Prentis se envaró.
—Supongo que no empezará usted con eso, ¿verdad? ¿Drogas? —Miró fijamente a Andrei.
—El
Charles Nogués
es un barco alimentario —dijo Andrei—. Ya les he explicado eso.
—¡Yo no fabrico drogas! —exclamó Prentis—. ¿Cree en mi palabra?
—Por supuesto —dijo David, sorprendido.
—La gente baja aquí e intenta engatusarme —se quejó Prentis—. Dicen: «Hey, Brian, compadre, apuesto a que tienes toneladas de sintcoca, no te olvides de un par de tacitas para nosotros, ¿eh?» —Sus ojos brillaban—. Bueno, yo estoy fuera de eso. Totalmente.
Laura parpadeó.
—No intentábamos implicar…
Prentis apuntó irritadamente a David.
—Mire, él está escuchando. ¿Qué es lo que les está diciendo en la Red, eh? Apostaría a que todo acerca de mí. Jesucristo. —Salió de detrás del escritorio—. Ellos nunca olvidan, ¿verdad? ¡Claro, soy famoso! Yo lo hice…, el Proceso de Polisacáridos Prentis…, Biogen ganó millones gracias a mí. Y me pusieron también en proteínas calientes… —Alzó el pulgar y el índice—. Estuve a esa distancia de conseguir el Nóbel, quizá. Pero se trataba de bioactivos vivos, Seguridad Tipo Tres. Así que me hicieron mear en una taza. —Miró furioso a Laura—. Ya sabe lo que quiero decir.
—Tests de drogadicción —dijo Laura—. Como los pilotos de las líneas aéreas…
—Yo tenía esa amiguita —dijo lentamente Prentis—. Una chica estupenda. No como esas tipas de la Diosa, sino, ya sabe, una chica a la que le gustan las fiestas… «Brian», me dijo, «te sentirás realmente bien después de un par de líneas». ¡Y tenía razón! —Se quitó las gafas—. Maldita sea, ella fue lo más alegre que tuve nunca en mi vida.
—Lo siento —dijo Laura en el repentino silencio azarado—. ¿Lo despidieron?
—No al principio. Pero me apartaron de todo lo realmente importante. Quisieron llevarme a sus malditos hurgacabezas…, un laboratorio como aquél es como un jodido monasterio. «Porque, ya sabe, ¿qué ocurrirá si se hunde, qué ocurrirá si se larga usted con algo en sus bolsillos…, con algo peligroso…, algo
patentado?»
—Sí, es duro —admitió David—. Supongo que empezaron a controlar su vida social.
—Bueno, ellos se lo perdieron, los muy estúpidos —dijo Prentis, un poco más calmado ahora—. Los tipos con imaginación…, los visionarios…, necesitamos espacio a nuestro alrededor. Espacio para relajarnos. Un sitio como Biogen acaba siempre en pura burocracia. Zánganos. Por eso nunca llegan a ninguna parte. —Volvió a ponerse las gafas. Luego se sentó en el escritorio, haciendo oscilar los pies—. Una conspiración, eso es lo que es. Todas esas multinacionales de la Red, están todas en los bolsillos de las demás. Es un mercado cerrado, no hay una auténtica competencia. Por eso son gordas y perezosas. Pero no aquí.
—Pero es peligroso… —empezó a decir Laura.
—¿Peligroso? Demonios, les mostraré qué es
peligroso.
— El rostro de Prentis se iluminó—. Esperen aquí, volveré y lo verán. Todo el mundo debería ver esto.
Saltó del escritorio y desapareció en la parte de atrás de la oficina.
Laura y David intercambiaron miradas intranquilas. Clavaron sus ojos en Andrei. Andrei asintió con la cabeza. —Tiene razón, ¿saben?
Prentis volvió a aparecer. Blandía una cimitarra de un metro de largo.
—¡Jesucristo! —exclamó David.
