas estructuras de Hagrid con una pasada del brazo izquierdo, mientras sujetaba algo con la derecha— y una simple pelota.
—Excelente —dijo Zane irónicamente, mirando a la pelota en la mano alzada de Curry—. Vengo a una escuela de magia a aprender a jugar al soccer.
—Por aquí lo llamamos fútbol —dijo Damien agriamente.
—Señora Curry —dijo una agradable voz femenina. James buscó al orador. Tabitha Corsica estaba de pie cerca del final de la fila contraria, toda sumisión en su jersey dorado. Llevaba una capa negra de deporte sobre él, atada pulcramente en su garganta. Un grupo de otros Slytherins estaba en fila junto a ella, el disgusto era claro en sus caras—. ¿Por qué es necesario, exactamente, que aprendamos a jugar a un, er, deporte muggle? ¿No sería suficiente leer sobre la historia muggle y su estilo de vida? Después de todo, incluso si lo desearan, a brujas y magos no se les permite competir en competiciones deportivas muggles, de acuerdo con la ley internacional mágica. ¿Estoy en lo cierto?
—Ciertamente, señorita Corsica —respondió Curry rápidamente—. ¿Y no tiene idea de por qué será?
Tabitha alzó las cejas y sonrió cortésmente.
—Estoy segura de que no, señora.
—La respuesta a su pregunta reside en ella misma, señorita Corsica —dijo Curry alejándose de Tabitha—. ¿Alguien más?
Un chico al que James reconoció como un Hufflepuff de tercer año alzó la mano.
—¿Señora? Creo que es porque los magos acabarían con el equilibrio de la competición si utilizaran magia.
Curry le hizo señas para que lo elaborase.
—Siga, señor Terrel.
—Bueno, mi madre trabaja para el Ministerio y dice que hay leyes internacionales para evitar que los magos utilicen magia para ganar eventos deportivos muggles o loterías o concursos y cosas así. Si los magos y brujas participan en un deporte muggle y utilizan cualquier magia, podrían correr en círculos alrededor de cualquier muggle, ¿verdad?
—Está hablando del Departamento Internacional para la Prevención de Ventaja Injusta, señor Terrel, y está, más o menos, en lo cierto. —Curry dejó caer la pelota al suelo a sus pies y la pateó ligeramente. Rodó un par de yardas por la hierba—. Para ser honesta, no es exacto decir que a brujas y magos se les prohíbe competir en deportes mágicos. Hay concesiones para personas de herencia mágica que deseen competir. Sin embargo, deben estar de acuerdo en someterse a ciertos hechizos que, ejecutados por ellos mismo con la ayuda de oficiales mágicos, temporalmente anulan sus habilidades mágicas. Si no fuera así —la profesora Curry sacó su propia varita del bolsillo interno de su capa y apuntó con ella a la pelota—.
Velocito Expendum —
trinó. Se guardó la varita y se acercó a la pelota. La pateó de forma casual, con un ademán. La pelota virtualmente salió disparada de su pie. Atravesó velozmente la hierba y golpeó la meta con un sonoro golpe, acampanando la red hacia afuera como si la pelota hubiera sido disparada por un cañón.
—Bueno, ahí tenéis —dijo Curry, volviendo a girarse hacia la fila doble de estudiantes—. El
Programa de Deportes Mago-Muggle
es, como podréis imaginar, lo suficientemente desagradable para el gusto de cualquier mago o bruja como para participar en él. Eso no quiere decir, sin embargo, que muchas brujas y magos no intenten circunvalar las leyes cada año, revolviendo la justicia del mundo deportivo muggle.
—¿Señora Curry? —dijo Tabitha de nuevo, levantando la mano—. ¿Es cierto entonces que el Ministerio, y la comunidad internacional mágica, creen que los muggles son incapaces de competir con las habilidades del mundo mágico, y que brujas y magos deben ser entorpecidos para ser considerados en términos de igualdad?
Por primera vez, la profesora Curry pareció bastante desconcertada.
—Señorita Corsica, esa difícilmente es discusión para esta clase. Si desea discutir las maquinaciones políticas del Ministerio...
—Lo siento, señora Curry —dijo Tabitha, sonriendo apaciguadoramente—. Solo era curiosidad. Esta es una clase dedicada al estudio de los muggles, creí que podríamos plantearnos discutir la obvia falta de respeto que ha mostrado la comunidad mágica para con el mundo muggle al asumir que son demasiado débiles para enfrentarse a nuestra existencia. Por favor perdone mi interrupción y continúe.
Curry miró a Tabitha, obviamente humeando, pero el daño ya estaba hecho. James oyó susurros por todas partes alrededor; vio las miradas de reojo y los asentimientos en acuerdo. Notó que los estudiantes de Slytherin todavía llevaban sus insignias azules "
Cuestiona a los Victoriosos
", prendidas a sus jerséis dorados.
—Sí —dijo Curry cortante—. Bien entonces. ¿Empezamos?
Durante los siguientes cuarenta minutos, los condujo a través de regates y técnicas de manipulación de la pelota. James había sido poco entusiasta al principio, pero empezó a acoger con entusiasmo la naturaleza simplista del deporte. Además de prohibir las varitas, el fútbol aparentemente exigía que los jugadores no usaran siquiera las manos. La simple tontería de ello divirtió e intrigó a James. Pocos de los estudiantes eran buenos en el deporte, lo que les permitía acometerlo sin temor a quedar mal. Zane, por supuesto, había jugado al fútbol antes, aunque reclamaba no ser muy hábil en ello. De seguro, James notó que Zane no parecía mucho mejor corriendo por el campo con la pelota que cualquier otro. Mientras James observaba, Zane se enredó los pies alrededor de la pelota y cayó sobre ella. La pelota salió disparada de debajo de él y Zane simplemente se quedó tendido, mirando hacia arriba, hacia las nubes que pasaban, con una mirada siniestra en la cara.
Tabitha Corsica y sus Slytherin estaba de pie agrupados en un montón desdeñoso en una esquina del campo improvisado, uno de los balones de fútbol yacía desamparado en la hierba entre ellos. No hacían ningún intento de practicar regates, y Curry parecía haberse rendido con ellos, y pasaba el tiempo cerca de la meta, donde los estudiantes hacían turnos para disparar a la red.
James descubrió que se estaba divirtiendo. Clavó los talones en la hierba, atisbó la pelota que yacía veinte pies adelante, y cargó sobre ella. Cronometró sus pasos cuidadosamente, plantó el pie izquierdo cerca de la pelota y la pateó sólidamente con el derecho. El golpe que hizo al abandonar su pie fue sorprendentemente satisfactorio. La pelota navegó a través de un arco suave y atravesó los brazos de la profesora Curry, que hacía de portero. Se oyó un golpe y un latigazo cuando la pelota golpeó la red.
—Muy bien, señor Potter —gritó Curry, respirando con dificultad. Su pelo se había rizado y le colgaba en bucles sueltos alrededor de la cara delgada. Se subió las mangas y se inclinó para recuperar la pelota—. Muy bien, de hecho.
James sonrió a pesar de sí mismo mientras trotaba hasta el final de la fila.
—El ojito derecho de la profesora —masculló Zane mientras James pasaba.
—Buen pie, Potter —dijo Ted cuando la clase finalmente se dirigía de vuelta al castillo—. Tenemos que trabajar para meter eso de algún modo en la rutina del Wocket. Sabrina, creo que algo podemos hacer con eso. Aliens que patean con fuerza del planeta Goleatron o algo, ¿Lo coges?
—Sí, sí —gritó Sabrina, saludando mientras entraba por la verja del castillo—. Por cierto, capitán, tienes manchas de hierba en el trasero. Buen trabajo.
Después del almuerzo, James y Zane se unieron a Ralph en la biblioteca para un período de estudio. Mientras sacaban sus libros y los extendían sobre una mesa esquinada, Ralph parecía incluso más melancólico de lo habitual.
—¿Qué pasa, Ralph? —dijo Zane, intentando mantener la voz baja para no atraer la atención del profesor Slughorn, que estaba monitoreando la biblioteca en ese período— ¿Tus colegas Slytherin te han dicho que no llevas ropa interior lo suficientemente mágica o algo?
Ralph miró alrededor cautelosamente.
—Me metí en problemas esta mañana con el profesor Slyghorn.
—Parece contagioso —dijo James—. Yo pasé la mañana en la oficina de McGonagall haciéndome con un castigo.
—¿McGonagall? —exclamaron Ralph y Zane a la vez.
—Tú primero entonces, James. McGonagall supera a Slyghorn —dijo Ralph.
James les habló del fantasma de la noche anterior, y de ser conducido hasta el intruso muggle y la persecución que siguió.
—¿Fuiste tú? —preguntó Ralph incrédulamente—. Todos vimos la ventana rota al bajar a desayunar. Filch la estaba cubriendo con lonas y murmurando por lo bajo. Parecía querer que le preguntáramos al respecto para así poder vociferar y delirar un poco.
—¿Quién crees que era? —aguijoneó Zane a James.
—No sé. Todo lo que sé es que era el mismo tipo al que vi esconderse por el bosque la otra mañana. Y creo que es un muggle.
—¿Y? —dijo Zane, encogiéndose de hombros—. Yo soy un muggle. Ralph es un muggle.
—No lo sois. Sois nacidos muggle, pero ambos sois magos. Este tipo es solo un simple muggle. Aunque, según McGonagall, eso es imposible. Ningún muggle puede traspasar los encantamientos desilusionadores de la escuela.
—¿Por qué no? ¿Qué ocurre? —preguntó Ralph.
—Bueno, por una cosa, como dije en el tren, Hogwarts es intrazable
.
No está en ningún mapa. Además, ningún muggle ha oído hablar de ella. E incluso si a algún muggle simplemente se le ocurriera vagar por los terrenos, los encantamientos desilusionadores los guiarían alrededor, de forma que ni siquiera sabrían que han pasado junto a nosotros. Si intentaran atravesar los encantamientos desilusionadores, simplemente se desorientarían y dudarían de sí mismos. Sus brújulas enloquecerían y terminarían dando la vuelta sin saberlo. Simplemente no puedes abrirte paso a través de este tipo de encantamientos desilusionadores. Todo consiste en desviar a cualquiera que se suponga que no deba entrar, y hacerlos creer que el desvío fue idea suya.
Zane frunció el ceño.
—¿Entonces como es que todos nosotros podemos entrar?
—Bueno, básicamente todos somos Guardianes Secretos, ¿no? —dijo James, que entonces tuvo que explicar la idea de ser un Guardián Secreto, cómo solo un Guardián Secreto podía encontrar el lugar secreto o conducir a otros hasta él—. Por supuesto, todo es bastante menos seguro con tantos de nosotros. Por eso hay leyes contra el que ni siquiera los padres muggles de estudiantes lo cuenten a nadie.
—Sí, mis padres tuvieron que firmar una especie de acuerdo de confidencialidad antes de que viniera —dijo Zane, como si la misma idea fuera lo máximo que había oído nunca—. Decía que a ningún "muggle privilegiado" como mis padres les estaba permitido hablar con ningún otro muggle de Hogwarts o de la comunidad mágica. Si lo hacían, el contrato se revertiría y sus lenguas se enrollarían hasta que alguien del Ministerio fuera a levantar el hechizo. Excelente.