—Es de Singapur —dijo Prentis—. Las hacen para el Tercer Mundo. ¿Nunca han visto ninguna? —La agitó. David retrocedió unos pasos—. Es un machete —explicó impaciente Prentis—. Usted es texano, ¿no? Tiene que haber visto un machete antes.
—Sí —admitió David—. Para limpiar matorrales…
Prentis hizo descender bruscamente el machete. Golpeó contra el escritorio con un chirrido. La esquina del escritorio saltó disparada y golpeó girando sobre sí misma contra el suelo.
La hoja del machete se había hundido en la madera del escritorio como si fuera mantequilla. Cortó un triángulo de veinte centímetros de la superficie del escritorio, incluyendo dos trozos del lateral y la parte de atrás de un cajón.
Prentis recogió el trozo cortado y lo depositó sobre el escritorio como una pequeña pirámide de madera.
—¡Ni una astilla! ¿Quiere probarlo, Dave?
—No, gracias —dijo David. Prentis sonrió.
—¡Adelante! Puedo volver a pegarlo luego; lo hago constantemente. ¿Está seguro? —Sujetaba el machete con mano suelta, con el brazo extendido, y lo dejó caer. Se hundió más de un centímetro en la superficie del escritorio.
—Un buen filo —dijo Prentis, sacudiéndose las manos—. Quizá piense usted que es peligroso, pero todavía no lo ha visto todo. ¿Sabe qué es? Es tecnología campesina, hermano. Es agricultura de cortar y quemar. ¿Sabe lo que puede hacer esto con lo que queda de los bosques tropicales del planeta? Puede convertir a cada sombrero de paja brasileño en un Paul Bunyan, eso es lo que puede hacer. La biotec más peligrosa del mundo es un tipo con una cabra y un hacha.
—Un hacha, y una mierda —estalló David—; ¡esa cosa es un monstruo! ¡No puede ser legal! —Se inclinó hacia el escritorio y la examinó con sus gafas—. Nunca vi una cosa así…, sé que utilizamos hojas cerámicas en las máquinas herramienta…, ¡pero eso sólo es en las fábricas, con dispositivos estándar de seguridad! Ustedes no pueden simplemente vender eso…, ¡es como entregar lanzallamas personales!
—No nos lo diga a nosotros, David…, dígaselo a Singapur —respondió Andrei—. Son capitalistas técnicos radicales. A ellos no les importan los bosques…, no tienen bosques que perder.
Laura agitó la cabeza.
—Eso no es agricultura, es destrucción en masa. Hay que detenerlo —murmuró.
Prentis negó enérgicamente.
—Tuvimos una oportunidad de detenerlo, y fue poner a todo maldito granjero del mundo fuera de la circulación. —Hizo una pausa—. Sí, al viejo y honesto señor Granjero Agricultor, y a su esposa, y a su millón de malditos hijos. Están devorando vivo el planeta.
Prentis metió la mano con aire ausente en el agujero en el escritorio y extrajo un tubo de cola.
—Eso es todo lo que importa. De acuerdo, quizás hayamos cocinado un poco de droga en Granada, liberado unos cuantos programas, pero eso ha sido sólo para tener un poco de dinero con el que empezar. Creamos comida. Y creamos trabajos para crear comida. ¿Ven a toda esa gente trabajando ahí abajo? No la verían en una fábrica en los Estados Unidos. De la forma en que hacemos aquí las cosas es trabajo intensivo… Gente que podrían haber sido granjeros, agricultores, fabrican ahora su propia comida, para su propio país. No sólo sobras, arrojadas desde aviones de caridad por las naciones ricas.
—Nosotros no tenemos ningún problema con eso —dijo Laura.
—Por supuesto que lo tienen —dijo Prentis—. Ustedes no lo desean barato y al alcance de todos. Lo desean caro, y controlado, y totalmente seguro. No desean a los campesinos y a los chicos barriobajeros con ese tipo de poder técnico. Lo temen. —Señaló al machete—. Pero no pueden tenerlo de las dos maneras. Toda tec es peligrosa…, aunque no tenga partes móviles.
Un largo silencio. Laura se volvió hacia Andrei.
—Gracias por traernos aquí abajo. Nos ha puesto en contacto con un genuino problema. —Se volvió hacia Prentis—. Gracias, Brian.
—Oh, de nada —dijo Prentis. Su mirada se alzó brevemente de sus pechos. Ella intentó sonreírle.
Prentis dejó cuidadosamente la cola encima del escritorio.
—¿Quieren dar una vuelta por la planta?
—Me encantaría —dijo David.
Abandonaron la oficina, volviéndose a poner las mascarillas. Descendieron entre los trabajadores. Éstos no tenían precisamente el aspecto de «chicos barriobajeros»…, en su mayor parte eran gente de mediana edad, muchos de ellos mujeres. Llevaban redecillas en el pelo, y sus monos de papel tenían el pulcro aspecto de las antiguas bolsas para el pan. Trabajaban por turnos las veinticuatro horas…, un tercio del equipo dormía en cubículos insonorizados, arracimados bajo el gigantesco mural como percebes del estirofoam.
Respaldado por Millie Syers, David hizo agudas preguntas acerca del equipo. ¿Algunas fugas de contención? No. ¿Problemas de fermentación? Sólo las habituales reversiones al estado salvaje…, las bacterias hechas a la medida tenían tendencia a revertir a él tras millones de generaciones. Y no se permitía que se produjeran cepas salvajes…, eran demasiado peligrosas. Si se dejaba que se multiplicaran a expensas de las útiles, esas reversiones no tardarían en tomar el control, así que eran eliminadas de los tanques sin piedad.
¿Qué había del resto del
Charles Nogués,
más allá de esos mamparos? Oh, todo el barco estaba lleno de factorías como aquélla, de proa a popa, todas selladas a fin de que cualquier posible accidente no se extendiera. La lechada era trasvasada cuidadosamente de uno a otro lado entre las unidades…, para ello utilizaban las viejas bombas del petrolero, aún en espléndidas condiciones. Los sistemas de división de compartimientos del barco, construidos para impedir las explosiones de gas del petróleo, eran ideales para prevenir los biopeligros.
Laura interrogó a algunas de las mujeres. ¿Les gustaba su trabajo? Por supuesto…, tenían todo tipo de alicientes especiales, bonificaciones en sus tarjetas de crédito cada vez que superaban las cuotas, enlace por televisión con sus familias, recompensas especiales por cada nueva receta que tenía éxito… ¿No se sentían como encerradas ahí abajo? Por los cielos, no, no comparado con los atestados gallineros del gobierno ahí en la isla. Además, tenían todo un mes de vacaciones. Por supuesto, picaba un poco cuando se dejaba atrás esa bacteria de la piel…
Dieron una vuelta por la planta durante más de una hora, subiendo por peldaños de bambú por encima de las vigas de refuerzo de dos metros del casco. David le dijo a Prentis:
—¿Dijo usted algo acerca de los cuartos de baño?
—Sí, lo siento. La
E. coli,
es una bacteria nativa de los intestinos…, si es liberada aquí nos encontraremos con un montón de problemas.
David se encogió de hombros, azarado.
—La comida de arriba era buena, comí mucho. Hum, mis felicitaciones al chef.
—Gracias —dijo Prentis.
David se llevó una mano a las gafas.
—Creo que ya he grabado mucho de todo… Si Atlanta tiene alguna pregunta, ¿podemos seguir en contacto?
—Hummm… —dijo Prentis.
—Eso será un poco difícil —intervino Andrei. No lo aclaró.
David olvidó lo de antes y tendió de nuevo la mano. Cuando se fueron, pudo ver a Prentis yendo de un lado para otro tras el cristal de su oficina, accionando su pulverizador de nuevo.
Volvieron sobre sus pasos hacia arriba por las pasarelas. Andrei estaba complacido.
—Me alegra que hayan conocido al doctor Prentis. Es un hombre muy dedicado. Pero para sus compatriotas quizá parezca un poco solitario.
—Parece como si le faltaran algunos alicientes —dijo David.
—Sí —reconoció Laura—. Como alguna amiga.
Andrei pareció sorprendido.
—Oh, el doctor Prentis está casado. Con una trabajadora granadina.
—Oh —exclamó Laura, dándose cuenta del patinazo—. Eso debe ser maravilloso… ¿Qué me dice de usted, Andrei? ¿También está casado?
—Sólo con el Movimiento —dijo Andrei. No estaba bromeando.
El sol se ponía ya cuando regresaron a su alojamiento. Había sido un largo día.
—Debe estar usted cansada, Carlotta —dijo Laura mientras bajaban, rígidos, del triciclo—. ¿Por qué no entra y cena con nosotros?
—Les agradezco la oferta —dijo Carlotta con una dulce sonrisa. Sus ojos brillaban, y había un suave reflejo rosado en sus mejillas—. Pero esta noche no puedo. Tengo Comunión.
—¿Está segura? —insistió Laura—. Esta noche sería estupendo para nosotros.
—Puedo volver otro día esta misma semana. Y traer a mi amigo, quizá.
Laura frunció el ceño. —Puede que entonces yo esté testificando.
Carlotta negó con la cabeza.
—No, no lo estará. Yo todavía no he testificado. —Tendió la mano desde el asiento del conductor y dio unas palmaditas al arnés de la niña—. Adiós, pequeña. Adiós a todos. Ya llamaré o algo. —Aceleró el motor, escupiendo gravilla, y se dirigió hacia las puertas.
—Típico —dijo Laura.
Subieron al porche. David sacó su tarjeta-llave.
—Bueno, Comunión, eso suena más bien importante…
—No Carlotta, ella es sólo un peón. Me refiero al Banco. Todo esto estaba preparado, ¿no lo ves? Van a dejar que enfriemos nuestros pies aquí en esta vieja y enorme granja, en vez de dejarme presentar mi caso. Y primero llamarán a testificar a Carlotta, sólo para remachar el clavo.
David se detuvo. —Eso es lo que piensas, ¿eh?
—Seguro. Por eso Sticky nos ha ofrecido este paseo. —Le siguió al interior de la mansión—. Están jugando con nosotros, David; todo eso forma parte del plan. Esa excursión turística, todo… ¿Qué es lo que huele tan bien?
Rita tenía la cena aguardando. Era cerdo relleno con pimientos y perejil, pisto criollo, pan recién horneado y
soufflé
de ron helado como postre. En un comedor iluminado por velas, con manteles limpios y flores. Era imposible negarse. No sin ofender a Rita. Después de todo, era alguien con quien debían compartir la casa… Al menos tenían que probar unos bocados, aunque sólo fuera por educación… Y después de todo aquel horrible escop, además… Además, todo estaba delicioso. Laura comió como una loba.
Y ningún plato que lavar. Los sirvientes lo retiraban todo, apilándolo en pequeños carritos de palisandro. Sirvieron coñac y ofrecieron cigarros cubanos. Y desearon ocuparse también de la niña. Laura no se lo permitió.
Había un estudio arriba. No era exactamente un estudio, no había libros, sólo centenares de videocintas y viejos discos de plástico, pero se retiraron al estudio con sus coñacs de todos modos. De alguna forma, parecía lo adecuado.
Las paredes del estudio estaban alineadas con montones de viejas fotos enmarcadas. Laura las miró mientras David ojeaba curioso las cintas. Resultaba evidente quién era el señor Gelli, el antiguo propietario. Era el tipo de aspecto facineroso y rostro hinchado que rodeaba con el brazo los hombros de tipos con el aspecto vagamente familiar, vagamente repulsivo, de miembros del show business de Las Vegas… Allí estaba adulando servilmente a un tipo con ojos de serpiente grandes como pelotas de golf vestido con una larga túnica blanca…, con un sobresalto, Laura se dio cuenta de que era el Papa.